Alicia
18/Jun/2012
bloody hand
15

Querida Sara,

Acabamos de celebrar vuestro funeral a la sombra de un castaño con vistas al monte, desde donde Miguel y tú podréis ver el atardecer, juntos, durante toda la eternidad. Si algún día despierto de esta pesadilla, prometo volver para poneros flores y charlar un rato con vosotros. Descansa en paz, querida hermana, porque aquí arriba acaba de empezar la guerra.

Cuando conseguí levantarme de la cama, le pedí a Lucas que me enseñara a disparar, pero, presa de los celos, se negó en rotundo. No es capaz de aceptar el hecho de que Sergio sea hetero y que esté enamorado de mí. Evidentemente, no puede culparme de las tendencias sexuales de nuestro amigo y mucho menos del hecho de que yo esté tan buena. Me duele que Lucas esté así, ¿sabes? Sobre todo porque cuando frunce el ceño, se pone tan guapo, que le mataría a besos. En fin, que lo de los tríos amorosos da para mucho en las pelis románticas, pero en la vida real es un auténtico tostón.

Al enterarse de mi interés repentino por las armas, Sergio, que parece totalmente ajeno a los sentimientos de Lucas, se ofreció a darme unas clases. Durante la primera hora los resultados fueron descorazonadores. En otras palabras, no daba ni una. Tras dos horas más de entrenamiento, había agujereado cientos de cosas, pero las botellas a las que apuntaba, seguían allí, perfectamente alineadas y sin un sólo rasguño. Cuando estábamos a punto de tirar la toalla, descubrimos por casualidad que había truco. Imagínate que quiero darle a una botella, pues Sergio me dice que dispare a la puerta verde que está a 5 metros y… milagrosamente el objetivo estalla en mil pedazos. La única pega es que necesito que Sergio esté conmigo para calcular las distancias y darle al zombi en lugar de a Lucas (aunque a veces me entren ganas de matarlo). Como te puedes imaginar, esto no ha hecho más que empeorar las cosas con Lucas, que no soporta que Sergio y yo formemos equipo.

Pese a nuestras diferencias, los tres teníamos claro que no podía haber piedad. Es decir, que si volvíamos a la casa donde os habíamos perdido, no podía quedar ningún zombi en pie, incluidos vosotros dos. Era la única forma. Propuse un asalto en plan Rambo, liándonos a tiro limpio con todo Cristo, pero los dos chicos estaban de acuerdo en que aquello era una completa locura, principalmente porque éramos sólo tres y vosotros ciento y la madre. Lucas sugirió quemarlo todo, recurriendo al típico escape de gas en la cocina. Sergio y yo acogimos la idea con entusiasmo, no sólo porque nos encantaba la idea de ver saltar la casa por los aires, sino porque ninguno de los dos nos veíamos capaces de pegaros un tiro ni a ti, ni a Miguel. De hecho, Sergio ni siquiera había sido capaz de contarnos cómo se había muerto su amigo. Cada vez que le mencionábamos el tema, bajaba la mirada y dejaba de hablar. Así que decidimos dejarlo correr.

Llegamos a la casa un poco antes de las diez de la mañana, cuando parecía que estabais celebrando una especie de festival zombi en el jardín. A juzgar por los rugidos, golpes y alaridos, el evento debía de ser la mar de interesante. Nos detuvimos un momento junto a la ambulancia que nos había llevado hasta allí, pero que había quedado inservible por la falta de combustible, y acto seguido nos dirigimos sigilosos hacia la casa. Sinceramente, no teníamos ningún plan, sólo una caja de cerillas, unas pistolas, municiones… y la determinación de llegar hasta la cocina con la esperanza de que en la bombona quedara el suficiente gas como para que todo saltara por los aires. Fue fácil entrar, pues todos os hallabais en el jardín. Es más, caímos en la cuenta de que de nada serviría que la casa explotara, si no estabais dentro. Así que Lucas propuso que Sergio y yo atrajéramos vuestra atención, mientras él la liaba en la cocina. La idea era que todos entrarais por la puerta principal, mientras nosotros escapábamos por la trasera.

Estabais tan enfrascados en vuestro evento matutino que nuestros gritos no consiguieron atraer vuestra atención, de modo que finalmente nos tuvimos que liar a tiros. Fue un poco estresante para Sergio, que tenía que disparar a la vez que me decía a dónde tenía que apuntar yo para dar a este zombi o al de más allá. Derribamos a un par de ellos y al poco, un enjambre de bestias enfurecidas se lanzaba en nuestra persecución. Llegamos a la cocina con la adrenalina por las nubes, pero allí no había rastro de Lucas, que no parecía haber encendido el gas, ni nada que se le pareciera.

Reconozco que pensé que nos había dejado tirados. Miré a Sergio, me miró, los zombis ya en el pasillo, apenas a unos pasos… Y he aquí que aparece Lucas de debajo de una mesa y simplemente nos dice que ya está y que nos vayamos de allí pitando. Pero, ¿de qué estaba hablando? Como no era el momento de explicaciones, nos limitamos a correr como locos hasta que Lucas nos dijo que ya era suficiente. Sara, si estabais allí, ni siquiera llegamos a veros.

La explosión fue apoteósica, mucho mejor que los fuegos artificiales de las fiestas o nada que hubiéramos visto en una película de acción. De hecho, era imposible que una simple bombona de butano pudiera haber hecho aquello.

—Resulta que mientras estabais haciendo vuestras prácticas de tiro —nos dijo Lucas ante nuestras miradas inquisitivas—, encontré unos explosivos. No os había dicho nada porque no estaba seguro de saber utilizarlos, pero lo importante es que ha salido bien, ¿verdad?

Su bomba no sólo había hecho un boquete enorme en la cocina y parte de la planta de arriba, de donde salía un humo blanquecino, sino que la casa también había perdido la mitad del techo. Los pocos zombis que salían tambaleantes, fueron blanco fácil.

No conseguimos recuperar vuestros cuerpos, pero hemos decidido haceros un funeral simbólico, junto al castaño que te he mencionado antes. Sergio insistió en pronunciar unas palabras y lo que hizo fue contarnos, al fin, cómo había perdido a Miguel hacía apenas unos días. Nos dijo que tras nuestra marcha, de alguna forma, los dos consiguieron abrirse paso hasta la casa. Se precipitaron escaleras arriba, donde se refugiaron en uno de los dormitorios, atrancando la puerta con un escritorio. Sin embargo, los zombis, que no eran tontos, sabían perfectamente dónde se habían escondido y pronto arremetieron contra la puerta, aporreándola con todas sus fuerzas. Saltar por la ventana no era una opción, dado que el jardín seguía atestado de enemigos. Así que sólo les quedaba el armario, donde uno de ellos podría refugiarse, confiando en que los zombis se olvidaran de él tras devorar al desafortunado que se había quedado fuera. O no. Pero no había tiempo para un plan más elaborado.

Miguel propuso que se lo jugaran a cara o cruz, pero no hubo tiempo ni de lanzar la moneda, ya que los zombis estaban a punto de irrumpir en el cuarto. Entonces Sergio, sin pensarlo dos veces, le dio un empujón a su amigo, lanzándole contra la puerta… y se metió en el armario, con la esperanza de que los zombis impidieran que Miguel pudiera quitarle el sitio. Y efectivamente, Miguel no tuvo la más mínima oportunidad. Aquellas bestias apenas tardaron unos segundos en entrar y abalanzarse sobre él. No se oyó ningún grito, sólo el sonido de huesos rotos y carne desgarrada, acompañado del olor a sangre y podrido. Sergio tuvo que hacer un gran esfuerzo para no perder la compostura, pero las náuseas que sentía no eran nada en comparación con su propio sentimiento de culpabilidad.

—Lo siento, Miguel —dijo Sergio entre lágrimas—. Tenía tanto miedo…

La suerte quiso que algún ruido atrajera a los zombis más que el olor a miedo proveniente del armario, de modo que se precipitaron escaleras abajo, olvidándose de él.

En las guerras no hay héroes, sino sólo un atajo de víctimas más o menos afortunadas. Aquí ya no existe ni El Bien ni El Mal, sólo estamos nosotros y esas bestias… y todo se limita a hacer lo posible para sobrevivir. No soy nadie para culpar a Sergio de lo que hizo, pues ya tengo que apechugar con mis propios errores y vivir con ello, pero vivir, al fin y al cabo.

Descansa en paz, allá donde estés. Nosotros seguimos aquí y esto es la guerra.