Hermana;
Éstas últimas semanas me han hecho enloquecer un poco más. Cuando descubrí que la Sra. Ramona, la estanquera, no trajo tabaco, estuve unos días sin poder levantar cabeza. Al principio me enfurecí con ella y no le hablé, culpándole de mi tragedia. Ahora comprendo, aunque no por eso comparto, que lo único que quería era ponerse a salvo. El inconveniente que ha acaecido es que hay una boca más que alimentar, por lo que mis dolores de tripa van en aumento al mismo tiempo que mi peso baja. Y, para colmo, ya no puedo andar ni diez minutos sin que mi pierna me recuerde lo vieja e inservible que soy.
El Padre debió haber disparado la escopeta cuando estuvo a tiempo, así se habría terminado éste suplicio de una vez por todas.
Siento que El Señor me ha abandonado. Ramona nos ha relatado toda su historia desde que salieron las primeras criaturas, y perfectamente se podría utilizar como un cuento para asustar a los más valientes. Gente desaparecida, niños comiéndose a mayores, animales que se vuelven locos, comida putrefacta esparcida por las calles, casas abandonadas y ni un alma viva en el pueblo.
No debí haberme ido de mi casa. Al menos me reconfortaba poder dormir en mi cama, cambiarme de ropa cada día y recordar tiempos mejores, mientras compartía una lata de conserva con esos carcamales que ya están junto a Dios. Hasta estoy empezando a echar de menos a mis hijos, que todavía no sé siquiera dónde están. Quizá mi ignorancia hacia ellos es lo que está haciendo que ahora sufra terriblemente.
Al que veo sufrir en silencio es al cura. Es quien manda aquí, lo reconozco, pero llevar un grupo de desgraciados a su cargo seguro que está dejando huella en él. Se pasea por la iglesia y no habla mucho. Creo que está maquinando algo, su mirada me hiela la sangre.
Hace pocos días nos dijo que sería mejor abandonar la iglesia, que ya no era un lugar seguro. Me lo pensé, hermana, y al principio lo encontraba una locura. Verme en medio del pueblo, con mi bastón, mientras alguna de esas criaturas me persiguen (las cuales, ya sabe que son más rápidas que yo), no me da muchas esperanzas.
Ahora lo veo hasta sensato. Casi no nos quedan provisiones, y creo que tanto el cura como yo no aguantaremos mucho más sin nuestros vicios. Además, la Sra. Ramona quiere ir al ambulatorio para ver si su hija desaparecida se encuentra allí.
Yo sólo deseo que no nos encontremos en una situación peliaguda y tenga que aplicar la misma medida que realicé hará unos meses, con los ahora «viejos amigos» del cementerio. Puedo estar coja, ser vieja y no muy fuerte para defenderme sola ante lo que hay ahí fuera, pero cuando se trata de sobrevivir…
Al menos rece por mi alma, hermana, porque no sé si voy a salir viva ésta vez.
Aurora.