Querida prima:
A partir de hoy las cosas van a cambiar.
Fui al congelador a por carne, si las anotaciones de Carmen eran ciertas, podrías sacarle muestras mientras gozaba de su comida.
Los trozos más grandes estaban al fondo, colocados unos sobre otros; los de arriba estaban enteros e intactos, sin embargo, los que estaban abajo no tenían el mismo aspecto; estaban desgarrados y con profundas marcas de dientes. La gula de Jesús era evidente.
Agarré un trozo lleno de marcas, mejor usar los que ya estaban contaminados y así de paso destruía pruebas que podían dar lugar a preguntas muy incómodas.
Caminaba por el pasillo hacia el laboratorio, en mi mente se dibujaba el rostro de Alex comiendo la carne doblegado y sumiso mientras le sacaba muestras de sus venas palpitantes.
De repente sentí paz, un éxtasis inimaginable me recorría la garganta llenando mi cuerpo. Las piernas me temblaban, mi vista se nublaba, todo lo que observaba a mí alrededor estaba lleno de una luz oscura, demoníaca pero milagrosa. No podría expresar la tranquilidad que serenó mi alma en ese momento. Los problemas se habían esfumado, el cansancio desaparecido, era como si no existiera nada más en todo el universo.
Esa agradable sensación desapareció a los pocos segundos y sólo quedó el vacío que me engullía.
Después sentí un dolor en el estómago, como si algo se moviera en el interior y jugara con mis tripas. Me llevé las manos al vientre, estaban llenas de sangre. El trozo de carne que llevaba entre mis manos había menguado considerablemente. No sé en que momento me lo llevé a la boca, ni cuando empecé a masticar.
Mi cuerpo gritaba por un poco más de aquella paz.
Me dejé caer al suelo y me limpié la barbilla con la manga. Me sentí sucia, un monstruo. Era todo aquello que aparecía en los cuentos de terror de cualquier niño, la bruja que se quería comer a Hansel y a Gretel, el gigante que se come a los niños, el ogro que come carne humana. La verdad, nunca me había dado cuenta de las referencias que tenemos sobre el canibalismo.
Prima pensé que podía controlarlo, que mientras tuviera el brebaje podría seguir mi vida, pero ahora me doy cuenta de que es una estúpida ilusión. Me estoy cayendo en el abismo y he sido tan arrogante que no me había dado cuenta.
Me cambié de ropa, tenía toda la camisa embadurnada de sangre y el olor me estaba volviendo loca.
Escuché que alguien corría por el pasillo, no le presté mucha atención hasta que aporrearon mi puerta. Era Sebas, estaba muy alterado.
Me arrastró hasta el laboratorio. De sus palabras atropelladas y sin vocalizar pude entender que Jesús había hecho algo. Recé para que no hubiera atacado a nadie.
En el laboratorio, Ana estaba sentada frente a la puerta que mantenía a Alex encerrado. Cabizbaja, se frotaba los ojos, era como si el peso del mundo cayera sobre ella. Me acerqué corriendo y la agarré de las manos buscando una respuesta a su actitud. Levantó el rostro e hizo un ligero amago hacia el cristal de la puerta incitándome a mirar.
Jesús estaba en el interior. Su torso descamisado mostraba como las venas habían poseído su cuerpo, su piel era de color verdoso y sus ojos ya no pertenecían a este mundo. Estaba sentado en una esquina observando el techo con la mirada perdida.
Alex, como si fuera una mosca, se movía nerviosamente a su alrededor, no reconocía a Jesús como a un igual, pero tampoco era comida. Curioseaba a su nuevo compañero.
Se había rendido a su suerte. Yo no era la única que se daba cuenta de su feroz hambre, él también.
Sebas me atacaba con mil preguntas sobre lo que sucedía, ¿Por qué Jesús estaba en ese estado? ¿Cómo era posible? No quise seguir escuchándolo. Alcé la mano y susurré que no se rindiera, que aguantara un poco más, lo necesario hasta que pudiera hacer algo.
Como si eso fuera posible, hace unos minutos estaba en el éxtasis de la carne y ahora pretendo dar esperanzas cuando malamente no queda ni un milímetro de ella en mi seno.
Ana me agarró del antebrazo como si fuera una garra. Me observaba atentamente. En ese momento supe que ella lo sabía, conocía el secreto que Jesús y yo protegíamos. Me levantó la manga del brazo descubriendo una de mis venas palpitantes.
Sebas se hecho para atrás de un salto.
No era capaz de hablar, se me atragantaban las palabras, ¿cómo explicar como empezó? ¿Como apareció el suero? O lo más importante ¿Por qué les mentí?
Ana solo dijo una frase:
—El suero que trajiste no era para ayudar a la gente, era para ayudarte a ti misma.
Esa frase me hizo más daño que miles de mordeduras desgarrándome la carne. Es cierto que el suero era para mantenerme con vida, pero también sirve para ayudar a los pocos supervivientes que quedan en el pueblo.
Después se levantó, dejando caer la silla al suelo. Sebas me observaba, creo que dudaba si debía matarme o no.
Prima, sabía que tarde o temprano este día llegaría. Aunque esperaba que fuera lo más tarde posible.
P.D.: Jesús se va a encargar de quitarle las muestras que necesito a Alex y además, me dará los suyas propias.
Aún no he visto a Ana ni a Sebas, la verdad es que me da miedo enfrentarme a ellos.