Carta 28

Hola prima:

A cada paso que doy solo veo muerte y carne podrida. Pierdo las esperanzas de que haya gente con vida en este lugar maldito.
Estamos cerca del ayuntamiento. No ha sido fácil llegar. Las carreteras son inseguras, cada pocos metros nos encontrábamos con un grupo de zombis que se movían sin rumbo. Tomamos caminos secundarios, eran más seguros.
Intentamos esquivar algunos zombis, otros nos localizaban enseguida, estaban tan hambrientos por la escasez de humanos que tenían los sentidos agudizados.
Yo misma tuve que matar alguno, entre ellos estaba Elena. ¿La recuerdas? Era una niña tímida y retraída, hacia mucho tiempo que no la veía. Tuve que golpearle el cráneo hasta reventarlo.
Sebas y Ana parecen haberse hecho no solo más fuertes, sino también amigos inseparables. Es poético que entre caníbales y sangre aún haya tiempo para el tonteo. Supongo que es la única manera de no volvernos locos. Luchamos para imaginarnos que un futuro es posible. Aunque en mi caso esa idea es una falsa ilusión.
Nos adentramos en las callejuelas que nos llevaban al ayuntamiento, acercándonos sigilosamente.
El ayuntamiento estaba al otro lado de la esquina, estábamos muy cerca. Cuando observamos la calle principal nos dimos cuenta de que era un acto suicida, había una horda bloqueando el camino. Estaban quietos, parecía que esperaban a que algún humano se acercara despistado y así atacarlo al unísono.
El plan era pasar desapercibidos a través de ellos, algo muy arriesgado. Esos monstruos estaban muy desesperados por un bocado de carne.
Ana y Sebas se embadurnaron de sangre coagulada de zombi, tenían un aspecto asqueroso. Su olor humano se mitigaba pero no desaparecía. Les dije que no podían venir, si pusieran un pie en esa calle estaban muertos.
Existía otra opción. Yo podía ir por la calle principal y esquivarlos a todos. Al fin y al cabo, cada día huelo más a ellos. Cuando llegase al ayuntamiento, les dejaría entrar por una de las ventanas traseras.
Para ellos era mas seguro ir por la calle paralela, su olor humano cuanto más lejos mejor, la sangre zombi es una mala máscara y no dura mucho.
Me moví muy despacio, manteniendo mi respiración al mínimo, ellos no respiran, no sudan y sus corazones no palpitan. Pasé entre ellos, intentando no tocarlos, mis pasos debían ser tan lentos como mis movimientos.
Alguno movía sus ojos hacia mí, entonces me quedaba un momento quieta, observando a la nada, como hacen ellos y cuando ya no causaba su interés, volvía a ponerme en camino.
Era muy repugnante, había zombis que les faltaba extremidades, algunos tenían el rostro devorado, sus cabezas estaban abiertas, o con las entrañas colgando. La mucosidad negra chorreaba por sus poros y las venas palpitaban con rapidez. Deseaba salir de ahí lo antes posible, empezaba a ponerme muy nerviosa. Me faltaba el aliento.
Cogí el pomo de la puerta principal. Algo se movió a mi espalda, me giré y los vi. Toda la horda zombi tenía la cabeza girada hacia mí. Era mejor estar quieta, muy quieta. Los zombis no abren puertas.
Ellos no tenían prisa, no se cansan, así que esperé y esperé, hasta que mis piernas temblaron. No podía seguir controlando mi respiración y mi corazón golpeaba fuertemente mi pecho.
Debía tomar una decisión. Me armé de valor; de un golpe abrí la puerta, me arrojé hacia el suelo y la cerré de una patada. Escuché a la horda moverse, esperé a que intentaran entrar, pero se quedaron al otro lado.
Corrí a la ventana que daba al otro lado del a calle. No fue difícil hacerlos entrar, la ventana estaba rota hacia el exterior, alguien habrá escapado por ella.
Primero subió Sebas y ayudó a Ana. Llevaban un buen rato esperando, temían que me hubiera pasado algo.
El despacho del alcalde estaba en la planta superior, a la derecha. La entrada principal era muy amplia, si se escondía algún demonio en el interior nos olería al momento. Teníamos que ser cautelosos.
Había varias puertas abiertas mostrando su interior. Cada habitación contaba una sangrienta historia. Los restos de sangre y trozos de carne putrefacta bañaban las paredes y el suelo. Había pequeños objetos desperdigados, como si los usaran como balas hacia alguien o algo.
Subimos los peldaños observando la parte superior de nuestras cabezas, no queríamos sorpresas.
La planta superior mostraba un aspecto terrorífico, marcas de manos ensangrentadas en las paredes cerca de enormes riegos de sangre seca. Las moscas tenían todo un festín.
Abrí la puerta del despacho. El hedor era espantoso. Sentado en la silla principal estaba el cadáver putrefacto del alcalde. Los sesos estaban desparramados por las paredes del fondo. Se suicido al saber el final que le esperaba. Fue inteligente.
Sobre su mesa había una carpeta abierta con varios documentos, en el encabezado de ellos había varias siglas y la palabra perforación. En un lateral de la carpeta había un CD. Ana encontró un portátil en el último cajón del escritorio.
Hace tiempo que no hay energía en el pueblo, pero si ese portátil aún tenía batería podíamos usarlo. Sebas apretó el botón mientras lo observábamos con atención. Cuando la luz se puso de color azul me apreté los labios. Estábamos tan cerca…
Nos sentamos en el suelo, lejos de pútrido cadáver y esperamos a que la imagen apareciera.
Al principio todo era negro. Después se escucharon voces que salían del ordenador y al poco rato se vio la primera imagen. Aparecía el alcalde, varios operarios, el encargado de la obra, algunos obreros y cuando la cámara giró, pudimos ver quien la sujetaba, era Ricardo.
Estaba cerca de un enorme agujero en la tierra e introdujo la cámara en él. Durante varios minutos, lo único que se vio fue la luz de la cámara golpeando la piedra negra y gris.
Sebas quería adelantar la imagen, quería llegar al momento culmen. Ana observaba con impaciencia, señalando cada sombra que veía.
Al fin las piedras desaparecieron y en su lugar había un enorme lago de aguas negras. Al principio no nos dimos cuenta, pero al parar la imagen vimos algo extraño en la gruta. Algo oscuro. La linterna de la cámara no mostraba piedras sino algo reflectante que brotaba de las grietas, como un río de sangre negra que caía hacia el agua.
La cámara ascendía rápidamente, veíamos como la imagen pasaba a gran velocidad. Antes de que la cámara llegara arriba, escuchamos gritos. Era el alcalde y Ricardo. Se peleaban por paralizar las obras hasta que fuera analizado el fluido negro, era un riesgo para la salud. El alcalde hablaba de plazos y de las perdidas económicas para el pueblo. Ricardo amenazó con no firmar su consentimiento, ya que quizás las pérdidas del pueblo serian humanas. El alcalde cerró la boca apretando los dientes de rabia.
Se vio como Ricardo agarraba la cámara y exclamaba una frase de asco. Su mano estaba llena de un moco negro que cubría su piel, una piel llena de heridas abiertas y numerosas grietas.
Ricardo no lo sabia, pero en ese momento se convirtió en el Sujeto 0. Seguramente los restos que estaban sobre la cámara son los que llevó a Carmen para que la analizara.
No quiero pensar en que ocurriría si esa agua se hubiera declarado potable y hubiera recorrido los pueblos colindantes.
Así empezó esta pesadilla. No es culpa de un agente tóxico inventado por científicos, como aparecen en las películas. Ni por experimentos radiactivos. Es algo que está en la naturaleza, algo que nace de sus entrañas debajo de este pueblo.
Prima, nos hemos atrincherado en el ayuntamiento mientras decidimos que hacer. Te suplico que mandes estas cartas a nuestro amigo David a la universidad, él sabrá como proceder.

Un beso.
Iria,

P.D.: Escuchamos sonidos procedentes del sótano. No estamos solos.

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Carta 28

Querida Mama,

Lucas me dijo que era una locura que entrara sola en ese patio para matarte. Para empezar, porque la rabia y el dolor me cegaban, de modo que era fácil que cometiera un error fatal que me costara la vida. Por otro lado, era un espacio reducido en el que iba a tener poco margen de maniobra para el ataque. Si fallaba el factor sorpresa, tenía todas las de perder. Durante varios días, trató de convencerme de que lo mejor era que él hiciera el trabajo por mí, pero no quise atender a razones. Había que cerrar el círculo y tenía que hacerlo yo. Finalmente, tiró la toalla y se limitó a darme un par de indicaciones sobre el uso del hacha que había decidido utilizar para liquidarte. Era tan pesado que apenas podía levantarlo, pero insistí en que ese era el arma que necesitaba… y Lucas sólo movió la cabeza con aire reprobador, añadiendo que si quería suicidarme había otras maneras.

Exactamente una semana después de que te descubriéramos, decidí pasar a la acción. Entré en la casa de al lado a primera hora de la mañana. Lucas me seguía de cerca, armado con un enorme cuchillo de cocina que habíamos encontrado en el mismo cuarto que mi hacha. Tras asegurarnos de que no había más zombis en la vivienda, nos acercamos sigilosos a la cocina, donde se hallaba la puerta de acceso al patio en el que caminabas dibujando un número infinito de círculos imaginarios.

Aunque creímos haber sido muy silenciosos, tu oído agudo y el hambre atroz que tenías jugaron en nuestra contra, así que adiós al factor sorpresa. Al poco estabas pegada a la puerta de la cocina, sin apartar la mirada de nosotros, gruñendo y pataleando como una loca rabiosa. Lucas me dijo que había que abortar la misión y tiró de mi brazo con todas sus fuerzas, pero mi determinación era tan grande que no consiguió moverme ni un centímetro. Le pedí que nos dejara a solas para que pudiera resolver aquel asunto familiar por mi cuenta.

En circunstancias normales habría estado muerta de miedo, le habría dicho a Lucas que nos olvidáramos del asunto y que nos fuéramos de allí cuanto antes. Pero tenía esas fotos tuyas con ese señor grabadas en mi mente, Mamá. Cada una de ellas. En una estabais cenando en un restaurante indio y tenías puesta una pulsera que te había hecho Sara y los pendientes azules que te había comprado Papá en el mercadillo medieval. Sonreías como si nada y parecías realmente feliz. Pero, ¿qué derecho tenías? ¿Qué mentira nos habrías contado aquella noche para justificar tu ausencia a la hora de la cena?

Recuerdo sólo retazos de todo lo que vino después del portazo que dio Lucas al dejarnos:  mi mano izquierda girando el pomo de la puerta de acceso al patio, tu aliento nauseabundo en mi cara, el aire fresco de la mañana entrando en la cocina, tu cuerpo andrajoso precipitándose con tal fuerza hacia el interior de la cocina que me hizo tambalearme y caer al suelo de culo, mis manos vacías, el hacha junto a la nevera, fuera de mi alcance, tu cuerpo lanzándose sobre el mío, mis gritos y tus gruñidos incesantes, mis manotazos y pataleos, la sensación de asco casi insoportable, tu mirada amenazante, tus dientes hincándose en mi muñeca izquierda, el dolor intenso, tu boca llevándose mi mano de un mordisco, la sangre saliendo a borbotones de mi muñeca, el mareo, el rostro decidido de Lucas que reaparece como por arte de magia, mi hacha en sus manos levantándose por encima de nuestras cabezas, tu cabeza rodando por el suelo hasta acabar junto al lavavajillas, el reguero de sangre, la cara descompuesta de Lucas, el hacha que vuelve a elevarse, mis gritos implorándole que no me corte el brazo… y luego sólo oscuridad.

El dolor agudo me hizo despertar horas después en una habitación desconocida. Al descubrir que me faltaba medio brazo, me puse histérica. Empecé a gritar, maldiciendo mil veces a Lucas. Apareció al instante con sábanas limpias para cambiarme el vendaje que había tenido que improvisar.

—Y, ¿ahora qué? —le grité—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

A pesar de que el corte fuera limpio, no íbamos a ser capaces de detener la hemorragia… y aunque lo hiciéramos, necesitaría un médico, antibióticos, algo… y aquello dolía horriblemente, no lo iba a soportar más. Igual hubiera sido mejor que me cortara la cabeza a mí también. De hecho, igual ya tenía el virus, o lo que fuese, circulando  por mi sangre… y todo ese dolor insoportable no habría servido para nada.

En un ataque de dramatismo le dije a Lucas que se marchara, que me olvidase e intentara salvarse, pero se negó en rotundo. De hecho, me comunicó que iba a salir para buscar antibióticos y que volvería con ellos costara lo que costara. Me pidió que luchase con todas mis fuerzas y le esperara aquí sin moverme. Me dejó unos trapos para renovar el vendaje, dos botellas de vodka con las que paliar el dolor y papel y lápiz para que escribiera una de mis estúpidas cartas, si es que me quedaban fuerzas.

—Para cuando hayas acabado de escribirla, ya estaré de vuelta —me dijo antes de desaparecer por la puerta.

Me ha llevado seis horas escribir esta carta y mi amigo aún no ha vuelto. Espero que no le haya pasado nada pues no me lo podría perdonar nunca. La buena noticia es que ya no me duele el brazo porque casi he acabado la primera botella de vodka. Sí, estoy muy borracha, pero ese es el menor de mis problemas ahora, ¿verdad? Tú ya no tienes ninguno.

Descansa en paz;

Alicia.

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