Carta 24

Querida hermana;

La búsqueda de supervivientes ha alcanzado un punto muerto. Hace días que nadie se asoma por las calles.

La última persona que vimos con vida fue un hombre de mediana edad que cargaba contra esas criaturas a golpe de martillo. Llevaba una camisa roja a rayas y unos vaqueros medio rotos. De su calva le brotaba sangre y andaba con torpeza. Cayó después de tropezar con la tapa de una alcantarilla a medio cerrar, lo que les dio la oportunidad a esas criaturas para cogerle y comérselo ahí mismo. Pobre desgraciado, ni siquiera tuvo tiempo a decir unas últimas palabras. Desde donde estábamos no pudimos hacer nada. Si hubiese ido a las clases de tiro con Víctor y mis hijos ahora podría quedarme en los tejados armada con un rifle y arrancarles a cabeza uno a uno a esos malnacidos. Y hablando de ellos, ¿Dónde se encuentran los militares? Deberían estar limpiando el pueblo. Desde ese día en el geriátrico no he vuelto a ver ninguno. En cuando encuentre uno se va a enterar. Dejar a una pobre anciana sola y desamparada…

Éstas últimas semanas, Álvaro, Tamara y yo estuvimos debatiendo la idea de abandonar el ambulatorio para buscar supervivientes y encontrar una manera de salir de éste pueblo infecto. Desde hace un par de noches, escuchamos ruidos extraños que vienen del otro lado de la calle. Creemos que provienen de la Plaza de Toros. Así que ya estamos haciendo los preparativos para salir en unos días. Álvaro se está encargando de las armas y del equipaje pesado, yo de la comida y, ¡novedad! mis parches de nicotina (que conste que me están obligando, yo siempre prefiero mis queridos cigarrillos), y Tamara de recoger todo aquello que nos puede servir útil: toallas, jeringuillas, botellas de agua, bolsas de basura… cualquier cosa que podamos utilizar en pro nuestra.

Tamara es una chica un tanto tímida, aunque yo creo que es debido a quedarse en un estado de shock permanente. El otro día me estuvo explicando que tuvo que matar a su hijo de ocho años porque amenazaba con acabar con la familia. A su marido lo perdió el año pasado por culpa de un cáncer. No puedo sentir empatía por ella, yo odio a Víctor y a mis dos hijos, y no comprendo cómo alguien puede apegarse tanto a un recuerdo. Por culpa de su “humanidad”, ayer casi terminan con nosotros. Un niño infectado se le echó encima y Álvaro y yo tuvimos que ir en su rescate. Por poco no me muerden. Debería deshacerme de ella. Álvaro aún es útil, pero ella muestra demasiada debilidad y dudas.

Le dejo, hermana, que aún tengo muchas cosas que preparar.

Ahora que lo recuerdo, cuando esas criaturas se estaban comiendo al tío calvo me pareció ver la tapa de la alcantarilla cerrarse de golpe. No estoy segura de ello. A ver si tengo la oportunidad de convencer a Álvaro y a Tamara de echar un vistazo. De paso, intentaremos llegar hasta el buzón a echar algunas cartas atrasadas que tenemos.

Le quiere,

Aurora.

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Carta 24

Querida Teresa:

Desperté viendo al Diablo reflejado en la cara de Miguel mientras corría con las granadas que le cogió al militar. Ahora no sé si es un recuerdo o una pesadilla. Ese ya no era Miguel, era un alma poseída por el Maligno. Aún así, nos salvó la vida en lugar de devorarnos uno a uno.

Mi espalda se resintió en aquel incómodo camastro. Cada día que permanecemos en este maldito refugio, más nos exponemos a que nos descubran. Si el zombi de Bernardo pudo seguirnos, nada indica que los demás no puedan hacerlo. Lucía ha encontrado los enseres de limpieza y se ha empeñado en sacarle brillo al lugar. Por mucha lejía que le eche, no va a quitar ese olor a muerte. Ramona no para de decirme que tendríamos que salir de ahí. La pobre lo ha perdido todo y aún así sigue teniendo ganas de sobrevivir, pero Ana se empeña en esperar a Gabriel, a pesar de que fue ella la que dijo que no se pararía por nadie. Ya no parece la misma chica insolente, segura de sí misma; hasta creo que se le está destiñendo el verde de su pelo. Cada dos por tres se va a buscar al muchacho por el monte. El soldado ya no la acompaña, se ve que le dijo algo que le molestó o que intentó aprovecharse de ella y no pudo. Ahora se pasa el día fuera, controlando el perímetro. Todos nos quedamos más tranquilos así, sobre todo Lucía, y no porque él esté vigilando, sino porque no está aquí incordiando. A cada día que pasa, está más insoportable. No me importaría que los zombis nos encontrasen si con eso conseguíamos que se lo comieran, pero claro, él es el único del grupo que tiene armas de fuego, aunque no creo que le quede mucha munición.

Lo peor de todo es que se me está acabando el vino, y no puedo aguantar al tontito de Abel preguntando sin parar por su hermano. ¡Maldita sea la hora en que su maquinita se quemó en la iglesia! Menos mal que todavía conserva su apestoso osito de peluche, y que Nataly le distrae jugando a buscarme alcohol. Se ve que su hermana la tiene bien enseñada. Hoy me ha conseguido una botella de aguardiente, al final le cogeré cariño a esa niña repelente, aunque me llame “grajo borracho” a mis espaldas.

No soporto este olor a lejía y muerte, aunque tape el pestazo a la comida que preparan Rita y José Antonio. La feliz pareja actúa como si estuvieran de luna miel, sin preocuparse de que se acaba la comida.

Mateo ha acudido al olor de la comida, por así decirlo. Ha gruñido, ha gritado que estaba hasta los co…, bueno, hasta ahí de tener que esperar al mari…nazo de Gabriel, y ha empezado una discusión, pero Ana le ha callado, al llegar.

—¡Me cago en tu puta calavera! —le ha gritado sin cortarse un pelo.

La muchacha ha llegado descorazonada, no ha encontrado ni rastro de Gabriel, ya casi le da por muerto.

El miserable de Mateo les ha dicho a las chicas que si no le hacían algún “favor”, no seguiría allí, protegiéndonos, y se iría. Por un momento creí que Lucía se le iba a echar encima, cuchillo en mano, pero Ana la ha sujetado. Me da la impresión de que la estanquera está dispuesta a hacerle un servicio para que la saque de ahí.

Bendigo a la pequeña Nataly por conseguirme esta botella de aguardiente.

Como ves, hermana, ha sido una tarde movida. Pero los ánimos se calmaron con la cena que prepararon el maestro y la frutera. Esa bazofia le quita las ganas de discutir a cualquiera. Ahora los niños se han dormido, y hemos organizado los turnos para vigilar. Por alguna razón, no cuentan conmigo para ese menester, pero no me importa, eso me da más tiempo que dedicarle a la botella. Mucho me temo que mañana cogeremos las provisiones que nos quedan y partiremos, dando por muerto a Gabriel. ¡Pobre muchacho! ¿Qué habrá sido de él? Lo siento por el pequeño Abel, primero el accidente de sus padres y ahora esto. Deberíamos haber sacrificado a los niños, hace tiempo, para que no sufrieran. Debería haber hecho caso a nuestro padre y estudiar económicas en vez de hacerme cura en este pueblo dejado de la mano de Dios.

No sé qué pasará mañana, no sé si llegaremos al convento, ni si tan siquiera saldremos de aquí. Ahora que sé que el Diablo existe, estoy seguro de que Dios tiene que existir. Sólo me queda averiguar de qué lado está.

 

Tu hermano Tomás.

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Carta 24

Querida prima:

A partir de hoy las cosas van a cambiar.

Fui al congelador a por carne, si las anotaciones de Carmen eran ciertas, podrías sacarle muestras mientras gozaba de su comida.
Los trozos más grandes estaban al fondo, colocados unos sobre otros; los de arriba estaban enteros e intactos, sin embargo, los que estaban abajo no tenían el mismo aspecto; estaban desgarrados y con profundas marcas de dientes. La gula de Jesús era evidente.
Agarré un trozo lleno de marcas, mejor usar los que ya estaban contaminados y así de paso destruía pruebas que podían dar lugar a preguntas muy incómodas.
Caminaba por el pasillo hacia el laboratorio, en mi mente se dibujaba el rostro de Alex comiendo la carne doblegado y sumiso mientras le sacaba muestras de sus venas palpitantes.
De repente sentí paz, un éxtasis inimaginable me recorría la garganta llenando mi cuerpo. Las piernas me temblaban, mi vista se nublaba, todo lo que observaba a mí alrededor estaba lleno de una luz oscura, demoníaca pero milagrosa. No podría expresar la tranquilidad que serenó mi alma en ese momento. Los problemas se habían esfumado, el cansancio desaparecido, era como si no existiera nada más en todo el universo.
Esa agradable sensación desapareció a los pocos segundos y sólo quedó el vacío que me engullía.
Después sentí un dolor en el estómago, como si algo se moviera en el interior y jugara con mis tripas. Me llevé las manos al vientre, estaban llenas de sangre. El trozo de carne que llevaba entre mis manos había menguado considerablemente. No sé en que momento me lo llevé a la boca, ni cuando empecé a masticar.
Mi cuerpo gritaba por un poco más de aquella paz.
Me dejé caer al suelo y me limpié la barbilla con la manga. Me sentí sucia, un monstruo. Era todo aquello que aparecía en los cuentos de terror de cualquier niño, la bruja que se quería comer a Hansel y a Gretel, el gigante que se come a los niños, el ogro que come carne humana. La verdad, nunca me había dado cuenta de las referencias que tenemos sobre el canibalismo.
Prima pensé que podía controlarlo, que mientras tuviera el brebaje podría seguir mi vida, pero ahora me doy cuenta de que es una estúpida ilusión. Me estoy cayendo en el abismo y he sido tan arrogante que no me había dado cuenta.
Me cambié de ropa, tenía toda la camisa embadurnada de sangre y el olor me estaba volviendo loca.
Escuché que alguien corría por el pasillo, no le presté mucha atención hasta que aporrearon mi puerta. Era Sebas, estaba muy alterado.
Me arrastró hasta el laboratorio. De sus palabras atropelladas y sin vocalizar pude entender que Jesús había hecho algo. Recé para que no hubiera atacado a nadie.
En el laboratorio, Ana estaba sentada frente a la puerta que mantenía a Alex encerrado. Cabizbaja, se frotaba los ojos, era como si el peso del mundo cayera sobre ella. Me acerqué corriendo y la agarré de las manos buscando una respuesta a su actitud. Levantó el rostro e hizo un ligero amago hacia el cristal de la puerta incitándome a mirar.
Jesús estaba en el interior. Su torso descamisado mostraba como las venas habían poseído su cuerpo, su piel era de color verdoso y sus ojos ya no pertenecían a este mundo. Estaba sentado en una esquina observando el techo con la mirada perdida.
Alex, como si fuera una mosca, se movía nerviosamente a su alrededor, no reconocía a Jesús como a un igual, pero tampoco era comida. Curioseaba a su nuevo compañero.
Se había rendido a su suerte. Yo no era la única que se daba cuenta de su feroz hambre, él también.
Sebas me atacaba con mil preguntas sobre lo que sucedía, ¿Por qué Jesús estaba en ese estado? ¿Cómo era posible? No quise seguir escuchándolo. Alcé la mano y susurré que no se rindiera, que aguantara un poco más, lo necesario hasta que pudiera hacer algo.
Como si eso fuera posible, hace unos minutos estaba en el éxtasis de la carne y ahora pretendo dar esperanzas cuando malamente no queda ni un milímetro de ella en mi seno.
Ana me agarró del antebrazo como si fuera una garra. Me observaba atentamente. En ese momento supe que ella lo sabía, conocía el secreto que Jesús y yo protegíamos. Me levantó la manga del brazo descubriendo una de mis venas palpitantes.
Sebas se hecho para atrás de un salto.
No era capaz de hablar, se me atragantaban las palabras, ¿cómo explicar como empezó? ¿Como apareció el suero? O lo más importante ¿Por qué les mentí?
Ana solo dijo una frase:
—El suero que trajiste no era para ayudar a la gente, era para ayudarte a ti misma.
Esa frase me hizo más daño que miles de mordeduras desgarrándome la carne. Es cierto que el suero era para mantenerme con vida, pero también sirve para ayudar a los pocos supervivientes que quedan en el pueblo.
Después se levantó, dejando caer la silla al suelo. Sebas me observaba, creo que dudaba si debía matarme o no.
Prima, sabía que tarde o temprano este día llegaría. Aunque esperaba que fuera lo más tarde posible.

P.D.: Jesús se va a encargar de quitarle las muestras que necesito a Alex y además, me dará los suyas propias.
Aún no he visto a Ana ni a Sebas, la verdad es que me da miedo enfrentarme a ellos.

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