Gabriel
04/Oct/2012
bloody hand
16

A quien quiera leerlo:

Un sol abrasador nos acompañaba. Serían sobre las 3 de la tarde y todo estaba muy tranquilo.

―Parece que los zombis se están echando la siesta ―comentó jocoso Sebas.

―¡Ja! ―exclamé―. Eso es que no han perdido las buenas costumbres.

Aun así, nos mantuvimos alerta. Le hice señales a Sebas para que se colocara al otro lado de la entrada. En el interior todo parecía muy tranquilo. Entramos sigilosamente.

Un ruido procedente de una de las habitaciones nos puso en alerta. Levanté mi bate y Sebas preparó su cuchillo. Me asomé, pero no vi a nadie.

―Que rar… ―empecé a decirle a Sebas cuando una sombra se abalanzó por detrás de la puerta entreabierta.

Ataqué sin dudarlo, pero el destello metálico de una pistola me hizo frenar en seco. Una chica joven, con cara de susto, me encañonaba con su arma. Nos quedamos en silencio hasta que mi amigo exclamó:

―Ostias, es una chica. Está viva Gabriel, no la mates.

La joven y yo le miramos, desconcertados.

―Somos Sebas y Gabriel ―se presentó con su mejor sonrisa. Extendió la mano hacia ella a modo de saludo.

La chica le miró la mano y fue entonces cuando se dio cuenta de que la suya seguía apuntándome con la pistola. La bajó corriendo, quizás asustada por lo que había estado a punto de suceder.

―En… encantada. Yo soy Iria ―le respondió estrechándole la mano.

Yo no dije nada. Me volví ufano. No me gusta que me encañonen con un arma, aunque me hayan confundido con un zombi. Noté la mirada de reproche de Sebas clavándose en mi espalda.

―Perdona a mi amigo ―dijo―. Está muy preocupado por su herma…

―¡Sebas! ―le reprendí muy cabreado―. ¿Nunca te han dicho que tienes una bocaza muy grande?

La chica me miró intrigada, así que no me quedó más remedio que hablarle de ti, Abel. Me tragué mi orgullo y le pregunté si había visto a un niño de aproximadamente 7 años. Le enseñé una foto tuya que siempre llevo guardada en la cartera. Iria la miró con el ceño fruncido, hasta que al cabo de unos segundos me dijo:

―Lo siento mucho, pero no me suena.

―¿Y qué hace una chica tan guapa como tú sola en un sitio como éste? ―nos interrumpió Sebas.

―¿De verdad te ha funcionado alguna vez una frase tan estúpida? ―dijo Iria mirando a mi amigo con desdén―. Necesito material quirúrgico ―resopló volviéndose hacia el armario y arrojando al suelo todo lo que no le era de utilidad―, y a alguien que me ayude a descubrir cómo funcionan éstos zombis y así conseguir una cura.

A Sebas se le iluminó la cara y fue a responder, pero le corté levantando la mano respondiendo yo por él:

―De acuerdo, pero sólo si tu nos ayudas a curar a nuestro amigo enfermo.

Ella nos miró asombrada, pero Sebas se apresuró a explicarle todo el rollo de los militares, el mordisco y la pierna arrancada. Iria se relajó un poco, aunque se tocó nerviosa el hombro, como si le doliera.

Nos tiramos el resto del día rebuscando entre las estanterías y armarios del ambulatorio. Sebas no paraba de hablar con ella, contándole toda su vida, e Iria nos habló de un tal Sr. Marco, un zombi que tiene encerrado a modo de conejillo de indias.

Ahora, que se nos ha hecho de noche, aprovecho para escribirte mientras la chica está durmiendo sobre una camilla, al fondo, y Sebas está montando guardia en la puerta. Me toca esperar al amanecer con un ojo puesto en la entrada, para vigilar que no nos sorprenda ningún zombi, y con el otro puesto en mi amigo, que no para de mirar hacia donde duerme Iria. No está el horno para bollos, aunque él parece no entenderlo.

Un día más sin ti, Abel. Pero no te olvido.

Te quiero.