Querida Cristina;
Ha hablado. Por fin esa bruja lo ha confesado todo. Ha sido espantoso, cada palabra que salía de su boca era una tortura para mis oídos; como si quisiese devolverme todo el dolor que le he estado causando estos últimos meses. Al final he tenido que purificar su alma endiablada. Le metí agua bendita hirviendo directamente por el gaznate. Espero que ese diablo que le posee salga bien escaldado. Ahora dejaré que se pudra en esa cama para siempre. Debo preocuparme por cosas más importantes que esa desgraciada.
¿Se acuerda del ejército? Pues no vinieron por casualidad. Han vallado todo el pueblo, nos han dejado encerrados, y ni siquiera llegan alimentos de fuera (y tampoco tabaco, qué desgracia). Parece ser que esas pastillas que nos hacían tomar a diario las suministraban ellos, aunque sigo sin poder descubrir cuál es su composición.
Ahora todo encaja. El extraño comportamiento de los enfermeros, la desaparición de ancianos, las pastillas y, por último, la habitación del mal. Detrás de esa puerta se esconden todas las personas que han ido enfermando en el geriátrico; médicos, pacientes y hasta algún familiar que venía de visita. Todos han sido encerrados, poseídos y olvidados a su suerte. Es todo muy extraño, pero lo único que sé es que son agresivos y muy hambrientos. Y si te muerden, estás perdido.
Pobre Carla, pronto se endiablará como el resto y yo no puedo hacer nada por ella. Me veo incapaz de pensar en terminar con la vida de mi querida enfermera; se me había ocurrido encerrarla junto a los demás, pero existe un problema, el más importante de todo: la llave de la entrada principal está ahí dentro. La tiene sujeta al cuello uno de los enfermeros jefes; fue mordido y no tuvieron tiempo de quitársela.
Hermana, no sé qué hacer. Todo esto sólo lo saben la sra. María, usted y, por supuesto, yo. Y ahora me viene a la mente el sr. Roberto, que pronto también se convertirá. Qué hijo de puta el sr. Julián, seguro que sabía algo y ha estado ocultando la enfermedad de su hermano todo éste tiempo. No importa lo que me cueste y contra quién tenga que enfrentarme, no pienso pudrirme en éste sitio.
P.D.: Le deseo una feliz Navidad, aunque tampoco se cuándo llegará esta carta ni si Dios me dejará escribir una próxima, por lo que le felicito las fiestas por adelantado. Mándele recuerdos a toda la familia de mi parte. Le quiero, hermana.