Gabriel
10/Nov/2012
bloody hand
17

A quien quiera leerlo:

Por increíble que pudiera parecer, Sebas se supo controlar y no intentó acercarse a Iria mientras ella dormía. Tirarme toda la noche vigilando tanto la entrada del ambulatorio, como a él, me ayudó a pensar en nuestro siguiente movimiento. Después de tomar un frugal desayuno, nos pusimos en marcha.

―Creo que lo mejor será que vaya yo a buscar al resto del grupo mientras vosotros me esperáis aquí ―les dije con aplomo.

Sebas me observó sorprendido. Intentó oponerse, alegando que yendo sólo correría mucho peligro. Me defendí diciéndole que el ambulatorio parecía un lugar seguro y que, de tratar a nuestro amigo Suko, sería mejor allí que en medio del bosque. Por suerte, Iria estaba de acuerdo conmigo, y eso le hizo entrar en razón.

―Mucha suerte, tío ―se despidió de mí Sebas dándome un fuerte abrazo.

―Dale esto de beber. Detendrá la infección por el momento ―me dijo Iria entregándome un tarro.

Después, me habló del cura de la Iglesia, que se refugiaba allí junto con un niño.

―Podrían serte de ayuda si llegaras a necesitar un refugio ―matizó.

Fruncí el ceño. Nunca me fié de esos locos religiosos, más preocupados en la recolecta de la limosna, que en tratar a los más necesitados.

La di las gracias justo cuando se daba la vuelta, en dirección a la sala donde tenía encerrado a su “conejillo de indias”. Sebas la miró el culo justo antes de guiñarme el ojo con una pícara sonrisa. Resoplé divertido.

Salí con cuidado, pero no vi ningún zombi de camino al jeep.

Mientras cruzaba el pueblo, me extrañó el silencio reinante. O los militares han limpiado a conciencia la zona, o todos los infectados han salido a los alrededores. Me temía lo peor.

Por suerte, mis miedos eran infundados. Cuando llegué al refugio, me encontré a todos tal y como los dejamos Sebas y yo. Me saludaron con alivio.

―El ambulatorio es un lugar seguro, y encima hemos tenido la gran suerte de encontrar a una enfermera ―les relaté mientras le daba la medicina a mi amigo malherido.

―¿Está buena? ―preguntó el Paji.

―Lo suficiente para que puedas fantasear con ella ésta noche ―respondí.

Estallamos en carcajadas. Ver sus sonrisas aflorar en sus cansados rostros me enfundó ánimos. Llegué a pensar que todo acabaría saliendo bien.

Pobre iluso.

Apenas habíamos terminado de subir con cuidado a Suko al jeep, cuando oímos unos gruñidos provenientes de los arbustos que nos rodeaban.

―Joder ―grité―. Todos adentro. ¡Ya!

Una docena de esos repugnantes seres entraron al refugio justo cuando el paji cogió la última bolsa de comida. Le grité que la tirara y subiera corriendo al coche. No me hizo caso y lanzó primero la comida al interior del vehículo. Un zombi estaba a punto de atraparle cuando el Rulas le dio un golpe en plena cara con su puño americano. Varios dientes podridos salieron volando en todas direcciones. De un empujón, el Rulas metió en el coche al gordo del Paji. Arranqué a toda velocidad, escapando por los pelos de allí.

―Joder, gordo. Por culpa de tu comida casi nos matan aquí ―le regañó el Rulas.

El paji agachó la cabeza, avergonzado. Por suerte, el Suko soltó una de sus bromas para relajar el ambiente, algo como: «adelgaza gordito», o «eso te pasa por comer doritos». Yo me encontraba inmerso en la conducción, mientras me carcomía la posibilidad de que los zombis hubieran encontrado el refugio por mi culpa, siguiendo el ruido del coche. Noté como una mano se posaba con suavidad en mi hombro. Estuve a punto de dar un volantazo del susto.

―Relájate tío ―me dijo el Rulas mientras me acercaba un peta―. Ten, lo necesitarás.

Se lo agradecí, la verdad es que esa calada me supo mejor que nunca.

Aún no había terminado de entrar el humo en mis pulmones, cuando el mundo dio una vuelta de campana. Durante unos segundos, el tiempo transcurrió a cámara lenta y vi como el porro caía contra el techo del jeep. Lo primero que pensé es que no tenía ni idea de contra qué ostias habíamos chocado. Lo segundo, es que menudo desperdicio de peta. Y por último, que estábamos bien jodidos.

Que poco me equivoqué, Abel. Sólo pensar en ti me dio fuerzas para sobrevivir.

Te quiero.