Gabriel
06/Ene/2012
bloody hand
10

A quien quiera leerlo:

 

Escribo estas palabras para serenarme, para pensar con claridad, y sobre todo, para analizar mi siguiente paso.

Cuando terminé de escribir mi accidente y el posterior encuentro con uno de esos comemierdas babeantes, ya sabía que era lo que tenía que hacer.

El puesto militar estaba aún muy lejos de mi posición y para colmo, no se veía una mierda. Hasta la luna parecía querer boicotearme. Si me aventuraba hasta allí sin luz ni medio de transporte, corría el riesgo de ser devorado en mitad de la noche. Por suerte, el pueblo se encontraba cerca y me podía guiar por las luces de las casas que veía en la distancia. Allí podría encontrar a mis amigos y obligarles a que me lleven hasta la guarida de los militares.

En apenas quince minutos llegué al pueblo, con el bate bien sujeto en mi mano y la mochila colgada a mi espalda. Miré a todos lados. Todo parecía tranquilo, demasiado tranquilo.

Atravesé los restos calcinados de la comisaría. El fuego se había cebado a base de bien, reí para mis adentros. Seguí caminando en dirección al centro, cuando me topé de bruces con la calle donde vivía Jeni.

¡Jeni!

Casi se me había olvidado la promesa que la hice. No dudé ni un segundo y llamé a su puerta. Esperé, pero nadie respondía. Maldita sea, ¿donde coño se habrá metido?

—Jeni, ostias, abre, que soy yo, Gabriel —grité sin pensar en los vecinos que podrían estar durmiendo.

Un gran estruendo de cristales fue todo lo que recibí como respuesta. Vi como un cuerpo orondo caía desde la ventana de la casa de Jeni. Parecía su padre. Su cuello se partió contra el pavimento. No le presté atención, pues un grito desgarrador sacudió el resto de los cristales. Salté por encima del cuerpo de mi suegro y abrí de una patada la puerta.

Me quedé paralizado en el recibidor. Alex, o lo que quedaba de él, estaba tumbado sobre Jeni. De no ser por el olor a mierda que desprendía su cuerpo, pensaría que se la estaba tirando. Corrí por todo el pasillo cuando mi cuñado y mi suegra me franquearon el paso. Ella estaba más fea que nunca, pintarrajeada como una puerta recién lijada con estropajo y con los pelos teñidos de sangre. La boca babeante de mi cuñado y sus ojos vidriosos le hacían parecer más estúpido de lo normal, y mira que eso ya es difícil. Ambos tenían puesto un gorrito de Papa Noel. Desde el salón se oía cantar a José Feliciano su Feliz Navidad. Unos pasos arrastrados a mi espalda me erizaron el pelo de la nuca. El padre de Jeni avanzaba bloqueándome la salida.

Los gritos de Jeni se transformaron en un borboteo de sangre mientras Alex seguía devorándola. Ya no podía hacer nada por ella y encima estaba atrapado en mitad del pasillo.

No dudé. Salté de lado hacia atrás con la rodilla en alto mientras agarraba el bate con las dos manos a modo de espada. Se la clavé en toda la cara a mi suegro.

—Felices fiestas, gordo.

Cayó pesadamente al suelo mientras yo le pasaba por encima. Siempre me cayó mal.

—¿Serán idiotas? Celebrando la navidad en momentos así —fue todo lo que pensé mientras corría calle abajo.

De repente, me topé con la ambulancia que casi me atropelló el otro día. Decidí refugiarme en el portal que había a su lado para descansar unos segundos, me dolía la rodilla por el encontronazo con el padre de Jeni.

Maldito Alex, siempre quiso tirarse a mi chica. Pobrecilla, ahora si me topo con ella tendré que matarla.

Espero que nunca le paso algo así a mi hermano.

 

Abel. Pronto, muy pronto te encontraré.