Carta 01

Hola primita:

Las viejas del pueblo han empezado a llamar a mi puerta. ¿Te imaginas? Las mismas que días antes se inventaban historias sobre mi vida, ahora necesitan que las ayude. Algunos de sus familiares tienen fiebre y les da pereza tener que mover sus orondos traseros hasta el centro de salud. Me han pedido una decoción de hierbas y compresas frías para bajar la fiebre.

Por aquí las cotillas han realizado su reunión diaria al lado de mi casa; escuché como culpaban a la agrícola; esta mañana vieron pasar una de las avionetas fumigadoras sobre el pueblo. Seguro que se presentan allí a gritos.

La madre de Elisa también cayó enferma. Cogí el coche para ir a su casa y me sorprendió ver tantos comercios cerrados, desde droguerías hasta los estancos; todos tenían el cartel de “Cerrado por enfermedad”. Pasé por delante del centro de salud, en ese momento entendí por que las cotillas habían ido a mi puerta; el centro estaba atestado de gente y no paraban de llegar enfermos.

No te preocupes por la madre de Elisa, ya la conoces, es fuerte y dura. Tiene la misma fiebre que los demás pero se recuperará pronto, no hay quien la mantenga en la cama más de dos horas.

De vuelta a casa me encontré con unos militares que me hicieron parar el vehículo. Se acercó uno de esos chicos uniformados con los que hubieras coqueteado. Me dijo que teníamos que permanecer en casa. Le pregunté el porqué, pero sólo movió la cabeza de un lado para otro. No es la primera vez que hacen prácticas en el bosque, pero sí es la primera vez que nos dicen que nos encerramos en nuestras casas. Intenté sonsacarle información sonriéndole y poniéndole ojitos de cordero degollado, pero no hubo manera.

Vuelvo a estar sin cobertura, el móvil no funciona e internet, como siempre, se cuelga. Ahora es cuando me arrepiento de no tener teléfono fijo, no puedo gritarle a nadie por dejarme tanto tiempo incomunicada. Espero que mañana por la mañana lo hayan solucionado, sino a ver que hago.

¿Podrías hacerme un favor? Me estoy quedando sin valeriana y verbena, ya sabes que en mi huerto no duran ni dos días. ¿Me podías mandar un poco? Y de paso, si sabes de alguna planta medicinal que haga bajar la fiebre rápidamente, mándamela también; ya sabes que le tengo mucho aprecio a la madre de Elisa y es la primera vez, desde que éramos pequeñas, que me pide un favor y no quería fallarles.

 

Un beso

Iria

P.D.: Me acaba de llamar  Elisa.  Su madre se encuentra mejor aunque no para de devorar todo lo que hay por casa, parece que mis remedios le abrieron el apetito.

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Carta 02

Hola prima:

Al día siguiente de enviarte la carta, el cielo se tornó gris. No sé cual es el motivo, pero los perros del vecindario comenzaron a aullar con desesperación. Mi pequeño Zeus escondió su cola entre las patas y se metió en un agujero debajo de la caseta, donde esconde todos sus huesos.

No fueron los aullidos de los perros los que me despertaron, tampoco el olor a podredumbre que intoxicaba el aire. Lo que me despertó fueron los gritos y el silencio. Pensé que provenían de un extraño, sin embargo, cuando el silencio se hizo, una gota fría recorrió mi espalda.

Abrí la ventana y me asomé. Mis vecinas no habían abierto las persianas, las viejas no habían formado su corro matutino y el coche del panadero estaba parado a escasos metros. El coche esperaba a un conductor que no llegaba.

No funciona el teléfono, ni el móvil. Por un segundo mi corazón dejó de palpitar y el aire bloqueó mi garganta. Casi caigo presa del pánico. Hasta que me acordé de ti y de Elisa. Me concentré en ir a buscar a Elisa, sentí que estaba en peligro. Estaba furiosa por haber caído en un temor auto-infundado.

Cogí el coche y recorrí el camino de tierra y fango que separaba mi casa de la de ella. Vi al Sr. Tomás parado al borde del camino. Llevaba una zapatilla en el pie derecho y en el izquierdo un calcetín lamido por el barro. Paré el coche para ofrecerle mi ayuda, pero había algo peligroso en él. Llevaba su camisa de cuadros, esa de la que tanto nos habíamos reído; estaba manchada de lo que parecía ser sangre. Tuve miedo del viejo, borracho y gordo Sr. Tomás.

Arranqué el coche mientras lo observaba desde el retrovisor; su cara blanca y su boca descompuesta me aterraron. Levantó sus manos y empezó a andar torpemente intentando alcanzarme. Sus ojos inyectados en sangre me observaban a través del espejo.

Prima, en mi vida vi nada tan asqueroso. Cuando abrió su boca, empezó a babear una pasta negruzca; se escurría por su barbilla y caía en su enorme barriga, la cual estaba al descubierto. Su camisa era incapaz de esconderla, en ella se entrelazaban oscuras venas verdes.

Me eché la mano a la boca para evitar el vómito. Intenté centrarme en el camino y llegar junto a Elisa antes que el Sr. Tomás.

Pude divisar a Elisa desde el camino, estaba en la puerta. Su vista estaba perdida entre los árboles de su jardín. Tenía una mano sobre el antebrazo. Al principio creí que vendría a saludarme, pero no fue así; se quedo parada, perdida en la nada. La llamé a gritos aunque no respondió.

No podrías ni reconocerla si la vieras así. Estaba en estado de shock, no respondía ningún estímulo. No hablaba, no se movía. La cogí del brazo y me dí cuenta de que estaba herida.

Prima, aquella herida en su brazo era el mordisco de algún animal, le había arrancado un trozo de carne y el pus empezaba a segregarse en los bordes.

Quise entrar en su casa, para hacerle las curas, pero estaba cerrada a cal y canto. Había una sombra en el interior, que se deslizó lentamente hacia la ventana. Cogí a Elisa y la empujé al interior del coche. Este es uno de esos momentos en que necesitas a un policía cerca y no lo encuentras. Me pregunté si había sido el ladrón quien había herido a Elisa.

Querida prima, no te angusties por Elisa. La traje a casa, el lugar más seguro que conozco. Le puse un cataplasma sobre la herida. Sigue sin hablar y sin hacer caso a mis llamadas y preguntas, pero sus ojos y su rostro empiezan a moverse, como si quisiera contarme algo tan doloroso que temiera decirlo en voz alta.

Te enviaré esta carta de camino al hospital. Voy a asear a nuestra querida Elisa. Espero poder enviarte una carta más agradable la próxima vez.

Un abrazo.

Iria

P.D. Elisa empieza a mover los labios y a emitir sonidos. Pronto se recuperará.

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Carta 03

Prima:

No sé que hacer, estoy muy asustada. He hecho algo terrible; nunca pude imaginarme que mis manos se marcharían de sangre.  Te juro que fue en defensa propia; yo no quería hacerle daño. Por Dios, tienes que creerme. Tengo miedo, no sé que hacer.

Esta carta es testigo de mis actos. Por favor prima, aunque todos me condenen tú no lo hagas, te lo suplico.

La infección de la herida de nuestra querida Elisa aumentó. El pus que segregaba era de tal cantidad que tenía que limpiar la herida cada media hora. La carne se pudría entre gasas y cataplasmas. El hedor era tan asqueroso que las moscas plagaron la casa en busca del gran festín.

Intenté llamar a la ambulancia, pero el móvil seguía sin funcionar. Lo arroje al suelo con rabia; nunca me había hecho falta y por una vez que los necesitaba no funciona. Cuando esto termine me presentaré en consumo, esto no quedará así; malditas compañías de telefonía.

La gangrena le subió por el brazo. Las venas estaban hinchadas hasta el pecho, parecían a punto de reventar. Me recordaban a las del Sr. Tomás en su hinchada barriga. Intentaba no verlas, me causaban arcadas y el olor no me ayudaba.

Desesperada, la levanté de la cama y la  conduje hacía el coche. Tenía que llevarla al hospital que estaba en el pueblo vecino, esperaba que no estuviera tan lleno como la casa de la salud. Me envenenó la culpa, si me hubiera quedado esperando, quizás ya nos habrían atendido y Elisa no estaría tan grave. Sé que fue culpa mía, tenía que tomar una decisión y tomé la equivocada.

Elisa no paraba de gruñir mientras me metía por varios atajos a través del monte. No quería encontrarme con nadie y que nada me retrasara. Contaba los segundos mientras los ojos de nuestra amiga se cerraban y perdían vida. Su piel blancuzca y sus labios malvas eran una cuenta atrás en este rally campestre que había iniciado contra Cronos.

Había llegado a los lindes del pueblo cuando tuve que frenar en seco. La cabeza inerte de Elisa golpeó el salpicadero; una brecha de sangre espesa brotó de su nariz, ya no emitía ningún sonido.

No podía parar de temblar, mi mente y mis sentidos me gritaban que había perdido. Salí del coche y me fui contra aquel objeto que estaba entorpeciendo mi camino.

Una enorme y alta verja se había instalado entre arbustos y árboles impidiendo el paso a todo aquel que intente entrar o salir del pueblo. Estiré la mano para derribarla cuando escuche un grito: “Alto”. Del otro lado salió un soldado. Era el chico guapetón que me había ordenado no salir de casa unos días antes.

Le grité, le supliqué por la vida de Elisa. Parecía no escucharme, sus ojos fríos se clavaron en mí, intentando mantenerse firme. Me arrodille y mis lágrimas formaron un charco de barro en el suelo. Cuando me quedé sin suplicas lo amenacé, esto no se quedaría así, llamaría a sus superiores, a la televisión, a la prensa.  Comentaría aquel atropello a cualquiera que quisieras oírme. Le pedí su nombre y DNI, pero se quedó quieto observándome con lástima.

Desolada me dí la vuelta, tenía que llevar a Elisa al médico. Fue en ese momento cuando el soldado se dignó a hablar: “Apártate de ella, es peligrosa”. Volví corriendo hacía donde estaba el soldado, lo abordé a preguntas: «¿Qué pasaba?, ¿Qué enfermedad era?, ¿Por qué nos encerraban?”. Ante mis ojos, con la cabeza baja, el soldado se fue por donde vino. Quise lanzarme contra la valla, pero el graznido de un pájaro chocando contra ella y achicharrándose después, me advirtió de que estaba electrificada.

Entré en el coche, los lagrimones me impedían ver con claridad. El cuerpo de Elisa descansaba en el asiento del acompañante, las moscas se posaban sobre la herida venada llena de pus amarillo-verdoso. Coloqué las manos sobre el volante, intenté arrancar el coche, pero el llanto y las lágrimas hacían mis movimientos lentos y pesados. Prima sólo quería llorar y derrumbarme. El peso de la culpa es terrible.

Cuando al fin arranqué el coche y me dirigía al centro de salud, los ojos de Elisa se abrieron. Fue tal mi excitación que paré el coche y me eché a sus brazos llorando de felicidad. No me importó su hedor, ni su tacto viscoso y frío. Nuestra amiga estaba viva y era lo único que me importaba. Me sentí aliviada y feliz. La pesadilla había terminado.

Me aparté, encendí el coche y la agarre de la mano. Le pregunté: “¿Cómo estás?”. Giró la cabeza, sus ojos inyectados en sangre se clavaron en mí.  Retrocedí y antes de que abriera la puerta sus manos se aferraban a mí como garras clavándose en la piel. Levanté las piernas y la golpeé con fuerza, pero no me soltaba. Pedí auxilio, pero en medio del monte, sólo los animales me oirían. Le dí en el pecho con el tacón, pero enseguida se recuperaba como si no le doliera.

Prima, Elisa se había vuelta loca, yo no pensaba, sólo quería alejarme de ella; grité su nombre intentando que volviera en sí.

Sentí un dolor agudo en el hombro. Grité con más fuerza, y sin pensar que era Elisa la golpeé hasta que sentí como uno de mis tacones se introducía en su putrefacta carne;  empujé la puerta del coche y caí sobre mi espalda.

Me quedé estupefacta en el suelo observando los torpes movimientos que hacía aquel ser para salir del coche. Prima; aquella cosa tenía el cuerpo de Elisa, pero no era Elisa. Ella había muerto y un espíritu o ente maligno había poseído su cuerpo. Las películas de terror, los cuentos de viejas, se hacían realidad ante mis ojos.

El ser salio del vehículo. Prima, no pensé, sólo actúe. Agarré un palo que había al lado de mi brazo y la ataqué. No se detenía; daba un paso y otro. Le había golpeado todas las partes del cuerpo, los brazos me dolían. Sólo me quedó una salida.

Cerré los ojos y  le clavé el palo en la cabeza. Su piel viscosa no opuso resistencia a la agresión. Me asusté por haber hecho algo tan cruel con tanta facilidad.

Prima, no me odies por favor. Estoy en casa vendándome el mordisco que me propino Elisa y ahora mismo me entrego a la policía.

Te escribo estas líneas para que decirte la verdad por mí, antes que nadie te la cuente. Haz con esta carta lo que creas oportuno, nunca negaré nada de lo que en ella pone.

 

A la espera de tu perdón.

 

Iria.

 

P.D.: Créeme, no estoy loca.

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Carta 04

Adiós Prima:

 

Cuántas veces hemos hablado de lo cíclica que puede llegar a ser la vida. Cuando cometes algo atroz, tarde o temprano terminas pagándolo.

Fui a la oficina de policía dispuesta a entregarme; estaba preparada para que me llamaran asesina y me aplastaran con sus miradas de condenación. No pude pasar de la puerta de entrada; había un ajetreo de personas denunciando a sus vecinos, hermanos, padres e hijos. Gritaban de impaciencia alegando que lo suyo era más grave, señalando heridas abiertas y otras vendadas. Habían sido mordidas. En el suelo, a falta de sillas, un grupo de personas descansaban esposadas; en sus miradas había terror y sus cuerpos temblaban como flanes, no hacía falta que dijeran su falta, la veía reflejada en la mía.

Prima, no fue cobardía, simplemente me di la vuelta y volví a casa. Por un segundo comprendí que lo que estaba pasando era más grande que mi crimen, medio pueblo estaba sufriendo la misma pesadilla.

Cuando llegué a casa la molestia del hombro había desaparecido y el pus empezó a escurrirse por debajo de la venda. Aparté la gasa y descubrí la herida en todo su asqueroso esplendor. Me preparé un cataplasma y una infusión de ortiga para fortalecerme.

Las moscas que antes acosaban a Elisa, ahora me persiguen hambrientas. Mi cuerpo arde debido a la fiebre, me cuesta mantener la concentración, me pesa la cabeza y mis tripas forman ruidos grotescos. La enfermedad de Elisa viene a por mí.

Prima, no sé como decirte todo lo que siento. Nunca se me dieron bien las despedidas, por eso prefiero decir hasta luego.

Por favor, despídete de mi primito. Con sólo pensar que nunca veré el hombre en que se convertirá me parte el alma. Háblale de mí, de lo mucho que lo he querido y que mi último pensamiento fueron palabras de amor para él. Estaba preparándole un álbum de fotos, por favor termínalo, quiero que recuerde los momentos felices que compartimos: las veces que lo abrazaba hasta que lo dejaba sin aire, nuestras batalla de cosquillas, los paseos por la playa y las noches de cine en mi casa.

No es fácil para mí escribir esto, una parte de mi espera que no sea más que un mal sueño del que me despertaré en cualquier momento.

Teníamos que haber adelantado nuestro viaje a Egipto, tal y como me sugeriste. No veré la esfinge de Gizeh, ni las pirámides; tampoco me reiré cuando te caigas del camello. Una vez más te he defraudado, no voy a poder acompañarte después de haber organizado las excursiones y fantasear con las aventuras que viviríamos. Lo siento prima tendrás que divertirte sin mi.

Mientras escribo estas palabras con gran pesar y aún esperando que aparezca Elisa gritando: “pringada” detrás de la puerta. Siento como mi cuerpo se adormece, la carne muerta empieza a extenderse y en mi codo juegan dos venas verdes palpitantes.

Según mis cálculos apenas me quedan unas horas y he tomado una decisión, sé que no estarás de acuerdo conmigo, pero prefiero morir dignamente antes de ver como me corrompo y me convierto en un demonio. Nadie poseerá mi cuerpo, esta elección es sólo mía.

No creo que puedas entender el monstruo que vi en el cuerpo de Elisa. Cuando cierro los ojos sigo viéndola y cuando los abro, temo que aparezca. Tampoco intento huir de mi castigo con la ley por haberla matado; sólo deseo ser yo quien decida mi destino.

Querida prima, no te preocupes, sé lo que hago. La belladona es un veneno que dejará mi cuerpo en calma y mantendrá mi rostro fresco; sólo espero que cuando haga efecto, la pútrida carne no haya invadido todas mis células.

Recuerda primita que eres la persona que más quiero, la única amiga en quien siempre he confiado. No tengo mucho, pero lo poco que tengo te lo entrego aquí, espero que esto pueda valer como testamento, sé que tú harás buen uso de mis bienes. Como siempre te he dicho: “todo lo mío es tuyo”

 

Te quiero

Iria

 

P.D.: Te vigilaré desde el cielo, no pienses que la muerte te librará de mí.

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Carta 05

Sigo viva:

 

No lo comprendo. Se suponía que después de haber tomado la belladona caería en un sueño del que no me despertaría jamás.

Esta mañana abrí los ojos. Me senté en la cama y observé a mí alrededor; pensé que era el cielo, pero nunca me imaginé que fuera tan desordenado.

Sufrí un ataque de histeria, no paraba de reír. Tenía que estar muerta. Me dormí con lágrimas de dolor bañándome las mejillas pensando que jamás volvería a ver a la gente que amaba y amé. Sin embargo, sigo aquí.

Prima, que siga cuerda y viva; no significa que me haya curado milagrosamente. Cuando me levanté, fui al baño a limpiarme la herida. El pus había menguado pero la carne que la rodeaba estaba pudriéndose, pequeños trozos viscosos se pegaba a la gasa. Me dieron arcadas. Tuve que espantar varias moscas que se volvían locas con el apestoso olor.

Me preparé un cataplasma antiinflamatorio y regenerante. Cogí unas pinzas para retirar la carne podrida; no hace falta que te describa lo asqueroso que fue. Unas venas hinchadas recorren mi brazo, se mueven al compás del latido de mi corazón; las sigo viendo y sintiendo por mucho que intente ocultarlas bajo las vendas.

Estuve pensando seriamente en ir al laboratorio. Sé que es una tontería, pero es lo único que puedo hacer. No hay médicos, ni nadie que pueda decirme por que sigo viva. Debo descubrir como ralentice la enfermedad.

Ir al laboratorio significa tener que verle la cara a esa mujer, esa arpía ladrona que me usurpó mi puesto. Desde que ocurrió aquel incidente no volvimos a dirigirnos la palabra. Ahora, ella trabaja en el laboratorio y yo en la clínica del pueblo, señalada como bruja. Qué retorcida puede ser la vida.

No me asusta aparecer en el  laboratorio y suplicar a esa oportunista que me deje hacer unas pruebas. Lo que realmente me asusta es salir de casa. Tengo que ir al otro lado del pueblo, donde se esconde el laboratorio, y eso me da pavor.

Si aquí las cosas están mal siendo las afueras, ¿qué pasará en el centro? Allí viven cientos de personas; algunas estarán enfermas y otras en el estado de Elisa antes de que la matara.

No sé que hacer. No quiero moverme de casa, aquí me siento segura, protegida; pero si no salgo, moriré, mi cuerpo se pudrirá lentamente y no creo que sea un bonito recuerdo que llevar a la tumba. Además, tengo la esperanza de encontrar una cura o ayudar a los que, como yo, siguen escondidos.

Cualquier héroe de película se sacrificaría y lo intentaría. Yo no soy una heroína y no lo quiero ser. Sé lo que debería hacer, pero no quiero hacerlo, no quiero ser yo la que tome esa decisión. ¿Por qué no me morí cuando debía? ¿Por qué no estoy en el infierno quemándome por el asesinato de Elisa? No quiero estar aquí, no quiero vivir este momento.

Prima, ¿qué debo hacer?

 

Iria

 

P.D.: He tomado una decisión. Si sigo viva es por algo, no creo en casualidades ni coincidencias. Sigo en esta mierda de mundo, así que intentaré hacerlo lo mejor que pueda. TQ

 

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Carta 06

Hola prima:

 

Al fin conseguí sacar un pie de mi acogedora casa. El miedo que me paralizaba es infinitamente menor al pánico que siento aquí fuera. Hasta el sonido del bolígrafo sobre el papel pone alerta cada músculo de mi cuerpo.

No pude llegar al laboratorio; el camino se llenó de extraños sucesos y un pequeño improvisto me retuvo más de la cuenta.

Circulaba con el coche por el camino secundario. Lo primero que llamó mi atención fueron las casas de mis vecinos, tenían las puertas abiertas de par en par. La furgoneta del panadero seguía en el mismo lugar y en el interior el pan rancio tenía un color rojizo, como si hubiera absorbido pintura roja.

En la carretera había unos asquerosos obstáculos que dañaban la vista y el olfato; perros, gatos y demás animales domésticos descansaban en las carreteras; sus restos estaban esparcidos por doquier como piezas de un puzzle inacabado.

No tardé en ver a uno de ellos. Le faltaba un brazo y la sangre mojaba su ropa. No pude evitar subir la vista hacia su cara. Di un volantazo al ahogar un grito con la mano. El globo ocular le colgaba de la mejilla mantenido por el nervio óptico, el otro era un entresijo de carne; le faltaba un trozo de mandíbula, por el cual goteaba una baba negruzca que bañaba su cuello.

Con sólo recordarlo se me revuelve el estómago, ¿cómo una persona así sigue en pie? Y lo peor de todo ¿yo me convertiré en eso? Aceleré, quería alejarme de ese ser lo antes posible. Entré por las callejuelas intentando esquivar las carreteras principales.

Estaba a mitad de camino cuando salió un hombre corriendo de una casa;  estaba asustado. Tenia manchas de sangre en su camisa a cuadros y movía los brazos para llamar mi atención. Frené en seco para evitar atropellarlo. Se dirigió a la puerta del copiloto, entró y se tiró en el asiento exhalando un suspiro.

Gritó que arrancase, pero ya estaba acelerando antes de que terminase la palabra. Uno de esos zombis salía por la misma puerta; debía estar persiguiéndolo. Sentí como la adrenalina me recorría el cuerpo y palpitaba en mi cabeza. Mi mente me gritaba que parase, y el hombre que estaba a mi lado me agarraba la rodilla para evitar que frenara. Podía ver a ese ser con claridad, su boca ennegrecida, sus manos extendidas como garras dispuestas a alcanzarnos, sus ojos muertos buscando carne fresca que devorar. Tomé la decisión en un segundo.

El parabrisas se llenó de sangre coagulada impidiéndome ver por donde circulaba. El hombre que estaba a mi lado sujetó el volante con fuerza para recuperar el control del vehículo, pero fue imposible. Lo siguiente que recuerdo es un sonido seco y una bruma que se convirtió en noche.

Me desperté en el interior de una tienda de ultramarinos. El hombre que me acompañaba se ocupó de sacarme del coche después de haber chocado contra un poste de la luz. Estamos escondidos aquí dentro, esperando a que la noche pase para poder salir a la luz del día.

Tengo miedo prima, no quiero ser como esos seres sin alma, sin vida. Sólo deseo salir de este maldito pueblo y que todo sea como antes.

 

Un saludo querida prima:

 

Iria

 

P.D.: No sé cuando podré enviarte esta carta, espero poder hacerlo cuando me encuentre a salvo en el laboratorio.

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Carta 07

Hola prima:

Esta pesadilla no hace más que continuar.

Por la noche, el silencio es perturbado; se escuchan sonidos de gemidos ininteligibles que provienen de todas partes. Me tapé los oídos, no quería seguir escuchándolos, esos murmullos se metían en mi cabeza y las imágenes de gente masticando carne se instalaban en mis neuronas.

Vi a uno de ellos pasar por delante del escaparate. Se movía despacio, como si cada paso fuera un esfuerzo demasiado agotador. Movía la boca como si estuviera masticando algo, un líquido negro le escurría por la barbilla. Se quedó parado olfateando el aire; movía la cabeza a los lados buscando algo que se escapaba de mi visión. Se giró hacia el escaparate y se abalanzó sobre la verja, la agarró con fuerza e intentó moverla torpemente. Mi nuevo compañero y yo observábamos atónitos, acojonados por el miedo. Después de mucho esfuerzo el zombie se rindió y siguió su camino.

Despuntaba el alba cuando conseguí dormir brevemente. Un sonido metálico del exterior despertó a mi compañero, tenía los ojos hinchados. Sentimos como alguien abría la puerta y encendía las luces. Nos pusimos en pie de un salto y buscamos un objeto con el que defendernos; un gancho para mover cajas y un pequeño martillo (era patético). El intruso comenzó a silbar, entonces nos dimos cuenta que los intrusos éramos nosotros. Guardamos las armas y salimos despacio aprovechando que la persona estaba en el baño.

Prima, creí que aquel hombre saldría del baño con un arma gritando: “Ladrones”. Mi corazón parecía jugar en una noria loca.

El desconocido y yo empezamos a andar siguiendo la carretera. De mis ojos brotaron lágrimas ácidas sin ningún motivo. Él puso su mano en mi hombro sano; en ese momento nos derrumbamos y nos echamos a llorar. Él, como buen hombre intentaba hacerse el duro, pero al final acabó sucumbiendo a la tragedia.

Cuando nos tranquilizamos, se presentó como Jesús. Vivía en la casa de donde lo vi salir corriendo.

Su cuñado estuvo muy enfermo durante unos días, no había médico que pudiera atenderles a causa de la pandemia que azotaba el pueblo. Había más pacientes que personal en el hospital; además, varios médicos se encontraban enfermos.

Estaban toda la familia en casa cuando el cuñado expiró. Lloraban su pérdida, esperando que la funeraria se encargara de recoger el cuerpo, cuando este apareció en la sala con el rostro atravesado por una terrible vena palpitante. Su hermana corrió junto su marido, le agarró el rostro mientras lloraba de felicidad. Su llanto se convirtió en un grito y un charco de sangre se formó a sus pies: fue la primera en morir. Atacó a todos los miembros de la familia. Jesús consiguió escapar mientras el zombie-cuñado devoraba a la abuela. En ese momento fue cuando me encontré con él.

Reanudamos el camino cuando nos encontramos más tranquilos. Tenía que llegar al laboratorio ese mismo día, pues la herida volvía a desprender un olor desagradable. Mi carne seguía pudriéndose.

En la carretera nos adelantaron varios vehículos; sus ocupantes, la mayoría familias, conducían como locos llevando sus bártulos en maleteros abiertos, aguantados por una mísera cuerda con doble nudo. Se dirigían a las afueras del pueblo buscando una vía de escape.

Recordé la valla electrificada que me había impedido salir del pueblo con Elisa. No sabía si estaba por todo el pueblo o solo por la zona del bosque que había visto; pero, si había militares, pronto declararían la cuarentena.

El olor de la herida empeoraba y con ello empecé a sentir como la garganta se me secaba, era una sensación angustiante. Le dije a Jesús que paráramos en una pequeña casa-taberna, las típicas que solo los dueños y dos vecinos de la zona visitaban. El suelo estaba tan gastado que no sabias si estaba limpio o sucio; se escuchaba la típica cuadrilla de ancianos discutiendo por la partida de tute. Se quedaron mirándonos con desconfianza mientras preguntaba por el baño. Jesús se quedó en la barra tomando una cerveza.

La herida de mi hombro estaba asquerosa. El pus había vuelto y la carne se había podrido hasta la mitad del omóplato. Dos venas palpitantes serpenteaban por el brazo y amenazaban con ir hacia la espalda.

Cogí el brebaje de mi mochila, que Jesús había rescatado del coche, y tomé un trago. Tuve que llevarme las manos a la boca para ahogar un grito de dolor. Me temblaba el pulso, tenia que verter el líquido en la herida, no tenía otra opción. Metí un pañuelo en la boca y lo mordí con fuerza; sin embargo, no pude evitar expulsar un agonizante quejido. Jesús y uno de los ancianos entraron asustados, por suerte ya había tapado la herida con una gasa. Mi rostro expresaba lo que me negaba a contarles, porqué me abrazó tiernamente intentando calmarme.

Este secreto prima, es tuyo y mío. No quiero que nadie sepa en qué me estoy convirtiendo. Encontraré una cura cueste lo que me cueste.

 

Te hecho de menos.

Iria

 

P.D.: Voy a mandarte la carta anterior y esta. Perdóname por tardar tanto en escribirte. Tq.

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Carta 08

Prima:

 

Me siento sola en un mundo de caos. Mi acompañante se ha ido y yo escribo estas palabras en una habitación del laboratorio.

Seguimos por el camino hablando sobre cosas sin importancia cuando escuchamos unos gritos. Yo me quedé de piedra. El salió del camino y corrió hacia la voz sin pensar que podría haber detrás de los gritos.

Bajó por un terraplén improvisado, señal de que algo había caído por allí. Me asomé y vi un coche verde fosforito en mitad de unos arbustos; del capo y por debajo de las ruedas delanteras salía humo, parecía una señal india de localización.

Jesús abrió, a base de patadas, la puerta del conductor. De un bolsillo sacó una navaja multiusos. Desde donde estaba no podía ver lo que estaba pasando y eso me angustiaba. Los gritos habían cesado, pero él no subía.

Escuché un coche que circulaba por el camino, levanté las manos y pedí ayuda. El vehículo pasó a tal velocidad que tuve que apartarme para que no me embistiera. Intentaban sobrevivir, aunque a esa velocidad pronto se convertían en el aperitivo de alguien.

Cuando me giré, Jesús subía la cuesta con una chica apoyada en su hombro. Estaba ensangrentada y amorotonada; tenía varias heridas abiertas e infectadas que me hicieron entrar en estado de pánico. Le grité a Jesús que dejara a esa mujer en el suelo. El se quedó atónito sin entender lo que le decía. Mis palabras, de los nervios, se me atascaban en la garganta y en lugar de hablar parecía que vomitaba.

—Es mi prima —me gritó con los ojos vidriosos—. No puedo abandonarla.

—La han mordido —titubeé—, pronto será un monstruo.

—¿Qué…? —él sabía lo que quería decir pero no lo aceptaba.

—Esta infectada —dí un paso hacía delante—, debas alejarte de ella.

—No —era un leve quejido que venía de la mujer—, no me abandones.

Ante esa súplica todas mis explicaciones y mis porqués fueron ignoradas. Comenzamos una discusión sin fin. La prima empezó a vomitar sangre, varias venas verdes palpitantes se entrecruzaban en piernas y brazos. La muchacha estaba condenada.

Los ojos preocupados de Jesús me rompían el alma. Me sentía culpable. Podía darle mi brebaje, podía vendarla con las vendas, pero sería inútil; las venas ya habían aparecido. Incluso la idea de darle mi brebaje tenía que descartarla, pues no quedaría suficiente para analizar en el laboratorio.

Me quedé callada, sintiendo como la culpa crecía sobre mí. Me mordí el labio y me dije a mi misma que había hecho lo mejor, aunque no me lo creía.

Observé como Jesús y su prima volvían hacia el bar. Cabizbaja y callada les dí la espalda. Lo lamentaba pero tenía que pensar en mí y en la gente que debía curar. Cada paso era una losa en mi pecho. Sabía que hacía lo correcto, pero me sentía sucia y malvada por no haber intentado ayudarla. Mil dudas y preguntas entraban como ladrones en mi mente haciéndome sentir más culpable de lo que ya estaba.

La pequeña puerta de madera estaba enfrente de mí, pertenecía una casa cutre con un gigantesco invernadero. Los vecinos del pueblo creían que era un almacén de flores, que después eran llevadas a las floristerías.

Una cosa es la que veía y otras la que escondía. Cuando se abre la puerta de madera, te encuentras en una pequeña sala, donde en su interior se esconde una estructura de hormigón y detrás de una puerta de acero se esconde el laboratorio. En su interior había dos plantas, la 1º para los investigadores y la 2º un gigantesco laboratorio subterráneo que aprovechaba el agua del río.

La puerta de madera se abrió. Un chico joven, alto y con gafas me observaba atentamente.

—La doctora esta esperándole —decía inseguro.

—Pues vamos —respondí.

Pasé por la enorme puerta de acero macizo y bajé en el ascensor. Me llevaron directamente a este cuarto, para que me duchara y descansara. Prima, tú y yo sabemos que mi reloj tiene una cuenta atrás y no puedo perder el tiempo.

Me duche y salí al pasillo principal, no me había dando cuenta de que todas las puertas tenían un teclado numérico. Hacía años que no pisaba el laboratorio.

Mientras espero a la gran jefa de laboratorio, aprovecho para escribirte estas líneas. He visto un buzón aquí cerca, solo espero que recibas mis cartas a tiempo.

 

Un abrazo

 

Iria

 

P.D.: Estoy preocupada por Jesús; si la prima le muerde su final está marcado. No podré llegar a tiempo para ayudarle.

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Carta 09

Prima:

Algo trama. Quizás este pensando en su siguiente premio a costa de mi descubrimiento. Debo ser cuidadosa si no quiero que me descubra o que empiece a investigar por su cuenta con mis datos.

Me había quedado dormida cuando una voz profunda y suave me despertó. Lo primero que vi fue la bata blanca salpicada de gotitas verdes. Increíble que la impoluta Carmen tenga su bata sucia. Su cabello castaño estaba recogido en una coleta y su rostro era inexpresivo; nunca sabías si estaba contenta o a punto de asesinarte.

Estaba sentada, observándome detenidamente. En su mano brillaba su bolígrafo y su libreta de notas; como era costumbre, se apuntaría todo lo que le dijera. Tendría que ser cautelosa, ella era muy rápida a la hora de detectar mentiras y excusas; si un dato no coincidía no pararía hasta saber cual es la pieza que no encaja.

Fui lo más escueta posible, dando por hecho que ella estaba al corriente de los sucesos que acaecían en el exterior donde una enfermedad extraña atacaba y mutaba al ser humano. Enfoqué la conversación en el brebaje y sus efectos.

Carmen estaba nerviosa, apuntaba en su cuaderno pequeños garabatos que sólo ella podía descifrar. Hablamos de la composición del brebaje, de las cantidades y sus propiedades. Sin embargo ella quería saber porqué había usado esas plantas y no otras. No pensaba contarle mi intento de suicidio, así que preferí no responder. Ella me observaba intentando leerme la mente, sabía que no se lo contaría con facilidad, pero no pensaba rendirse.

Después de horas hablando y haciendo nuestras suposiciones, decidimos que era el momento de poner en marcha nuestras conjeturas y analizar todas y cada una de ellas a través del microscopio. Cuanto antes empezáramos antes encontraríamos una cura.

Me llevé una grata sorpresa cuando puse mi antiguo código en el ascensor, aún conservaba mi acceso. Bajé al laboratorio. Prima, estaba irreconocible, habían quitado una de las zonas de aislamiento y agrandado la que ya había. El material es de gran calidad y no es el que se usa para buscar una vitamina en una planta, un antídoto para una droga o una mutación para crear una planta que genere algún anticuerpo. No sé a que se dedican ahora, pero es algo grande.

El ayudante, Vicente, me saludó y detrás de una cortina, estaba la pequeña Ana, sigue igual de pecosa y delgadita. Me dio un fuerte abrazo y me manda saludos para ti.

Hicimos una pequeña reunión, para ponerlos al día. Pensé que me matarían a preguntas sobre el brote, pero su atención residía en el brebaje y en su composición. Que científico no pregunta por un brote inusual que muta a un ser humano. Lo sé, ocultan algo.

Les dí un poco de brebaje, el resto está escondido a buen recaudo para mi consumo propio. También les entregue un tubo de sangre, de un supuesto infectado, lógicamente no dije que era mía. Sus miradas casi me taladran el corazón, no lo dijeron pero sabía cual era el motivo: no haber traído al sujeto, para poder experimentar con él.

Estuvimos horas viendo y analizando las pruebas. Solo pudimos descubrir como funciona el brebaje: el jugo al ser un potente veneno entró en lucha contra el virus mutágeno. El resultado de la lucha es la segregación de una enzima proteica que protege los órganos principales. Sin embargo, el continuo ataque debilita la enzima; esta se refuerza cada vez que se ingiere el brebaje, pero las células siguen dañándose paulatinamente.

Hicimos varias pruebas y vi como mis células mutaban o explotaban. Después de horas detrás del microscopio electrónico decidimos irnos a descansar. Mi pútrida herida pronto comenzaría a segregar pus y debía limpiarla antes de que alguien se diera cuenta del olor.

Era las 4 de la madrugada cuando escuché un sonido en el pasillo principal. Eran pasos que recorrían cautelosos las instalaciones. Entreabrí la puerta y salí detrás de Carmen. Me pareció extraño que usara las escaleras de emergencia en lugar del ascensor; la parte del laboratorio estaba enterrada a más de un kilómetro de la superficie. En uno de los descansos de las escaleras, vi un panel digital. Carmen puso un código y una puerta se abrió automáticamente. No pude ver lo que había en el interior sin descubrir mi paradero.

Cuando la puerta se cerró me apresuré a teclear mi código, no hubo suerte. En su momento tenía acceso completo a las instalaciones, pero ahora las habían cambiado y Carmen era la reina.

Prima, sé que esconden algo y quiero saber el qué, ya que mi vida depende de lo que ellos saben y de su intervención.

Te preguntas porqué no les cuento la verdad, que soy mi propio experimento; es sencillo, porqué querrían experimentar conmigo. Tendría mil agujas en mis venas y tubos con mi nombre; sería un conejillo de indias de cuantas posibles curas encontremos. No prima, no deseo eso para nadie.

 

Intentaré descansar y enviarte esta carta lo antes posible. Tq.

 

Iria

 

P.D.: Vigilaré esa puerta y descubriré su secreto.

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Carta 10

Hola Prima

 

Estoy segura de que oí algo extraño cuando bajaba por el ascensor. Era un quejido, un suspiro suplicante que resonaba entre las paredes.

Cuando llegué a la planta baja del laboratorio le pregunté a Ana por ese extraño sonido. Me fulminó con la mirada mientras que sus labios decían no saber de que hablaba. Miente.

Se lo pregunté a Vicente; es un musculitos muy noble incapaz de mentir por mucho que lo desee. Observó a su alrededor buscando alguna vía de escape. Sus manos sudaban nerviosamente y su vista se perdía donde comenzaban las paredes. Quería darme una negativa, pero su lengua se trababa con silabas indescifrables; finalmente optó por encogerse de hombros.

Carmen llegó justo en el momento oportuno, cuando mi interrogatorio acababa de empezar. Traía una de las muestras que compusimos duplicando químicamente el brebaje.  Había llegado la hora decisiva: descubrir si funcionaba o si todos nuestros esfuerzos habían sido en vano.

Delante de la pantalla vimos como el I1 (nombre del brebaje sintético) se mezclaba con mi muestra de sangre. Las células parecían mantenerse estables. Encendimos el cronómetro y cruzamos los dedos. Si pudiéramos crear el efecto de las plantas sintéticamente estaríamos más cerca de hallar una cura.

Las horas pasaban y las células seguían sin mutar. Nos llevamos la comida a una mesa auxiliar y pasamos una agradable velada imaginándonos como los salvadores del pueblo,  ganando premios y siendo reconocidos por gente de  nuestro gremio.

Esos sueños se rompieron con el estridente sonido que advertía que algo no iba bien. Delante de la pantalla vimos como en segundos mis células mutaban ferozmente, se alimentaban de los nutrientes sanguíneos y cuando estos se terminaron, las células entraban en una fase de autofagia hasta que morían; la sangre se descomponía, los glóbulos rojos se volvían de un tono marrón. Que poco nos duró la alegría.

Cabizbajos, volvimos  a rehacer nuestras labores. Los botes tintineaban con cada movimiento, el teclado de los ordenadores y el molesto sonido de los equipos trabajando eran la sinfonía inacabada de nuestro fracaso. El ambiente en general era muy desalentador.

Pensé que Carmen destruiría el I1, pero lo guardó en la nevera y se puso ella sola a hacer una serie de pruebas en la zona más alejada.

Como sabes prima, no me gustan los secretos, y menos donde mi vida está en juego. Me acerquépues sigilosamente aprovechando que Ana y Vicente entraban en la zona de aislamiento.

Carmen se dio cuenta de mi presencia inmediatamente. Menos mal que tenía preparada una buena respuesta para salir del paso. No pudo evitar que, por el rabillo del ojo, viera su monitor. Aparecía un patrón celular mutado y no era el mío. ¿De quién era esa muestra sanguínea? Se supone que no han salido del laboratorio cuando comenzó la gente a enfermar, al menos que sea anterior.

Estuve atenta a su trabajo, intentando escuchar algún pitido de alguno de sus ordenadores cuando el I1  mutara alguna de las células, sin embargo ella guardaba mucho celo en ocultar lo que hacía. Era tarde y ella seguía trabajando frente al microscopio, sacando y metiendo diferentes tubos de ensayo.

La hora de la cena llegó.  Carmen puso una mala excusa para quedarse frente al ordenador y seguir secretamente con sus pruebas; era el mejor momento para que nadie la molestara. Insistí en ayudarla para así acelerar el trabajo; casi pierde los papeles insistiendo en que nos fuéramos a descansar.

Carmen es una mujer seria y razonable, pero cuando desea algo es una leona que protege su territorio.

Primita, esto se me escapa de las manos. Cada día tengo menos brebaje y la infección se extiende más. No puedo confiar en nadie, y sin su ayuda no podré resistir mucho más. Encantada te pediría que me ayudaras, pero no pondré sobre tus hombros mi losa.

 

Besos.

Iria.

 

P.D.: Gracias por leer mis pensamientos, eres mi única amiga.

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