Iria
20/Jul/2011
bloody hand
02

Hola prima:

Al día siguiente de enviarte la carta, el cielo se tornó gris. No sé cual es el motivo, pero los perros del vecindario comenzaron a aullar con desesperación. Mi pequeño Zeus escondió su cola entre las patas y se metió en un agujero debajo de la caseta, donde esconde todos sus huesos.

No fueron los aullidos de los perros los que me despertaron, tampoco el olor a podredumbre que intoxicaba el aire. Lo que me despertó fueron los gritos y el silencio. Pensé que provenían de un extraño, sin embargo, cuando el silencio se hizo, una gota fría recorrió mi espalda.

Abrí la ventana y me asomé. Mis vecinas no habían abierto las persianas, las viejas no habían formado su corro matutino y el coche del panadero estaba parado a escasos metros. El coche esperaba a un conductor que no llegaba.

No funciona el teléfono, ni el móvil. Por un segundo mi corazón dejó de palpitar y el aire bloqueó mi garganta. Casi caigo presa del pánico. Hasta que me acordé de ti y de Elisa. Me concentré en ir a buscar a Elisa, sentí que estaba en peligro. Estaba furiosa por haber caído en un temor auto-infundado.

Cogí el coche y recorrí el camino de tierra y fango que separaba mi casa de la de ella. Vi al Sr. Tomás parado al borde del camino. Llevaba una zapatilla en el pie derecho y en el izquierdo un calcetín lamido por el barro. Paré el coche para ofrecerle mi ayuda, pero había algo peligroso en él. Llevaba su camisa de cuadros, esa de la que tanto nos habíamos reído; estaba manchada de lo que parecía ser sangre. Tuve miedo del viejo, borracho y gordo Sr. Tomás.

Arranqué el coche mientras lo observaba desde el retrovisor; su cara blanca y su boca descompuesta me aterraron. Levantó sus manos y empezó a andar torpemente intentando alcanzarme. Sus ojos inyectados en sangre me observaban a través del espejo.

Prima, en mi vida vi nada tan asqueroso. Cuando abrió su boca, empezó a babear una pasta negruzca; se escurría por su barbilla y caía en su enorme barriga, la cual estaba al descubierto. Su camisa era incapaz de esconderla, en ella se entrelazaban oscuras venas verdes.

Me eché la mano a la boca para evitar el vómito. Intenté centrarme en el camino y llegar junto a Elisa antes que el Sr. Tomás.

Pude divisar a Elisa desde el camino, estaba en la puerta. Su vista estaba perdida entre los árboles de su jardín. Tenía una mano sobre el antebrazo. Al principio creí que vendría a saludarme, pero no fue así; se quedo parada, perdida en la nada. La llamé a gritos aunque no respondió.

No podrías ni reconocerla si la vieras así. Estaba en estado de shock, no respondía ningún estímulo. No hablaba, no se movía. La cogí del brazo y me dí cuenta de que estaba herida.

Prima, aquella herida en su brazo era el mordisco de algún animal, le había arrancado un trozo de carne y el pus empezaba a segregarse en los bordes.

Quise entrar en su casa, para hacerle las curas, pero estaba cerrada a cal y canto. Había una sombra en el interior, que se deslizó lentamente hacia la ventana. Cogí a Elisa y la empujé al interior del coche. Este es uno de esos momentos en que necesitas a un policía cerca y no lo encuentras. Me pregunté si había sido el ladrón quien había herido a Elisa.

Querida prima, no te angusties por Elisa. La traje a casa, el lugar más seguro que conozco. Le puse un cataplasma sobre la herida. Sigue sin hablar y sin hacer caso a mis llamadas y preguntas, pero sus ojos y su rostro empiezan a moverse, como si quisiera contarme algo tan doloroso que temiera decirlo en voz alta.

Te enviaré esta carta de camino al hospital. Voy a asear a nuestra querida Elisa. Espero poder enviarte una carta más agradable la próxima vez.

Un abrazo.

Iria

P.D. Elisa empieza a mover los labios y a emitir sonidos. Pronto se recuperará.