Gabriel
16/Abr/2014
bloody hand
25

A quien quiera leerlo:

Voy a empezar a creer en los milagros. Sigo vivo. Ni yo mismo me lo puedo creer, sobre todo, después de lo que he visto.

Estuve vagando varios días por el bosque, huyendo de los zombis hasta que me topé con una jauría bastante peculiar. A diferencia del resto, que suelen ir desperdigados y en pequeños grupos, éstos parecían seguir un camino. Por suerte, no me detectaron, por lo que, movido por la curiosidad, fui tan imprudente como para acercarme a investigar.

Al frente, un chico joven con la ropa desgarrada y un montón de vísceras colgándole por todo el cuerpo, caminaba con cierta agilidad como para ser un zombi. Lo más curioso es que su cara me sonaba.

A su lado, otro chico caminaba imitándole. En ese momento, los recordé. Eran los chavales de la furgoneta, los que iban vestidos como unos frikis junto a esas chicas tan raras. ¿Se habrían convertido ellas en zombis también? Había algo extraño en ellos. A pesar de comportarse como el resto del grupo, en sus ojos se destellaba cierta luz. Aún con tanta distancia, pude notarlo. Estaban vivos.

No tardaron mucho en toparse con las vallas metálicas de los militares. El líder del grupo, ¿Chuscas? ¿Carlos?, no conseguía recordar su nombre. Da igual, el caso es que frenó al grupo y empezó a simular que se agarraba a la valla. El resto le imitó. Los zombis que se apretaban contra la valla empezaron a sacudirse con violentos espasmos hasta que su carne se fundía con las rejillas. El olor a quemado se me quedó pegado a la garganta y vomité hasta quedarme seco y sin fuerzas.

Cuando conseguí reponerme y miré de nuevo al grupo, me di cuenta de todo. El chico había provocado que los cadáveres se fueran apilando de manera que pudieran subir unos encima de otros. Era un plan brillante.

Ya casi habían llegado arriba del todo cuando empezaron a oírse ruidos de motores. Varios jeeps militares llegaron al otro lado de la valla. El grupo de zombis quedó desconcertado y dejaron de moverse. Vi dudar a los dos chicos, pero el tal Chuscas, algo más nervioso, siguió avanzando.

Entonces le vi, era el cabronazo del jefe militar. Se bajó con parsimonia del jeep junto con sus soldados. El humo de su cigarrillo se entremezclaba con el vapor de los zombis calcinados. No parecía tener miedo, si no curiosidad. Tras sus gafas de sol, torcía su mostacho formando una media sonrisa.

La valla acabó cediendo bajo el peso de los cadáveres y como si de una señal se tratara, el resto de la jauría cargó contra los militares.

Las balas silbaron, los cuerpos cayeron, los aullidos de los zombis se mezclaron con la agonía de los soldados. El jefe militar se movía entre ellos con desenvoltura, como si llevara haciendo esto toda su vida. Disparaba tanto a los zombis que se acercaban a él, como a sus subordinados cuando eran mordidos y pedían auxilio. Avanzaba en línea recta, como si buscara algo o a alguien.

Una bala chocó contra el árbol en el que me ocultaba. El impacto hizo saltar una astilla que me produjo un profundo corte en la mejilla. Un poco más y habría perdido el ojo. Me escondí nervioso, limpiándome la sangre de la herida como malamente podía.

Por culpa de esa distracción perdí de vista a los dos jóvenes y al jefe. Intenté buscarles de nuevo con la mirada, arriesgándome a ser descubierto. Me costó un rato vislumbrar la regia espalda del militar del mostacho al otro lado de la valla. Parecía que tenía agarrado a uno de esos zombis. Me desplacé para tener un mejor ángulo de visión. Era uno de los chicos, el que parecía menos espabilado. El tal Chuscas les miraba desde la distancia, apretando los puños y con mirada desafiante. El jefe militar apretaba su pistola contra la sien del chico, con una sonrisa fría como el hielo.

El chico gritó pidiendo ayuda a su compañero, pero éste no se movió. Aulló de dolor cuando el militar apagó su cigarrillo en su cuello. Pero su amigo ni se inmutó. Empezó a caminar despacio hacia atrás. Miró a sus espaldas sólo una vez antes de echar a correr hacia su salvación.

―No, no, noooooo ―fue lo último que gritó el chico antes de que el militar le hiciera un agujero en su cabeza.

Después, el jefe indicó a sus soldados que siguieran al amigo. Revisó el estado de la valla mientras daba órdenes a su equipo. Algunos de ellos, cargados con lanzallamas, empezaron a quemar los cuerpos, incluso los de sus compañeros caídos que aún no se habían transformado del todo.

Sentí un escalofrío, pero no producto de semejante barbarie, sino de algo peor. Vi como el jefe militar me observaba a través de las llamas que ascendían en la noche. Sonreía.

Me quedé paralizado, no podía ser que me hubiera visto desde tan lejos  con todo mi cuerpo oculto tras el árbol. Parece que fue solo una falsa alarma, porque cuando sus soldados acabaron, se encendió un cigarrillo con el fuego de los cadáveres antes de montarse en el jeep y alejarse en la oscuridad.

Salí pitando de ese sitio.

No consigo quitarme de la cabeza el grito estremecedor del chaval.

¿Qué habrá sido de su amigo? Ojalá haya conseguido escapar y traiga ayuda para sacarnos a todos de aquí.

La verdad, lo dudo.

Ahora estoy escondido en lo alto de un árbol, aun temblando como una hoja y con un sabor agridulce en la garganta. Lo único que me consuela es pensar que estás a salvo y que nos volveremos a encontrar pronto, Abel.

P.D.: Ésta tarde he escuchado disparos no muy lejos de aquí. Ojalá seáis vosotros y estéis bien. Mañana investigaré con los primeros rayos del sol.

Os echo mucho de menos.