Hola prima:
Me pasé toda la noche sin dormir. Estaba tan excitada con hacer la autopsia que mi mente no paraba de imaginarse supuestos escenarios donde fracasaba una y otra vez.
Ya había amanecido cuando el sueño empezaba a acariciarme. Sin embargo unas voces me despertaron. Eran Gabriel y Sebas.
Fui hacia la puerta principal preguntándome por que hacían tanto alboroto. Gabriel recogía sus bártulos y daba instrucciones a Sebas.
Llegué a tiempo para la despedida. Se iba a buscar a su amigo herido; estaba preocupado por su estado. La verdad, yo también. Había pasado mucho tiempo, quizás ya era tarde.
Se me hizo un nudo en el estómago. Gabriel salía al exterior, donde todos esos zombies deambulaban por las silenciosas calles pestilentes. Quería persuadirlo de que era una temeridad; pero, si yo estuviera en su piel, no habría nada que detuviera mi voluntad.
Lo único que pude decirle, esperando que fuera de utilidad, es que podía esconderse en la iglesia; allí había supervivientes.
Sebas y yo nos quedamos a solas en aquel lugar. La verdad, prima, esperaba algún comentario obsceno; pero mantuvo las distancias.
Sentimos golpes fuertes en una de las puertas de la zona infantil. Era el señor Marco, ya se había despertado y de muy mal humor. Cogí el arma y la cargué de dardos. Sebas agarró una pata de metal de una mesa.
Cuando llegamos a la puerta, varias astillas salieron disparadas de la cerradura. Con cada golpe, las grietas amenazaban con desquebrajarse. Sebas colocó la mano en el pomo. Nos observamos fijamente y contamos hasta tres sin mover los labios.
Sebas abrió la puerta unos segundos antes de que la enorme masa batiera contra ella. Al no encontrar ningún obstáculo, el cuerpo de Marco cayó al suelo. Disparé al pecho y a la frente; mientras, Sebas le golpeaba las piernas y los brazos, impidiendo que se moviera. Me recordaba a una cucaracha intentando rodar sobre su espalda para levantarse.
Necesité una dosis superior a la del día anterior. Estaba a punto de darme por vencida cuando sus miembros cayeron al suelo.
Preparé el material instrumental. Sebas subió el cuerpo a la camilla. Le intentamos quitar la ropa, pero la mayoría de los tejidos se habían fundido con la carne putrefacta.
Sé que estaba dormido. Sé que pone en riesgo nuestra ética; pero no puedo verlo como un ser humano.
Cogí el bisturí y le abrí el pecho. Un hedor a descomposición nos mareó. Sebas apartó la cabeza y vomitó. Era una pena no haber encontrado un bote de vaselina, eso ayudaría a soportar el olor. Tardamos unos minutos en recomponernos, el tiempo que tarda en adaptarse el sistema olfativo.
Las entrañas eran un amasijo de carne descompuesta. Sus órganos estaban grisáceos e hinchados, hasta tal punto que parecían deformes. Los huesos eran muy duros, ni la sierra era capaz de romper las costillas; pero a base de insistencia acabaron cediendo. Según iba quitándole los órganos para estudiarlos, estos se deshacían en mis manos.
Cuando íbamos hacia el corazón, vimos una masa negra que ocupaba su lugar. Cogí un escalpelo y toqué esa cosa. Era una especie de moco negro. Al rascarlo, descubrí un corazón sano. Aquel moco protegía el órgano, aunque su latido era casi inexistente; lo justo para mantener la sangre en movimiento.
En ese momento no entendí por qué se mantenía el corazón vivo, si los órganos estaban muertos y no necesitaban riego sanguíneo. Pero esta duda se disipó cuando abrí su cráneo.
Su cerebro, al igual que el corazón estaba cubierto por esa mucosidad. El cerebro parecía sano. Realice una biopsia en varias zonas, y guardé las pruebas para analizar en el laboratorio.
Prima, esa cosa se adueña del corazón para dar un mínimo de riego al cerebro, conservando sus funciones primarias: comer y beber. También defecaría, pero tiene el aparato digestivo y gástrico podrido.
Tengo que volver al laboratorio lo antes posible, necesito confirmar mi teoría. Si es cierto, no hay cura. Sólo se puede retrasar los efectos. Al final; el cuerpo se muere.
Sebas me observaba con cara de preocupación. Creo que tenía varias preguntas que hacerme, pero no se atrevía a pronunciarlas.
Me fui al baño, necesitaba refrescarme.
No pude evitarlo, destapé mi hombro y vi la carne. Me dio tanta rabia que me lleve la mano y clavé las uñas. No sentí nada, no había dolor ¿Sabes lo que significa eso? Que una parte de mí ya esta muerta. En mis uñas había grandes trozos de carne, me quedé observando mientras se descomponía entre mis dedos. La vena de mi espalda estaba más hinchada y unas pequeñas ramificaciones rodeaban parte de mi cintura y se dirigían al otro hombro.
No sé cuanto tiempo me queda.
Prima, tengo miedo.
Intento no sumirme en la desesperación de ser consciente de mi pútrida muerte. Siento algo de envidia por esos zombies; no sabían en que se convertían. Ya no sé si el brebaje es una buena idea. A veces la ignorancia es un don.
Iria
P.D.: Una vez leí que no importaba el tiempo que nos quedaba, sino lo que hacíamos con él.