Carta 01

Querida Cristina;

Después de tanto tiempo supongo que se preguntará por qué diablos le escribo. Sé que en el pasado tuvimos nuestras diferencias, pero bien sabe que no tendría ésta carta en sus manos si no fuera realmente importante. Al fin y al cabo somos hermanas, y por muy lejos que estemos la una de la otra y nos hayamos dejado de hablar, las dos sabemos que en el fondo nos echamos de menos. Lo que le voy a contar es algo que me preocupa teniendo en cuenta nuestra edad.

Supongo que estará al corriente de que mi marido, Víctor, falleció hace escasos meses. Ni siquiera celebré su funeral. El muy cabrón dejó toda su fortuna, incluyendo la casa, a nuestros dos hijos, que como bien sabe son tan hijos de puta como su padre, así que no pasó ni una semana de su muerte que me enviaron al geriátrico del pueblo, donde lo único que hacemos es jugar al dominó y comer papillas. Debí haberle hecho caso hermana,  y no venir a vivir aquí. Él y su estúpido sueño de morir en el campo.

Éste lugar es deprimente. Ahora estoy encerrada en mi cuarto porque el doctor ha declarado que soy “potencialmente peligrosa”. ¿Por qué? Supongo que porque soy la única que les dice a la cara lo sinvergüenzas que son. Ni siquiera puedo salir al jardín; lo cierto es que estoy empezando a echar de menos el olor a mierda de vaca, pues lo único que huelo es a hospital de viejos.

Por si no fuera suficiente, varios ancianos han caído enfermos. Supongo que se imaginará lo preocupada que estoy con respecto a eso, y de que ya no somos tan jovenzuelas como antes. He decidido empezar a escribirle ya que veo que es lo único que me queda hasta mi muerte, que bien podría ser mañana como de aquí unos años.

Deseo que usted esté bien y que siga viva, que eso es lo importante. Yo creo que me pudriré en éste sitio.

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Carta 02

Querida Cristina;

Ya ha pasado una semana desde la última vez que le escribí. Parece ser que usted no tiene intención de responderme, pero yo seguiré insistiendo.

Las cosas aquí han cambiado bastante. Vino a visitarnos lo que creo que es el Ejército, vaya usted a saber por qué, así que ahora sólo dejan salir a la gente que tiene suficiente dinero como para sobornar a los médicos. Resulta que ha habido más ancianos que han caído enfermos, por lo que es probable que sólo sea por nuestra seguridad. Yo creo que es por las pastillas que nos dan, que cada día tienen un color distinto. Seguro que en la mierda por puré que nos dan nos echan algún tipo de medicamento raro. Hay días que sabe como a puerro quemado y otros como a gusanos podridos. Empiezo a pensar que esos cabrones intentan hacer algún experimento con nosotros.

No me extraña que la sra. Paquita haya querido morderles, desde luego yo también lo hubiera hecho. Y para colmo a la srta. Carla, mi enfermera, hace dos días que no me visita. Nadie me quiere decir dónde está, pero tengo sospechas de que también haya caído enferma. Es una auténtica pena, ya que era la única que me daba un soplo de vida en ésta prisión. Me han asignado otra enfermera pero es muy ruda y estúpida. Con la srta. Carla si quería, podía dejar de tomarme alguna pastillita, sobretodo unas ovaladas de color rojo que no me daban buena espina, pero con ésta han llegado incluso a atarme a la silla y obligar a tragarmelas. Tengo un ligero escozor en la garganta de tanto vomitar.

Lamento no poder estar ahí con ustedes ahora que ha empezado el verano. Seguro que mis sobrinos ya están hechos unos buenos mozos. Aquí ya sólo me quedan mis cigarrillos , pero esos mal nacidos me han quitado la boquilla. Juro que la recuperaré.

Un beso hermana.

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Carta 03

Queridísima Cristina;

Empiezo a pensar que tal vez usted no esté bien de salud y por eso no me responde, o tal vez no le interese lo que le cuente su vieja hermana. Tampoco se lo reprocho. Desde que me vine aquí con Víctor olvidé completamente a la familia. Siento una profunda tristeza y soledad en mi interior. Espero que algún día pueda perdonarme por lo que hice.

Está haciendo un tiempo horrible, parece mentira que sea verano. El cielo se oscurece a ratos, y ha habido varias noches que ha diluviado. Parece que Dios se ha molestado por algo, aunque a mí ya me viene bien porque el olor a lluvia disimula el de la mierda. Sólo espero que no genere retrasos en la correspondencia.

En el geriátrico los enfermeros se están volviendo locos. Llevan varios días cambiándome de habitación y no quieren darme ningún tipo de explicación al respecto. Ahora mismo estoy en la de la Sra. Paquita. Me pregunto en qué mente enferma cabe el mangonear de esta manera a unos pobres ancianos como nosotros, y más sabiendo que algunos tienen graves problemas de salud. Al menos he podido encontrar el escondrijo donde la Sra. Paquita guarda su tabaco. No tiene tanto sabor como el mío, pero ya me sirve.

Quisiera que se pusiera en contacto con este sitio de inmediato. Sus métodos están empezando a preocuparme. Hace dos noches tiré la papilla a la cara de esa sinvergüenza que tengo como enfermera, y después de hacerme tragar la pastilla a la fuerza me ató a la cama y no me pude levantar en toda la noche. Su risa al ver todo mi cuerpo magullado y mi cama meada, me hizo enfurecer de verdad. Algún día le daré su merecido, ya verá.

Intente buscar ayuda lo más rápido posible, quiero salir de éste sitio cuanto antes mejor.

Su hermana que le quiere.

Aurora

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Carta 04

Querida Cristina;

Menudo montón de mierda. Llevo un día entero sin comer ni hablar con nadie. ¿Qué diablos les pasa a los médicos? Hasta echo de menos a esa fresca que tengo como enfermera y sus métodos primitivos.

Sin ir más lejos, la semana pasada empezó a rebuscar entre mis efectos personales y me robó los cigarrillos. Cogió uno, se lo fumó y escondió el paquete en su liga. Mientras lo terminaba (y no va a poder creer mis palabras, hermana), se subió de pie a la cama con esos zapatos de vértigo que tiene, se agachó y me meó encima. Ni siquiera llevaba bragas la muy canalla. No pude hacer. Ya eran tres días los que llevaba atada y amordazada, y no pude mas que mirar llena de ira. Y todo porque me negué otra vez a tomarme la dichosa pastilla. Me han salido unos moretones terribles en las muñecas y heridas en las piernas. En éste infierno ya sólo falta que me violen, porque de torturas no se quedan cortos.

Lo único bueno es que por fin ha llegado el verano, pero ha traído consigo una de olores que me repulsan. Antes abría diez minutos la ventana para respirar un poco de aire fresco, pero últimamente llega un hedor insoportable, como a carne podrida. Seguro que es de vaca quemada, Víctor y yo lo hacíamos cuando una de ellas caía enferma. Eso me hace sospechar que tal vez sea cierto el rumor que corre en el geriátrico de una terrible enfermedad bovina. Ya sólo quedamos un puñado en pie, los demás están con intentas fiebres en sus camas. Le dije que ponían algo en las pastillas, seguro que nos intentan intoxicar. A raíz de eso mi pierna está cada vez peor. Ni siquiera se si podré volver a utilizar el bastón.

Ahora que lo pienso, el otro día vi a la sra. Paquita en el patio. Últimamente no dejaban salir ni a los ancianos más ricos, y me sorprendió con qué calma paseaba a pleno sol. Era como si estuviera en trance. Incluso le di el grito antes de que la enfermera me cerrara la ventana y corriera la cortina, pero la sra. Paquita ni siquiera debió de escucharme. Llegué a ver incluso que no llevaba los zapatos puestos e iba muy despeinada, cosa muy extraña porque siempre alardea de los caprichos que su difunto marido le daba.

Le quiero, hermana. Espero poder vivir lo suficiente como para volver a verles aunque sea una última vez. Un beso.

Aurora.

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Carta 05

Querida Cristina;

Lo he conseguido. Por fin me he vengado de esa canalla. Ahora ya puedo irme de esta cárcel. Creo que el servicio de autobuses ha sido cancelado, pero no importa. Aunque sea andando yo saldré de este pozo de depravados. Ya me veo con mis sobrinitos, ¡qué alegría!

Tampoco es que quede mucho aquí, mis compañeros se han alzado contra esos sinvergüenzas y les han sacado las castañas del fuego. Yo no era la única que sufría maltrato. Me han contado que, en la hora de la comida, los pocos que estaban reunidos en el comedor cogieron el hilo dental y lo ataron entre las sillas, colocándolo a modo de trampa. Me hubiera gustado estar ahí para ver cómo caían uno a uno al suelo. Luego cogieron sus bastones, o lo que tuvieran en mano, y empezaron a golpearles hasta dejarles inconscientes. Incluso el sr. Roberto, que corría el rumor que estaba muy enfermo, también se unió, y cuando le desataron de la silla se abalanzó contra uno de los médicos que yacía en el suelo. Pobrecito, debió sufrir tanto que no me sorprende que intentara matarlo.

Ahora el geriátrico es nuestro.

En el pueblo tampoco ha habido mucha actividad. Se supone que por esta época hacen una fiesta de inicio de curso donde organizan bailes, pero no tenemos constancia de que este año se haya celebrado. En fin, las cosas están cambiando mucho. Ya deseo poder volver a comer un chuletón bien grande, aunque se me caigan los pocos dientes que me quedan.

¡Oh! Pero me olvido de contarle cómo me he vengado de la fresca esa. Se sentirá orgullosa de mí, hermana.

Como el resto de ancianos se rebelaron y yo no pude estar con ellos, quise contribuir de alguna manera. Para colmo, últimamente la zorra esa ni siquiera salía de mi cuarto, así que imagínese lo que he tenido que aguantar.

Aprovechando que se fue al baño me liberé. Me ató tantas veces que ya conozco su técnica; un nudo en ocho. El desgaste de las sábanas me ayudó mucho. Cogí mi bastón y le aticé con tal fuerza que le abrí una pequeña brecha en la cabeza. Se lo tenía bien merecido. Luego até cada extremo de su cuerpo a una pata de la cama, con un nudo de aferrar, y le eché toda la papilla del día encima después de obligarle a tragarse cuatro pastillas de golpe. Ojalá las hormigas vengan y se la coman viva.

Por cierto, a partir de ahora las cartas las enviará un joven enfermero (uno de los pocos trabajadores gentiles que hay), así que espero que no lleguen con retraso ni abiertas, que según parece hay mucho golfo suelto. Como le agarre va a saber quién soy yo.

Me siento feliz. Por fin soy libre.

Aurora.

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Carta 06

Queridísima Cristina;

Me siento feliz. Estas últimas semanas me han ayudado a recordar el por qué es tan maravillosa la vida. Aunque la llegada del otoño no deja que salgamos fuera debido al frío, tampoco podríamos porque un candado enorme en la puerta principal nos impide salir. Esos mal nacidos querían acabar con nosotros, estoy segura.

Lo primero que hicimos cuando nos rebelamos, fue amarrar a todos los médicos y enfermeros a las sillas del comedor. Les estamos obligando a tomar una mezcla de puré y pastillas mientras nosotros saboreamos la buena comida que tenían guardada en la despensa. El enfermero jefe tenía las llaves en su bolsillo, y me han hecho encargada de ellas. ¿Puede imaginárselo? Por fin se me reconoce algo en la vida.

No quiere soltar dónde ha escondido la de la entrada principal, así que le estamos dando un buen puñado de pastillas cada día. La semana pasada entró en shock y casi se nos muere. Pobre criatura. Desde entonces no deja de balbucear y rezar. Lo que no sabe es que Dios está de nuestra parte ahora mismo.

¿Se acuerda de la srta. Carla, mi enfermera? Le he buscado junto a algunos de nuestros compañeros desaparecidos y ni rastro en todo el geriátrico. Parece como si se hubiesen desvanecido. Y para colmo hay demasiadas puertas para las pocas llaves que tenemos. El resto tienen que estar en algún sitio, junto a la de la entrada, así que he mandado a los señores Julián y Roberto en su búsqueda. Me ha parecido extraño que el señor Roberto quisiese ir. Supongo que su hermano no quiere dejarle solo, puesto que había enfermado mucho en estas últimas semanas.

Como le he dicho, en estos momentos estoy feliz

Me acaban de informar que el enfermero jefe ha expulsado, junto al puré de ayer, la llave de la puerta maldita. No se lo he comentado antes, pero hay una puerta situada en el último piso de la que salen gritos y gruñidos estremecedores.

Mañana, después de desayunar, unos cuantos iremos a abrirla. Le juro que ni siquiera mi difunto marido, más conocido como “el bribón valiente”, querría acercarse a ella, pero necesitamos encontrar la llave de la entrada principal y aún no sabemos dónde están el resto de nuestros compañeros. Sólo con recordar esos gritos se me encoge el alma. Me pregunto qué bestia diabólica pueden tener escondida ahí dentro.

Le quiero, hermana

Aurora

PD: He empezado a torturar a la fresca de  mi enfermera. Y me está gustando eso de meterle palos por el culo.

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Carta 07

Querida Cristina;

El diablo ha entrado en esta casa. Y es más terrorífico de lo que nos habíamos imaginado. La Bíblia parece un cuento para niños comparado con lo que nos encontramos detrás de esa puerta.

¿Se acuerda, hermana, que siempre nos reíamos en la iglesia cuando el Padre empezaba a hablar de exorcismos? Pues le juro por nuestra difunta madre que ahí dentro hacen falta más de uno. Están todos poseídos. Mejor le cuento cómo ha sido, porque ahora sí que estoy asustada y no se lo que puede ocurrir.

Decidimos ir a abrir la puerta los cuatro ancianos más jóvenes; Julián, María, Concepción y yo, ya que somos los que disponemos de mejor movilidad, a pesar de que yo necesite de mi bastón para andar. Los gruñidos, junto a unos gemidos sordos, se oían como siempre. Durante unos días pensábamos que tendrían encerrado a algún perro guardián, pero no fue hasta que al sr. Julián le pareció escuchar el llanto de una mujer, cuando decidimos abrirla.

Lo primero que nos vino fue un hedor insoportable; no había luz y el interruptor no funcionaba, así que el sr. Julián fue a buscar un par de linternas; pero regresó con su hermano, Roberto, ¿recuerda? El pobre ya casi ni se sostenía en pie, pero el amor de hermanos es muy intenso. Yo me quedé detrás con una linterna y la sra. María entró con la otra, seguida de la sra. Concepción. El sr. Julián tuvo que volver; su hermano empezó a delirar, temblando y echando espumajaros por la boca (pobre criatura), y tuvieron que llevárselo enseguida de allí. Así que nos quedamos las tres solas y entramos.

Enfocamos la habitación, una especie de despensa que más bien parecía un vertedero de tantos trastos inútiles que había; desde comida caducada hasta las antiguas correas que se usaban anteriormente para atar a los ancianos a las camas. Las mismas que usó la canalla de mi enfermera cuando me inmovilizaba. Lo peor vino después.

La sra. María soltó un grito desgarrador cuando enfocó hacia una esquina de la habitación. Un cadaver. Un cuerpo desnudo sin vida que no parecía llevar mucho tiempo descomponiéndose. Estaba boca arriba, con las manos sujetas por una cuerda a una mesa cercana. Creo que se trataba de uno de los enfermeros que cuidaba a la sra. Paquita, que a decir verdad hace tiempo que ni la veo por el patio.

La sra. Concepción sacó su rosario y empezó a rezar desesperadamente para ver si aún podía salvar su alma errante; pobre infeliz, su alma ya estará bien lejos de aquí. La sra. María se desmayó, así que la linterna cayó al suelo, enfocando otra esquina de la habitación.

Era la srta. Carla.

Mi enfermera querida, la única que me dió un soplo de vida cuando pensaba que ya nadie me quería. Estaba atada de manos a la pared con unas cadenas, con la cabeza gacha y muy desatendida. Se la veía más delgada y por el olor que desprendía no debía de haberse duchado en, por lo menos, dos meses. Cuando quise reaccionar corrí hacia ella con mi bastón en mano, sin mirar siquiera lo que había en el resto de la habitación, y empecé a zarandearle y a gritarle. No sabía si estaba muerta o viva, pero me horroricé al ver una herida muy profunda en su cuello, como si algo le hubiese mordido. Ya no sangraba, pero tenía un color morado que no me gustó demasiado. Yo creo que es cangrena.

Pero aquí no acaba la cosa. Cuando me tranquilicé un poco enfoqué el resto de la habitación, y pude ver al lado de la srta. Carla una puerta de metal roñosa, con unos barrotes pequeños y un candado de proporciones descomunales. Sólo enfoqué durante dos segundos a su interior. Un chillido, seguido de por lo menos diez manos, salieron de entre los barrotes. Ahí es donde guardan el mal. Salimos las tres lo más rápido que pudimos, con el alma encogida.

Estoy muy asustada hermana. No tenemos valor para decirle a los demás lo que hemos visto ahí arriba. No tengo las llaves de los candados así que no puedo liberar a la srta. Carla, pero en cuando envíe esta carta subiré a limpiarla un poco y a darle algo de comer. Rezo por que siga viva y nos pueda contar quienes y por qué le han hecho esto.

P.D.: Aprovechando la comida que encontré en la ‘habitación del mal’, he cogido un puré de garbanzos, caducado desde hace más de seis meses, junto a unas cuantas pastillas y un laxante, y se lo he hecho tragar a la embustera que tengo atada a la cama. Hablará, ya lo creo que hablará.

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Carta 08

Querida Cristina;

La situación se nos escapa de las manos. Ni siquiera el dulce sabor del tabaco puede ya tranquilizarme. El duro invierno se acerca y casi no nos queda comida. No podemos salir porque seguimos sin encontrar la llave de la puerta principal, y ninguno de nosotros tiene la suficiente fuerza para saltar por la ventana. Los pocos enfermeros que quedan se dedican a cambiar pañales y dar falsas esperanzas a los ancianos. El poder nos cegó y ahora el Señor nos está castigando por ello.

Creo que nadie vendrá a por nosotros. Ya no se oyen gritos ni coches en el pueblo, y hace meses que dejó de venir el transportista con comida y material nuevo. Las mantas no son suficientes para resguardarnos del frío, y tuvimos que atar al sr. Roberto, el hermano enfermo del sr. Julián, a una silla, porque del hambre que tenía se abalanzó hacia su propio hermano. No le mordió de milagro. Lo extraño es que cuando le intentamos dar de comer puré ni siquiera tragaba, sólo balbuceaba e intentaba alcanzar al enfermero. Ahora mismo lo están trasladando a la enfermería, a ver si le pueden dar algo para calmarse. Empiezo a sospechar que hay algo oculto, pues cuando le preguntas al sr. Julián por su hermano, éste siempre evita el tema y arguye que sólo está enfermo.

En cuanto le envié la anterior carta subí a ver a la sta. Carla. Lo cogí como rutina desde que le rescatamos de aquel infierno. Le limpié la cara con un trapo húmedo y junto a dos compañeros intentamos cambiarle la ropa y ponerle una manta encima para que no pasara frío. Aún no hemos podido quitarle las cadenas puesto que no encontramos la llave. La semana pasada por fin se despertó. Levantó lentamente la cabeza y abrió su ojo izquierdo; el otro lo tenía desgarrado, pobrecita mía. Durante un segundo pude ver un brillo y una leve sonrisa, pero no pudo articular una sola palabra. No importa el tiempo que pase antes de que pueda volver a hablar, es mi ángel y voy a protegerlo. Eso sí, cada vez que me acerco me da un vuelco el corazón cuando escucho los gritos provenientes de la puerta de metal.

Toda mi rabia y tristeza acumulada la estoy liberando contra la pendón que tengo atada a la cama. Como suponí, la mezcla de puré con pastillas y laxante surgió efecto, pero la muy asquerosa aún no se digna a soltar prenda. Y eso que desde entonces ni siquiera le he cambiado las sábanas. Ahora le estoy haciendo heridas en los pies con mis tijeras y echándole sal. Que sufra, se lo merece.

P.D.: Para colmo me ha empezado a doler la pierna horrores y ya casi no puedo andar; esas pastillas que nos daban deben de tener algún efecto secundario. Estuve toda la tarde del lunes rebuscando entre los cajones del despacho del director por si había algún prospecto que nos indicara de qué estaban hechas.

Hermana, necesitamos ayuda urgente.

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Carta 09

Querida Cristina;

Ha hablado. Por fin esa bruja lo ha confesado todo. Ha sido espantoso, cada palabra que salía de su boca era una tortura para mis oídos; como si quisiese devolverme todo el dolor que le he estado causando estos últimos meses. Al final he tenido que purificar su alma endiablada. Le metí agua bendita hirviendo directamente por el gaznate. Espero que ese diablo que le posee salga bien escaldado. Ahora dejaré que se pudra en esa cama para siempre. Debo preocuparme por cosas más importantes que esa desgraciada.

¿Se acuerda del ejército? Pues no vinieron por casualidad. Han vallado todo el pueblo, nos han dejado encerrados, y ni siquiera llegan alimentos de fuera (y tampoco tabaco, qué desgracia). Parece ser que esas pastillas que nos hacían tomar a diario las suministraban ellos, aunque sigo sin poder descubrir cuál es su composición.

Ahora todo encaja. El extraño comportamiento de los enfermeros, la desaparición de ancianos, las pastillas y, por último, la habitación del mal. Detrás de esa puerta se esconden todas las personas que han ido enfermando en el geriátrico; médicos, pacientes y hasta algún familiar que venía de visita. Todos han sido encerrados, poseídos y olvidados a su suerte. Es todo muy extraño, pero lo único que sé es que son agresivos y muy hambrientos. Y si te muerden, estás perdido.

Pobre Carla, pronto se endiablará como el resto y yo no puedo hacer nada por ella. Me veo incapaz de pensar en terminar con la vida de mi querida enfermera; se me había ocurrido encerrarla junto a los demás, pero existe un problema, el más importante de todo: la llave de la entrada principal está ahí dentro. La tiene sujeta al cuello uno de los enfermeros jefes; fue mordido y no tuvieron tiempo de quitársela.

Hermana, no sé qué hacer. Todo esto sólo lo saben la sra. María, usted y, por supuesto, yo. Y ahora me viene a la mente el sr. Roberto, que pronto también se convertirá. Qué hijo de puta el sr. Julián, seguro que sabía algo y ha estado ocultando la enfermedad de su hermano todo éste tiempo. No importa lo que me cueste y contra quién tenga que enfrentarme, no pienso pudrirme en éste sitio.

P.D.: Le deseo una feliz Navidad, aunque tampoco se cuándo llegará esta carta ni si Dios me dejará escribir una próxima, por lo que le felicito las fiestas por adelantado. Mándele recuerdos a toda la familia de mi parte. Le quiero, hermana.

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Carta 10

Feliz Año Nuevo hermana.

Deseo de corazón que lo haya pasado bien durante las fiestas con la familia; aquí sólo hemos tenido disgustos. Ya no tenemos comida y la calefacción se ha estropeado; han fallecido seis ancianos debido al frío y otros tres están en cama por no comer y por falta de medicamentos. Mi pierna empieza a dolerme de verdad y la srta. Carla se nos fue al cielo justo después de Reyes. Pero lo peor de todo es que me he quedado sin tabaco. ¡¿Qué voy a hacer ahora hermana?! Lo único que me daba ganas de seguir viviendo era sentir el dulce sabor de la nicotina en mis pulmones, y el papel de oficina no es que esté delicioso.

Para colmo, el sr. Roberto ha muerto. Le devoró su propio hermano en la misma cama donde dormían. A duras penas pudimos siquiera cerrar la puerta antes de que se abalanzase contra nosotros. Hemos cerrado la puerta con llave, pero cada noche se oyen gemidos y arañazos en la puerta. La sra. María y yo no sabemos qué decirles a los demás, así que simplemente les hemos contado que ha enloquecido y matado a su hermano. Y sobretodo, que ni se les ocurra acercarse.

Nos estamos organizando para salir de éste infierno, ya que sólo quedamos doce; pero nos falta la llave de la puerta principal, que está colgada del cuello de alguna de esas bestias. Así que la sra. María y yo hemos planeado algo, y que Diós nos ampare y perdone, hermana, porque es horrible y despiadado. Hemos pensado en un cebo.

¿Recuerda a la sra. Concepción? Estuvo en el grupo cuando descubrimos a la srta. Carla encadenada. Lleva desde entonces con fiebre y grandes dolores en el pecho. No creo que le quede mucho tiempo de vida. Perdóneme, hermana, por favor, y rece porque mi alma pueda llegar al cielo cuando muera. Usaremos a la sra. Concepción para que esas bestias se distraigan lo suficiente como para poder coger la llave de la entrada principal.

Vamos a hacerlo mañana mismo. Y espero que resulte, porque si no será nuestro fin. Me aseguraré de que llevo conmigo la pata de una mesa. Hemos estado rompiéndolas y afilándolas por si éste día llegaba. Necesito salir de aquí para poder comprar tabaco. A la mierda la comida.

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