Gabriel
17/Oct/2011
bloody hand
07

A quien quiera leerlo:

¿Qué coño es esto, un puto pueblo fantasma?

Estaba flipando, no se veía un alma, las tiendas estaban cerradas a cal y canto, con carteles de: «Cerrado por enfermedad» por todos lados. Por suerte, el súper aún estaba abierto. Cuando entré, mi indignación creció aún más. Busqué con la mirada a mi novia, que trabaja aquí como dependienta. Estaba leyendo con manos temblorosas una revista de moda detrás de la caja. Me acerqué dando grandes y sonoras zancadas hacia ella.

—Jeni, cariño, ¿qué cojones es esto? —la dije mientras señalaba las estanterías casi vacías.

Ella se encogió ante mi cabreo, mirándome con ojos de corderita.

—Yo… —balbuceó—. Yo no sé, hace días que no llegan los nuevos pedidos.

La cogí de la barbilla para que me mirara directamente a los ojos.

—Mi hermano necesita comer, ¿sabes, Jeni? Búscame algo —dije.

Mientras mi chica iba al almacén cogí lo poco que pude encontrar, como unos rollos de papel higiénico, unas salchichas medio aplastadas y una bolsa de patatas fritas que parecía como si un elefante se hubiera sentado sobre ella. Sólo me topé con un anciano que me miraba de soslayo mientras hacía acopio de los restos de comida. Fui directo hacia él, dispuesto a preguntarle si sabía que cojones estaba pasando. Éstas momias andantes siempre se saben todos los chismorreos del pueblo. Justo antes de abrir la boca, Jeni me chistó desde la puerta del almacén.

—¿Has visto al viejales ese? Parecía a punto de echarse a llorar según me acercaba a él —comenté.

Jeni no respondió, se limitó a cogerme de la mano y guiarme al interior del almacén. Allí me dio dos bolsas con comida.

—Es todo lo que he podido encontrar, lo guardaba el jefe para ocasiones de emergencia ­—susurró—. Pero hace tiempo que no viene por aquí.

—¿Que está pasando aquí? Nunca te he visto así de nerviosa.

—Yo… —balbuceó de nuevo—. El pueblo está loco, están pasando cosas muy raras. La gente está desapareciendo y encima anoche un vagabundo se me echó encima. Creí que iba a violarme, pero en vez de eso intentó morderme. ¿Te lo puedes creer? ¡Morderme! —dijo al borde de las lágrimas.

—Chist, chist. Tranquila, no llores —la dije mientras la abrazaba contra mi pecho y la daba unas palmaditas en la espalda. Arrancó a llorar. Esperé en silencio a que se calmara.

Cuando los sollozos se fueron apagando poco a poco, la aparté de mí y la tendí un trozo del papel higiénico para que se limpiara.

—Voy a buscar a éstos y ya veremos qué hacer, ¿vale? Tu de momento quédate aquí y ya vendré a buscarte con ellos.

—Va… vale.

La besé en la boca mientras la agarraba del culo. Me iba a marchar justo cuando me acordé de algo.

—Ah, por cierto —dije—, ¿no sabrás nada de Alex? Hace días que no lo localizo. Si tienes noticias suyas llámame.

Jeni se me quedó mirando con una mano en los labios y la otra medio levantada en mi dirección, como si no quisiera que me marchara. El miedo que se reflejó en sus ojos me hizo dudar, pero acabé cruzando la puerta.

Metí toda las bolsas en el coche y salí en busca de mis amigos.

Cuando llegué a la casa del Sebas, vi su moto medio caída sobre su puerta, pero nadie respondía. Dichoso Sebas, nunca está cuando se le necesita.

No tuve mucha más suerte en la casa del Suko. Ni en la del Rule, ni siquiera en la casa del Paji, que siempre suele estar en casa viciándose a la Play o pajeándose con Internet.

Ya estaba anocheciendo cuando me rendí y decidí volver a casa. De camino vi cómo un cura dejaba unas cartas en correos, me pareció buena idea y decidí depositar lo que llevaba escrito de mi diario en el buzón. Es la única forma que se me ocurre de que se sepa que está pasando en el pueblo, a ver si las autoridades hacen algo al respecto.

Iba abstraído en mis pensamientos cuando noté una presencia que me miraba desde un balcón. Era una niña. Estaba asomada de cuclillas entre medias de los barrotes del balcón. Me hacía señas con la mano para que me acercara. Tenía los ojos de un color amarillo intenso y vi que llevaba el brazo vendado. Me acerqué curioso, pero enseguida algo en su sonrisa me perturbó y me quedé plantado a medio camino. Empecé a caminar de espaldas sin dejar de mirarla. Cuando ya estaba lejos de ella me despidió con su otra mano, pero me pareció más grande de lo normal, como si llevara algo sujeto. Abrí los ojos como platos al descubrir que sostenía el brazo de un hombre adulto, arrancado de su cuerpo y aún con la sangre fresca deslizándose por la zona amputada.

Salí corriendo calle abajo.

—Ñiiiiiiiiiiiiick —una estridente ambulancia frenó en seco justo a mi lado. Me giré enrabietado y solté toda mi furia en forma de un puñetazo. Del golpe que le di al capó de la ambulancia, ésta calló de repente. Tomé aire mientras miraba al interior del vehículo, donde unos chavalines con cara de susto me miraban a través de los cristales. En ese momento me acordé de Abel y salí escopetado hacia el coche.

Espero que no le haya pasado nada malo en mi ausencia.