Aurora
04/Feb/2014
bloody hand
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Querida hermana;

La búsqueda de supervivientes ha alcanzado un punto muerto. Hace días que nadie se asoma por las calles.

La última persona que vimos con vida fue un hombre de mediana edad que cargaba contra esas criaturas a golpe de martillo. Llevaba una camisa roja a rayas y unos vaqueros medio rotos. De su calva le brotaba sangre y andaba con torpeza. Cayó después de tropezar con la tapa de una alcantarilla a medio cerrar, lo que les dio la oportunidad a esas criaturas para cogerle y comérselo ahí mismo. Pobre desgraciado, ni siquiera tuvo tiempo a decir unas últimas palabras. Desde donde estábamos no pudimos hacer nada. Si hubiese ido a las clases de tiro con Víctor y mis hijos ahora podría quedarme en los tejados armada con un rifle y arrancarles a cabeza uno a uno a esos malnacidos. Y hablando de ellos, ¿Dónde se encuentran los militares? Deberían estar limpiando el pueblo. Desde ese día en el geriátrico no he vuelto a ver ninguno. En cuando encuentre uno se va a enterar. Dejar a una pobre anciana sola y desamparada…

Éstas últimas semanas, Álvaro, Tamara y yo estuvimos debatiendo la idea de abandonar el ambulatorio para buscar supervivientes y encontrar una manera de salir de éste pueblo infecto. Desde hace un par de noches, escuchamos ruidos extraños que vienen del otro lado de la calle. Creemos que provienen de la Plaza de Toros. Así que ya estamos haciendo los preparativos para salir en unos días. Álvaro se está encargando de las armas y del equipaje pesado, yo de la comida y, ¡novedad! mis parches de nicotina (que conste que me están obligando, yo siempre prefiero mis queridos cigarrillos), y Tamara de recoger todo aquello que nos puede servir útil: toallas, jeringuillas, botellas de agua, bolsas de basura… cualquier cosa que podamos utilizar en pro nuestra.

Tamara es una chica un tanto tímida, aunque yo creo que es debido a quedarse en un estado de shock permanente. El otro día me estuvo explicando que tuvo que matar a su hijo de ocho años porque amenazaba con acabar con la familia. A su marido lo perdió el año pasado por culpa de un cáncer. No puedo sentir empatía por ella, yo odio a Víctor y a mis dos hijos, y no comprendo cómo alguien puede apegarse tanto a un recuerdo. Por culpa de su “humanidad”, ayer casi terminan con nosotros. Un niño infectado se le echó encima y Álvaro y yo tuvimos que ir en su rescate. Por poco no me muerden. Debería deshacerme de ella. Álvaro aún es útil, pero ella muestra demasiada debilidad y dudas.

Le dejo, hermana, que aún tengo muchas cosas que preparar.

Ahora que lo recuerdo, cuando esas criaturas se estaban comiendo al tío calvo me pareció ver la tapa de la alcantarilla cerrarse de golpe. No estoy segura de ello. A ver si tengo la oportunidad de convencer a Álvaro y a Tamara de echar un vistazo. De paso, intentaremos llegar hasta el buzón a echar algunas cartas atrasadas que tenemos.

Le quiere,

Aurora.