Carta 17

A quien quiera leerlo:

Por increíble que pudiera parecer, Sebas se supo controlar y no intentó acercarse a Iria mientras ella dormía. Tirarme toda la noche vigilando tanto la entrada del ambulatorio, como a él, me ayudó a pensar en nuestro siguiente movimiento. Después de tomar un frugal desayuno, nos pusimos en marcha.

―Creo que lo mejor será que vaya yo a buscar al resto del grupo mientras vosotros me esperáis aquí ―les dije con aplomo.

Sebas me observó sorprendido. Intentó oponerse, alegando que yendo sólo correría mucho peligro. Me defendí diciéndole que el ambulatorio parecía un lugar seguro y que, de tratar a nuestro amigo Suko, sería mejor allí que en medio del bosque. Por suerte, Iria estaba de acuerdo conmigo, y eso le hizo entrar en razón.

―Mucha suerte, tío ―se despidió de mí Sebas dándome un fuerte abrazo.

―Dale esto de beber. Detendrá la infección por el momento ―me dijo Iria entregándome un tarro.

Después, me habló del cura de la Iglesia, que se refugiaba allí junto con un niño.

―Podrían serte de ayuda si llegaras a necesitar un refugio ―matizó.

Fruncí el ceño. Nunca me fié de esos locos religiosos, más preocupados en la recolecta de la limosna, que en tratar a los más necesitados.

La di las gracias justo cuando se daba la vuelta, en dirección a la sala donde tenía encerrado a su “conejillo de indias”. Sebas la miró el culo justo antes de guiñarme el ojo con una pícara sonrisa. Resoplé divertido.

Salí con cuidado, pero no vi ningún zombi de camino al jeep.

Mientras cruzaba el pueblo, me extrañó el silencio reinante. O los militares han limpiado a conciencia la zona, o todos los infectados han salido a los alrededores. Me temía lo peor.

Por suerte, mis miedos eran infundados. Cuando llegué al refugio, me encontré a todos tal y como los dejamos Sebas y yo. Me saludaron con alivio.

―El ambulatorio es un lugar seguro, y encima hemos tenido la gran suerte de encontrar a una enfermera ―les relaté mientras le daba la medicina a mi amigo malherido.

―¿Está buena? ―preguntó el Paji.

―Lo suficiente para que puedas fantasear con ella ésta noche ―respondí.

Estallamos en carcajadas. Ver sus sonrisas aflorar en sus cansados rostros me enfundó ánimos. Llegué a pensar que todo acabaría saliendo bien.

Pobre iluso.

Apenas habíamos terminado de subir con cuidado a Suko al jeep, cuando oímos unos gruñidos provenientes de los arbustos que nos rodeaban.

―Joder ―grité―. Todos adentro. ¡Ya!

Una docena de esos repugnantes seres entraron al refugio justo cuando el paji cogió la última bolsa de comida. Le grité que la tirara y subiera corriendo al coche. No me hizo caso y lanzó primero la comida al interior del vehículo. Un zombi estaba a punto de atraparle cuando el Rulas le dio un golpe en plena cara con su puño americano. Varios dientes podridos salieron volando en todas direcciones. De un empujón, el Rulas metió en el coche al gordo del Paji. Arranqué a toda velocidad, escapando por los pelos de allí.

―Joder, gordo. Por culpa de tu comida casi nos matan aquí ―le regañó el Rulas.

El paji agachó la cabeza, avergonzado. Por suerte, el Suko soltó una de sus bromas para relajar el ambiente, algo como: «adelgaza gordito», o «eso te pasa por comer doritos». Yo me encontraba inmerso en la conducción, mientras me carcomía la posibilidad de que los zombis hubieran encontrado el refugio por mi culpa, siguiendo el ruido del coche. Noté como una mano se posaba con suavidad en mi hombro. Estuve a punto de dar un volantazo del susto.

―Relájate tío ―me dijo el Rulas mientras me acercaba un peta―. Ten, lo necesitarás.

Se lo agradecí, la verdad es que esa calada me supo mejor que nunca.

Aún no había terminado de entrar el humo en mis pulmones, cuando el mundo dio una vuelta de campana. Durante unos segundos, el tiempo transcurrió a cámara lenta y vi como el porro caía contra el techo del jeep. Lo primero que pensé es que no tenía ni idea de contra qué ostias habíamos chocado. Lo segundo, es que menudo desperdicio de peta. Y por último, que estábamos bien jodidos.

Que poco me equivoqué, Abel. Sólo pensar en ti me dio fuerzas para sobrevivir.

Te quiero.

No Comments |

Carta 17

Querida Teresa:

Llevamos mucho tiempo aquí dentro y las cartas se amontonan en el escritorio. Aún no sé si te llegan, pero no quiero que te preocupes al no recibir noticias mías. Te juro que mañana, o pasado, te las mando todas.

Las cosas parecen querer tranquilizarse. Miguel afirma que no se ven zombis en la calle, pero no te puedes fiar.

La señora Aurora sigue dando vueltas por la iglesia, buscando algo que fumar. Creo que se ha decepcionado mucho al ver que Ramona no traía tabaco.

No soporto el sonido de su bastón, ni tampoco la presencia de la estanquera.

Al principio estaba muy nerviosa, pero el niño consiguió que se calmara. Nos contó todo lo que había pasado estos días, la desaparición de su hija, cuando su marido intentó matarlas, el tiempo que lleva huyendo de él y buscando a Rocío. Nos contó también cuando fue a pedir ayuda al señor Beltrán, y se encontró con la pequeña Candela, poseída por aquella rabia asesina. No le quedó mas remedio que matarla. Se echó a llorar, al recordarlo. Miguelín la consoló, como yo nunca podría hacer, leyéndole los Evangelios. Luego sacó su estúpido mapa, y empezaron a buscar los posibles sitios donde encontrar a su hija.

Nunca les diré que se encuentra en el patio de la iglesia, tendría que explicarles que yo la maté, y no estoy dispuesto a hacerlo.

No aguanto esta presión, necesito vino. He vuelto a buscar alguna botella en los escondites habituales, aún a sabiendas de que ya no queda ninguna.

Cada vez que me cruzo con la vieja, la entiendo mejor. Ella cojea con su pierna dolorida, y yo con mi alma atormentada.

Ahora, el muchacho se ha hecho cargo de todo, la limpieza, la organización, la comida…

Yo lo prefiero así, no tengo la cabeza para pensar. Cuando lo hago, solo recuerdo a aquella joven que vino a pedir ayuda a mi iglesia, bueno, a pedir ayuda o a comerme, ya no estoy seguro.

Los padres de Miguel estarían orgullosos si le vieran.

¡Malditos cabrones que intentaron comérselo!

Anoche acabamos con la comida que quedaba, Miguelín nos leyó el Éxodo, con su voz de tontito, y nos recordó que Dios estará con nosotros allá donde vayamos. Amén.

¡A mí me lo va a decir!

 

En fin, ya se han dormido todos. Está claro que mañana saldremos a por comida, va a ser un día muy largo. Tendremos que echar las cartas, la señora Aurora quiere ir al estanco a por tabaco, y yo a la taberna a por vino. El niño pretende llevar a Ramona al ambulatorio, a ver si Rocío está ahí.

Este imbécil nos va a meter en algún lío.

No estoy seguro de que la calle esté despejada de monstruos, pero está claro que mañana nos vamos a jugar el tipo. No me gustaría encontrarme con el soldado del mostacho.

Tengo miedo, hermana. Te quiero. Si puedes ayudarnos, por favor… No, mejor no hagas nada, si te encuentras bien, no pases por aquí.

 

Tu hermano Tomás.

 

P.D.: Padre, no te pido que le devuelvas su hija a Ramona, ambos sabemos que es imposible, solo te pido alcohol para mí, y tabaco para la anciana.

 

 

No Comments |