Carta 26

Hola Prima

Hay momentos en el transcurso de la vida que la palabra desesperación se nos marca a fuego en la carne. Miles de veces he nombrado esa palabra, pero hasta el día de hoy no entendí lo que realmente significaba.
Ana y yo analizamos, comprobamos y repetimos las pruebas. Para nuestra desgracia, el resultado era el mismo.
Las muestras de la cepa de Alex crecen con voracidad. No hubo ni una sola probeta en la que el virus menguara su actividad invasora. Llegamos a la conclusión de que la cepa es letal, cualquiera que se infecte con ella se transformará en apenas unos segundos.
Las muestras de Jesús han mostrado un aumento de células infectadas. El virus se ha duplicado, seguramente por las escapadas a la nevera. No le doy más de unos días hasta que se convierta en uno de ellos. Los calambres que sufre en el estómago son cada vez más violentos y frecuentes, acaba en el suelo agarrándose el vientre y vomitando un liquido verdoso.
Mis células víricas también han aumentado. Gracias a la cantidad de suero que inunda mi organismo, muchas están inactivas.
Prima, contaba con que hallaríamos una cura, algo que pudiera ayudarnos, pero lo único que hemos encontrado es la confirmación de nuestra condena.
Si Carmen estuviera aquí, seguramente pondría luz a esta oscuridad. Ella había encontrado algo en las muestras del sujeto 1, y lo habría conseguido de no ser por esos soldaditos.
Hablando de los militares, hace días que ronda por mi cabeza una idea: ellos tenían que conocer el virus y su rápida expansión, por eso aparecieron tan pronto y colocaron medidas extremas desde el primer momento, cuando nadie sabia aún  lo que estaba ocurriendo. Estoy segura de que no somos la única población que ha sufrido este brote, debe haber más. Esto me lleva a pensar en porqué no se mencionó en los medios informativos, no leí ninguna noticia de brotes virales en los foros de medicina.
¿Habrán hecho lo mismo con nosotros? ¿Habrá dejado de existir este pueblo para el mundo?
Sebas me vio sentada en el suelo con la carpeta del Sujeto 1 en las manos, pero tenía la mente pérdida en mi huracán de preguntas sin respuesta.
Empezamos a hablar de las cosas que haríamos cuando escapáramos de este cautiverio. Pronto descubrimos que nuestras inquietudes sobre el ejercito eran las mismas, aunque el tenía un punto diferente, algo más diabólico.
Me dijo que llevaba días pensando en el secuestro de Carmen y del Sujeto 1; la única respuesta para toda esta locura era que usaran esta enfermedad con fines bélicos.
Solo había que pensar en una capital de estado o en un pueblo, cualquier zona que quisieran destruir sin gastar una sola bala; con soltar al sujeto 1 la batalla estaría ganada.
Tendrían que detener la plaga, o perderían el control y podría salirse de la zona invadida, para ello tenían a Carmen y seguramente a más de un profesor trabajando. Venderían el brebaje a coste de oro empobreciendo el país enemigo, dejándolo a merced de los mismos que extendieron el virus.
Guerra biológica en su máxima expresión.
Como siempre, el ser humano es capaz de hacer cosas increíbles tanto para hacer el bien, como para hacer el mal; cuando se pone un objetivo tiene que conseguirlo sin importar el cómo.
Era fácil culpar a los militares de todas nuestras desgracias, pero cuando llegaron, el virus ya estaba en el cuerpo de Ricardo, por lo tanto no eran los causantes de su aparición. El virus ya estaba en el pueblo, tenía que ser algo con lo que el sujeto 1 entró en contacto y eso solo causaba más preguntas sin respuestas.
Recordé el camino que hice con Sebas y Jesús desde el pueblo hasta aquí, cuando nos encontramos con una zona vallada por el ejército y protegida por una carpa blanca. Estoy segura que ese sitio esconde algo, por eso lo guardan con tanto cuidado.
Se lo comenté a Ana y a Sebas. Ambos estaban de acuerdo en que ese tenía que ser el campamento base o algún punto importante.
Ana sacó un mapa del pueblo y nos dijo que señaláramos la zona donde habíamos visto la carpa blanca. Tal y como me imaginé, coincide con el lugar donde se estaba agujerando el acuífero.
Si era así, Carmen y el Sujeto 1 estarían ahí dentro, investigando sobre la cepa con mil medios superiores a los que yo tenía en este destartalado laboratorio.
Es un lugar peligroso, muy bien vigilado; ya corrimos peligro cuando nos acercamos a fisgonear en su momento. Si volviéramos, nos matarían antes de que nos acercáramos a la vallas o los voltios de la misma nos freirían.
No podemos ir con las manos vacías y suplicar ayuda. Ya sabemos que clase de auxilio le ofrecieron a Ana los muy bastardos.
Sebas, que llevaba la acción corriendo por sus venas, hablaba de encontrarse con sus viejos amigos e ir juntos a por los militares. Se inventaba una feroz batalla en donde salían airosos.
Ana se mantenía callada, observando sus pies. Al principio pensé que la idea de salir al exterior la afligía tanto como a mí, pero de repente se sumó a la historia de Sebas como si fuera una guerrera del Apocalipsis.
De todas las tonterías que decían, la única que tenía lógica era acercarse al ayuntamiento. Las primeras excavaciones se realizaron por orden del alcalde, así que el informe sobre el suelo y lo que allí se encontró estarían en el despacho principal.
Era algo improbable, pero quizás encontráramos algo con lo que pudiéramos negociar. Deseaba tener la sartén por el mango por una vez y no ir siempre dos pasos por detrás de los acontecimientos.
Nada nos decía que los militares no hubieran hecho con el ayuntamiento lo mismo que hicieron con el laboratorio. Una vez más todo era a cara o cruz, posibles probabilidades y nunca verdades exactas; o te arriesgas o no.
Ya teníamos un objetivo, ahora nos faltaba salir de aquí.
Nos dirigimos a las escaleras de emergencia, las mismas por las que habíamos entrado hace días. Al acercarnos, unos golpes retumbaron desde el otro lado, algo la golpeaba desesperadamente. Nos habíamos olvidado de la sangre que habían vertido los militares en la puerta principal, esta había atraído a los zombies de los alrededores, creando una trampa en la que todos entraban y ninguno salía.
Sebas gritaba que estábamos atrapados, que moriríamos en aquella tumba. Ana intentaba tranquilizarlo, pero no escuchaba, se desahogaba golpeando todo lo que se pusiera en su camino.
Yo había ayudado a supervisar el laboratorio cuando se estaba construyendo. Existía una segunda salida: la azotea. El laboratorio contaba con una pequeña pista de helicópteros; se añadió a la construcción por su cercanía con el bosque, sería crucial en un salvamento forestal. Existía un pequeño problema, que la puerta se abría o bien a través de una llave maestra, que no teníamos; o de forma electrónica.
El circuito eléctrico estaba en las últimas, era lo que mantenía la jaula de Alex y Jesús activas. Si lo manipulábamos para abrir la puerta de la azotea, estaríamos dejando libre a un asesino voraz, además de que no había garantías de que una vez estuviéramos arriba pudiéramos salir.
Sebas y Ana bajaron la cabeza, el golpe con la verdad les había mermado su moral luchadora. Se fueron a sus habitaciones, había que tomar una decisión.
En lugar de refugiarme en el silencio de mi cuarto, me acerqué al área de contención donde Jesús estaba tirado en el suelo, su rostro estaba desencajado, su cuerpo necesitaba carne cruda o el dolor nunca cesaría. Después de un buen rato consiguió sentarse cerca de la puerta, estaba tan débil que casi no podía levantarse.
Le conté la horrible situación en la que nos encontrábamos. Vi una sonrisa irónica en su cara, desde un principio Jesús había tirado la toalla, le hacia gracia que siguiera intentándolo, que aún guardara alguna esperanza después de tantos golpes bajos.
Estuve hablando con él durante horas, la verdad es que era una de esas conversaciones que hablas por hablar, simplemente para no sentirte solo o por silenciar los pensamientos negativos de tu mente.
Volvimos al tema del encierro y a la tesitura en la que nos encontrábamos sobre la azotea. Nos quedamos en silencio mientras nuestras mentes buscaban una solución. Cuando ya estaba levantándome para volver a mi cuarto, Jesús me espetó que intentaría mantener la puerta cerrada, que se apoyaría en ella usando sus últimas fuerzas. De esta manera, Alex ni siquiera se enteraría que la puerta se había abierto.
Entre bromas le insinué que dudaba de su fortaleza, él me observó con los ojos vidriosos, me hizo prometerle que después volvería para acabar con su miserable existencia, no quería seguir viviendo con ese dolor. Estaba cansado y hacia tiempo que no guardaba ni un milímetro de esperanza en su venoso cuerpo.
Querida prima, hace tiempo te hubiera dicho que jamás se me ocurriría hacer algo tan terrible, pero soy consciente de que pronto ese destino será el mío y por consiguiente yo también querría que acabaran con mi vida.

Un saludo.

Iria.

P.D.: Esta es la última noche en el laboratorio así que hemos organizamos una gran cena. Ana me preparó la carne muy poco hecha, aún babeaba sangre cuando la engullía. No te puedes imaginar con que ansia degusté cada trozo. Sebas se ocupó de la música; y como postre, teníamos licores de todo tipo.
Celebramos nuestra última cena como si no hubiera un mañana.

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Carta 26

A quien quiera leerlo:

Volví a escuchar un disparo. En mi mente se empezaron a formar escenas escabrosas. En ellas, el jefe militar no apretaba el cañón de su pistola contra aquel joven, sino contra mi propio hermano. A sus pies estaban los cuerpos inertes de Ana y Nataly. Yo veía todo en la distancia, inmóvil y sin poder siquiera gritar. El fuego me rodeaba, pero no sentía calor.

Unos gritos me sacaron de mi ensimismamiento, me pareció reconocer en ellos a mi Ana. Corrí, esperando lo peor. Entonces los vi, como en mi pesadilla, solo que en éste caso era Mateo quien apuntaba con su pistola a Nataly.

Antes de que me pudieran ver, salté sobre el militar.

Caímos los tres al suelo. El sonido de un disparo retumbó en mis oídos, dejándome sordo.

―Maldito gilipollas ―pensé para mis adentros. Como se me había ocurrido lanzarme sobre alguien que tenía un arma apuntando a otra persona.

Miré a mi derecha, rezando para que la cabeza de Nataly no hubiera volado en pedazos. Antes de que pudiera enfocar mi vista, un tremendo puñetazo me volvió la cara del revés. Un fuerte sabor amargo inundó mi boca.

Me repuse enseguida, con toda la adrenalina aun inundando mis venas. Vi como Mateo intentaba recuperar su pistola, pero no le di tiempo. Lancé un puñetazo contra su abdomen y le estampé mi codo contra su cara. Sentí un crujir de huesos con el impacto.

No fue suficiente. Él estaba entrenado para matar y se repuso enseguida. Aplastó su rodilla contra mi brazo, dejándome inmovilizado. Sacó un gran cuchillo de su cinturón. Intenté agarrar su brazo cuando me atacó, pero la hoja atravesó mi mano. El dolor fue tan grande que empecé a temblar sudor frío. Mateo empezó a empujar con fuerza. Tenía el cuchillo a escasos centímetros de mi cara. Las fuerzas empezaron a fallarme.

―Así que aquí acaba todo ―pensé―. Os he fallado, una vez más no he podido protegerte, Abel. Soy un fracaso como hermano.

Todo sucedió tan rápido, que a mí se me antojó una eternidad.

Un chorro de sangre con trozos de carne me salpicó la cara. ¿Ya se había acabado todo? No podía abrir los ojos, pero noté como la presión del militar cedió por completo. Lo empujé a un lado y me limpié la cara. Entonces le vi, tirado en el suelo y con un gran agujero en medio de su frente. Me pareció oír un grito. ¿Lucía?

No lo llegué a saber, todo se volvió blanco.

Lo último que pasó por mi cabeza es si la niña estaba viva… ¿Y Abel?

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Carta 26

Querida Teresa:

He soñado con Miguel. El jodío cabezón había vuelto a mí, convertido en uno de esos demonios. Le acompañaban sus padres y su hermana. También venía Rocío, junto a la estanquera y el cerdo de su marido. Martín el del bar, Floro, el padre Leandro, Leocadio el policía, el señor Beltrán con la pequeña Candela, y hasta la señora Remigia. Era una enorme familia de monstruos conocidos dispuestos a devorarnos. Por un momento creí verte a ti, hermana, entre ellos. Cuando desperté, bendije al Señor por llevarse al pequeño a su lado y alejarlo de este infierno. Después le maldije por dejarnos a nosotros aquí.

Fue una noche muy larga, con los constantes cambios de guardia y las imparables idas y venidas de José Antonio, jurando y perjurando que mataría al militar. Las pesadillas impidieron que me durmiera más durante mi turno de vigilancia. Por si no era bastante la amenaza de los zombis, además teníamos a ese maldito soldado que tarde o temprano vendría a por nosotros. Cuando empezó a amanecer, la pequeña Nataly me trajo una botella de vino aguado, se ve que me necesitaban lo más sobrio posible. Seguro que fue cosa de su hermana.

Antes de abandonar el refugio de montaña, quise dar una pequeña misa por el joven Gabriel, pero Ana no me dejó, no había tiempo que perder. Abel nos guiaba, interpretando el mapa de Miguel, pero en verdad seguíamos a José Antonio. Queríamos llegar al lugar donde había encontrado a Rita y saber por qué Mateo la asesinó. El pobre maestro llevaba un bastón de montaña, como si con eso pudiera enfrentarse a aquel soldado entrenado para matar.

Caminar por esos bosques sí que era mortal, con tantas subidas y bajadas, y esos árboles que apenas dejaban pasar la luz del sol. Todos íbamos en constante tensión, atentos de cada ruido, de cada ramita que crujía, de cada respiración. Ni siquiera recuerdo cuanto tiempo estuvimos así, los pies me dolían y mi gaznate pedía a gritos un buen vino. La única que parecía saber por donde iba era Ana, rastreaba como los indios en las películas de John Wayne. De hecho, fue ella la que encontró una puerta de madera oculta entre los rastrojos. Era una especie de pequeño zulo bajo una loma. Nos costó mucho esfuerzo abrirlo. El interior nos dejó alucinados, era el escondite de Mateo. Estaba lleno de armas y de cajas con provisiones del ejército, como las que conseguía Lucía. A la pobre no le agradó la visión. Allí había una radio, un ordenador y un mapa que casualmente se parecía al que pintó Miguelín. Abel y Nataly lo miraban entusiasmados, pero fue Ana la que se dio cuenta de que en él habían marcados unos puntos rojos por el pueblo y de que en la pantalla del ordenador estaba escrito algo sobre un sujeto 1. Ahora sabíamos porqué mató a Rita, estaba claro que descubrió el sitio y lo que ocultaba, pero aún nos preguntábamos dónde estaba él. Bueno, se lo preguntaban ellos, porque yo estaba buscando entre los rincones, a ver si ese agujero tenía un retrete. Cuando Lucía me cogió del brazo, lamenté no haberlo encontrado. Me hizo darme cuenta de que no habíamos cerrado la puerta, de que nos habíamos metido en una trampa. Todavía no sé cómo pude entender sus nerviosos gestos, pero tenía razón, él podía estar allí mismo.

Fue un largo momento de silencio en el que nos mirábamos, inmóviles, sin saber qué hacer, cuando escuchamos unos pasos en el exterior. ¿Sería él? ¿Sería uno de esos monstruos? Ni siquiera nos atrevíamos a respirar. Pero la radio sonó bruscamente.

—¡Atención, Lobo Blanco, atención!

Todo pasó muy rápido. El maestro cogió el primer fusil que encontró, pero recibió un balazo en el estómago. El soldado entró de repente, y me empujó contra el ordenador. Golpeó a la muchacha con la culata del arma y agarró a la niña, de los pelos, arrastrándola hasta un claro del bosque. La pobre gritaba sin parar. Ana chillaba mientras él despotricaba apuntando a Nataly con el arma. El maldito no paraba de maldecir.

—¡No lo hagas, hijo, tú no quieres hacerlo! —no se me ocurrió nada más estúpido que decirle.

—¡No me joda, padre! —contestó— ¡Si ya estáis todos muertos!

Entonces una figura salió de entre los árboles y saltó sobre él.

—¡Hermano! —gritó el niño.

En efecto, era Gabriel el que forcejeaba con el soldado. La pistola se disparó y el cuerpo de la niña rodó por el suelo.

—¡Nataly! —Ana corrió junto a su hermana.

Aquello era terrible, la niña no respondía y el soldado iba a estrangular al muchacho. Me sentía inútil, sin saber a dónde mirar. Intenté sujetar a Abel, que no dejaba de gritar, pero sonó un disparo, y otro, y otro, y otro. El cuerpo sin vida de Mateo yacía sobre el exhausto Gabriel. El niño se me escapó y corrió junto a su hermano. Entonces vi a Lucía sujetando una pistola, apretando el gatillo compulsivamente, a pesar de que se había quedado sin balas. Te juro, hermana, que hubo un momento en el que me pareció oírla gritar.

Me costó mucho tranquilizarla. Por fin oímos llorar a Nataly, la niña estaba bien, solo se había dado un golpe en la cabeza, y Gabriel, aunque magullado, aún respiraba. Le cogí a cuestas, como pude, y volvimos al zulo para atender a los heridos. José Antonio se retorcía de dolor en la entrada.

Ana recuperó la cordura y su chulería habitual y se encargó de todo. Yo ya no aguantaba más y busqué entré las cajas hasta encontrar una botella de whisky. La asalté sin compasión. Todo lo demás me queda borroso. Los llantos, los murmullos… Lo último que recuerdo es escuchar como la radio decía algo sobre la destrucción del pueblo…

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Carta 27

Querida hermana;

He podido conseguir más información sobre quiénes son estos tipos. Pero antes, debo contarle lo que le hicieron a mi pobre niño.
Creían que Álvaro era el líder de nuestro pequeño grupo y se lo llevaron a interrogarle. Cuando nos lo trajeron de vuelta, mi hombrecillo tenía la cara llena de suciedad y moratones por todo el cuerpo. Esos salvajes le preguntaron sobre lo que ellos llamaron “infectados”, sobre si sabíamos cómo habían nacido y, sobre todo, el por qué hemos sobrevivido tanto tiempo. Y en esa respuesta entré yo. Supongo que ahora les tocará abofetear a una anciana.
Mi pobre niño, cuando le dejaron en la celda le acurruqué en mi pecho y le canté una canción para que se durmiese. La estúpida de Tamara estaba temblando en un rincón, balbuceando cosas incomprensibles. Cuando mi niño vea cómo se comporta su “amada”, seguro que la manda al infierno. Álvaro merece algo mejor que una pelandusca de esa calaña.
Lo peor de todo es que mientras interrogaban a Álvaro, Tamara me contó unas vacaciones que tuvo con uno de sus amantes en unas cuevas subterráneas, y cómo ella se perdió y la encontraron al día siguiente casi deshidratada. Encima de fresca, estúpida. Ahora estará reviviendo ese momento una y otra vez en su cabeza.

A lo que le quería contar. Álvaro nos dijo que los que nos han secuestrado son un grupo de supervivientes, entre los que se encuentra gente del pueblo y turistas, que buscan salir de aquí (como si yo no hubiese pensado ya en ello) y, eso es lo que más miedo me da, buscan a los más fuertes para ello, y a los débiles les encierran o los utilizan como cebo para esos infectados. Por lo visto hay un médico o veterinario que está estudiándolos y necesitan capturar a alguno. No pude acabar con Tamara en los toriles, así que idearé un plan para dejarla en ridículo y que se la lleven a ella antes que a mí.

Ayer intenté hablar con el hombre que nos vigila. Le dije que necesitábamos agua y que limpiaran un poco la celda. Llevábamos tres días haciéndonos nuestras necesidades encima, y encima ya no tengo más parches para el tabaco, se lo llevaron todo. Siento que debo arrancarle la cabeza a alguien, tengo ansiedad y necesito salir de aquí. El hombre sólo decía que nos callásemos, pero ya sé cómo hacer que nos saque de aquí. He visto que lleva encima un colgante, de esos en los que puedes poner un par de fotos pequeñas. Seguro que son su mujer e hijos, y estoy convencida que ya no están vivos. Su mirada irradiaba soledad y desconsuelo.

Qué fácil es, hermana, manipular a la gente jugando con sus seres queridos. Estoy ya muy mayor, pero mi cabeza sigue en su sitio. Y voy a aprovecharla al máximo.

Le quiere;

Aurora.

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