Carta 25

Querida prima:

La situación esta lejos de mejorar.
Llevo todo el día sin verlos. Los escucho cuchichear cerca de la puerta de la cocina y en la habitación de Sebas. Sospecho que traman mi muerte como si fuera un monstruo, sin ninguna oportunidad.
Prima, estoy aterrada.
El laboratorio es el único sitio en el que me siento segura; me aíslo de pensamientos de muerte y conspiración.
Jesús cumplió con su cometido, me entregó las muestras que necesitaba de Alex.
En varias veces le ofrecí salir de esa cárcel, él no tiene porqué estar encerrado, es un ser humano. No entiendo por qué se hace esto, comprendo que está afligido por esta situación, pero no podrá escapar ni rehuir de los problemas escondiéndose.
En una de mis charlas insistentes sobre su liberación, me confesó que al acercarse a mí no siente hambre alguna, soy como una igual, pero el día anterior estaba en el laboratorio y Ana le había dicho que le llevara una probeta, al acercarse a ella su olor era dulce y exquisito; el monstruo que habita en su estómago se revolvió de placer, sólo podía pensar en besar, morder y arrancar su dulce carne. Se imaginó rodeado de los miembros descuartizados de Ana relamiéndose ante su sabor.
En ese momento decidió encerrarse, sabía que el demonio que llevaba dentro no tardaría en salir y a la primera con la que disfrutaría desgarrando seria Ana.
Después de escucharlo, me pregunté si yo no haría lo mismo. Mientras me quedara un soplo de humanidad no pondría en peligro a nadie, no deseaba convertirme en un demonio sin alma.
Aún así tengo fe en que Jesús salga de ese lugar.
Me puse manos a la obra con las pruebas. Las observé, dupliqué y las coloqué debajo de todos los microscopios útiles que estaban a mi disposición. Los pocos tubos de ensayo que estaban enteros los llené de varios cultivos, muestras y pruebas que se me pudieron pasar por la cabeza. Lo que fuera para poder encontrar una cura, una mejora, algo que saciara esta hambre.
Estaba tan ensimismada en el trabajo, que me olvidé de que había dos personas más en aquel lugar, de que había gente luchando por sobrevivir cada día en aquel pueblo, hasta de mi misma. Lo que hacia era más importante que todas esas cosas.
Si hallaba una cura, un remedio, algo, quizás pudiera negociar con los militares para rescatar a Carmen y a mi misma.
La cabeza me pesaba, necesitaba un café doble. El dolor anunciaba una buena migraña, de esas que te piden cama y oscuridad.
Me senté en la mesa con la cabeza entre las manos, sujetándola para que no cayera con el peso del cansancio. Escuché un sonido, la puerta se había cerrado de golpe, pensé en girarme, pero no tenía fuerzas para semejante esfuerzo, necesitaba todo mi cerebro para estrujarlo en nuevas posibilidades. Mis pensamientos se centraban en la posibilidad de que los cultivos dieran negativo, eso mandaría al traste toda esperanza.
Fue un breve carraspeo el que me obligó a darme la vuelta con brusquedad. Se me dilataron las pupilas cuando los vi a los dos juntos. Había llegado el gran momento.
Ana y Sebas estaban en la puerta, bloqueando la salida. Es cierto lo que dice Jesús, el olor de Ana es muy dulce.
Sebas arrastró una silla y se dejó caer, Ana estaba de pie, sus ojos se clavaban como lanzas. No recuerdo cual de los dos comenzó a hablar, solo sé que sus palabras fueron muy duras.
Pusieron en duda mi cordura; decían que no sabían hasta que punto el virus había invadido mi cuerpo y deseaban que les proporcionara una muestra para que Ana la inspeccionara.
Prima, lo siento, pero me reí; no de ellos, pero si de lo absurdo del tema. Yo era a la que temía que asesinaran y ellos creían que podía ser al revés. ¿Muestras? Tenían todas las que quisieran en el laboratorio, hasta les ofrecí una carpeta con todas las que necesitaran, yo misma seguía la evolución de mi autodestrucción.
La verdad es que no tenía tiempo para estar explicando todo lo que había pasado. Para ellos era muy fácil señalarme desde afuera, pero la que esta luchando y la que busca como sobrevivir, soy yo. Ellos solo están ahí sentados, con la despensa llena y mirándose el codo el uno al otro.
Creo que no se lo dije con la misma tranquilidad con la que escribo estas palabras, pero si con la suficiente contundencia como para que entiendan que si no están conmigo, entonces me estorban.
Creí que se quedarían tranquilos, abrirían las puertas y se marcharían para seguir conspirando a mis espaldas. Sinceramente, lo que hicieron no se si tomármelo como un desprecio, un agravio, una falta de confianza, o simplemente darles un puñetazo a cada uno.
Sin ton ni son, Sebas me arrojó un trozo de carne cruda a los pies, como si fuera un perro rastrero; agarró su arma y se preparó para usarla.
Prima, sabes que no te mentiría. Durante unos segundos tuve que luchar para no hacer como una hiena carroñera y tirarme ante ese suculento bocado. El orgullo, ese sentimiento tan humano, me ayudó a mantener mi dignidad. Me acerqué a la carne, el monstruo de mi estómago rugía, gritaba, un dolor ponzoñoso me estrujaba la nuca. La agarré, su fragancia se me hacia la boca agua, y se la arrojé a los pies con toda mi fuerza. Vi como chocaba contra el suelo y algunos pedazos se desperdigaban por la cocina.
Creo que se dieron cuenta de mi deseo. Mis ojos observaban aquel trozo de carne con desesperación.
Sebas dudó durante unos segundos si guardar el arma o no, pero finalmente los dos se fueron sin decir nada, no hacia falta, sus rostros me decían que estarían vigilándome.
En cuanto se dieron lo vuelta y la puerta se cerró, no lo pude resistir, me dejé caer al suelo y lamí aquellos minúsculos trozos de carne que se habían esparcido con el golpe, no era mucho pero si lo suficiente para no caer en el abismo y relajar al demonio de mis entrañas.
En el laboratorio, Sebas hablaba con Jesús desde el otro lado de la celda. Ana observaba los cultivos que le había hecho a las muestras de Alex, mientras ojeaba una carpeta con las anotaciones sobre las mías. Parecía que el ambiente se había relajado un poco, ya podíamos estar todos en la misma sala.

Prima, espero que algún día te lleguen estas cartas, nuestras historias no deben caer en el olvido.

Muy Atte.:

Iria

P.D.: Mañana muchos de los cultivos llegaran a su cenit, ha llegado la hora de ver si nuestro trabajo ha valido la pena.

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Carta 26

Carta 26

Querida hermana;

Me siento como un ratón que va de madriguera en madriguera. Desde aquella visita a mi casa, lo único que he hecho es meterme en una cueva, esperando una mínima oportunidad de escapar, para terminar en otra y así sucesivamente.

Nos encontrábamos Álvaro, Tamara y yo atrapados, pasando hambre, miedo y rezando para que nuestro final fuera rápido. Esas cosas se estaban adentrando cada vez más y ya no teníamos tablones para pararlos. Empezaron metiendo los brazos por entre los agujeros, luego algunos asomaron la cabeza. Los alejábamos como podíamos, pero era imposible, cada vez venían más.

Pero nuestra suerte cambió drásticamente cuando empezamos a oír disparos. Nos acurrucamos mientras veíamos cómo iban cayendo. Desde los agujeros íbamos viendo los rayos de luz parpadeando y escuchábamos gritos de dolor y alguien dando órdenes desde el otro lado de los tablones.

Álvaro y Tamara estaban abrazándose, esa perra no paraba de temblar mientras mi niño le acariciaba la cara. Durante un momento dejé de oír los disparos y sólo podía imaginar mis manos aferradas al cuello de esa fresca, viendo cómo se le escapa la vida mientras le miro a los ojos y le digo lo asquerosa que es.

El grito de alguien me sacó del trance. “¿Estáis bien?” decía. Cuando ya no se oían más criaturas, entraron dos hombres seguidos de un tercero muy alto y fuerte. Llevaban armas de fuego. La última vez que vi una, había disparado con ella a una niña pequeña dentro de un estanco.

Álvaro se levantó a agradecer a aquellos hombres que nos habían salvado la vida, y uno de ellos le propinó un fuerte golpe en la cabeza. Fue entonces cuando me levanté y me apuntaron con un arma. Tamara se quedó temblando en su rincón. Mi pobre niño estaba tumbado en el suelo, yo sufría porque le hubiese pasado algo. Por suerte sólo quedó inconsciente.

Nos ataron de manos y nos llevaron fuera de la plaza de toros. ¿Adivina dónde? ¿Se acuerda de aquella tapa de alcantarilla que “se movió sola”? Resulta que ahí dentro tienen una especie de búnker, como en la guerra, lleno de provisiones y gente refugiada. En todo el viaje no nos dijeron nada, sólo nos hacían andar. Y yo sin la muleta, ni siquiera me dejaron cogerla.

Estamos Tamara y yo en una especie de celda, un túnel sin salida que apesta a mierda, y con dos hombres vigilando. No sé dónde se han llevado a Álvaro. Mi niño… Espero que no esté sufriendo. Intentaré buscar respuestas, puesto que estar con Tamara está haciendo que me coja confianza y está empezando a contarme más sobre su vida. Yo lo único en lo que pienso es en cómo matarla. Necesito hablar con el hombre alto y fuerte, seguro que él es el que manda. Al menos que nos cuenten el por qué nos han encerrado. Sólo me han dejado escribir ésta carta. He tenido suerte de que no la han encontrado.

A ver si la próxima carta la puedo escribir con más información.

Le quiere,

Aurora.

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