Carta 21

A Cristina, la hermana de Aurora;

Mi nombre es Álvaro y aún no he llegado a los treinta. Soy un estudiante de medicina que reside en éste pueblo desde hace no más de tres años, justo antes de que empezara todo esto. Te sorprenderá que sea soy yo quien te escribo y no tu hermana. Tienes que saber, en primer lugar, que tu hermana está bien. Bueno, bien bien no se puede decir. La encontré la semana pasada tambaleándose por las calles, andando torpemente con un bastón, la ropa hecha jirones, el pelo enmarañado, con una bolsa de mano y con una pierna ensangrentada, casi colgándole. Al principio pensaba que era una de esas criaturas, pero luego escuché cómo maldecía a alguien llamado Víctor y supe que no sería peligrosa. La recogí justo antes de que se desmayara y la traje al ambulatorio, donde nos hemos atrincherado en una pequeña sala con algunas provisiones. Voy a convertir ésto en un refugio para los heridos. Ya he visto a unos cuantos morir enfrente mío y me produce tanta impotencia… Tu hermana fue, por decirlo de alguna manera, la gota que colmó el vaso.

Eso sí, resultó difícil llegar hasta aquí. Estaba arrastrándola cuando en mitad del camino nos topamos con uno de esos… zombies, creo que sería la palabra más adecuada para describirlos, mirándonos con esos ojos amenazadores, escrutando el horizonte. Parecía como si no nos viese, pero un movimiento brusco de sus piernas me hizo saber que no era así, y se abalanzó hacia nosotros. Tuve que dejar a Aurora en el suelo como pude y coger el palo de golf que uso para protegerme.

El impacto fue certero, en todo el cráneo, y gracias a su impulso pude incrustárselo hasta el fondo. Pero a pesar de ello, sus manos aún seguían buscándome. Suerte que no me dan asco los cadáveres, porque el hedor era impresionante, y al intentar cogerle uno de sus brazos para retorcérselo, mis dedos se hundieron en su pútrida carne y casi se lo arranco de golpe. El zombie emitió un rugido que atrajo la atención de otro que estaba cerca, y éste casi consigue terminar conmigo si no fuese porque pude sustraer mi palo de golf del cráneo del primero. Al otro le empujé hacia el capó de un coche, cayó al suelo, lo inmovilicé con mis piernas y, como si de una pelota de golf se tratase, le golpeé sin parar hasta que un chorro de sangre me salpicó en la cara. Me lo limpié mientras observaba cómo había destrozado su rostro en un momento. Aurora seguía en el suelo, maldiciendo a todo el mundo e intentando incorporarse para «jugar». Se ve que tiene mucha energía interior a pesar de su edad.

Hablando de ella, no sé cómo se ha hecho eso en la pierna. He tenido que amputársela hasta la rodilla, porque la herida se le había infectado y estaba empezando a pudrirse la carne de alrededor. Sobrevivirá, eso está claro, es una luchadora nata. Lleva dos días delirando porque ha perdido mucha sangre. Tampoco hemos podido intercambiar muchas palabras, las suficientes como para poder dejarte un mensaje de parte de ella, que incluyo en ésta carta.

Cito textualmente:

«Hermana, sálvese. Ya no hay lugar para nosotros. Estamos todos condenados, pronto se extenderá hacia otras tierras, estoy segura. Tantos años luchando para terminar así. Rece por mí y por Álvaro. De no ser por él ahora estaría muerta. Le quiero, hermana.»

Sus ánimos no están como para tirar cohetes, ¿verdad? Espero que en las próximas semanas logre recuperarse, pero no sé cómo lo va a hacer para sobrevivir, con sólo pierna y media. Miraré de arreglarlo como pueda, aunque no soy cirujano. Pero ALGO debo hacer. Creo que me inspiraré en las historias de piratas. Sólo espero que Aurora sea lo suficientemente fuerte.

Nos quedaremos aquí hasta que las cosas se calmen un poco, que ya he visto a varios de esos zombies acechando en la puerta.

Intentaré escribir lo más pronto posible, a ver si para entonces es Aurora quien logre tirar la carta al buzón.

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Carta 22

Querida hermana;

Pensé que era mi fin. Gracias a Álvaro (que Dios le bendiga), ahora puedo seguir escribiéndole, la única esperanza que me queda de salir de éste pueblo infernal.

A decir verdad, hace tiempo que sé y acepté mi destino: pudrirme en éste pueblo infecto y sin que el mundo exterior sepa ni haga nada al respecto. Pero no quiero hacerlo como la mayoría. Mi último golpe, mi último aliento, mis últimas palabras… quiero que sean de alguien que, a pesar de las circunstancias, luchó hasta el final y no se dejó llevar ni por el pánico ni por la desesperación.

Ahora sólo estamos Álvaro y yo. Nos encontramos en el ambulatorio, tercer piso, habitación 302. Tenemos las ventanas tapiadas y sólo disponemos de una pequeña brecha para pasar al exterior, situada en lo alto del montón de muebles que hemos apilado en las puertas. Los armarios están repletos de medicamentos y las últimas provisiones que Álvaro ha ido encontrando. Aún nos falta por registrar el último piso, que espero hacerlo yo misma cuando me cicatrice la herida de la pierna. La he perdido. Álvaro tuvo que cortármela para poder salvarme la vida. Estuve llorando mucho tiempo, me veía una vejestoria inútil, pero Álvaro me animó y hemos podido seguir adelante, aunque no lo tuvimos fácil.

Cuando me estaba debatiendo entre la vida y la muerte, Álvaro no se dio cuenta de que en la habitación había una de esas criaturas arrastrándose por el suelo, sólo con la mitad superior de su cuerpo y los intestinos dejando un rastro de sangre a su paso. Intentaba por todas sus fuerzas llegar hasta nosotros. No hacía ruido porque tenía una parte del cuello arrancada. Ni siquiera emitía un gemido. Sólo cuando este alcanzó su pie derecho se percató de lo que sucedía y se puso a chillar mientras intentaba deshacerse de él a patadas. Las demás criaturas que estaban en el mismo piso debieron escucharle, porque empezaron a sentirse pasos que me decían que se estaban dirigiendo hacia nuestra habitación. Álvaro empujó un escritorio para atrancar la puerta. Se las arregló para mantenerlos a raya, pero tuvo que sacrificar casi tres días de sueño para protegerme de ellas, puesto que yo no podía ni moverme.

En esos tres días juré que había oído a alguien chillar por los pasillos, alguien vivo. Una mujer, creo. Hemos acordado salir de nuestro escondite por turnos para buscar supervivientes y alimento. Ahora llevo muletas aunque me he atado a la espalda mi preciado bastón, pero tengo un par de jeringuillas llenas de ácido que voy utilizando contra esas bestias. Deberías ver cómo se retuercen.

Ahora mismo Álvaro está de inspección. Rezo por que encontremos a alguien más, porque yo sola no puedo salir de aquí, pero si somos muchos los que les plantamos cara, lo lograremos.

Si la carta no puede llegar si quiera a la oficina de correos, quien la lea, por favor, que sepa que aquí hay dos supervivientes.

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Carta 23

Querida hermana;

 

Ésta última semana Álvaro y yo hemos estado un poco ajetreados entre la búsqueda de provisiones y supervivientes. A pesar de que ahora, a parte de vieja, soy minusválida, creo que me desenvuelvo bastante bien. He improvisado lo que yo llamo “la patarueda”, que me ayuda a protegerme y sirve como vía de escape rápida.

Simplemente no quería llevar muletas, y Álvaro me ayudó a atarme a la pierna una pata metálica de camilla con su ruedecita chirriante (es adorable). ¡Hasta puedo volver a correr! Siento que ya nadie me va a parar; esos malditos apestados lo pagarán caro.

Eso sí, a veces se sale del sitio y sale volando, pero la última vez tuve la suerte de que impactó en una de esas criaturas y Álvaro tuvo tiempo suficiente para acabar con él.

Por cierto, ¿se acuerda de que escuchamos a alguien gritar? Pues resulta que era una chica, una jovencita que había ido a parar al ambulatorio gracias a que Álvaro había colgado un trozo de sábana por la ventana con las palabras “SOS Aquí”. La chica entró por una de las puertas de atrás y nos estuvo buscando por todos los pisos. Justo cuando pasaba por nuestra puerta nos escuchó conversar, pero en ese momento se acercaban más criaturas de esas y salió corriendo presa del pánico. Cuando la escuché uno de esos la había agarrado por el bajo del pantalón. Pudo salvarse gracias a que llevaba el hacha que arrebató a su padre cuando éste se volvió loco e intentó matarla.

Parece asustadiza pero cuando la acorralan se envalentona y saca todo su potencial. Los tres formamos un buen equipo de matanza; Tamara (no había dicho su nombre hasta ahora), Álvaro y yo. Mientras Álvaro llama su atención, Tamara y yo nos esperamos en un rincón, a cada lado del pasillo, y cuando se acerca uno de ellos nos abalanzamos y no paramos hasta que agota su último suspiro.

Creo que he encontrado un grupo en el que de verdad me siento integrada. Los tres sabemos exactamente el papel que desenvolvemos y lo próximo será limpiar de una vez por todas el ambulatorio de “intrusos” y empezar a tapiar puertas y ventanas.

Hoy me siento rejuvenecida de nuevo.

Le quiere,

Aurora.

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Carta 24

Querida hermana;

La búsqueda de supervivientes ha alcanzado un punto muerto. Hace días que nadie se asoma por las calles.

La última persona que vimos con vida fue un hombre de mediana edad que cargaba contra esas criaturas a golpe de martillo. Llevaba una camisa roja a rayas y unos vaqueros medio rotos. De su calva le brotaba sangre y andaba con torpeza. Cayó después de tropezar con la tapa de una alcantarilla a medio cerrar, lo que les dio la oportunidad a esas criaturas para cogerle y comérselo ahí mismo. Pobre desgraciado, ni siquiera tuvo tiempo a decir unas últimas palabras. Desde donde estábamos no pudimos hacer nada. Si hubiese ido a las clases de tiro con Víctor y mis hijos ahora podría quedarme en los tejados armada con un rifle y arrancarles a cabeza uno a uno a esos malnacidos. Y hablando de ellos, ¿Dónde se encuentran los militares? Deberían estar limpiando el pueblo. Desde ese día en el geriátrico no he vuelto a ver ninguno. En cuando encuentre uno se va a enterar. Dejar a una pobre anciana sola y desamparada…

Éstas últimas semanas, Álvaro, Tamara y yo estuvimos debatiendo la idea de abandonar el ambulatorio para buscar supervivientes y encontrar una manera de salir de éste pueblo infecto. Desde hace un par de noches, escuchamos ruidos extraños que vienen del otro lado de la calle. Creemos que provienen de la Plaza de Toros. Así que ya estamos haciendo los preparativos para salir en unos días. Álvaro se está encargando de las armas y del equipaje pesado, yo de la comida y, ¡novedad! mis parches de nicotina (que conste que me están obligando, yo siempre prefiero mis queridos cigarrillos), y Tamara de recoger todo aquello que nos puede servir útil: toallas, jeringuillas, botellas de agua, bolsas de basura… cualquier cosa que podamos utilizar en pro nuestra.

Tamara es una chica un tanto tímida, aunque yo creo que es debido a quedarse en un estado de shock permanente. El otro día me estuvo explicando que tuvo que matar a su hijo de ocho años porque amenazaba con acabar con la familia. A su marido lo perdió el año pasado por culpa de un cáncer. No puedo sentir empatía por ella, yo odio a Víctor y a mis dos hijos, y no comprendo cómo alguien puede apegarse tanto a un recuerdo. Por culpa de su “humanidad”, ayer casi terminan con nosotros. Un niño infectado se le echó encima y Álvaro y yo tuvimos que ir en su rescate. Por poco no me muerden. Debería deshacerme de ella. Álvaro aún es útil, pero ella muestra demasiada debilidad y dudas.

Le dejo, hermana, que aún tengo muchas cosas que preparar.

Ahora que lo recuerdo, cuando esas criaturas se estaban comiendo al tío calvo me pareció ver la tapa de la alcantarilla cerrarse de golpe. No estoy segura de ello. A ver si tengo la oportunidad de convencer a Álvaro y a Tamara de echar un vistazo. De paso, intentaremos llegar hasta el buzón a echar algunas cartas atrasadas que tenemos.

Le quiere,

Aurora.

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Carta 25

Querida hermana;

Estamos encerrados en los toriles. Llevamos aquí cuatro días, apestando a vaca podrida y a mierda. Y todo por culpa de Tamara. Encima, Álvaro no para de defenderle cada vez que nos pone en una situación peligrosa. Estoy segura de que estos dos hacen manitas cuando yo no les veo. NADIE me quitará a Álvaro, mi salvador. Esa llorona tiene los días contados.

Parches del demonio, creo que no me hacen ningún efecto, empiezo a tener ansiedad.

Salimos del ambulatorio armados y preparados para lo que nos pudiésemos encontrar. Nada más atravesar la puerta de entrada, nos asaltó una de esas criaturas y tuvimos que actuar rápido. Álvaro me dio un empujón y me tambaleé hacia esa cosa, ayudándome de mi pequeña ruedecita. Iba con un par de tijeras en cada mano, así que cuando pasé por su lado me agaché para cortarle los tendones y que se cayera al suelo. Mientras Tamara me ayudaba a levantarme, Álvaro terminaba con él.

Tardamos una eternidad en llegar al otro lado de la acera, no paraban de salir más criaturas a intentar comernos. Vimos como el hombre calvo de la camisa roja también se levantaba, con el cráneo abierto y su cerebro colgando. Era asqueroso, hermana, pero ya me encargué personalmente de darle su muerte definitiva.

Al llegar a una de las entradas de la plaza, vimos que estaba bloqueada por unas tablas de madera enormes, así que dimos la vuelta hasta que logramos encontrar un hueco lo suficientemente ancho como para que cupiésemos por él. Mi pierna mala se quedó enganchada y Álvaro tuvo que serrar un poco las maderas. Lo dejamos abierto y pintamos un círculo con un pintalabios que encontramos en el ambulatorio. A partir de ahora lo dejaremos en todos los lugares que hayamos pasado, para que los demás sepan que esa entrada está despejada.

Dentro estaba todo demasiado oscuro como para ver nada, pero no queríamos encender la linterna para no llamar la atención. Estuvimos un buen rato andando a ciegas, pisando lo que creo que eran restos de cuerpos inmóviles de los pobres desgraciados que se quedaron ahí encerrados (como estamos ahora nosotros…). A medida que nos acercábamos a la plaza, íbamos más sigilosos, hasta que Tamara dijo que tenía frío y nos hizo parar para que Álvaro le sacara una chaqueta de su mochila. Como no veía, encendió la linterna y, aunque yo lo desaprobaba, Tamara no paraba de decir que no quería morir congelada como su hermano mayor, en una expedición que hizo a no sé qué montaña. ¿Es que no hay nadie de su familia que no haya muerto de manera normal?

En ese momento fue cuando escuché un rugido y algo… alguien, levantarse y venir hacia nosotros.

Pasó demasiado rápido. Estábamos corriendo, Álvaro y Tamara cogidos de la mano, y yo intentando agarrarme a lo que podía para saltar por los cadáveres y seguirles el ritmo. Al entrar en la plaza, la visión fue espectacularmente horrenda: decenas de cuerpos amontonados, toros desmenuzados, sangre por todas partes y un montón de criaturas agachadas buscando un trozo de carne que no estuviese podrida. El único camino libre que encontramos, era un pasillo al otro lado de la plaza. Llegamos como pudimos y atrancamos la puerta con todo lo que había alrededor. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que eso era un camino sin salida.

Estamos pensando una manera de salir, no creo que la puerta aguante muchos días más. Lo que sí estoy segura es que Tamara no debe salir con vida de ésta plaza. Lo juro por mi tabaco.

Le quiere,

Aurora.

 

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Carta 26

Carta 26

Querida hermana;

Me siento como un ratón que va de madriguera en madriguera. Desde aquella visita a mi casa, lo único que he hecho es meterme en una cueva, esperando una mínima oportunidad de escapar, para terminar en otra y así sucesivamente.

Nos encontrábamos Álvaro, Tamara y yo atrapados, pasando hambre, miedo y rezando para que nuestro final fuera rápido. Esas cosas se estaban adentrando cada vez más y ya no teníamos tablones para pararlos. Empezaron metiendo los brazos por entre los agujeros, luego algunos asomaron la cabeza. Los alejábamos como podíamos, pero era imposible, cada vez venían más.

Pero nuestra suerte cambió drásticamente cuando empezamos a oír disparos. Nos acurrucamos mientras veíamos cómo iban cayendo. Desde los agujeros íbamos viendo los rayos de luz parpadeando y escuchábamos gritos de dolor y alguien dando órdenes desde el otro lado de los tablones.

Álvaro y Tamara estaban abrazándose, esa perra no paraba de temblar mientras mi niño le acariciaba la cara. Durante un momento dejé de oír los disparos y sólo podía imaginar mis manos aferradas al cuello de esa fresca, viendo cómo se le escapa la vida mientras le miro a los ojos y le digo lo asquerosa que es.

El grito de alguien me sacó del trance. “¿Estáis bien?” decía. Cuando ya no se oían más criaturas, entraron dos hombres seguidos de un tercero muy alto y fuerte. Llevaban armas de fuego. La última vez que vi una, había disparado con ella a una niña pequeña dentro de un estanco.

Álvaro se levantó a agradecer a aquellos hombres que nos habían salvado la vida, y uno de ellos le propinó un fuerte golpe en la cabeza. Fue entonces cuando me levanté y me apuntaron con un arma. Tamara se quedó temblando en su rincón. Mi pobre niño estaba tumbado en el suelo, yo sufría porque le hubiese pasado algo. Por suerte sólo quedó inconsciente.

Nos ataron de manos y nos llevaron fuera de la plaza de toros. ¿Adivina dónde? ¿Se acuerda de aquella tapa de alcantarilla que “se movió sola”? Resulta que ahí dentro tienen una especie de búnker, como en la guerra, lleno de provisiones y gente refugiada. En todo el viaje no nos dijeron nada, sólo nos hacían andar. Y yo sin la muleta, ni siquiera me dejaron cogerla.

Estamos Tamara y yo en una especie de celda, un túnel sin salida que apesta a mierda, y con dos hombres vigilando. No sé dónde se han llevado a Álvaro. Mi niño… Espero que no esté sufriendo. Intentaré buscar respuestas, puesto que estar con Tamara está haciendo que me coja confianza y está empezando a contarme más sobre su vida. Yo lo único en lo que pienso es en cómo matarla. Necesito hablar con el hombre alto y fuerte, seguro que él es el que manda. Al menos que nos cuenten el por qué nos han encerrado. Sólo me han dejado escribir ésta carta. He tenido suerte de que no la han encontrado.

A ver si la próxima carta la puedo escribir con más información.

Le quiere,

Aurora.

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Carta 27

Querida hermana;

He podido conseguir más información sobre quiénes son estos tipos. Pero antes, debo contarle lo que le hicieron a mi pobre niño.
Creían que Álvaro era el líder de nuestro pequeño grupo y se lo llevaron a interrogarle. Cuando nos lo trajeron de vuelta, mi hombrecillo tenía la cara llena de suciedad y moratones por todo el cuerpo. Esos salvajes le preguntaron sobre lo que ellos llamaron “infectados”, sobre si sabíamos cómo habían nacido y, sobre todo, el por qué hemos sobrevivido tanto tiempo. Y en esa respuesta entré yo. Supongo que ahora les tocará abofetear a una anciana.
Mi pobre niño, cuando le dejaron en la celda le acurruqué en mi pecho y le canté una canción para que se durmiese. La estúpida de Tamara estaba temblando en un rincón, balbuceando cosas incomprensibles. Cuando mi niño vea cómo se comporta su “amada”, seguro que la manda al infierno. Álvaro merece algo mejor que una pelandusca de esa calaña.
Lo peor de todo es que mientras interrogaban a Álvaro, Tamara me contó unas vacaciones que tuvo con uno de sus amantes en unas cuevas subterráneas, y cómo ella se perdió y la encontraron al día siguiente casi deshidratada. Encima de fresca, estúpida. Ahora estará reviviendo ese momento una y otra vez en su cabeza.

A lo que le quería contar. Álvaro nos dijo que los que nos han secuestrado son un grupo de supervivientes, entre los que se encuentra gente del pueblo y turistas, que buscan salir de aquí (como si yo no hubiese pensado ya en ello) y, eso es lo que más miedo me da, buscan a los más fuertes para ello, y a los débiles les encierran o los utilizan como cebo para esos infectados. Por lo visto hay un médico o veterinario que está estudiándolos y necesitan capturar a alguno. No pude acabar con Tamara en los toriles, así que idearé un plan para dejarla en ridículo y que se la lleven a ella antes que a mí.

Ayer intenté hablar con el hombre que nos vigila. Le dije que necesitábamos agua y que limpiaran un poco la celda. Llevábamos tres días haciéndonos nuestras necesidades encima, y encima ya no tengo más parches para el tabaco, se lo llevaron todo. Siento que debo arrancarle la cabeza a alguien, tengo ansiedad y necesito salir de aquí. El hombre sólo decía que nos callásemos, pero ya sé cómo hacer que nos saque de aquí. He visto que lleva encima un colgante, de esos en los que puedes poner un par de fotos pequeñas. Seguro que son su mujer e hijos, y estoy convencida que ya no están vivos. Su mirada irradiaba soledad y desconsuelo.

Qué fácil es, hermana, manipular a la gente jugando con sus seres queridos. Estoy ya muy mayor, pero mi cabeza sigue en su sitio. Y voy a aprovecharla al máximo.

Le quiere;

Aurora.

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Carta 28

Querida hermana;

Las cosas están cambiando a un ritmo vertiginoso. Creo que el fin está cerca y esta vez de verdad.

Hace dos noches intenté sonsacarle información al vigilante del que le hablé en mi anterior carta, un auténtico llorica, el cual me contó entre lágrimas que tuvo que matar a su esposa cuando la descubrió arrancándole las entrañas a su hija (ya ve usted qué pena me dio…), y aprovechando su momento de debilidad pude pude descubrir que algo muy malo está pasando ahí arriba. Están todos muy nerviosos y con miedo. Parece ser que los militares que deambulaban por el pueblo por fin actuarán, pero no para rescatarnos, sino para masacrar a toda persona y criatura viva que encuentren a su paso. Se creen con ese derecho, como si nuestras vidas (la de quién ya sabe, no) no valiesen nada y sin tener en cuenta todo lo que hemos pasado. Se imaginará, entonces, lo nerviosa que estoy ahora mismo. Y encima Tamara acaparando toda la atención de mi niño. Esa PERRA. Para colmo están con cariñitos todo el día, como si no se diesen cuenta de la cantidad de cosas más importantes en las que pensar ahora mismo.

Ayer mandé a Álvaro a explorar las alcantarillas (espero que no le pase nada malo ahí fuera). Utilizó la excusa de querer unirse a la causa para que el vigilante le sacase de aquí. Necesitan gente joven, así que no se lo pensaron dos veces. Se supone que ahora está memorizando todos los pasillos y salidas que existen para que cuando todo esto estalle, venga a buscarnos y salir de aquí pitando. Lo peor es que ahora me he vuelto a quedar a solas con la víbora esa. Me tiene miedo, hermana, y eso me encanta. Quiero ver cómo se le escapa la vida cuando la mire fijamente a los ojos mientras le arrebato el alma. Siempre creí en las historias que nos contaba el cura sobre demonios que te poseían, y mi demonio interior no podrá aguantar mucho más encerrado.

De momento yo estoy rebuscando entre la basura que tenemos en un rincón, a ver si puedo conseguir algo útil que pueda utilizarlo como arma. Seguro que Álvaro no tardará mucho en volver. Nos tiene que pasar también un esbozo del mapa por si en algún momento nos separamos (que espero no suceda), podamos reencontrarnos en la superficie.

El fin está cerca hermana, lo presiento. Esto no durará mucho más.

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Carta 29

Hermana;

Estoy desolada. Mi niño no levanta cabeza. Suponía que todo volvería a ser como antes, pero le veo con la mirada perdida y ya no me habla. Me siento profundamente sola.

Logramos salir de las alcantarillas gracias a que mi niño se la memorizó entera. El resto de gente que había, desapareció sin más cuando supieron que el pueblo sería “purgado”. Yo creía que nuestra huida sería incluso más emocionante que cuando nos escondíamos de esas cosas arriba en el pueblo. Me hubiese gustado darle una lección a más de un gamberro que nos apresó.

Nos imaginaba a mí y a Álvaro cogidos de la mano, saliendo juntos a la superficie, él protegiéndome los ojos del sol cegador y agarrándome por el hombro, mientras la víbora de Tamara se habría quedado atrás aún buscando la salida, rodeada de deshechos, basura, apestando a muerte y muriendo por las ratas que, por lo visto, he escuchado que se han aficionado a la carne humana.

La situación se torció de una manera absolutamente inesperada para mí. Cuando Álvaro sacó de la pocilga donde estábamos ni siquiera pudimos recoger nuestra cosas, pues decía que no disponíamos de mucho tiempo antes de que todo el pueblo quedase carbonizado. Toda esa gente que protegía las alcantarillas estaba bien informada. Álvaro ayudó primero a Tamara a levantarse, y yo en cambio no recibí gesto alguno por su parte. El cuerpo me dolía horrores y sentía tal cansancio que apenas podía moverme con fluidez; a medida que avanzábamos por las alcantarillas, notaba su presencia aún más lejana. Ellos iban cogidos de la mano, guiándose por el mapa que mi niño había podido conseguir y yo veía cómo me iba quedando cada vez más atrás. La antorcha improvisada que llevábamos apenas iluminaba a nuestro alrededor, lo cual me hacía muy difícil seguir adelante. Añadir que mi vista ya no es la de una chavala de veinte años, por lo que era aún más complicado divisar formas en la lejanía.

Estábamos girando una esquina cuando un escalón suelto me hizo precipitar hacia el agua. Me encontré rodeada de deshechos, ratas muertas y restos de gente putrefacta. Vomité. La repisa estaba demasiado arriba como para poder subir yo sola y la escalera estaba demasiado lejos. Llamé a mi niño a que me rescatase, pero cuál fue mi sorpresa al ver que ellos siguieron adelante, sin mirar atrás. Empezó a entrarme tal ira que creí que me estaba convirtiendo en uno de esos monstruos.

Entonces pasó algo inesperado. Escuché a Álvaro y Tamara discutir a lo lejos. No podía creer lo que estaba escuchando. Tamara le decía a Álvaro que me ayudase, y mi niño… mi niño le dijo que me dejasen ahí. ¡Dijo que yo era demasiado vieja y que encima estaba loca! En ese momento se me partió el corazón.

Para colmo, fue Tamara quien volvió atrás a intentar ayudarme. Álvaro le decía que no había tiempo, que debían salir de ahí enseguida. Ella parecía no escucharle. Se metió en el agua putrefacta conmigo y me agarró del brazo para intentar ayudarme a salir.

No pude soportarlo más. Esa víbora me había robado a mi niño, se había quedado con su amor y estoy convencida que fue ella la que planeó dejarme atrás. No, mi niño me quiere, no sería nunca capaz de dejarme sola, no después de todo lo que hemos pasado. Ella era la culpable hermana, ELLA. ¡ELLA ME LO ARREBATÓ!

Yo seré una vieja decrépita, pero mi cordura e ingenio aún están en su sitio. Fingí necesitar ayuda para levantarme y dejé que ella se acercase más y más. Cuando se agachó para ayudar a incorporarme, le agarré del pelo, zambulléndola en esas aguas fétidas. Ella estaba en desventaja y estuvo salpicando como un pez durante un largo rato, intentando tontamente escapar de su destino. Ella, hermana, fue ella. Debí haberlo hecho hace tiempo, mientras dormía. Estuvo arañándome y me hizo un par de heridas en los brazos. 

Si sólo hubiese muerto más rápido…

Cuando estaba ya intentando expirar su último suspiro entre mierda y agua putrefacta, mi niño volvió. Nunca olvidaré esa mirada. Se quedó estupefacto contemplando la escena, viendo cómo mataba a quien le había transformado, a quien le había apartado de mí. Fueron unos segundos antes de que reaccionase, pero ya era demasiado tarde. Tamara estaba muerta.

Por fin lo hice, hermana, por fin terminé de una vez por todas con esa víbora. Después de eso, Álvaro no dijo palabra. Se metió en el agua y cogió en brazos al ya cuerpo sin vida de Tamara. Le miró a los ojos, dijo algo que no logré comprender y sumergió el cuerpo en el agua. Yo creía que en ese momento él me abrazaría diciéndome que por fin estábamos libres de esa bruja, pero en cambio se limitó a andar por al agua, sin mirarme y con la cabeza bien alta, buscando la escalera para salir de ahí. Le cogí del brazo para andar mejor, lo cual él pareció no sentirlo.

Cuando logramos llegar a la escalera creía que me ayudaría a subir; en cambio él siguió su camino. Es como si nadie existiese ya para él. Se le veía con la mirada perdida. Me costó lo mío, pero conseguí subir al pasillo y escapamos los dos de ese lugar infernal.

Un sol abrasador me daba en los ojos, pero en vez de encontrarme con las manos de Álvaro y su brazo reconfortable en mi hombro, me encontré con la realidad que había ya olvidado. Un pueblo arrasado. Mi pueblo, perdido. Y a Álvaro ya a unos cuantos metros delante de mi.

Me duele el pecho, hermana. Supongo que esto es a lo que vosotros llamáis amor.

Aurora.

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Carta 30

Querida hermana;

Seguramente esta sea la última vez que le escriba. Mis intentos fallidos por comunicarme con usted sólo eran parte de la desesperación y angustia que ha resultado ser lo que hemos vivido en el pueblo estos últimos años. Todas mis amistades, muertas. Todos mis recuerdos, perdidos. Ahora mismo ya no me quedan ni fuerzas para sostener el trozo de carbón con el que escribo estas últimas líneas. Dios, necesito un cigarro…

Resultó muy duro hacer lo que le voy a contar ahora. Ni siquiera yo misma puedo creerlo. Resulta que usted tenía razón. La familia es lo más importante. Todo hombre o mujer externo que no lleve nuestra sangre no puede ser considerado como tal. Es un extraño, alguien del que no hay que confiar, alguien que puede traicionarle en cualquier momento porque nada le une a usted. Así ha sido siempre y así yo lo he vivido. Desde mi difunto marido hasta mi recién “adoptado” hijo.

Y con todo mi pesar, quiero comunicarle que Álvaro ya no está entre nosotros.

Creía firmemente, hermana, que se trataba de amor. No importa si es verdadero, maternal o platónico. Lo único que resultó ser en realidad era una falsa cortina que me había puesto en los ojos, una venda que no me dejó ver lo que Álvaro era en realidad: un monstruo, un extraño; como los que aparecieron en el pueblo, como mi marido. Como cualquiera que no lleve mi sangre.

Desde que me deshice de esa arpía, su actitud cambió por completo. No me miraba ni me dirigía la palabra. Ni siquiera compartió conmigo un trozo de pan mohoso que encontró en el suelo hace un par de noches, sabiendo lo mucho que yo lo necesito. Fue entonces cuando comprendí que hiciese lo que hiciese, el niño al que yo había protegido todo este tiempo se había hecho mayor. Y como hicieron mis hijos conmigo, me apartó de su lado y me abandonó. Maldigo el día en que di a luz a esos desagradecidos. Y Álvaro es igual, un malcriado.

Pero fue todo culpa mía hermana, porque yo lo permití.

Estábamos bajo la sombra de un árbol, escondidos de todo el alboroto que se había formado en el pueblo. Álvaro estaba callado, mirando al infinito, aguantando la respiración. Parecía una estatua. La estatua más hermosa que jamás hubiese visto. Y fue entonces cuando, después de días sin dirigirme la palabra, lo soltó sin dejar de apartar la mirada hacia ese horizonte rojizo.

—Siempre supe que eras una bruja amargada, incapaz de empatizar con nadie y una egoísta que no merece el perdón de ese Dios al que tanto rezas. ¿Pero sabes qué? —me miró fijamente a los ojos—. Hasta el peor de los infiernos será el paraíso comparado con lo que ha sido estar este tiempo a tu lado.

En ese momento lo supe. Supe lo que debía hacer, y Álvaro también lo sabía. Por eso había estado tan callado estos últimos días. Debía estar poniendo en orden sus pensamientos, haciendo una especie de “testamento” mental.

Esa misma noche, mientras estaba durmiendo, le até las manos y los pies fuertemente a un árbol y una roca cercanos. Le agarré del cuello y apreté todo que podían permitirme estos brazos de anciana, aún con lo débil que estaba. Él se despertó, y a pesar de que su instinto le decía que viviese, su mirada aceptó su destino cuando se cruzó con la mía. Desde ese momento nuestras miradas no se apartaron la una de la otra.

Su cuello era demasiado fuerte. Ni siquiera pude hacer que tosiera un poco. Y justo cuando estaba a punto de darme por vencida, dijo sus últimas palabras.

—Siempre la amaré.

De mi interior empezó a brotar la ira. Me desaté la pata que tenía como pierna y empecé a golpearle en silencio. Era un momento que tanto él como yo sabíamos que no debía ser de nadie más. El único momento íntimo que he tenido con mi niño.

Empezó a jadear y pronunciar vocablos sin sentido. Le rompí parte del cráneo y la sangre me salpicó la cara. Le incrusté una punta astillada en el ojo, del cual le brotó un líquido amarillo. Su cuerpo empezó a convulsionar. Seguía golpeándole, deformándole la cara como si fuese un muñeco de plastilina.

El último golpe fue desahogante. Le partí la nariz, le hundí el ojo izquierdo hasta el fondo y sus dientes saltaron por los aires.

Empecé a llorar sin parar como si fuese una niña de diez años. Me tumbé en el suelo, rodeada de escombros, tierra y sangre, y hecha un ovillo seguí llorando hasta que quedé dormida por el agotamiento.

Todo terminó, hermana. Dejaré esta carta al lado de mi niño como señal de que aquí hubo una historia. No sé qué pasará ahora conmigo. Sólo espero que no sea demasiado tarde para mi alma.

Lo único que me pesa ahora es que el último recuerdo que tendré de él serán sus últimas palabras.

Aurora.

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