Iria
27/Jul/2013
bloody hand
21

Querida prima:

Siempre nos han dicho que si caminas, hazlo acompañada; eso lo dijeron por que no estaban con Sebas y Jesús. Son como dos perros sin collar a punto de pelearse por quién orina primero en las esquinas.
Andábamos a buen ritmo, manteniéndonos callados, atentos a cualquier cosa que se acercara a nosotros, menos Sebas, que tenia la manía de silbar una canción que solo él conocía. En esos momentos lo mataría.
Escogimos la senda que rodea el arroyo de las Tórtolas. Sabíamos que ese camino era el más largo, pero el más tranquilo; los muertos no se mueven por lugares donde escasea la comida.
Nos acercábamos a unos de los arroyos cuando nos encontramos una enorme verja electrificada que cortaba el camino. Nos acercamos con curiosidad. El otro lado era el libre, el que nos llevaría a cualquier lugar lejos de este maldito pueblo. Es doloroso, pensar que algo tan fino como el alambre frena nuestra libertad, obligándonos a vivir en esta pesadilla.
Escuchamos unos murmullos y el trote de personas corriendo hacia nuestra dirección. Nos escondimos detrás de unas zarzas que estaban a nuestra izquierda. Tres soldados aparecieron por la derecha, armados hasta los dientes. Empezaron a gritar, buscando la presencia de intrusos. Uno de ellos disparó al aire, esperando asustarnos. Yo cerré los ojos y conté hasta que los disparos cesaron. Volvieron a gritar nuevamente y al final desistieron. Los vimos alejarse por donde vinieron.
Por una vez Jesús y Sebas estuvieron de acuerdo en algo. Querían saber que hacía el ejército en esa zona. Prima, como ya te habrás imaginado, mis planes eran otros, pero eramos dos contra uno. Al final seguimos a los soldados manteniendo una distancia prudencial. Pudimos escuchar algunas frases sobre un moco verdoso que estaban sacando de un embalse de agua y las ganas que tenían de volver a casa.
No tardamos en ver más militares. Nos acercamos cautelosos. Los soldados sacaron unos cigarrillos; no parecían preocupados por que unos intrusos se acercaran a la valla; sabían que estaba electrizada y nadie osaría acercarse demasiado, eso les daba la sensación de seguridad y de despreocupación. Detrás de ellos sobresalía una gigantesca carpa blanca. Nos movimos entre los árboles y arbustos. Uno de los soldados hizo un gesto con las manos y los otros se pusieron en guardia. Nos quedamos paralizados, como cuando éramos niñas y jugábamos a que el primero que se moviera perdía, en este caso, la vida.
Los soldados se acercaron a la valla por flancos diferentes, abarcando la máxima área posible. No sé cuanto tiempo estuvimos escuchando el crujir de sus botas sobre las hojas secas hasta que volvieron a centrarse en el sabor de sus cigarrillos.
Con cada paso la carpa blanca era más grande, inmensa; a su alrededor había unas tiendas con manchas de tonos verdoso, era un campamento militar, habían una senda de camiones que iban y venían a gran velocidad. Hombres vestidos de blanco salían de la carpa con unas finas bandejas de muestras, no podía distinguir que portaban. ¿Qué esconde esa carpa que necesita un ejército para protegerlo?
Sebas se apretaba las manos con nerviosismo, parecía estar valorando la opción de entrar por la fuerza. Le dí un codazo como señal de que teníamos que irnos. Su cara era un cuadro enrojecido a punto de protestar, quería entrar ahí dentro y aplacar su furia contra esos que nos habían encerrado, pero no teníamos fuerza de fuego, ni personal para hacerles frente. Tenemos que entrar, pero este no es el momento.
Nos sentamos a comer unas latas de conservas que habíamos robado de una pequeña casa. Usábamos el dedo para poder recoger hasta el último átomo de salsa que se escondiera en las esquinas redondeadas y cortantes. Teníamos tanta hambre.
Nos íbamos a poner en camino cuando Jesús levantó la cabeza, sonreía como un iluminado. Nos hizo hincapié en el lugar donde habíamos visto la carpa. Hace un mes ese lugar fue eco de las noticias nacionales.
Prima, seguro que lo recuerdas. El invierno fue muy seco y los agricultores demandaban agua de nuestro río. La obra que tenía que realizarse era muy costosa y había que talar grandes hectáreas de árboles, además de tener que usar explosivos. La contaminación que se produciría era un precio muy alto a pagar; los vecinos salieron a las calles a manifestarse. Los activistas se encadenaron a los árboles y realizaron varias revueltas. Finalmente encontraron un embalse subterráneo de agua virgen. El coste era más bajo y la contaminación ambiental se producía lejos de las casas, con lo que las protestas cesaron.
Según Jesús, que fue uno de los activistas, la carpa blanca está en la zona donde comenzó la excavación.
Prima, esto me parece una extraña coincidencia. De todos los lugares que hay en el pueblo ¿por qué ahí? Si antes tenía prisa por llegar al laboratorio, ahora me urge, pues el científico local encargado de las muestras era Carmen. Debo hablar con ella, es hora de entablar una conversación sobre el Sujeto 0.
Prima, hemos llegado al laboratorio. La puerta estaba abierta, hay charcos de sangre seca en la entrada y en las escaleras.
El olor a muerte me hizo pensar dos veces en traspasar el umbral; pero si no lo hago, todos mis esfuerzos caerán en un pozo sin fondo. Sentí a mis acompañantes a mi lado, su fuerza y su determinación despejaron mis temores. Juntos dimos el primer paso hacia la oscuridad.

P.D.: El laboratorio es el lugar más seguro del pueblo, el único con medidas de seguridad infranqueables. ¿Qué es lo que habrá pasado?