Iria
23/Abr/2013
bloody hand
19

Hola Prima

La situación se escapa de entre los dedos de mis mugrientas manos. Estamos atrapados en una espiral donde ni la muerte puede salvarnos.

Pensé que el cuerpo semi-descompuesto de Jesús, acabaría muriendo sobre la camilla o transformándose en uno de esos monstruos. Estábamos preparados para cualquiera de los dos desenlaces.

Sinceramente, prima, maldije la inoportunidad de este viejo conocido. Pero quién sabe, quizás me sea útil. Puedo ver in situ los efectos secundarios del brebaje; sus células, mucho más mutadas que las mías, pueden descifrar algún dato que desconozco.

Lo sé, prima, no debería verlo como una rata de laboratorio, pero sólo así puedo mantener intacta mi cordura.

El primer susto nos lo llevamos al mediodía. El cuerpo moribundo se irguió y entre fieros espasmos vomitaba ese repugnante líquido negro, salpicando todo a su alrededor. Su cuerpo luchaba por sobrevivir.

No sé cuantas horas pasaron hasta que sufrió un segundo ataque. Los espasmos eran más violentos que la vez anterior, una espuma negra burbujeaba por sus temblorosos labios y las venas se hincharon de tal manera que temíamos que en cualquier momento estallasen.

Sebas se pasaba la bata blanca por la piel con nerviosismo. Tenia la misma duda que yo: ¿Se infectaría por contacto con el moco negro provenientes de las heridas de Jesús, o hace falta algún factor extra? Creo que pronto descubriré esa respuesta.

A media tarde, Sebas, que había ido a hacer una pequeña ronda, se acercó jadeando y, por señas, me indicó que lo siguiera sigilosamente. Al llegar a la entrada, nos agachamos detrás de la mesa de recepción que Sebas había usado para tapar el agujero del cristal.

Observé el exterior, y lo que vi me dejó perpleja; tuve que ahogar mi grito entre las manos. Había un grupo de zombies lamiendo el cristal roto, donde pequeñas salpicaduras de sangre, producidas por la entrada de Jesús, se encontraban esparcidas por el suelo.

Un pequeño grupo, más alejado, estaban poniéndose las botas devorando a un perro de una casa vecina. El pobre animal había intentado defender a su camada. Mientras los perritos escapaban por un hueco que había en una verja, el mayor se sacrificaba.En otro momento, si hubiera visto esta escena sería un mar de lágrimas, pero la visión de esos seres buscándonos era demasiado aterradora.

Volvimos al cuarto. Jesús nos esperaba con los ojos abiertos, su semblante era más humano, hasta el color de su piel había mejorado notoriamente. Sebas parecía pensativo, en su rostro se dibujaba la desconfianza. Si yo fuera él, me sentiría como la última hamburguesa en una convención de gordos.

Le ofrecimos una lata de lentejas, se las comió con avidez. Entre cucharada y cucharada nos hizo un resumen de su historia desde el momento que lo había visto partir con su prima:

Se escondieron en una casa cercana al accidente, quiso curarle la herida aplicando agua oxigenada y apósitos limpios, incluso intentó coserla.

Él estaba en la cocina, juntando toda la comida que encontraba. Escuchó un ruido, como si alguien se estuviera ahogando. Corrió hacia la habitación donde descansaba su prima. Se acercó a ella, sus ojos estaban abiertos de par en par, su pecho no se movía; no había más vueltas que darle, lloró su muerte y la tapo con una sábana blanca que había en un armario. Se dio la vuelta y siguió buscando más comida. Volvió a escuchar un sonido, como si alguien arrastrara los pies, pensó que eran los propietarios de la casa, que habían vuelto.

No le dio tiempo a escapar, se encontró en frente de un ser de piel verdosa, baba oscura, con varias venas gruesas desfigurando su rostro. Era su prima. En ese momento se acordó de mí; de lo que le había dicho, pero ya era tarde.

Su prima le atacó, él intentó zafarse varias veces. No quería matarla, la golpeaba mientras lloraba. Finalmente, ella le mordió en una pierna, le arrancó un trozo de carne. Agarró un cuchillo que había sobre la repisa y se lo clavó en el cuello repetidas veces; sin embargo, ella seguía moviéndose. La atacó hasta dejarle hecho puré el cuello y la cabeza.

Salió corriendo de la casa sin rumbo, deambuló por las calles hasta que el dolor de la pierna se hizo insoportable. Fue el momento en el que se dio cuenta de lo que ese mordisco significaba. Entró en varias casas buscando un botiquín, algo que lo ayudara, pero solo encontró las típicas tiritas para niños.

En una de las casas de las afueras, vio una botella con olor a medicamento encima de la mesa de la cocina, al lado, una foto mía con Elisa. Agarró la botella y se bebió el poco jugo que le quedaba. Se quedó allí unos días esperando a que yo regresara, pero la comida se había acabado, al igual que el brebaje y empezó a sentir un dolor horrible que le subía de la pierna a la cabeza, una vena con varias ramificaciones se apoderaba de su cuerpo.

Salió a buscar ayuda, vio a un niño pequeño con una escopeta cerca de la iglesia, pero antes de poder llamarlo, se había escabullido. Después le pareció ver a una pandilla de chicos, pero no estaba muy seguro, su vista empezaba a fallarle, aunque su oído y olfato eran excelentes.

Finalmente, optó por ir al centro de salud, rezando por encontrar a alguien.

Entre dientes, nos contó que la comida había perdido su sabor, su olfato le pedía otro tipo de alimentos. Me observó fijamente, como buscando complot en esa hambre inhumana. Prima, es cierto que últimamente tengo más hambre, y me siento de muy mal humor porqué, por muchas latas de lentejas que coma, estas no me saben a nada. Agradecí que fuera discreto y no dijera en voz alta lo que ambos estábamos pensando.

Mientras esperábamos el regreso de Sebas, no me costó convencerle de que teníamos que ir al laboratorio. Si había una manera de paliar el daño, seria desde allí. Jesús se mostraba esperanzado, la idea de que pudiera haber alguna manera de atenuar el daño y volver a ser el que era, lo animaba.

El rostro de Sebas no traía buenas noticias. Sus pupilas dilatadas, sus brazos caídos, y una mueca de desesperación tatuada en el rostro hablaban por si solos. Los tres nos dirigimos a la entrada. La horda se había multiplicado y amenazaban con romper el resto de cristales.

Sebas y Jesús se apuraron en coger camillas y muebles. Yo me quede sentada en el suelo, apoyada en el escritorio. Escuché como arrastraban el material de las consultas y tapaban las ventanas. En cuanto la horda los vio, empezaron a emitir gruñidos y a empujar con fuerza amenazando con romper el cristal en cualquier momento.

Yo me quede sentada tapándome los oídos. Me derrumbé, prima. No podía más. Mil ideas oscuras pasaron por mi mente.

Mi amiga Elisa muerta, mis conocidos transformados y yo me estaba convirtiendo en un monstruo sin poder remediarlo. Mi esfuerzo por intentar encontrar una cura se desmoronaba, estaba encerrada sin que nadie pudiera ayudarnos a expensas de que mis vecinos entraran a devorarnos.

Lloré como una niña pequeña. Sentí un hueco en mi pecho, algo enorme que luchaba por salir pero que se había quedado estancado en un solo punto. Mi mente me decía que este no era el momento, pero no podía parar.

Algo cálido me toco ambos hombros, pensé que era uno de ellos, uno de esos monstruos. Cerré los ojos y los puños con fuerza esperando el fatal mordisco. Pero no fue así. Sebas me revolvió el pelo y me llamó holgazana. Abrí los ojos. Jesús estaba a unos metros cargando con unas sillas de plástico e hizo un gesto de que me levantara. Tenía ganas de gritarles, de decirles que todo estaba perdido, que era una tontería seguir luchando, era mejor dejarse llevar y que todo acabara de una vez. Pero ellos, dos desconocidos que no sentían ningún aprecio el uno por el otro, se ayudaban mutuamente para impedir que los zombies entraran. Me hicieron recordar que aún seguimos vivos.

Prima, voy a ayudarles. Si las cosas salen bien, recibirás mi siguiente carta; si no, recuerda que en estos últimos días saber que estas a mi lado, que lees estas líneas, es lo que me hace continuar.

Te quiero

Iria.

P.D.: Prima, voy a luchar hasta el final.