Carta 21

Querida prima:

Siempre nos han dicho que si caminas, hazlo acompañada; eso lo dijeron por que no estaban con Sebas y Jesús. Son como dos perros sin collar a punto de pelearse por quién orina primero en las esquinas.
Andábamos a buen ritmo, manteniéndonos callados, atentos a cualquier cosa que se acercara a nosotros, menos Sebas, que tenia la manía de silbar una canción que solo él conocía. En esos momentos lo mataría.
Escogimos la senda que rodea el arroyo de las Tórtolas. Sabíamos que ese camino era el más largo, pero el más tranquilo; los muertos no se mueven por lugares donde escasea la comida.
Nos acercábamos a unos de los arroyos cuando nos encontramos una enorme verja electrificada que cortaba el camino. Nos acercamos con curiosidad. El otro lado era el libre, el que nos llevaría a cualquier lugar lejos de este maldito pueblo. Es doloroso, pensar que algo tan fino como el alambre frena nuestra libertad, obligándonos a vivir en esta pesadilla.
Escuchamos unos murmullos y el trote de personas corriendo hacia nuestra dirección. Nos escondimos detrás de unas zarzas que estaban a nuestra izquierda. Tres soldados aparecieron por la derecha, armados hasta los dientes. Empezaron a gritar, buscando la presencia de intrusos. Uno de ellos disparó al aire, esperando asustarnos. Yo cerré los ojos y conté hasta que los disparos cesaron. Volvieron a gritar nuevamente y al final desistieron. Los vimos alejarse por donde vinieron.
Por una vez Jesús y Sebas estuvieron de acuerdo en algo. Querían saber que hacía el ejército en esa zona. Prima, como ya te habrás imaginado, mis planes eran otros, pero eramos dos contra uno. Al final seguimos a los soldados manteniendo una distancia prudencial. Pudimos escuchar algunas frases sobre un moco verdoso que estaban sacando de un embalse de agua y las ganas que tenían de volver a casa.
No tardamos en ver más militares. Nos acercamos cautelosos. Los soldados sacaron unos cigarrillos; no parecían preocupados por que unos intrusos se acercaran a la valla; sabían que estaba electrizada y nadie osaría acercarse demasiado, eso les daba la sensación de seguridad y de despreocupación. Detrás de ellos sobresalía una gigantesca carpa blanca. Nos movimos entre los árboles y arbustos. Uno de los soldados hizo un gesto con las manos y los otros se pusieron en guardia. Nos quedamos paralizados, como cuando éramos niñas y jugábamos a que el primero que se moviera perdía, en este caso, la vida.
Los soldados se acercaron a la valla por flancos diferentes, abarcando la máxima área posible. No sé cuanto tiempo estuvimos escuchando el crujir de sus botas sobre las hojas secas hasta que volvieron a centrarse en el sabor de sus cigarrillos.
Con cada paso la carpa blanca era más grande, inmensa; a su alrededor había unas tiendas con manchas de tonos verdoso, era un campamento militar, habían una senda de camiones que iban y venían a gran velocidad. Hombres vestidos de blanco salían de la carpa con unas finas bandejas de muestras, no podía distinguir que portaban. ¿Qué esconde esa carpa que necesita un ejército para protegerlo?
Sebas se apretaba las manos con nerviosismo, parecía estar valorando la opción de entrar por la fuerza. Le dí un codazo como señal de que teníamos que irnos. Su cara era un cuadro enrojecido a punto de protestar, quería entrar ahí dentro y aplacar su furia contra esos que nos habían encerrado, pero no teníamos fuerza de fuego, ni personal para hacerles frente. Tenemos que entrar, pero este no es el momento.
Nos sentamos a comer unas latas de conservas que habíamos robado de una pequeña casa. Usábamos el dedo para poder recoger hasta el último átomo de salsa que se escondiera en las esquinas redondeadas y cortantes. Teníamos tanta hambre.
Nos íbamos a poner en camino cuando Jesús levantó la cabeza, sonreía como un iluminado. Nos hizo hincapié en el lugar donde habíamos visto la carpa. Hace un mes ese lugar fue eco de las noticias nacionales.
Prima, seguro que lo recuerdas. El invierno fue muy seco y los agricultores demandaban agua de nuestro río. La obra que tenía que realizarse era muy costosa y había que talar grandes hectáreas de árboles, además de tener que usar explosivos. La contaminación que se produciría era un precio muy alto a pagar; los vecinos salieron a las calles a manifestarse. Los activistas se encadenaron a los árboles y realizaron varias revueltas. Finalmente encontraron un embalse subterráneo de agua virgen. El coste era más bajo y la contaminación ambiental se producía lejos de las casas, con lo que las protestas cesaron.
Según Jesús, que fue uno de los activistas, la carpa blanca está en la zona donde comenzó la excavación.
Prima, esto me parece una extraña coincidencia. De todos los lugares que hay en el pueblo ¿por qué ahí? Si antes tenía prisa por llegar al laboratorio, ahora me urge, pues el científico local encargado de las muestras era Carmen. Debo hablar con ella, es hora de entablar una conversación sobre el Sujeto 0.
Prima, hemos llegado al laboratorio. La puerta estaba abierta, hay charcos de sangre seca en la entrada y en las escaleras.
El olor a muerte me hizo pensar dos veces en traspasar el umbral; pero si no lo hago, todos mis esfuerzos caerán en un pozo sin fondo. Sentí a mis acompañantes a mi lado, su fuerza y su determinación despejaron mis temores. Juntos dimos el primer paso hacia la oscuridad.

P.D.: El laboratorio es el lugar más seguro del pueblo, el único con medidas de seguridad infranqueables. ¿Qué es lo que habrá pasado?

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Carta 22

Prima:

Las luces de la entrada tintineaban. Las puertas del ascensor estaban abiertas y parecía que no funcionaba, pues no había luz en su interior.
Decidimos usar la escalera de incendios. Jesús llevaba una pequeña linterna-llavero que guardaba en un bolsillo. Bajábamos las escaleras cuando algo llamó mi atención. En uno de los rellanos había una puerta y un panel. Me acerqué e introduje mi contraseña, no ocurrió nada. No tenía acceso a aquel lugar.
Sebas tocó la puerta y sonrió. Agarró una palanca de su mochila y la colocó en el umbral. Durante unos instantes pensé que no cedería, pero Sebas es demasiado obstinado como para desistir, así que fue la puerta la que tuvo que rendirse.
El interior era un desastre. Todo estaba roto o tirado en el suelo. Ordenadores, microscopios y otros equipos estaban hechos añicos. Aún salían chispas de algunas lámparas. El lugar era pequeño, como un laboratorio independiente.
No tengo dudas prima, esta es la sala donde Carmen escondía al Sujeto 0. Busqué con cuidado alguna prueba que no hubiera sido destruida. Me imaginé mil sucesos sobre lo que podía haber ocurrido, pero ninguno me coincidía con toda esta destrucción.
Salimos de la sala con las manos vacías, y aunque ninguno dijimos nada, no esperábamos encontrarnos a nadie con vida.Seguimos bajando las escaleras, no debía faltar mucho para llegar a nuestro objetivo.
Al fin llegamos al laboratorio principal. Tenía el mismo aspecto que la sala anterior. La zona de aislamiento estaba cerrada a cal y canto y una luz roja parpadeaba sobre la puerta.
Llamé a Carmen, Alex y Ana, pero solo los cristales bajo nuestros pies respondieron. Busqué en los archivadores y en la sala de muestras, todo estaba vacío.
Jesús dijo en alto lo que todos pensábamos: esto no es obra de una horda de zombies, ellos no necesitan documentos, ni discos duros. Esto es obra de una persona, pero… ¿Para qué?
Escuché un grito detrás de mí. Era Ana; tenía la ropa rota y manchada, el rostro compungido, el cuerpo tembloroso y parecía costarle andar. Me abrazó con fuerza y rompió a llorar. Intenté consolarla, pero estaba tan asustada que cuando conseguía serenarse comenzaba a hipar y las lágrimas volvían a inundarla.
Jesús y Sebas vagaron por la sala sin saber muy bien qué buscaban.
Sebas se acercó a la puerta de la sala de aislamiento. Observaba por el ventanuco cuando una mano ensangrentada la golpeó. Sebas gritó y se echó hacia atrás. El rostro descompuesto de Alex lo observaba; el color de sus ojos, su piel y las venas que recorrían su cuerpo lo delataban: ya no era nuestro Alex.
Me acerqué lentamente, dejando a Ana sentada detrás de mí. Coloqué la mano sobre el cristal esperando que en el interior de ese cuerpo inhumano se encontrara el cálido Alex que había conocido. Como respuesta, golpeó el cristal con la cabeza con tanta brusquedad que una de sus venas chorreo sangre negra.
Me dirigí a Ana y le pregunté a gritos por que no le había dado el brebaje, Alex no tendría que estar así. Volvió a romper a llorar, yo no era quien para gritarle de esa manera pero estaba furiosa. Acaricié su cabeza y le susurré que me contara lo que había ocurrido.
Prima, esto fue lo que me dijo:
“Al día siguiente de que yo me fuera, Carmen había empezado a trabajar en el brebaje sobre el Sujeto 0. Creía que podía usar la sangre original para encontrar una forma de luchar contra la enfermedad, no retrasarla, como hace el brebaje. Carmen estaba esperanzada, había trabajado toda la noche y parecía que había encontrado algo. Esperaba a que yo llegara con las muestras de carne infectada para ayudarla.
Ana estaba en la cama cuando el suelo tembló. Habían abierto la puerta principal por la fuerza. Ana y Alex corrieron al laboratorio para ver a Carmen. Escucharon voces y fuertes pisadas que bajaban por las escaleras.
Hubo un grito. Algo cayó en el suelo del laboratorio y un mar de gas blanco impidió la visibilidad. Cuando se dieron cuenta, estaban atados en el suelo y varios militares los rodeaban.
Uno de ellos, un hombre alto con gafas de sol y mostacho, hizo un movimiento con la cabeza y sus hombres robaron las muestras, las carpetas y cualquier experimento, incluidas las nuevas pruebas que Carmen realizaba con el Sujeto 0. Lo que no les servía, lo destruían.
Se quejaron. Hicieron hincapié en que era un laboratorio independiente, sin influencia militar. El hombre del mostacho ni siquiera les prestaba atención.
De pronto se escuchó unos extraños gruñidos. Carmen enloqueció, gritó, suplicó, pero no le hicieron caso. Hizo fuerza y consiguió levantarse; pero antes de que pudiera correr dos pasos, el bigotudo la golpeó en la cabeza y cayó inconsciente. Le dijo a uno de los hombres que se la llevaran al campamento.
Alex consiguió zafarse de las ataduras y agarró un escalpelo. Hubo un momento de tensión, que finalizó con un disparo en su hombro. La sangre salpicó al bigotudo dejándole pequeñas gotas en su pulcro traje. El bigote se movió, una mueca de furia incontrolada se dibujo en él. Enganchó a Alex del cuello y lo arrojó al suelo, allí lo pataleo hasta que se cansó.
Se les ocurrió un juego, algo para divertirse. Cogieron una de las muestras del Sujeto 0 y se la inyectaron. Alex no tenia fuerzas para defenderse. Lo encerraron y arrojaron a su alrededor pruebas altamente contaminadas. La sala, por seguridad, se cerró. La infección se apoderó de Alex en segundos; la cepa del Sujeto 0 era terrible.”
No me contó nada más. Quería preguntarle como siguió viva, pero su forma de actuar decía más que sus palabras: manchas en su cuello que intentaba ocultar, cada vez que la abrazaba temblaba y su dificultad para andar.
Prima, me encantaría coger a ese grupo de soldaditos y soltarlos sobre los zombies para que sepan lo que se siente cuando son devorados. No te imaginas como me tuve que morder el labio para no soltar la rabia que sentía en mis entrañas. Esos mal nacidos, esos cabrones; tienen que pagar por lo que han hecho, no sé como, pero pagarán por ello.
Prima, estoy encerrada en la que era mi habitación hace solo unos días. Me siento perdida. Tengo muestras pero no un laboratorio. Secuestraron a Carmen, se llevaron al Sujeto 0. Todas las pruebas y anotaciones destruidas. Esto es peor que empezar de cero.
No sé que hacer, sólo deseo llorar y gritar a los vientos que me rindo. Estoy tan cansada y sería tan fácil dejar que la infección recorriera por mi cuerpo, convertirme en un ser sin alma, sin remordimientos. ¡Prima, que fácil sería!

Iria.

P.D.:¿Recuerdas la carpeta marrón con el informe del sujeto? Los soldados no la encontraron y gracias a Ana, ahora es de mi propiedad. En las últimas páginas aparecen nuevas anotaciones y una foto. Ahora entiendo por que Carmen no quería que tocaran al Sujeto 0, es Ricardo.

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Carta 23

Hola prima:

Me pasé la noche en vela releyendo la carpeta de Carmen. No sólo había datos del sujeto 0, sino una pequeña evolución de su proceso de infección. Estos datos no estaban en la carpeta la primera vez que la vi.
Comienza con las muestras que Ricardo traía de un pozo que acababan de abrir. Antes de que el agua fuera suministrada al pueblo, el laboratorio local debía comprobar que fuera apta para el consumo. Ricardo vio algo en el agua y se lo llevó a Carmen. Teniendo en cuenta su estrecha amistad, contó con su discreción.
El día que Ricardo trajo la muestra, su estado era febril. Según las anotaciones de Carmen, le habían salido unas horribles pústulas ulcerosas muy infectadas y su temperatura no bajaba de los 40 grados y medio. Lo llevó a la sala que estaba escondida en el rellano de las escalera de incendios para intentar bajarle la fiebre mientras esperaban a la ambulancia, la cual nunca llegó.
Su salud se agravó. Sufría convulsiones violentas y deliraba, balbuceando frases sin sentido. Unas horas más tarde, su corazón dejó de funcionar para despertar como otra cosa, algo inhumano, algo terriblemente hambriento. Carmen lo encerró durante todo este tiempo.
Las siguientes hojas las había visto, eran las pruebas que había hecho en busca de una cura. Pero como bien sabemos, eso no existe. Solo tenemos algo que lo ralentiza, ni siquiera parece ser funcional en los que ya están infectados.
Las últimas hojas describían las pruebas que había hecho con la modificación de mi brebaje. Había aislado el virus parasitario. Estaba realizando pruebas que conseguían anular su actividad aunque no lo destruía. El virus se adormecía y en ese momento, las pocas células sanas volvían a regenerarse, aunque no podían restaurar las zonas dañadas.
Horas antes de que los militares entraran en el laboratorio, Ricardo estaba más tranquilo, incluso emitía sonidos con intencionalidad, como por ejemplo: cuando deseaba comer, daba dos golpes a la camilla.
Encontré otro dato importante doblemente subrayado. Cuando comen, les da tal sensación de placer que, durante los siguientes 3 minutos y medio, están tranquilos. Después, el hambre vuelve con ferocidad.
Prima, este pequeño dato puede serme útil. Necesito hacer algunas pruebas y las muestras más cercanas del sujeto 0 están dentro del cuerpo de Alex. Si pudiera mantenerlo tranquilo mientras le clavo la aguja, sería perfecto.
Si no fuera porque el laboratorio esta destrozado, me animaría a intentarlo, pero ahora mismo sólo tengo muestras sin un laboratorio donde analizarlas.
Me dirigí a la cocina, esperaba encontrarme algo de café, si es que no habían destrozado la cafetera. La puerta de la despensa estaba abierta, en su interior escuché un sonido brusco y varios golpes. Me acerqué sigilosamente.
Dentro había una sombra oscura que agarraba algo con fuerza y se lo llevaba a la boca con voracidad. Pensé que era uno de ellos, un zombi que se había colado en el laboratorio al oler la sangre de la entrada.
Intenté no hacer ruido, pero algo se metálico cayó, alertando mi posición.
La sombra se giró sobre sí misma. Tenía los brazos a los lados y las manos colocadas en forma de garras, la cabeza agachada y sus ojos penetrantes puestos en mí. Agarré lo primero que vi, un gran cuchillo de cocina que se encontraba en la encimera. Di unos pasos atrás y esperé a que esa cosa corriera hacia mi; sin embargo salió despacio, cabizbajo.
Cuando la luz de la cocina le dió sobre el rostro manchado de sangre, reconocí al ser que se escondía avergonzado. Era Jesús, el hambre lo estaba consumiendo. En sus manos aún llevaba los restos del filete crudo que se estaba zampando.
No puedo decirte prima que la imagen de esa carne cruda me pareciera asquerosa, por que en cuanto la olí, lo primero que pensé fue en arrancársela de sus manos para poder sentir como bajaba por mi garganta.
Sin mediar palabra, se acercó al grifo y se lavó la cara y las manos. Bajé el cuchillo intentando serenarme. Quiso disculparse por haberme asustado, pero lo interrumpí, no podía admitir sus disculpas cuando yo misma deseaba hacer lo mismo.
Le pedí que se quitara la parte de arriba, tenía que examinarle la herida del brazo y las venas que cubrían su cuerpo. Como me había imaginado, al alimentarse su transformación se hacia más rápida, ni el brebaje podía parar al virus en pleno auge alimenticio.
Sus ojos empiezan a tener el color de los muertos y su piel mohosa amenaza con asomarse. No creo que Sebas tarde mucho en darse cuenta de lo que esta pasando. Tampoco creo que yo misma tarde en atacar la nevera como lo hizo él.
Cuando llegué al laboratorio, Ana y Sebas hablaban con familiaridad, no me imaginé que estuvieran de tan buen humor a esas horas de la mañana, no después de lo que habíamos vivido.
Cuando me vieron, me dedicaron una sonrisa de oreja a oreja, como niños pequeños que habían hecho algo bueno. Estaban apoyados sobre una mesa; al acercarme se apartaron, dejando a la vista un microscopio electrónico y varios aparatos que aunque no estaban en perfecto estado, parecían ser funcionales.
Sebas y Ana se habían pasado la mitad de la noche buscando instrumental que no estuviera excesivamente roto y a los que les faltaban piezas, se las habían reparado con partes de otros equipos.
Los abracé y los felicité por tan buena idea. Al final el hecho de que Sebas estuviera con nosotros era todo un acierto.
Prima, quizás no este todo perdido.

P.D.: Las muestras que adquirí en el ambulatorio se han echado a perder, demasiado tiempo fuera de un congelador. Aún me queda la opción de Alex.

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Carta 24

Querida prima:

A partir de hoy las cosas van a cambiar.

Fui al congelador a por carne, si las anotaciones de Carmen eran ciertas, podrías sacarle muestras mientras gozaba de su comida.
Los trozos más grandes estaban al fondo, colocados unos sobre otros; los de arriba estaban enteros e intactos, sin embargo, los que estaban abajo no tenían el mismo aspecto; estaban desgarrados y con profundas marcas de dientes. La gula de Jesús era evidente.
Agarré un trozo lleno de marcas, mejor usar los que ya estaban contaminados y así de paso destruía pruebas que podían dar lugar a preguntas muy incómodas.
Caminaba por el pasillo hacia el laboratorio, en mi mente se dibujaba el rostro de Alex comiendo la carne doblegado y sumiso mientras le sacaba muestras de sus venas palpitantes.
De repente sentí paz, un éxtasis inimaginable me recorría la garganta llenando mi cuerpo. Las piernas me temblaban, mi vista se nublaba, todo lo que observaba a mí alrededor estaba lleno de una luz oscura, demoníaca pero milagrosa. No podría expresar la tranquilidad que serenó mi alma en ese momento. Los problemas se habían esfumado, el cansancio desaparecido, era como si no existiera nada más en todo el universo.
Esa agradable sensación desapareció a los pocos segundos y sólo quedó el vacío que me engullía.
Después sentí un dolor en el estómago, como si algo se moviera en el interior y jugara con mis tripas. Me llevé las manos al vientre, estaban llenas de sangre. El trozo de carne que llevaba entre mis manos había menguado considerablemente. No sé en que momento me lo llevé a la boca, ni cuando empecé a masticar.
Mi cuerpo gritaba por un poco más de aquella paz.
Me dejé caer al suelo y me limpié la barbilla con la manga. Me sentí sucia, un monstruo. Era todo aquello que aparecía en los cuentos de terror de cualquier niño, la bruja que se quería comer a Hansel y a Gretel, el gigante que se come a los niños, el ogro que come carne humana. La verdad, nunca me había dado cuenta de las referencias que tenemos sobre el canibalismo.
Prima pensé que podía controlarlo, que mientras tuviera el brebaje podría seguir mi vida, pero ahora me doy cuenta de que es una estúpida ilusión. Me estoy cayendo en el abismo y he sido tan arrogante que no me había dado cuenta.
Me cambié de ropa, tenía toda la camisa embadurnada de sangre y el olor me estaba volviendo loca.
Escuché que alguien corría por el pasillo, no le presté mucha atención hasta que aporrearon mi puerta. Era Sebas, estaba muy alterado.
Me arrastró hasta el laboratorio. De sus palabras atropelladas y sin vocalizar pude entender que Jesús había hecho algo. Recé para que no hubiera atacado a nadie.
En el laboratorio, Ana estaba sentada frente a la puerta que mantenía a Alex encerrado. Cabizbaja, se frotaba los ojos, era como si el peso del mundo cayera sobre ella. Me acerqué corriendo y la agarré de las manos buscando una respuesta a su actitud. Levantó el rostro e hizo un ligero amago hacia el cristal de la puerta incitándome a mirar.
Jesús estaba en el interior. Su torso descamisado mostraba como las venas habían poseído su cuerpo, su piel era de color verdoso y sus ojos ya no pertenecían a este mundo. Estaba sentado en una esquina observando el techo con la mirada perdida.
Alex, como si fuera una mosca, se movía nerviosamente a su alrededor, no reconocía a Jesús como a un igual, pero tampoco era comida. Curioseaba a su nuevo compañero.
Se había rendido a su suerte. Yo no era la única que se daba cuenta de su feroz hambre, él también.
Sebas me atacaba con mil preguntas sobre lo que sucedía, ¿Por qué Jesús estaba en ese estado? ¿Cómo era posible? No quise seguir escuchándolo. Alcé la mano y susurré que no se rindiera, que aguantara un poco más, lo necesario hasta que pudiera hacer algo.
Como si eso fuera posible, hace unos minutos estaba en el éxtasis de la carne y ahora pretendo dar esperanzas cuando malamente no queda ni un milímetro de ella en mi seno.
Ana me agarró del antebrazo como si fuera una garra. Me observaba atentamente. En ese momento supe que ella lo sabía, conocía el secreto que Jesús y yo protegíamos. Me levantó la manga del brazo descubriendo una de mis venas palpitantes.
Sebas se hecho para atrás de un salto.
No era capaz de hablar, se me atragantaban las palabras, ¿cómo explicar como empezó? ¿Como apareció el suero? O lo más importante ¿Por qué les mentí?
Ana solo dijo una frase:
—El suero que trajiste no era para ayudar a la gente, era para ayudarte a ti misma.
Esa frase me hizo más daño que miles de mordeduras desgarrándome la carne. Es cierto que el suero era para mantenerme con vida, pero también sirve para ayudar a los pocos supervivientes que quedan en el pueblo.
Después se levantó, dejando caer la silla al suelo. Sebas me observaba, creo que dudaba si debía matarme o no.
Prima, sabía que tarde o temprano este día llegaría. Aunque esperaba que fuera lo más tarde posible.

P.D.: Jesús se va a encargar de quitarle las muestras que necesito a Alex y además, me dará los suyas propias.
Aún no he visto a Ana ni a Sebas, la verdad es que me da miedo enfrentarme a ellos.

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Carta 25

Querida prima:

La situación esta lejos de mejorar.
Llevo todo el día sin verlos. Los escucho cuchichear cerca de la puerta de la cocina y en la habitación de Sebas. Sospecho que traman mi muerte como si fuera un monstruo, sin ninguna oportunidad.
Prima, estoy aterrada.
El laboratorio es el único sitio en el que me siento segura; me aíslo de pensamientos de muerte y conspiración.
Jesús cumplió con su cometido, me entregó las muestras que necesitaba de Alex.
En varias veces le ofrecí salir de esa cárcel, él no tiene porqué estar encerrado, es un ser humano. No entiendo por qué se hace esto, comprendo que está afligido por esta situación, pero no podrá escapar ni rehuir de los problemas escondiéndose.
En una de mis charlas insistentes sobre su liberación, me confesó que al acercarse a mí no siente hambre alguna, soy como una igual, pero el día anterior estaba en el laboratorio y Ana le había dicho que le llevara una probeta, al acercarse a ella su olor era dulce y exquisito; el monstruo que habita en su estómago se revolvió de placer, sólo podía pensar en besar, morder y arrancar su dulce carne. Se imaginó rodeado de los miembros descuartizados de Ana relamiéndose ante su sabor.
En ese momento decidió encerrarse, sabía que el demonio que llevaba dentro no tardaría en salir y a la primera con la que disfrutaría desgarrando seria Ana.
Después de escucharlo, me pregunté si yo no haría lo mismo. Mientras me quedara un soplo de humanidad no pondría en peligro a nadie, no deseaba convertirme en un demonio sin alma.
Aún así tengo fe en que Jesús salga de ese lugar.
Me puse manos a la obra con las pruebas. Las observé, dupliqué y las coloqué debajo de todos los microscopios útiles que estaban a mi disposición. Los pocos tubos de ensayo que estaban enteros los llené de varios cultivos, muestras y pruebas que se me pudieron pasar por la cabeza. Lo que fuera para poder encontrar una cura, una mejora, algo que saciara esta hambre.
Estaba tan ensimismada en el trabajo, que me olvidé de que había dos personas más en aquel lugar, de que había gente luchando por sobrevivir cada día en aquel pueblo, hasta de mi misma. Lo que hacia era más importante que todas esas cosas.
Si hallaba una cura, un remedio, algo, quizás pudiera negociar con los militares para rescatar a Carmen y a mi misma.
La cabeza me pesaba, necesitaba un café doble. El dolor anunciaba una buena migraña, de esas que te piden cama y oscuridad.
Me senté en la mesa con la cabeza entre las manos, sujetándola para que no cayera con el peso del cansancio. Escuché un sonido, la puerta se había cerrado de golpe, pensé en girarme, pero no tenía fuerzas para semejante esfuerzo, necesitaba todo mi cerebro para estrujarlo en nuevas posibilidades. Mis pensamientos se centraban en la posibilidad de que los cultivos dieran negativo, eso mandaría al traste toda esperanza.
Fue un breve carraspeo el que me obligó a darme la vuelta con brusquedad. Se me dilataron las pupilas cuando los vi a los dos juntos. Había llegado el gran momento.
Ana y Sebas estaban en la puerta, bloqueando la salida. Es cierto lo que dice Jesús, el olor de Ana es muy dulce.
Sebas arrastró una silla y se dejó caer, Ana estaba de pie, sus ojos se clavaban como lanzas. No recuerdo cual de los dos comenzó a hablar, solo sé que sus palabras fueron muy duras.
Pusieron en duda mi cordura; decían que no sabían hasta que punto el virus había invadido mi cuerpo y deseaban que les proporcionara una muestra para que Ana la inspeccionara.
Prima, lo siento, pero me reí; no de ellos, pero si de lo absurdo del tema. Yo era a la que temía que asesinaran y ellos creían que podía ser al revés. ¿Muestras? Tenían todas las que quisieran en el laboratorio, hasta les ofrecí una carpeta con todas las que necesitaran, yo misma seguía la evolución de mi autodestrucción.
La verdad es que no tenía tiempo para estar explicando todo lo que había pasado. Para ellos era muy fácil señalarme desde afuera, pero la que esta luchando y la que busca como sobrevivir, soy yo. Ellos solo están ahí sentados, con la despensa llena y mirándose el codo el uno al otro.
Creo que no se lo dije con la misma tranquilidad con la que escribo estas palabras, pero si con la suficiente contundencia como para que entiendan que si no están conmigo, entonces me estorban.
Creí que se quedarían tranquilos, abrirían las puertas y se marcharían para seguir conspirando a mis espaldas. Sinceramente, lo que hicieron no se si tomármelo como un desprecio, un agravio, una falta de confianza, o simplemente darles un puñetazo a cada uno.
Sin ton ni son, Sebas me arrojó un trozo de carne cruda a los pies, como si fuera un perro rastrero; agarró su arma y se preparó para usarla.
Prima, sabes que no te mentiría. Durante unos segundos tuve que luchar para no hacer como una hiena carroñera y tirarme ante ese suculento bocado. El orgullo, ese sentimiento tan humano, me ayudó a mantener mi dignidad. Me acerqué a la carne, el monstruo de mi estómago rugía, gritaba, un dolor ponzoñoso me estrujaba la nuca. La agarré, su fragancia se me hacia la boca agua, y se la arrojé a los pies con toda mi fuerza. Vi como chocaba contra el suelo y algunos pedazos se desperdigaban por la cocina.
Creo que se dieron cuenta de mi deseo. Mis ojos observaban aquel trozo de carne con desesperación.
Sebas dudó durante unos segundos si guardar el arma o no, pero finalmente los dos se fueron sin decir nada, no hacia falta, sus rostros me decían que estarían vigilándome.
En cuanto se dieron lo vuelta y la puerta se cerró, no lo pude resistir, me dejé caer al suelo y lamí aquellos minúsculos trozos de carne que se habían esparcido con el golpe, no era mucho pero si lo suficiente para no caer en el abismo y relajar al demonio de mis entrañas.
En el laboratorio, Sebas hablaba con Jesús desde el otro lado de la celda. Ana observaba los cultivos que le había hecho a las muestras de Alex, mientras ojeaba una carpeta con las anotaciones sobre las mías. Parecía que el ambiente se había relajado un poco, ya podíamos estar todos en la misma sala.

Prima, espero que algún día te lleguen estas cartas, nuestras historias no deben caer en el olvido.

Muy Atte.:

Iria

P.D.: Mañana muchos de los cultivos llegaran a su cenit, ha llegado la hora de ver si nuestro trabajo ha valido la pena.

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Carta 26

Hola Prima

Hay momentos en el transcurso de la vida que la palabra desesperación se nos marca a fuego en la carne. Miles de veces he nombrado esa palabra, pero hasta el día de hoy no entendí lo que realmente significaba.
Ana y yo analizamos, comprobamos y repetimos las pruebas. Para nuestra desgracia, el resultado era el mismo.
Las muestras de la cepa de Alex crecen con voracidad. No hubo ni una sola probeta en la que el virus menguara su actividad invasora. Llegamos a la conclusión de que la cepa es letal, cualquiera que se infecte con ella se transformará en apenas unos segundos.
Las muestras de Jesús han mostrado un aumento de células infectadas. El virus se ha duplicado, seguramente por las escapadas a la nevera. No le doy más de unos días hasta que se convierta en uno de ellos. Los calambres que sufre en el estómago son cada vez más violentos y frecuentes, acaba en el suelo agarrándose el vientre y vomitando un liquido verdoso.
Mis células víricas también han aumentado. Gracias a la cantidad de suero que inunda mi organismo, muchas están inactivas.
Prima, contaba con que hallaríamos una cura, algo que pudiera ayudarnos, pero lo único que hemos encontrado es la confirmación de nuestra condena.
Si Carmen estuviera aquí, seguramente pondría luz a esta oscuridad. Ella había encontrado algo en las muestras del sujeto 1, y lo habría conseguido de no ser por esos soldaditos.
Hablando de los militares, hace días que ronda por mi cabeza una idea: ellos tenían que conocer el virus y su rápida expansión, por eso aparecieron tan pronto y colocaron medidas extremas desde el primer momento, cuando nadie sabia aún  lo que estaba ocurriendo. Estoy segura de que no somos la única población que ha sufrido este brote, debe haber más. Esto me lleva a pensar en porqué no se mencionó en los medios informativos, no leí ninguna noticia de brotes virales en los foros de medicina.
¿Habrán hecho lo mismo con nosotros? ¿Habrá dejado de existir este pueblo para el mundo?
Sebas me vio sentada en el suelo con la carpeta del Sujeto 1 en las manos, pero tenía la mente pérdida en mi huracán de preguntas sin respuesta.
Empezamos a hablar de las cosas que haríamos cuando escapáramos de este cautiverio. Pronto descubrimos que nuestras inquietudes sobre el ejercito eran las mismas, aunque el tenía un punto diferente, algo más diabólico.
Me dijo que llevaba días pensando en el secuestro de Carmen y del Sujeto 1; la única respuesta para toda esta locura era que usaran esta enfermedad con fines bélicos.
Solo había que pensar en una capital de estado o en un pueblo, cualquier zona que quisieran destruir sin gastar una sola bala; con soltar al sujeto 1 la batalla estaría ganada.
Tendrían que detener la plaga, o perderían el control y podría salirse de la zona invadida, para ello tenían a Carmen y seguramente a más de un profesor trabajando. Venderían el brebaje a coste de oro empobreciendo el país enemigo, dejándolo a merced de los mismos que extendieron el virus.
Guerra biológica en su máxima expresión.
Como siempre, el ser humano es capaz de hacer cosas increíbles tanto para hacer el bien, como para hacer el mal; cuando se pone un objetivo tiene que conseguirlo sin importar el cómo.
Era fácil culpar a los militares de todas nuestras desgracias, pero cuando llegaron, el virus ya estaba en el cuerpo de Ricardo, por lo tanto no eran los causantes de su aparición. El virus ya estaba en el pueblo, tenía que ser algo con lo que el sujeto 1 entró en contacto y eso solo causaba más preguntas sin respuestas.
Recordé el camino que hice con Sebas y Jesús desde el pueblo hasta aquí, cuando nos encontramos con una zona vallada por el ejército y protegida por una carpa blanca. Estoy segura que ese sitio esconde algo, por eso lo guardan con tanto cuidado.
Se lo comenté a Ana y a Sebas. Ambos estaban de acuerdo en que ese tenía que ser el campamento base o algún punto importante.
Ana sacó un mapa del pueblo y nos dijo que señaláramos la zona donde habíamos visto la carpa blanca. Tal y como me imaginé, coincide con el lugar donde se estaba agujerando el acuífero.
Si era así, Carmen y el Sujeto 1 estarían ahí dentro, investigando sobre la cepa con mil medios superiores a los que yo tenía en este destartalado laboratorio.
Es un lugar peligroso, muy bien vigilado; ya corrimos peligro cuando nos acercamos a fisgonear en su momento. Si volviéramos, nos matarían antes de que nos acercáramos a la vallas o los voltios de la misma nos freirían.
No podemos ir con las manos vacías y suplicar ayuda. Ya sabemos que clase de auxilio le ofrecieron a Ana los muy bastardos.
Sebas, que llevaba la acción corriendo por sus venas, hablaba de encontrarse con sus viejos amigos e ir juntos a por los militares. Se inventaba una feroz batalla en donde salían airosos.
Ana se mantenía callada, observando sus pies. Al principio pensé que la idea de salir al exterior la afligía tanto como a mí, pero de repente se sumó a la historia de Sebas como si fuera una guerrera del Apocalipsis.
De todas las tonterías que decían, la única que tenía lógica era acercarse al ayuntamiento. Las primeras excavaciones se realizaron por orden del alcalde, así que el informe sobre el suelo y lo que allí se encontró estarían en el despacho principal.
Era algo improbable, pero quizás encontráramos algo con lo que pudiéramos negociar. Deseaba tener la sartén por el mango por una vez y no ir siempre dos pasos por detrás de los acontecimientos.
Nada nos decía que los militares no hubieran hecho con el ayuntamiento lo mismo que hicieron con el laboratorio. Una vez más todo era a cara o cruz, posibles probabilidades y nunca verdades exactas; o te arriesgas o no.
Ya teníamos un objetivo, ahora nos faltaba salir de aquí.
Nos dirigimos a las escaleras de emergencia, las mismas por las que habíamos entrado hace días. Al acercarnos, unos golpes retumbaron desde el otro lado, algo la golpeaba desesperadamente. Nos habíamos olvidado de la sangre que habían vertido los militares en la puerta principal, esta había atraído a los zombies de los alrededores, creando una trampa en la que todos entraban y ninguno salía.
Sebas gritaba que estábamos atrapados, que moriríamos en aquella tumba. Ana intentaba tranquilizarlo, pero no escuchaba, se desahogaba golpeando todo lo que se pusiera en su camino.
Yo había ayudado a supervisar el laboratorio cuando se estaba construyendo. Existía una segunda salida: la azotea. El laboratorio contaba con una pequeña pista de helicópteros; se añadió a la construcción por su cercanía con el bosque, sería crucial en un salvamento forestal. Existía un pequeño problema, que la puerta se abría o bien a través de una llave maestra, que no teníamos; o de forma electrónica.
El circuito eléctrico estaba en las últimas, era lo que mantenía la jaula de Alex y Jesús activas. Si lo manipulábamos para abrir la puerta de la azotea, estaríamos dejando libre a un asesino voraz, además de que no había garantías de que una vez estuviéramos arriba pudiéramos salir.
Sebas y Ana bajaron la cabeza, el golpe con la verdad les había mermado su moral luchadora. Se fueron a sus habitaciones, había que tomar una decisión.
En lugar de refugiarme en el silencio de mi cuarto, me acerqué al área de contención donde Jesús estaba tirado en el suelo, su rostro estaba desencajado, su cuerpo necesitaba carne cruda o el dolor nunca cesaría. Después de un buen rato consiguió sentarse cerca de la puerta, estaba tan débil que casi no podía levantarse.
Le conté la horrible situación en la que nos encontrábamos. Vi una sonrisa irónica en su cara, desde un principio Jesús había tirado la toalla, le hacia gracia que siguiera intentándolo, que aún guardara alguna esperanza después de tantos golpes bajos.
Estuve hablando con él durante horas, la verdad es que era una de esas conversaciones que hablas por hablar, simplemente para no sentirte solo o por silenciar los pensamientos negativos de tu mente.
Volvimos al tema del encierro y a la tesitura en la que nos encontrábamos sobre la azotea. Nos quedamos en silencio mientras nuestras mentes buscaban una solución. Cuando ya estaba levantándome para volver a mi cuarto, Jesús me espetó que intentaría mantener la puerta cerrada, que se apoyaría en ella usando sus últimas fuerzas. De esta manera, Alex ni siquiera se enteraría que la puerta se había abierto.
Entre bromas le insinué que dudaba de su fortaleza, él me observó con los ojos vidriosos, me hizo prometerle que después volvería para acabar con su miserable existencia, no quería seguir viviendo con ese dolor. Estaba cansado y hacia tiempo que no guardaba ni un milímetro de esperanza en su venoso cuerpo.
Querida prima, hace tiempo te hubiera dicho que jamás se me ocurriría hacer algo tan terrible, pero soy consciente de que pronto ese destino será el mío y por consiguiente yo también querría que acabaran con mi vida.

Un saludo.

Iria.

P.D.: Esta es la última noche en el laboratorio así que hemos organizamos una gran cena. Ana me preparó la carne muy poco hecha, aún babeaba sangre cuando la engullía. No te puedes imaginar con que ansia degusté cada trozo. Sebas se ocupó de la música; y como postre, teníamos licores de todo tipo.
Celebramos nuestra última cena como si no hubiera un mañana.

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Carta 27

Hola prima.

Una vez más, esta es la única manera que tengo para demostrarte que sigo viva, aunque no sé por cuanto tiempo.
Hoy he perdido a alguien importante. Sus últimos momentos me inspiraron para seguir luchando aunque arriesgue mi penosa e infecta vida si hace falta.
Su muerte me hace pensar en el verdadero sentido de la vida. Cuestiones que siempre consideré banales y hoy me han golpeado con el puño cerrado.
Ana, Sebas y yo llevábamos las mochilas cargadas de brebaje, latas de conservas y material del botiquín, teníamos que estar preparados para el camino que nos aguardaba.
Jesús hizo lo que prometió, se arrastró hasta la puerta y se sentó, aguantando en ella con el peso de su cuerpo. Su piel se había vuelto de ese extraño tono verdoso y las venas palpitaban con fuerza; le quedaba poco tiempo.
Estuvimos de acuerdo en que necesitaría mucha fuerza para poder mantener a Alex a raya cuando la puerta se desactivara, así que cogimos dos trozos de carne cruda, una más pequeña que otra y en cuanto dejara de brillar la luz roja de aislamiento se los arrojaríamos. Guardamos el trozo más grande para Jesús, pensando que así ganaría más fuerza.
Sebas estaba con la carne preparada, Ana esperaba en la puerta que daba a la azotea y yo me ocupaba del cuadro de luz principal. Todo tenía que estar perfectamente sincronizado. Respiré hondo, conté hasta tres y grité: “Yaaa”.
La luz se fue, Sebas abrió la zona de aislamiento empujando brevemente el cuerpo de Jesús, arrojó los dos trozos; el pequeño lo más lejos posible. Los ojos de Alex se encendieron como una hoguera y corrió detrás de él. Jesús le arrancó el trozo que le pertenecía con desesperación.
Ana abrió la puerta de la azotea y empezó a subir. Tenía que ser la primera en encontrar una vía de escape.
Corrí como si no hubiera un mañana hacia las escaleras, casi a la par estaba Sebas, su mochila era la más pesada, por lo que no conseguía adelantarme. Saltamos hacia el interior de las escaleras, cerramos la puerta y Sebas apoyó su mochila sobre ella. La idea era poner el mayor número de trabas posible e impedir que Alex subiera a por nosotros.
Ya veíamos la luz del exterior cuando escuchamos un horrible rugido y un grito. Me imaginé a Jesús luchando ferozmente contra Alex para impedirle pasar.
Mi último escalón coincidió con un portazo a pocos metros de nosotros. Alex había llegado al pie de las escaleras, estaba subiendo.
Ana gritaba desesperada para que corriéramos hacia donde se encontraba, había visto algo en la fachada.
Sebas y yo corrimos sin ver la sombra que venía hacia nosotros.
Al llegar a la altura de Ana, bajamos la mirada hacia donde ella nos señalaba. Tuvimos un golpe de esperanza seguido de una puñalada de horror. Había una escalera de incendios que serpenteaba hacia el suelo. En el último tramo nos cortaba el paso una puerta metálica que impedía que nadie subiera y al otro lado dos zombis caminaban buscando comida.
O nos enfrentábamos al zombi de Alex o a esos dos de la calle. No había escapatoria posible.
Ana fue la primera en bajar, después Sebas. Yo, al ser la última, fui la única que vio la sombra de nuestra amenaza llegar a la azotea. Vi como husmeaba el aire buscando nuestro olor. Para mi sorpresa, no sólo Alex nos buscaba, Jesús babeaba un líquido negro oscuro, sus ojos habían perdido toda humanidad. Alzó la nariz para buscarnos.
Creí que mi olor los despistaría, a Alex por lo menos si, pero Jesús, que en su inconsciente asocio su propio olor infectado con el mío, enseguida me localizó.
Bajé las escaleras gritando que ya venían. Sebas fue el primero en observarme con los ojos abiertos, llenos de incredulidad, mientras movia la cabeza hacia los lados. Comprendió lo que mi frase encerraba, yo no hablaba en singular, sino en plural.
Llegamos al primer descansillo, Ana nos esperaba con las manos en las rodillas intentando recuperar el aliento. Escuchamos un grito que nos heló la sangre. Los tres alzamos la mirada sobre nuestras cabezas. Eran Alex y Jesús que, juntos como hermanos, intentaban llegar hasta nosotros. Tenían las manos estiradas y empujaban sus cuerpos putrefactos.
Seguimos bajando, escuchamos un segundo grito, esta vez venia de abajo. Los dos zombies de la calle estaban en la puerta metálica y usaban toda su fuerza para empujarla. Sus manos se colaban por las barras intentando alcanzarnos.
Por un momento, parecía que estaba viendo una película antigua donde revivía la típica imagen que aterrorizaba a los telespectadores.
Llegamos al siguiente descanso, unas escaleras más y estaríamos matando a los zombies que estaban esperándonos.
Escuchamos un golpe seco, como algo que se había caído sobre nosotros, justo en el primer descansillo. El golpe se volvió a producir seguido de un leve quejido. Levantamos las cabezas y sobre nosotros vimos dos cuerpos tendidos en el suelo que intentaban levantarse como una cucaracha.
Sebas le tapó la boca a Ana en el momento que la abría para gritar. Nos movimos despacio, aprovechando que los huesos de esos dos estaban rotos y aún no sabían como ponerse en pie.
Llegamos a la planta baja. Nos separaba de la libertad una puerta metálica y las manos de unos zombies hambrientos.
Sebas agarró mi mochila, del interior sacó un cuchillo carnicero y con la mirada fija en las cabezas de esos monstruos, levantó el arma y se la clavó en la garganta a uno de ellos. Una fuente de viscoso líquido negro empezó a emanar.
El otro zombie agarró el brazo de Sebas y tiraba con fuerza para atraerlo hacia su mandíbula. Sebas aprovechó el momento en que el monstruo abría la boca para clavarle el cuchillo de forma ascendente; de esta manera le llegó directamente al cerebro.
El zombie con la garganta babeante se movía con lentitud; otro golpe de Sebas y la cabeza se separo del cuerpo con facilidad.
Escuchamos un golpe y las escaleras temblaron. Sabíamos que justo detrás de nosotros estaban ellos. Nuestros amigos, nuestros compañeros de aventuras que querían invitarnos a comer en donde nosotros somos el menú principal.
Sebas agarró a Ana y la ayudó a alzarse por la puerta, era la única manera de pasar. Había que ir con cuidado, pues la parte superior finalizaba en alambre de espino.
A continuación, Sebas subió a la puerta, con una mano apartaba el cable de espino y la otra me la tendía para que yo subiera.
Justo cuando me alzaba, sentí un golpe seco sobre mi espalda y como varias garras tiraban de mí.
Sebas y Ana gritaban al unísono. Sebas intentó alcanzarme pero el cable de espino se le clavaba en su piel y amenazaba con desgarrarle.
Las manos de Alex y Jesús me apresaban como garras. Sentí los dientes de Alex en mi carne. Cuando la sangre brotó, apartó su boca y, como si hubiera probado carne en descomposición, empezó a escupirla. Jesús hizo lo mismo cuando mi sangre manchó sus labios.
Sebas aprovechó ese momento para lanzarse sobre ellos, le clavó el cuchillo en el pecho a Alex. Esté gritó con furia y le lanzó un zarpazo en el rostro. La sangre brotó de la frente y las mejillas de Sebas, ese agradable olor llegó hasta mí como el de un pastel recién hecho. Si yo sentía hambre, Alex y Jesús debían sentir el doble.
Alex, con el cuchillo aún clavado en el abdomen, agarró a Sebas y lo atrajo hacia su boca. Sebas propinó patadas y golpes, pero estaba indefenso ante el hambre descomunal del zombie.
Corrí hacia él, sabia que a mi no me morderían, ya han probado el sabor infecto de mi sangre y les repugna; pero estaba demasiado lejos. Ya casi podía ver como Alex cerraba su mandíbula alrededor de la carne de Sebas.
Jesús, que se había mantenido inmóvil, se acercó a Alex y le golpeó la cabeza con brutalidad.
Alex, aturdido, se giró lentamente. Jesús le arrancó el cuchillo del estómago y lo clavó en el cuello varias veces, hasta que la cabeza le quedó colgando hacia atrás. Finalmente el cuerpo de Alex cayó al suelo burbujeando sangre negra.
Sebas y yo observamos a Jesús, parecía tener un segundo de humanidad, un momento de lucidez. Durante ese segundo comprendí lo que sus ojos me gritaban: “cumple tu palabra, me lo prometiste”.
Esa frase cayó en mí como una losa. La promesa que le había hecho a Jesús el día anterior. Su humanidad ya casi era un breve destello en la oscuridad. El quería morir como un ser humano, no como un monstruo.
Agarré el cuchillo de carnicero del suelo y me dirigí hacia Jesús. Sabia donde tenía que golpear para que su sufrimiento finalizara. Me coloqué en su espalda y alcé el cuchillo lo suficiente para que quedara en medio de su cuello, entre las vértebras.
Observe como el cuerpo temblaba, no por lo que iba a ocurrir, si no por que estaba usando todas sus fuerzas para no saltar sobre la exquisita carne de Sebas; su sangre estaba desquiciándonos a los dos.
Respiré hondo y clavé el cuchillo entre las vértebras, girándolo a la vez. Escuché un crujido y el cuerpo de Jesús cayó inerte al suelo.
Me arrodillé a su lado observando la sangre de su herida, casi no quedaban gotas rojas en ella, la oscuridad babeante la estaba engullendo. Acaricié sus cabellos, y desee tener un final tan limpio como el que él había tenido.
Me impresionó como mantuvo a raya al monstruo que llevaba. Cuando lo vi en la azotea, pensé que lo había perdido para siempre, pero un virus no merma el espíritu humano. En el último momento consiguió fuerzas para encontrar el suspiro que le quedaba en su alma y así morir como un hombre.
Prima, todo esto me hace pensar en la vida, en la muerte y en lo que somos o cual es nuestro papel en este mundo. Ya sé que son preguntas con miles de respuestas que nos pueden llevar varias vidas discutir sin encontrar un atisbo de resolución en ellas.

Un beso

Iria.

P.D.: Hemos llegado al pueblo. Hay algo en el aire que nos produce horror, no sé explicar que es. Nuestros sentidos y nuestra mente nos gritan que salgamos de aquí; pero aún no podemos, tenemos que llegar al ayuntamiento, tenemos que descubrir el porqué de todo esto.

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Carta 28

Hola prima:

A cada paso que doy solo veo muerte y carne podrida. Pierdo las esperanzas de que haya gente con vida en este lugar maldito.
Estamos cerca del ayuntamiento. No ha sido fácil llegar. Las carreteras son inseguras, cada pocos metros nos encontrábamos con un grupo de zombis que se movían sin rumbo. Tomamos caminos secundarios, eran más seguros.
Intentamos esquivar algunos zombis, otros nos localizaban enseguida, estaban tan hambrientos por la escasez de humanos que tenían los sentidos agudizados.
Yo misma tuve que matar alguno, entre ellos estaba Elena. ¿La recuerdas? Era una niña tímida y retraída, hacia mucho tiempo que no la veía. Tuve que golpearle el cráneo hasta reventarlo.
Sebas y Ana parecen haberse hecho no solo más fuertes, sino también amigos inseparables. Es poético que entre caníbales y sangre aún haya tiempo para el tonteo. Supongo que es la única manera de no volvernos locos. Luchamos para imaginarnos que un futuro es posible. Aunque en mi caso esa idea es una falsa ilusión.
Nos adentramos en las callejuelas que nos llevaban al ayuntamiento, acercándonos sigilosamente.
El ayuntamiento estaba al otro lado de la esquina, estábamos muy cerca. Cuando observamos la calle principal nos dimos cuenta de que era un acto suicida, había una horda bloqueando el camino. Estaban quietos, parecía que esperaban a que algún humano se acercara despistado y así atacarlo al unísono.
El plan era pasar desapercibidos a través de ellos, algo muy arriesgado. Esos monstruos estaban muy desesperados por un bocado de carne.
Ana y Sebas se embadurnaron de sangre coagulada de zombi, tenían un aspecto asqueroso. Su olor humano se mitigaba pero no desaparecía. Les dije que no podían venir, si pusieran un pie en esa calle estaban muertos.
Existía otra opción. Yo podía ir por la calle principal y esquivarlos a todos. Al fin y al cabo, cada día huelo más a ellos. Cuando llegase al ayuntamiento, les dejaría entrar por una de las ventanas traseras.
Para ellos era mas seguro ir por la calle paralela, su olor humano cuanto más lejos mejor, la sangre zombi es una mala máscara y no dura mucho.
Me moví muy despacio, manteniendo mi respiración al mínimo, ellos no respiran, no sudan y sus corazones no palpitan. Pasé entre ellos, intentando no tocarlos, mis pasos debían ser tan lentos como mis movimientos.
Alguno movía sus ojos hacia mí, entonces me quedaba un momento quieta, observando a la nada, como hacen ellos y cuando ya no causaba su interés, volvía a ponerme en camino.
Era muy repugnante, había zombis que les faltaba extremidades, algunos tenían el rostro devorado, sus cabezas estaban abiertas, o con las entrañas colgando. La mucosidad negra chorreaba por sus poros y las venas palpitaban con rapidez. Deseaba salir de ahí lo antes posible, empezaba a ponerme muy nerviosa. Me faltaba el aliento.
Cogí el pomo de la puerta principal. Algo se movió a mi espalda, me giré y los vi. Toda la horda zombi tenía la cabeza girada hacia mí. Era mejor estar quieta, muy quieta. Los zombis no abren puertas.
Ellos no tenían prisa, no se cansan, así que esperé y esperé, hasta que mis piernas temblaron. No podía seguir controlando mi respiración y mi corazón golpeaba fuertemente mi pecho.
Debía tomar una decisión. Me armé de valor; de un golpe abrí la puerta, me arrojé hacia el suelo y la cerré de una patada. Escuché a la horda moverse, esperé a que intentaran entrar, pero se quedaron al otro lado.
Corrí a la ventana que daba al otro lado del a calle. No fue difícil hacerlos entrar, la ventana estaba rota hacia el exterior, alguien habrá escapado por ella.
Primero subió Sebas y ayudó a Ana. Llevaban un buen rato esperando, temían que me hubiera pasado algo.
El despacho del alcalde estaba en la planta superior, a la derecha. La entrada principal era muy amplia, si se escondía algún demonio en el interior nos olería al momento. Teníamos que ser cautelosos.
Había varias puertas abiertas mostrando su interior. Cada habitación contaba una sangrienta historia. Los restos de sangre y trozos de carne putrefacta bañaban las paredes y el suelo. Había pequeños objetos desperdigados, como si los usaran como balas hacia alguien o algo.
Subimos los peldaños observando la parte superior de nuestras cabezas, no queríamos sorpresas.
La planta superior mostraba un aspecto terrorífico, marcas de manos ensangrentadas en las paredes cerca de enormes riegos de sangre seca. Las moscas tenían todo un festín.
Abrí la puerta del despacho. El hedor era espantoso. Sentado en la silla principal estaba el cadáver putrefacto del alcalde. Los sesos estaban desparramados por las paredes del fondo. Se suicido al saber el final que le esperaba. Fue inteligente.
Sobre su mesa había una carpeta abierta con varios documentos, en el encabezado de ellos había varias siglas y la palabra perforación. En un lateral de la carpeta había un CD. Ana encontró un portátil en el último cajón del escritorio.
Hace tiempo que no hay energía en el pueblo, pero si ese portátil aún tenía batería podíamos usarlo. Sebas apretó el botón mientras lo observábamos con atención. Cuando la luz se puso de color azul me apreté los labios. Estábamos tan cerca…
Nos sentamos en el suelo, lejos de pútrido cadáver y esperamos a que la imagen apareciera.
Al principio todo era negro. Después se escucharon voces que salían del ordenador y al poco rato se vio la primera imagen. Aparecía el alcalde, varios operarios, el encargado de la obra, algunos obreros y cuando la cámara giró, pudimos ver quien la sujetaba, era Ricardo.
Estaba cerca de un enorme agujero en la tierra e introdujo la cámara en él. Durante varios minutos, lo único que se vio fue la luz de la cámara golpeando la piedra negra y gris.
Sebas quería adelantar la imagen, quería llegar al momento culmen. Ana observaba con impaciencia, señalando cada sombra que veía.
Al fin las piedras desaparecieron y en su lugar había un enorme lago de aguas negras. Al principio no nos dimos cuenta, pero al parar la imagen vimos algo extraño en la gruta. Algo oscuro. La linterna de la cámara no mostraba piedras sino algo reflectante que brotaba de las grietas, como un río de sangre negra que caía hacia el agua.
La cámara ascendía rápidamente, veíamos como la imagen pasaba a gran velocidad. Antes de que la cámara llegara arriba, escuchamos gritos. Era el alcalde y Ricardo. Se peleaban por paralizar las obras hasta que fuera analizado el fluido negro, era un riesgo para la salud. El alcalde hablaba de plazos y de las perdidas económicas para el pueblo. Ricardo amenazó con no firmar su consentimiento, ya que quizás las pérdidas del pueblo serian humanas. El alcalde cerró la boca apretando los dientes de rabia.
Se vio como Ricardo agarraba la cámara y exclamaba una frase de asco. Su mano estaba llena de un moco negro que cubría su piel, una piel llena de heridas abiertas y numerosas grietas.
Ricardo no lo sabia, pero en ese momento se convirtió en el Sujeto 0. Seguramente los restos que estaban sobre la cámara son los que llevó a Carmen para que la analizara.
No quiero pensar en que ocurriría si esa agua se hubiera declarado potable y hubiera recorrido los pueblos colindantes.
Así empezó esta pesadilla. No es culpa de un agente tóxico inventado por científicos, como aparecen en las películas. Ni por experimentos radiactivos. Es algo que está en la naturaleza, algo que nace de sus entrañas debajo de este pueblo.
Prima, nos hemos atrincherado en el ayuntamiento mientras decidimos que hacer. Te suplico que mandes estas cartas a nuestro amigo David a la universidad, él sabrá como proceder.

Un beso.
Iria,

P.D.: Escuchamos sonidos procedentes del sótano. No estamos solos.

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Carta 29

Hola prima:

Al oír esos murmullos tan cerca sentimos como la esperanza nacía, era la primera vez en mucho tiempo que escuchaba la voz de otro ser humano.
Prima, hay personas intentando sobrevivir al igual que nosotros. ¿Cuántos serán? ¿Cómo habrán sobrevivido? Mil preguntas se amontonaban en mi mente. Apuré el paso, quería verlos, saludarlos, conocerlos.
Sebas me agarró del brazo. Me detuve mientras giraba la cabeza hacia donde él y Ana tenían la vista clavada. Desde una ventana que daba a la calle principal se veía un destello rojo que bailaba dulcemente, una luz que se acercaba a nosotros. A los pocos segundos escuchamos una explosión, el fuego penetraba en el edificio lamiendo los muebles y las cortinas, propagándose con voracidad.
Ana nos gritó: “correr”.
Antes de que terminara de hablar ya estábamos saltando por la ventana. Con cada paso que me alejaba del ayuntamiento sentía una punzada de dolor. Ahora que habíamos encontrado supervivientes, que la esperanza crecía, me alejaba de ella como si fuera la peste.
Los vi al cruzar la calle. Eran militares con trajes ignífugos que portaban lanzallamas. Estaban quemando la horda de zombis que minutos antes había esquivado. Los pobres condenados intentaban escapar, pero sus pasos y movimientos eran lentos y torpes, chocaban entre ellos mientras gruñían. Me di cuenta en ese momento, los había deshumanizado, los trataba y los veía como monstruos a los que gustosamente habría quemado con mis manos, pero esos gruñidos y ese afán de supervivencia significaba que su instinto primario estaba intacto, me hizo preguntarme hasta qué punto eran o no humanos.
El olor a carne quemada invadía todo el pueblo, y la enorme humareda llego al cielo con una nube negra. No nos quedamos para ver el final, ya lo sabíamos.
De repente las temperaturas subieron y el aire era irrespirable. No los veíamos, pero había muchos más focos de fuego desperdigado por el pueblo. Era la manera más rápida de eliminar cualquier prueba o rastro de lo ocurrido en este lugar. Querían hacernos desaparece a ojos del mundo, como si fuéramos una vergüenza o una plaga que debe ser eliminada.
Todo el pueblo brillaba en tonos rojizos. Se escuchaban horribles gruñidos que nos desgarraban. Nosotros habíamos vivido aquel infierno y se nos hacia un nudo en la garganta al escuchar a nuestros vecinos gritar, ¿Cómo podían los militares quemarlos vivos sin pestañear?
Reptamos con cuidado por varias calles. Hubo un momento en que los tres nos quedamos quietos, escuchando una voz suplicante, era de una mujer que se encontraba en el interior de una casa de dos plantas. Era una superviviente, se había mantenido oculta en aquel lugar durante todo este tiempo. La mujer suplicaba a alguien que no la matara, acto seguido escuchamos sus gritos de dolor.
Ana agarró la mano de Sebas con fuerza, ya sabíamos cuál sería nuestro destino si nos encontraban.
Ya faltaba poco para salir del pueblo, sólo una calle más y accederíamos al monte a través de una parcela donde descansaba la estructura de una casa que jamás sería terminada.
De entre los matorrales, salió un soldado que se estaba abrochando el traje, seguramente había parado para orinar. Nos los encontramos de frente, nosotros tres y él. En su mano llevaba el lanzallamas, si apretaba el gatillo estábamos muertos.
Sebas observaba el lanzallamas, creo que pensaba lanzarse sobre el militar para arrancárselo de las manos. Ana estaba temblando y yo solo observaba, sabía que llegaría el final en algún momento, pero quería vivir un minuto más.
Ante esa tensión no nos dimos cuenta que detrás del militar algo se estaba moviendo. Un gruñido y dos zombis salieron de detrás y se abalanzaron hacia él. El hombre apretó el gatillo esperando quitárselos de encima, pero ellos seguían desgarrando y arrancando el traje ignifugo que lo protegía.
No sé cómo termino la pelea, corrimos con todas nuestras fuerzas hacia el monte, necesitábamos escondernos de todos ellos. Teníamos que ponernos a salvo. Nos faltaba el aliento y el corazón golpeaba nuestro pecho como si quisiera escapar.
De repente sentí un dolor puntiagudo en el estómago, ya casi se me había olvidado lo horrible que era. Me paré en seco mientras palpaba mi vientre hinchado y duro. Estaba tan hambrienta.
Ana y Sebas se pararon a unos metros. Me observaban preocupados, pero también precavidos. Son listos, saben que en esos momentos de hambre me cuesta ser yo misma.
Respiré profundamente varias veces, pero el olor a carne quemada volvía a darme hambre, creí volverme loca. Estuve de cuclillas durante un buen rato.
Sebas se sentó sobre un tronco caído, abrió su mochila para coger unas latas de conserva y un trozo de jamón que había robado de una charcutería abandonada, era la única pieza de comida que no estaba manchada de sangre.
Me arrojó el jamón mientras él y Ana comían las latas. Lo agarré con ambas manos, lo metí en la boca y lo desgarré; como si fuera un animal arranqué cada trozo y lo engullí con sumo placer. Me sentía liberada, el dolor, el cansancio, las preocupaciones, todo desaparecía, nunca había probado las drogas, pero la sensación sería como esta.
Engullí toda la carne, no me pare a pensar en dejar un poco para ellos, solo quería sentir esa sensación de paz que me embriagaba. ¡Ojalá pudiera sentirme así todos los días!
Mantuve las distancias con ellos, habían visto al monstruo que escondía en mi interior devorando con avidez aquella suculenta carne, mientras pequeños trozos salpicaban mis manos, los cuales luego lamí con gula.
Al cabo de un rato Ana se acercó y me pidió que me quitase la camiseta. Estaba en el limbo y no tenía ganas de decirle que no. Ana observó mi tórax y mi espalda, incluso me levantó el cabello de la nuca y el de detrás de las orejas. Después le hizo una señal a Sebas.
Los vi a los dos con cara de preocupación. Yo estaba en una nube y sus rostros me obligaron a salir de ella. Varias venas enormes e hinchadas nacían desde mi pecho y espaldas hasta el hombro, también unas más finas que hacían un extraño tejido enredado que iban desde mi pelvis hasta el cuero cabelludo.
Ana agarró la linterna, y me la situó justo en los ojos, quería ver la reacción de la pupila. No sé qué vieron los dos, pero se echaron hacia atrás. Después cogió una hoja limpia de un árbol y me pidió que escupiera.
Hasta yo me di cuenta, al ver el tono grisáceo de mi saliva, de que mi viaje llegaba a su fin.
Creo que era hora de tener ese tipo de charlas que nadie quiere tener sobre cómo quieres que sea tu muerte.
Antes de abrir la boca Ana me interrumpió. Me tendía una botella de agua mientras nos señalaba un punto en el monte.
—Hay un monasterio —dijo—. Está algo lejos y escondido, pero creo que es un lugar seguro.
—No te veo asistiendo a misa —Sebas le dio un pequeño empujón.
—Es una zona estupenda para buscar especies de plantas —se excusó—. Solía ir con mis compañeras de botánica
¡Bueno! Me dije para mis adentros, no soy religiosa, pero no es un mal lugar para morir.

Iria.

P.D.: Prima, esto llega a su fin, por favor quédate un día más conmigo.

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Carta 30

Hola prima:

Me tienes que disculpar, pero tengo que poner mi mente en orden. Los últimos acontecimientos nos ha arrancado la poca fortaleza que quedaba en nuestro espíritu.
Caminamos entre los árboles, cautelosos y atentos por temor a lo que podía esconderse detrás de cada matorral. Nos movíamos por caminos alternativos, Sebas tenía las sospecha de que los militares frecuentaban la carretera, pues nos habíamos encontrado una mancha enorme de aceite unos metros atrás.
Ana estaba a mi lado con una sonrisa sincera, yo me preguntaba por qué no me abandonaba y me dejaban en la retaguardia. Ahora mismo solo soy una carga, una bomba a punto de explotar.
No se lo dije, pero su compañía me reconfortaba, me hacía sentir que aún era humana.
Sebas estaba a unos pasos por delante y cuando consideraba que la zona estaba despejada hacíamos un pequeño descanso. Creo que se sentía como el protector de alguna película, no quise decirle que mi olfato era capaz de localizar a un pútrido o a un humano a metros de distancia. Quería que siguiera con esa sensación de matón, le iba bien el papel.
Tengo que decirte prima, que me producían gracia las miradas que Sebas le lanzaba a Ana, las cuales eran devueltas con timidez. Parecían dos colegiales que no eran capaz de dar el paso, pese a que era más que obvio.
Nos detuvimos a comer. Sebas seguía administrando el jamón, me daba pequeños trozos, lo justo para calmar mi voraz apetito. En cuanto el trozo rozaba mi lengua entraba en un estado de éxtasis. La oscuridad desaparecía, pero la luz me cegaba; no existía ni el bien ni el mal, sólo el ahora.
Estaba en pleno frenesí cuando olí algo que se aproximaba veloz. Sebas se paró y observó el camino principal, no había duda, un coche se estaba acercando. Nos escondimos detrás de unas zarzas esperando a que el conductor siguiera su rumbo sin percatarse de nuestra existencia.
Vimos un jeep militar con dos personas que movían las manos con violencia, parecían muy alterados. Estaban tan concentrados en la carretera, que no se percataron de que unos ojos los observaban temerosos.
A los poco segundos, apareció otro vehículo a toda velocidad, en su interior iba un militar con cara de pocos amigos, intentaba alcanzar al primer vehículo.
Sebas nos murmuró que fuéramos cautos, pues nos movíamos en la misma dirección. Retomamos la marcha cuando un sonido sordo nos alertó. Se había producido a pocos metros de donde nos encontrábamos.
Ana aceleró el paso hasta correr en dirección al sonido, intentamos detenerla, pero nos gritó que alguien podía necesitar ayuda. ¿Cómo no? Ana era una doctora de pies a cabeza, ayuda a quien fuera sin pensar en su seguridad.
No tardamos en ver a uno de los vehículos fuera del camino, tenía las ruedas desinfladas y el capó completamente hundido contra un grupo de árboles. Reconocimos el segundo vehículo.
Sebas señaló una pared de piedra desgastada por los años y la climatología. Estábamos enfrente al monasterio. Al fin lo conseguimos. Eran muros fuertes y gruesos, la puerta de madera maciza con pequeños relieves metálicos, las ventanas eran altas y estrechas con hermosos dibujos sobre la crucifixión. Unos metros más y estaríamos a salvo.
Ana nos gritó que la ayudáramos. Estaba al lado del coche accidentado, intentaba abrir la puerta atascada. En el interior había un militar, tenía la cabeza apoyada sobre un airbag desinflado, estaba inconsciente y varias lenguas de sangre recorrían su rostro.
Sebas agarró a Ana por los hombros y le dijo que era mejor dejarlo, si había uno, pronto llegarían sus compañeros.
Me acerqué por la puerta del acompañante y empecé a tirar, Sebas me lanzó una mirada asesina mientras Ana me sonreía agradecida.
Sacamos las medicinas y las vendas de la mochila; Sebas no paraba de murmurar y de maldecir a todo lo que se encontraba. No se fiaba de ningún militar, para él, ayudarlo era una sentencia de muerte.
Le quitamos la ropa manchada de sangre, le cosimos una enorme brecha que tenía en el mentón y le tapamos la herida de la frente.
No tardó en despertarse. Ana le ayudó a sentarse mientras le observaba atentamente el color de las mejillas y las pupilas.
Le hizo pequeñas preguntas por si había algún derrame cerebral. Gracias a ellas supimos que se llamaba Pedro y trabajaba en la base militar, estaba persiguiendo a unos chicos que habían escapado a la purga del pueblo.
Sebas se acercó sonriendo al ver lo rápido que respondía a nuestras preguntas. Podíamos aprovechar su desorientación para sonsacarle información. Y así fue, prima.
Mientras el militar intentaba volver en si, pudimos descubrir que estaban eliminando a todos nuestros vecinos por miedo a que se propagara la enfermedad, como él dijo: “la muerte de unos pocos por la supervivencia de muchos.” Yo misma le pregunté por los avances médicos, pero para él solo existía un antídoto para los infectados, una bala en la cabeza.
Ana le colocó un paño húmedo en la nuca. Pedro se llevó las manos a las rodillas y se levantó lentamente. Esperó unos segundos antes de dar los primeros pasos, su equilibrio tardaba un poco en volver a la normalidad. Apoyó la mano sobre un tronco que tenía cerca, aún le daba vueltas la cabeza.
Me escondí detrás de unos árboles a la espera de que no me viera, no quería que mi aspecto lo alertara.
Preguntó quiénes éramos, Sebas le respondió bruscamente mientras zarandeaba un enorme palo. No tardó en deducir que éramos unos supervivientes de la purga. Por un momento, el aire se había hecho irrespirable. Pedro observó a Ana y a Sebas con ironía, finalmente dijo que no saldríamos de la zona de cuarentena con vida, estaba muy malherido para comenzar una pelea sin sentido.
Ana observaba a Sebas sonriendo, le guiñó un ojo. Sebas le respondió levantando una ceja, seguía sin fiarse.
Me mantenía en mi escondite hasta que vi como Ana corría satisfecha de su buen hacer hacia donde me encontraba.
Bajé la cabeza para que el militar no me viera, pero era tarde, Pedro se llevó la mano al tobillo. Le habíamos quitado todas las armas, no contábamos con que escondiera una más.
La levantó y me apuntó. Sebas le gritó que bajara el puta arma, sin embargo Pedro seguía con la mano estirada y el pulso firme.
Cerré los ojos y esperé a que la bala me hiriera. Por lo menos moriría antes de convertirme en uno de esos monstruos. En ese momento sonreí, todo iba a terminar.
Los segundos pasaban, ya debía estar muerta. Abrí los ojos y vi como Ana caía al suelo bruscamente golpeándose con las raíces de los árboles. Su jovial cuerpo dejó de moverse mientras sus ojos se clavaban en los míos.
Me quedé paralizada observando el cuerpo inerte que descansaba a mis pies. El gritó de Sebas me arrancó del trance.
No puedo explicarte lo que sentí, fue una mezcla violenta que gritaba en mi pecho. Cuando mi cuerpo reacción fue para dar caza al militar que volvía a disparar, esta vez su pulso era vacilante. Una bala se alojó en mi brazo derecho. Ese picor molesto no me detuvo, seguí corriendo con la boca abierta, jadeando de impaciencia. Antes de que volviera a dispararme estaba sobre él, con mis dientes arrancando un trozo de su ser.
La carne desgarrada bajaba por mi garganta con voracidad. Nunca había sentido nada igual, era la delicatessen más increíble que había probado en mi vida.
Pedro gritaba de dolor mientras le arrancaba otro trozo con brutalidad.
Escuché un gritó a mis espaldas, Sebas me llamaba una y otra vez. Quería mandarlo a la mierda y seguir comiéndome aquel monstruo que había disparado a Ana. ¿Cómo se atrevía? Si no hubiera sido por ella estaría muerto, pero es algo que podía solucionar.
Sebas volvió a gritar, ¡que mosca molesta!. Giré la cabeza y sentí un disparo en el muslo, grité con una voz que no parecía mía, era algo grotesco y despiadado.
Vi con tristeza como Pedro se escabullía entre la maleza hacia el monasterio. Me levanté, pero la bala en el muslo me impedía moverme con rapidez.
Fui hacia Sebas cojeando. Entre sus manos descansaba el cuerpo de Ana, le apartaba los mechones de pelo de su rostro. Tenía los ojos cerrados, parecía estar dormida plácidamente. Me senté a su lado, intente acariciarla, pero Sebas me golpeó la mano.
Estaba roto de dolor, lloraba desconsolado mientras acunaba el cuerpo. Las moscas y otros insectos se acercaban atraídas por la muerte, yo las aplastaba, nada podía corromper ese cuerpo.
Me aparté de ellos, Sebas necesitaba estar a solas. Anduve unos metros hacia un claro desde donde podía observar el cielo gris; por primera vez en mi vida, supliqué: si mi destino era vivir, que fuera el tiempo suficiente para vengarme.
Lloré desde la lejanía, me despedí de ella con las palabras que salían de mi corazón, esperando que donde ella estuviera pudiera escuchar mis disculpas y mis maldiciones por haberse metido en el medio.
Sebas levantó el cadáver de Ana y me silbó. ¿Qué pasa, ahora soy un perro? Retomamos el paso hacia el camino principal. No podíamos dejar a Ana en medio del monte, ella se merecía algo mejor.
El monasterio es nuestra única salida.

P.D.: Prima, dame fuerzas para poder llegar hasta los militares, sólo deseo devorarlos, arrancarles la carne hasta el hueso, escuchar como sus gritos se convierten en sonidos de euforia para mis oídos.

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