Querida Teresa:
Llevamos mucho tiempo aquí dentro y las cartas se amontonan en el escritorio. Aún no sé si te llegan, pero no quiero que te preocupes al no recibir noticias mías. Te juro que mañana, o pasado, te las mando todas.
Las cosas parecen querer tranquilizarse. Miguel afirma que no se ven zombis en la calle, pero no te puedes fiar.
La señora Aurora sigue dando vueltas por la iglesia, buscando algo que fumar. Creo que se ha decepcionado mucho al ver que Ramona no traía tabaco.
No soporto el sonido de su bastón, ni tampoco la presencia de la estanquera.
Al principio estaba muy nerviosa, pero el niño consiguió que se calmara. Nos contó todo lo que había pasado estos días, la desaparición de su hija, cuando su marido intentó matarlas, el tiempo que lleva huyendo de él y buscando a Rocío. Nos contó también cuando fue a pedir ayuda al señor Beltrán, y se encontró con la pequeña Candela, poseída por aquella rabia asesina. No le quedó mas remedio que matarla. Se echó a llorar, al recordarlo. Miguelín la consoló, como yo nunca podría hacer, leyéndole los Evangelios. Luego sacó su estúpido mapa, y empezaron a buscar los posibles sitios donde encontrar a su hija.
Nunca les diré que se encuentra en el patio de la iglesia, tendría que explicarles que yo la maté, y no estoy dispuesto a hacerlo.
No aguanto esta presión, necesito vino. He vuelto a buscar alguna botella en los escondites habituales, aún a sabiendas de que ya no queda ninguna.
Cada vez que me cruzo con la vieja, la entiendo mejor. Ella cojea con su pierna dolorida, y yo con mi alma atormentada.
Ahora, el muchacho se ha hecho cargo de todo, la limpieza, la organización, la comida…
Yo lo prefiero así, no tengo la cabeza para pensar. Cuando lo hago, solo recuerdo a aquella joven que vino a pedir ayuda a mi iglesia, bueno, a pedir ayuda o a comerme, ya no estoy seguro.
Los padres de Miguel estarían orgullosos si le vieran.
¡Malditos cabrones que intentaron comérselo!
Anoche acabamos con la comida que quedaba, Miguelín nos leyó el Éxodo, con su voz de tontito, y nos recordó que Dios estará con nosotros allá donde vayamos. Amén.
¡A mí me lo va a decir!
En fin, ya se han dormido todos. Está claro que mañana saldremos a por comida, va a ser un día muy largo. Tendremos que echar las cartas, la señora Aurora quiere ir al estanco a por tabaco, y yo a la taberna a por vino. El niño pretende llevar a Ramona al ambulatorio, a ver si Rocío está ahí.
Este imbécil nos va a meter en algún lío.
No estoy seguro de que la calle esté despejada de monstruos, pero está claro que mañana nos vamos a jugar el tipo. No me gustaría encontrarme con el soldado del mostacho.
Tengo miedo, hermana. Te quiero. Si puedes ayudarnos, por favor… No, mejor no hagas nada, si te encuentras bien, no pases por aquí.
Tu hermano Tomás.
P.D.: Padre, no te pido que le devuelvas su hija a Ramona, ambos sabemos que es imposible, solo te pido alcohol para mí, y tabaco para la anciana.