Gabriel
12/Dic/2011
bloody hand
09

A quien quiera leerlo:

Los árboles me franqueaban el paso. El viento rugía a mi alrededor y la oscuridad de la noche era penetrada a toda velocidad por las luces de mi vehículo.

No es justo.

Abel.

De repente, me vi dando vueltas de campana con el coche. No sabía con qué coño había chocado, pasó tan rápido que no me dio tiempo a esquivarlo. Me estampé contra un árbol. Por suerte, no me desmayé, pero sentía mi cuerpo entumecido. Unas gotas de sangre cayeron en el techo del coche. Había volcado y para colmo, el cinturón de seguridad me aprisionaba. Intenté desengancharlo, pero el resorte se encontraba sepultado entre los dos asientos y no podía alcanzarlo.

Me cuesta respirar.

Un jadeo babeante me puso en alerta. Cogí a toda prisa mi navaja del bolsillo y empecé a cortar el cinturón de seguridad. Cuando ya casi había terminado, un golpe en el cristal me pilló desprevenido, provocando que se me cayera el cuchillo. Al mirar, vi unos dientes podridos aplastados contra la ventanilla. La boca chorreante de un zombi se afanaba en llegar hasta mí.

Me puse a buscar como loco la navaja. Me ponía muy nervioso su ojo vacío, observándome con ansia mientras golpeaba su torpe mano contra el cristal.

Maldita sea. No puedo morir como un perro, atado y sin poder defenderme. Así no.

Miré desafiante al putrefacto monstruo. El me devolvió la mirada y me pareció ver cómo sonreía mientras alzaba su mano para dar un último golpe.

El quejido de un animal moribundo le dejó con la mano suspendida en el aire. Giró su único ojo hacia atrás, balanceando torpemente su cabeza. Empezó a arrastrar sus piernas hasta el origen del sonido. Aproveché ese momento de distracción para retomar la búsqueda de mi navaja. La localicé enseguida. Nada más liberarme del maldito cinturón, salí del coche y cogí el bate de beisbol de la mochila.

Me acerqué al zombi, que se estaba dando un buen festín con un ciervo. El indefenso animal se había estrellado contra mi coche, y ahora yacía en el suelo a merced de aquel ser que le estaba devorando las tripas.

Le di una patada en el culo al zombi y antes de que pudiera revolverse contra mí, su cabeza salió despedida de su cuerpo. Limpié contra el suelo los restos de dientes incrustados en el bate.

Volví para acabar con el sufrimiento de la agonizante bestia. Levanté por encima de mi cabeza el bate, pero su mirada suplicante me hizo dudar. Estaba bajando lentamente los brazos cuando el ciervo empezó a convulsionarse y echar espuma por la boca. Le golpeé con todas mis fuerzas una y otra vez.

Luego, arrastré los cadáveres al borde de la carretera.

Aún me quedaban fuerzas para golpear con rabia el coche, destrozado contra el árbol. Me apoyé jadeante contra la puerta del conductor.

Maldita sea…

Abel.