Carta 20

¡Esto es demasiado! ¡No lo puedo soportar! ¡El maldito cabezón me la ha vuelto a liar!

Perdona que empiece así, hermana, y déjame que te cuente:

Como ya te dije en la carta anterior, estábamos decididos a salir de la casa. Nos levantamos temprano para no despertar a la vieja. Ya nos había dejado claro que se iba a quedar allí, rodeada de sus recuerdos y sus provisiones. Lucía, llorando, llenaba su mochila de latas. Yo aproveché la que me dio y metí todas las botellas de vino que pude. En cualquier momento ella se levantaría y empezaría a cantar zarzuelas.

Pobre señora Remigia. La habíamos dejado sola y sin comida.

La calle parecía tranquila, pero ni me di cuenta. Iba apretando el paso, pensando solamente en Miguel y los demás. No sabía si habían llegado al ambulatorio o si los zombis-infectados les habían matado. La muchacha iba tras de mí, mirando sin parar a todas partes. Daba la impresión de que en cualquier momento gritaría “Cuidado”. Me habría gustado oir su voz.

No tardamos en llegar a la zona del ambulatorio, y la imagen que vimos nos paralizó. Una horda de monstruos tenía sitiada la entrada del lugar. Dentro había gente atrincherada, se les oía gritar. Pensé que era Miguelín y quise correr a ayudarle, pero antes de que reaccionara, se escucharon disparos al otro lado de la calle. Era el maldito cabezón, armado con su escopeta. Disparaba y gritaba sabe Dios qué cosas, para llamar la atención de los zombis. Por un momento, quise decirle que vocalizara, pero su plan funcionó y la mayoría de ellos corrieron a por él.

—¡No, Miguel, no! —grité desesperado.

Las piernas me temblaban, creía que me iba a desmayar, pero Lucía me sujetaba. De otro lado de la calle, apareció una extraña chica armada con un enorme cuchillo. Arremetió contra los demonios que quedaban allí. La seguía otro chico, portando un bate de beisbol, pero ella no le dejó nadie a quien matar. Parecía surgida del infierno, con aquel pelo verde. Del ambulatorio salió otro chico y se pusieron a hablar. Parecían amigos. Entonce vi allí a la tal Iria, iba con un tipo muy raro. Quise odiarla, pero solo pude suplicar que salvaran al niño. La joven del cuchillo me miró muy seria y me dijo algo de que era muy arriesgado. No quería escuchar, solo vomitar. Hablaban de cosas que no entendía y todo me daba vueltas. Cuando oí algo sobre un sitio seguro, reaccioné. Les dije de ir a la iglesia, era el único lugar seguro del pueblo. Iria rechazó mi oferta, aunque me la agradeció, tenía otros planes. Por un momento la miré a la cara, ya no la odiaba, ella también se había encariñado con el pequeño. De hecho, solo pensaba en que si él seguía vivo, volvería a la parroquia.

Es un niño muy listo, yo sé que logrará escapar.

No sé como llegamos, supongo que alguien me empujó. Ramona estaba esperando en la puerta, muy nerviosa. Cuando vio a Lucía, se puso muy contenta y casi la abraza. Le preguntó si sabía algo de Rocío. La chica del pelo verde y el del bate cerraron la puerta empujándonos, y se pusieron a registrar el lugar. Llevaban a dos niños con ellos, me hacían pensar en el pequeño tontito. No lo soporté, saqué una botella de vino y me subí al campanario.

 

Ya es de noche, en la calle no se ve nada y he bajado al despacho. Parece ser que todos han cenado y ya se han ido ha dormir. Creo que hay alguien haciendo guardia. No sé si es real, pero estoy demasiado borracho como para que me importe. Por el momento, solo quiero escribirte esta carta que ni siquiera sé si te la podré mandar. Necesito dormir unas horas, para proseguir mañana con la búsqueda de Miguel.

Te deseo buenas noches, allá donde estés, si es que estás viva.

 

Tu hermano Tomás.

 

P.D.: Padre, si me devuelves al niño, sano y salvo, soy capáz de dejar de beber. Y aunque no lo fuera, por favor, devuélvemelo.

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Carta 20

Prima:

Tapiamos las ventanas y cerramos las puertas a cal y canto.

No sé si sentirme segura, ya que esos monstruos no podían entrar, o sentirme atrapada, por qué no podía salir. Habíamos construido una jaula a nuestro alrededor. Estábamos vivos, pero no a salvo. No tendríamos lugar donde escondernos, ni adonde huir si ellos llegaran a entrar.

Sebas nos llamó a gritos desde algún punto alejado del pasillo del área infantil. Jesús observaba a esos monstruos con desprecio. Giró la cabeza hacía el pasillo y fuimos a buscar a Sebas, que no paraba de llamarnos a viva voz. En ese momento me acordé de uno de los dicho que mi madre me repetía cuando era pequeña:”Deja de gritar, que vas a despertar a los muertos”. Ya ves madre, al final se despertaron solos.

Cuando llegamos al pasillo escuchábamos la voz de Sebas, pero a él no lo veíamos. Si estaba jugando al escondite, este no era el mejor momento. Jesús comenzó a gritar su nombre, estaba muy nervioso; todos lo estábamos.
Escuchamos un sonido sobre nuestras cabezas, un falso techo escondía a Sebas.

—Subir —dijo—. Hay un trastero lleno de cosas.

No había terminado de hablar cuando un estruendo despertó nuestro nerviosismo. Unos rugidos provenían de la puerta de entrada. Ya estaban dentro.

—Vamos —gritó Sebas estirando la mano.

Jesús le agarró de un salto. Sebas le puso una mueca de asco, creí que le soltaría. La tensión entre ellos era como un volcán a punto de explotar.

Unos pasos correteaban hacía nosotros.

—Venga —grité, alzando los brazos.

La herida putrefacta del hombro se quejó cuando estiré el brazo. Sebas agarró mi mano derecha y Jesús la izquierda. Sentí un escalofrío, algo se retorcía en mi espalda. Parecía que la carne se estuviera abriendo. Las manos me temblaban. Jesús me agarró del codo. El dolor fue insoportable, una de mis ramificaciones vasculares pasaban justo por ese punto. Aflojó su mano ante mi gemido de dolor.

Los muertos estaban en mitad del pasillo. Moví las piernas intentando impulsarme. Estaban tan cerca y a mi me faltaba tan poco para estar a salvo, estaba desesperada. Todo mi cuerpo gritaba de dolor, pero tenía que centrarme en el hueco oscuro del techo. Solo un poco más, me repetía. Tenía medio cuerpo en el interior. Mis pies chocaban desde lo alto con las manos, muñones y demás despojos de los zombies. Ya podía respirar. Sebas estiró la mano y me agarró la espalda para ayudarme a subir. En cuanto su mano se apoyó sobre la vena principal que cruzaba mi espalda; el dolor fue insoportable, como si me arrancaran la carne y me clavaran tornillos con un martillo. Quería gritar, pero solo un murmullo inteligible surgió de mi garganta. Me quedé rígida, sentí como mi cuerpo resbalaba sin control. En ese momento mi mundo era oscuro, el dolor era el indicador de que aún seguía viva. Las manos de Sebas y Jesús intentaban agarrarme, pero el sudor frío que bañaban mis manos las hizo resbalar.

Prima, recuerdo sus gritos llamándome mientras me caía sobre un suelo blando y viscoso. Fue el golpe contra el suelo el que me despertó, mi clavícula derecha se había dislocado.

Cuando la oscuridad acabó, pude vislumbrar un rostro babeante que me estaba olisqueando. El fuerte olor a descomposición me revolvió el estómago. La sangre y la baba oscura coloreaban el suelo. Esperaba mi fatal desenlace cuando esos bichos comenzaran a pelearse por mi carne y me la arrancaran a mordiscos. Intentaba aguantar la respiración y no moverme, quizás así pasaría desapercibida. El rostro descompuesto que estaba a mi lado tenía pequeñas venas que lo recorrían; sus monstruosos ojos buscaban que trozo arrancar primero; el hilo negro de baba brotaba de su comisura cayendo sobre mi mentón y mejilla; cerré los ojos y la boca con fuerza. Cuando su olfato y otros más que no lograban ver, llegaron a mi espalda y a mi hombro, el sonido de su respiración era más enérgico. Eran como perros olisqueando un hueso. Después de unos segundos en los que sus babas se enjuagaban con mis lágrimas y sudor, se alejaron. Despacio y con inseguridad se fueron irguiendo buscando la comida que estaba en el techo.

Me habían dejado en paz ¿por qué?

Sobre mi cabeza escuché los gritos de Sebas y Jesús. Varios cadáveres caían a mí alrededor. Estaban golpeándoles con algo y matándolos. Yo seguí en el suelo; temía que si me movía, los zombies se dieran cuenta de mi existencia.

Del exterior se escucharon varios quejidos y sonidos extraños. Estaba pasando algo. Los zombies que me rodeaban se quedaron quietos, bajaron los brazos y casi a la vez ladearon la cabeza hacia el exterior. Parecían estar actuando sincronizádamente, como si fueran una sola célula. Sebas y Jesús aprovecharon para seguir matándolos desde arriba. Pude mover la cabeza un poco y por el rabillo del ojo vi que tenían unos palos y en sus puntas había un objeto afilado, estaban clavándolos en los ojos y en el cráneo de los muertos.

Los zombies se movieron al unísono. Ya no éramos divertidos o se habían dado por vencidos. Se dirigieron al exterior, hacia el ruido extraño que originaban sus compañeros. No pude evitar pensar que era una llamada de auxilio entre ellos. Había pensado que sus cerebros estaban muertos y solo sus necesidades primarias estaban activas, pero quizás hubiera algo más.

Me erguí lentamente, magullada, dolorida y sucia. Sebas había saltado y me abrazaba, repitiendo lo afortunada que había sido; sin embargo, Jesús y yo sabíamos que había ocurrido realmente: “Me han reconocido como a un igual”.
Sebas estaba eufórico, no paraba de contar el agobio que sintió al verme caer, como construyó las lanzas y como gracias a su idea los zombies me habían ignorado. Su egocentrismo aumento cuando me colocó el hombro; empezó a contar una batallita sobre un lío en el que se metieron Gabriel y el. Jesús le dio un suave empujón indicándole que se callara, aún había zombies cerca y él había sufrido tal subidón de adrenalina que no paraba de hablar.

Anduvimos lentamente. En la entrada vimos como nuestra barricada había caído ante la insistencia zombie. Del otro lado de la calle observamos un grupo de personas que luchaban contra los muertos, destruyéndolos a su paso. Entre ellos reconocí a Gabriel y al cura borracho. En cuestión de minutos la horda zombie había sido aniquilada.

Gabriel al fin había vuelto y bien acompañado; aunque no vi entre ellos a ningún enfermo que necesitara mi ayuda. Como me imaginé, su buen amigo murió antes de que yo pudiera hacer nada por él.

Los dos amigos se reencontraron y hablaron apartados de los demás. Tenían que ponerse al día.

Jesús y yo nos manteníamos aislados de la gran victoria. Prima, sé que es una tontería pero no me siento bien al estar con ellos. Soy una infectada y cada día estoy más cerca de ser una zombie que una humana y no quiero que ellos descubran lo que soy o en lo que me estoy convirtiendo.

Fui a por la mochila, ya no tenía porqué continuar en el centro médico, debía seguir mi camino.

Me enjuagué el rostro con agua fresca, tenía un aspecto horrible, agarré la mochila y me uní al grupo de Sebas para despedirme. Gabriel insistía en que fuéramos a la iglesia. Allí podríamos organizarnos, incluso puede que hubiera comida. Aunque era una oferta irresistible, tuve que declinarla.

Jesús ya estaba esperándome en la carretera, había insistido en llevar la mochila, mis hombros estaban demasiado magullados y una nueva vena amenazaba en mostrarse a través del pecho.

Ya nos íbamos cuando escuché un grito a mi espalda. Era Sebas. Llegó a nuestra altura y dijo:

—¿Nos vamos o qué?

Agradezco su ayuda, pero me hubiera gustado seguir sola. Con Sebas tengo que aparentar que todo va bien, que mi brazo izquierdo no esta medio podrido hasta el codo, que mi espalda es una carretera venosa donde mi piel tiene el mismo tacto que la gelatina. Ni Jesús, ni yo fuimos capaces de decirle que no; pero si se va a convertir en un compañero, tiene que saber el riesgo que corre: “Un día él tendrá que matarnos a nosotros o nosotros lo mataremos a él.”

 

P.D.: Prima, estamos andando a buen ritmo. Nos escondemos por caminos secundarios que rodean el pueblo. Creo que esta noche llegaré al laboratorio.

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Carta 21

A Cristina, la hermana de Aurora;

Mi nombre es Álvaro y aún no he llegado a los treinta. Soy un estudiante de medicina que reside en éste pueblo desde hace no más de tres años, justo antes de que empezara todo esto. Te sorprenderá que sea soy yo quien te escribo y no tu hermana. Tienes que saber, en primer lugar, que tu hermana está bien. Bueno, bien bien no se puede decir. La encontré la semana pasada tambaleándose por las calles, andando torpemente con un bastón, la ropa hecha jirones, el pelo enmarañado, con una bolsa de mano y con una pierna ensangrentada, casi colgándole. Al principio pensaba que era una de esas criaturas, pero luego escuché cómo maldecía a alguien llamado Víctor y supe que no sería peligrosa. La recogí justo antes de que se desmayara y la traje al ambulatorio, donde nos hemos atrincherado en una pequeña sala con algunas provisiones. Voy a convertir ésto en un refugio para los heridos. Ya he visto a unos cuantos morir enfrente mío y me produce tanta impotencia… Tu hermana fue, por decirlo de alguna manera, la gota que colmó el vaso.

Eso sí, resultó difícil llegar hasta aquí. Estaba arrastrándola cuando en mitad del camino nos topamos con uno de esos… zombies, creo que sería la palabra más adecuada para describirlos, mirándonos con esos ojos amenazadores, escrutando el horizonte. Parecía como si no nos viese, pero un movimiento brusco de sus piernas me hizo saber que no era así, y se abalanzó hacia nosotros. Tuve que dejar a Aurora en el suelo como pude y coger el palo de golf que uso para protegerme.

El impacto fue certero, en todo el cráneo, y gracias a su impulso pude incrustárselo hasta el fondo. Pero a pesar de ello, sus manos aún seguían buscándome. Suerte que no me dan asco los cadáveres, porque el hedor era impresionante, y al intentar cogerle uno de sus brazos para retorcérselo, mis dedos se hundieron en su pútrida carne y casi se lo arranco de golpe. El zombie emitió un rugido que atrajo la atención de otro que estaba cerca, y éste casi consigue terminar conmigo si no fuese porque pude sustraer mi palo de golf del cráneo del primero. Al otro le empujé hacia el capó de un coche, cayó al suelo, lo inmovilicé con mis piernas y, como si de una pelota de golf se tratase, le golpeé sin parar hasta que un chorro de sangre me salpicó en la cara. Me lo limpié mientras observaba cómo había destrozado su rostro en un momento. Aurora seguía en el suelo, maldiciendo a todo el mundo e intentando incorporarse para «jugar». Se ve que tiene mucha energía interior a pesar de su edad.

Hablando de ella, no sé cómo se ha hecho eso en la pierna. He tenido que amputársela hasta la rodilla, porque la herida se le había infectado y estaba empezando a pudrirse la carne de alrededor. Sobrevivirá, eso está claro, es una luchadora nata. Lleva dos días delirando porque ha perdido mucha sangre. Tampoco hemos podido intercambiar muchas palabras, las suficientes como para poder dejarte un mensaje de parte de ella, que incluyo en ésta carta.

Cito textualmente:

«Hermana, sálvese. Ya no hay lugar para nosotros. Estamos todos condenados, pronto se extenderá hacia otras tierras, estoy segura. Tantos años luchando para terminar así. Rece por mí y por Álvaro. De no ser por él ahora estaría muerta. Le quiero, hermana.»

Sus ánimos no están como para tirar cohetes, ¿verdad? Espero que en las próximas semanas logre recuperarse, pero no sé cómo lo va a hacer para sobrevivir, con sólo pierna y media. Miraré de arreglarlo como pueda, aunque no soy cirujano. Pero ALGO debo hacer. Creo que me inspiraré en las historias de piratas. Sólo espero que Aurora sea lo suficientemente fuerte.

Nos quedaremos aquí hasta que las cosas se calmen un poco, que ya he visto a varios de esos zombies acechando en la puerta.

Intentaré escribir lo más pronto posible, a ver si para entonces es Aurora quien logre tirar la carta al buzón.

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