Iria
09/May/2012
bloody hand
14

Querida prima, no conozco este mundo:

 

Anduve por los caminos escondiéndome detrás de cada arbusto, esperando pasar desapercibida por los… ¿Cómo llamarlos? Infectados, zombies. No puedo evitar pensar, que un día, si no encuentro un antídoto, pasaré a formar parte de esos seres sin alma.

Los veo pasar por el camino. Su andar es lento, sin prisa, porque a ningún lugar tienen que ir. Sólo existe su comida y ellos, no tienen otro fin.

Cada vez que los veo no puedo soportar la idea de su existencia antinatural. Los órganos internos se pudren lentamente, entrando en un periodo de descomposición que no puede detenerse ni retroceder; así lo demuestra su nauseabundo olor. Aun así, viven, por decirlo de alguna manera.

Si pudiera hacerme con uno de ellos vivo y llevarlo al laboratorio sería un gran avance. Podríamos ver como funcionan sus órganos, saber por que sigue en pie aunque su cuerpo se este pudriendo. Carmen nunca aprobaría esa medida. Sin medios de contención, el sujeto podría escapar y destruir todo, nosotros incluidos. Quizás debería hacerlo yo misma. Podría ir al centro de salud y coger el instrumental médico necesario. ¡Que tonterías pienso! Yo sola no podría atrapar a uno de ellos.

Con cada paso me acercaba más al pueblo. Tenía que pensar en qué lugar se esconderían los supervivientes. Empecé a buscar cualquier casa o local que tuviera tapiadas las ventanas. Los garajes me parecieron lugares seguros, solo tienen una entrada y eso podría salvarte la vida o llevarte a una ratonera.

Dentro del pueblo tuve que sortear varios coches que había en medio de la carretera y subidos a las aceras. En el interior había restos de comida, ropa, objetos desperdigados por doquier y manchas de sangre en todas partes, no solo dentro de los vehículos, también sobre el pavimento; sin embargo no hay ni un sólo cadáver. Debió ser todo un banquete para esos monstruos.

Mi pulso se volvía loco cada vez que veía a uno de esos seres andando con los restos de su carne colgando, como si fueran harapos.

Me colé dentro de una casa. Me moví lentamente intentando hacer el mínimo ruido, no sabía que podía encontrarme en el interior. Me refugie en el primer lugar que vi, un pequeño ropero. Esperé y esperé. Dentro de aquel lugar pequeño y oscuro los minutos eran horas.

Un ruido me alteró. Parecía que alguien o algo arrojaba objetos al suelo. Escuchaba pisadas rápidas, como si estuvieran corriendo. No era posible, estaba segura de que esos zombies eran lentos, no podían subir unas escaleras ni abrir puertas. ¿Es que acaso me equivocaba?

Las pisadas se acercaban a mi puerta. Preparé el arma, no estaba segura de a donde tenía que apuntar ya que no veía nada. Pegué mi espalda a la pared, la ropa colgada me servía para ocultarme. Pequeñas lágrimas asaltaban mis ojos. Mis manos sudorosas no aguantaban con el peso del arma. Este no era el momento ni el lugar oportuno para sufrir una crisis de ansiedad.

Algo agarró el pomo, vi como giraba dentro de mi mente. Cogí el arma con más fuerza. Un pinchazo me golpeo en la parte baja del vientre; ahora sé lo que siente una persona antes de mearse de miedo, literalmente.

La puerta se abrió de golpe. La luz me cegó durante unos segundos. Quise apretar el gatillo, quise hacerlo, pero no fui capaz. La pistola pesaba tanto que resbaló entre los dedos doloridos.

Mis ojos tardaron unos segundos en adaptarse a la luz. Entre chaquetas y abrigos había un cañón apuntándome directamente a la cara. No conseguía ver quién estaba al otro lado, mis lágrimas enturbiaban la imagen. El cañón se alejó despacio y una pequeña mano se extendió hacia mí con la palma mirando hacia arriba, ofreciéndome su ayuda.

Agarré aquella mano con desesperación, y me impulse hacia delante, esperando poder abrazar al hombre que me ofrecía gentilmente su hombro donde llorar. Sin embargo no fue un hombre al que vi, si no un niño; un muchacho de ojos vivos y fuertes.

Estaba tan animado por haberme encontrado que no paraba de hablar. Casi no podía entender lo que me decía. Observé sus facciones, las típicas de gente con algún tipo de retraso. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue preguntarme como alguien como él había sobrevivido a este infierno.

Me arrodillé y abracé al niño con fuerza mientras lloraba como una tonta. Pensé en lo irónica que parecía la situación; debería ser al revés, yo era la adulta, debía ser quien consolara al niño.

Cuando lo solté, me ofreció una lata de conservas. Eso era lo que estaba haciendo en la casa, buscaba comida.

Me agarró de la mano, esbozo una sonrisa y me dijo: “Tenemos que ir a contárselo al padre Tomás, se va a poner muy contento”.

Prima, creo que se refiere al cura que intentaron echar hace un par de meses por estar continuamente borracho. No veo a ese hombre cuidando a un niño, no sabe ni cuidarse a si mismo.

Prima espero verte pronto, te hecho tanto de menos.

Iria

P.D.: Espero encontrar, entre los supervivientes, alguien que me ayude abrir a uno de esos zombies. Cuanto más lo pienso, mejor me parece la idea.