Prima:
Me siento sola en un mundo de caos. Mi acompañante se ha ido y yo escribo estas palabras en una habitación del laboratorio.
Seguimos por el camino hablando sobre cosas sin importancia cuando escuchamos unos gritos. Yo me quedé de piedra. El salió del camino y corrió hacia la voz sin pensar que podría haber detrás de los gritos.
Bajó por un terraplén improvisado, señal de que algo había caído por allí. Me asomé y vi un coche verde fosforito en mitad de unos arbustos; del capo y por debajo de las ruedas delanteras salía humo, parecía una señal india de localización.
Jesús abrió, a base de patadas, la puerta del conductor. De un bolsillo sacó una navaja multiusos. Desde donde estaba no podía ver lo que estaba pasando y eso me angustiaba. Los gritos habían cesado, pero él no subía.
Escuché un coche que circulaba por el camino, levanté las manos y pedí ayuda. El vehículo pasó a tal velocidad que tuve que apartarme para que no me embistiera. Intentaban sobrevivir, aunque a esa velocidad pronto se convertían en el aperitivo de alguien.
Cuando me giré, Jesús subía la cuesta con una chica apoyada en su hombro. Estaba ensangrentada y amorotonada; tenía varias heridas abiertas e infectadas que me hicieron entrar en estado de pánico. Le grité a Jesús que dejara a esa mujer en el suelo. El se quedó atónito sin entender lo que le decía. Mis palabras, de los nervios, se me atascaban en la garganta y en lugar de hablar parecía que vomitaba.
—Es mi prima —me gritó con los ojos vidriosos—. No puedo abandonarla.
—La han mordido —titubeé—, pronto será un monstruo.
—¿Qué…? —él sabía lo que quería decir pero no lo aceptaba.
—Esta infectada —dí un paso hacía delante—, debas alejarte de ella.
—No —era un leve quejido que venía de la mujer—, no me abandones.
Ante esa súplica todas mis explicaciones y mis porqués fueron ignoradas. Comenzamos una discusión sin fin. La prima empezó a vomitar sangre, varias venas verdes palpitantes se entrecruzaban en piernas y brazos. La muchacha estaba condenada.
Los ojos preocupados de Jesús me rompían el alma. Me sentía culpable. Podía darle mi brebaje, podía vendarla con las vendas, pero sería inútil; las venas ya habían aparecido. Incluso la idea de darle mi brebaje tenía que descartarla, pues no quedaría suficiente para analizar en el laboratorio.
Me quedé callada, sintiendo como la culpa crecía sobre mí. Me mordí el labio y me dije a mi misma que había hecho lo mejor, aunque no me lo creía.
Observé como Jesús y su prima volvían hacia el bar. Cabizbaja y callada les dí la espalda. Lo lamentaba pero tenía que pensar en mí y en la gente que debía curar. Cada paso era una losa en mi pecho. Sabía que hacía lo correcto, pero me sentía sucia y malvada por no haber intentado ayudarla. Mil dudas y preguntas entraban como ladrones en mi mente haciéndome sentir más culpable de lo que ya estaba.
La pequeña puerta de madera estaba enfrente de mí, pertenecía una casa cutre con un gigantesco invernadero. Los vecinos del pueblo creían que era un almacén de flores, que después eran llevadas a las floristerías.
Una cosa es la que veía y otras la que escondía. Cuando se abre la puerta de madera, te encuentras en una pequeña sala, donde en su interior se esconde una estructura de hormigón y detrás de una puerta de acero se esconde el laboratorio. En su interior había dos plantas, la 1º para los investigadores y la 2º un gigantesco laboratorio subterráneo que aprovechaba el agua del río.
La puerta de madera se abrió. Un chico joven, alto y con gafas me observaba atentamente.
—La doctora esta esperándole —decía inseguro.
—Pues vamos —respondí.
Pasé por la enorme puerta de acero macizo y bajé en el ascensor. Me llevaron directamente a este cuarto, para que me duchara y descansara. Prima, tú y yo sabemos que mi reloj tiene una cuenta atrás y no puedo perder el tiempo.
Me duche y salí al pasillo principal, no me había dando cuenta de que todas las puertas tenían un teclado numérico. Hacía años que no pisaba el laboratorio.
Mientras espero a la gran jefa de laboratorio, aprovecho para escribirte estas líneas. He visto un buzón aquí cerca, solo espero que recibas mis cartas a tiempo.
Un abrazo
Iria
P.D.: Estoy preocupada por Jesús; si la prima le muerde su final está marcado. No podré llegar a tiempo para ayudarle.