Gabriel
30/Ago/2011
bloody hand
05

A quien quiera leerlo:

Estaba hambriento, así que me dirigí a la cocina. Puse a calentar un poco de leche para mí y mi hermano. Cuando estaba cogiendo los «Chocos» me di cuenta de la hora que era.

—Pero que cojo… —salí disparado dejando que se cayeran algunos cereales al suelo. Se me había hecho tardísimo, apenas faltaban minutos para el amanecer.

Cuando llegué al lugar donde enterré a Alex me fallaron las fuerzas, tuve que apoyarme entre dos árboles, con forma de V, para evitar caer de rodillas al suelo. Toda la zona estaba removida, pero lo peor no era eso. Me agaché a observar con detenimiento y me di cuenta de que la tierra no había sido desplazada de un lugar a otro, como se haría en el caso de desenterrar algo, sino que parecía como si la hubieran empujado desde dentro.

—No es posible —susurré para mis adentros.

Un sol ascendiente iluminaba, a través de los árboles deformados, la zona en donde me encontraba. El sueño tan real que tuve anoche llegó con violencia a mi mente. No tuve tiempo para reponerme, pues el chillido ensordecedor de unas sirenas rompieron el silencio del bosque. Limpié a toda prisa la tierra de mis manos antes de salir corriendo hacia mi casa.

Una columna de humo eclipsó el sol. Al reparar en ella, vi que salía de casa. Cuando llegué, había un camión de bomberos estacionado enfrente de ella. Un bombero estaba a punto de tirar el portón abajo cuando grité:

—¡No lo haga!

El bombero se giró sobresaltado.

—Es mi casa, ahora mismo le abro —balbuceé casi sin aliento.

Cuando entramos vi que el humo procedía de la cocina. El cazo estaba negro como el hollín con toda la leche en forma de espuma alrededor suya.

—Lo siento, tuve que atender un asunto urgente mientras preparaba el desayuno —dije ante la mirada de reproche del bombero—. Se ve que se me olvidó apagar el fuego.

—Uala hermanito, la que has liado —interrumpió Abel al bombero cuando éste fue a decirme algo.

Apareció enfundado en su pijama, con cara legañosa, el pelo alborotado y su «Minchi» cogido de la mano, un gatito de peluche.

El bombero se quedó mirándolo, con un dedo levantado en mi dirección y una palabra que no terminó de salir de su boca. Se giró de nuevo hacia mí.

—Está bien por esta vez, pero que no vuelva a pasar.

—Claro —respondí.

—Últimamente están pasando cosas muy raras en el pueblo —me interrumpió—. Algunos de nuestros compañeros han desaparecido cuando acudían a llamadas de socorro, así que no nos den más trabajo del que sea necesario.

—Uala, yo quiero ese casco.

—Abel, cállate —reprendí a mi hermano—. Por supuesto señor, le prometo que no volverá a pasar —dije al bombero mientras le acompañaba al portón exterior.

Cuando el coche de bomberos se alejó cuesta abajo, sentí como si llevara años sin dormir.

—Yo de mayor quiero ser bombero y llevar ese casco tan chulo y conducir un coche que hace naaaaaaano naaaaaaaano.

—Si Abel, si ­—le dije mientras volvíamos adentro—. Ponte a jugar a la consola si quieres, que yo tengo que hacer unos recados en el pueblo.

—Uala, ¿sí? Gracias hermanito —saltó de alegría mi hermano mientras iba derechito al salón a encender la tele y la videoconsola.

Me fui directo al baño a darme una buena ducha y adecentarme un poco.