Gabriel
07/Mar/2014
bloody hand
24

A quien quiera leerlo:

Lo primero que vi al abrir los ojos, fue el cielo atrapado entre las ramas de los árboles. Parecía un cuadro tan estúpidamente bello que alcé mi mano con intención de arrancar su lienzo, apretándolo en mi puño.

Grité, sí. Grité como un maldito inconsciente, ajeno al peligro que me rodeaba. ¿Qué más me daba? El destino era un cabrón caprichoso que se reía en mi puta cara, robándome lo que con tanto esfuerzo me había costado encontrar.

De nuevo estaba solo, sin Abel, sin amigos, sin… sin Ana. Si, la echaba casi tanto de menos como a mi hermano. Aunque había momentos en las que no soportaba su prepotencia, estar a su lado me hacía sentirme más seguro, más… preparado.

No sé cuánto tiempo permanecí tumbado. ¿Horas? ¿Días, tal vez? Qué más me daba. Casi rogaba porque viniera un zombi y me devorara. Ya era un milagro que aún siguiera vivo, pero más extraño era que no me hubiera atacado uno de esos seres, atraído por el olor de mi sangre.

Cerré los ojos, preguntándome si el grupo aún seguía vivo o si el militar los habría abandonado a su suerte. Maldito cabrón, todo era culpa de él y de su gente. Cuando me lo encuentre en el infierno se lo haré pagar caro.

¿Y si no? ¿Y si han sobrevivido gracias a él y en mi ausencia seduce a Ana? ¡Por encima de mi cadáver!

Escuché un gruñido ahogado en la lejanía.

―Ya llegan ―pensé, aliviado.

Pero no, los muy lentos no llegaban, así que me levanté como pude, haciendo caso omiso al dolor que me producían mis múltiples heridas y contusiones provocadas por la caída. Por suerte, el vendaje que me realizó Ana era lo bastante bueno como para mantenerme aún con vida.

Avancé en dirección a los gemidos. Cuando llegué, no supe si reír o llorar. Ahí estaba el zombi obeso que me había tirado por la ladera. Se había quedado ensartado en el tronco de un árbol y no podía salir. Cuando notó mi presencia, empezó a patalear como un niño pequeño cuando ve un regalo de Papa Noel.

Me acerqué a él. Una vena palpitante sobresalía de su cuello, rezumando pus amarillento y su boca, abierta de par, exhalaba un olor putrefacto.

Busqué con calma en mí alrededor, hasta que di con un palo bastante grueso.

―¿Te gustaría morderme, verdad? ―le pregunté mientras pasaba mi brazo cerca de su cara―. ¡Pues come esto, cabrón! ―grité antes de meterle el palo hasta la garganta.

Los dientes salieron volando en todas las direcciones y empezó a emitir un chillido ahogado, como de cerdo en un matadero.

―Lo vas a pagar bien caro ―rematé antes de dar una patada al trozo de palo que sobresalía por fuera de su boca. Un sonoro crack hizo que se partieran en dos tronco y cuello. Pero eso no fue suficiente para mí. Necesitaba desahogarme, así que cogí otro palo y empecé a destrozar el cuerpo de ese hijo de puta.

Cuando acabé, me sentí mucho mejor. Ahora tenía la mente más clara y sabía lo que tenía que hacer.

Salvar a mi familia.