Querida Cristina;
El diablo ha entrado en esta casa. Y es más terrorífico de lo que nos habíamos imaginado. La Bíblia parece un cuento para niños comparado con lo que nos encontramos detrás de esa puerta.
¿Se acuerda, hermana, que siempre nos reíamos en la iglesia cuando el Padre empezaba a hablar de exorcismos? Pues le juro por nuestra difunta madre que ahí dentro hacen falta más de uno. Están todos poseídos. Mejor le cuento cómo ha sido, porque ahora sí que estoy asustada y no se lo que puede ocurrir.
Decidimos ir a abrir la puerta los cuatro ancianos más jóvenes; Julián, María, Concepción y yo, ya que somos los que disponemos de mejor movilidad, a pesar de que yo necesite de mi bastón para andar. Los gruñidos, junto a unos gemidos sordos, se oían como siempre. Durante unos días pensábamos que tendrían encerrado a algún perro guardián, pero no fue hasta que al sr. Julián le pareció escuchar el llanto de una mujer, cuando decidimos abrirla.
Lo primero que nos vino fue un hedor insoportable; no había luz y el interruptor no funcionaba, así que el sr. Julián fue a buscar un par de linternas; pero regresó con su hermano, Roberto, ¿recuerda? El pobre ya casi ni se sostenía en pie, pero el amor de hermanos es muy intenso. Yo me quedé detrás con una linterna y la sra. María entró con la otra, seguida de la sra. Concepción. El sr. Julián tuvo que volver; su hermano empezó a delirar, temblando y echando espumajaros por la boca (pobre criatura), y tuvieron que llevárselo enseguida de allí. Así que nos quedamos las tres solas y entramos.
Enfocamos la habitación, una especie de despensa que más bien parecía un vertedero de tantos trastos inútiles que había; desde comida caducada hasta las antiguas correas que se usaban anteriormente para atar a los ancianos a las camas. Las mismas que usó la canalla de mi enfermera cuando me inmovilizaba. Lo peor vino después.
La sra. María soltó un grito desgarrador cuando enfocó hacia una esquina de la habitación. Un cadaver. Un cuerpo desnudo sin vida que no parecía llevar mucho tiempo descomponiéndose. Estaba boca arriba, con las manos sujetas por una cuerda a una mesa cercana. Creo que se trataba de uno de los enfermeros que cuidaba a la sra. Paquita, que a decir verdad hace tiempo que ni la veo por el patio.
La sra. Concepción sacó su rosario y empezó a rezar desesperadamente para ver si aún podía salvar su alma errante; pobre infeliz, su alma ya estará bien lejos de aquí. La sra. María se desmayó, así que la linterna cayó al suelo, enfocando otra esquina de la habitación.
Era la srta. Carla.
Mi enfermera querida, la única que me dió un soplo de vida cuando pensaba que ya nadie me quería. Estaba atada de manos a la pared con unas cadenas, con la cabeza gacha y muy desatendida. Se la veía más delgada y por el olor que desprendía no debía de haberse duchado en, por lo menos, dos meses. Cuando quise reaccionar corrí hacia ella con mi bastón en mano, sin mirar siquiera lo que había en el resto de la habitación, y empecé a zarandearle y a gritarle. No sabía si estaba muerta o viva, pero me horroricé al ver una herida muy profunda en su cuello, como si algo le hubiese mordido. Ya no sangraba, pero tenía un color morado que no me gustó demasiado. Yo creo que es cangrena.
Pero aquí no acaba la cosa. Cuando me tranquilicé un poco enfoqué el resto de la habitación, y pude ver al lado de la srta. Carla una puerta de metal roñosa, con unos barrotes pequeños y un candado de proporciones descomunales. Sólo enfoqué durante dos segundos a su interior. Un chillido, seguido de por lo menos diez manos, salieron de entre los barrotes. Ahí es donde guardan el mal. Salimos las tres lo más rápido que pudimos, con el alma encogida.
Estoy muy asustada hermana. No tenemos valor para decirle a los demás lo que hemos visto ahí arriba. No tengo las llaves de los candados así que no puedo liberar a la srta. Carla, pero en cuando envíe esta carta subiré a limpiarla un poco y a darle algo de comer. Rezo por que siga viva y nos pueda contar quienes y por qué le han hecho esto.
P.D.: Aprovechando la comida que encontré en la ‘habitación del mal’, he cogido un puré de garbanzos, caducado desde hace más de seis meses, junto a unas cuantas pastillas y un laxante, y se lo he hecho tragar a la embustera que tengo atada a la cama. Hablará, ya lo creo que hablará.