Querida hermana;
He podido conseguir más información sobre quiénes son estos tipos. Pero antes, debo contarle lo que le hicieron a mi pobre niño.
Creían que Álvaro era el líder de nuestro pequeño grupo y se lo llevaron a interrogarle. Cuando nos lo trajeron de vuelta, mi hombrecillo tenía la cara llena de suciedad y moratones por todo el cuerpo. Esos salvajes le preguntaron sobre lo que ellos llamaron “infectados”, sobre si sabíamos cómo habían nacido y, sobre todo, el por qué hemos sobrevivido tanto tiempo. Y en esa respuesta entré yo. Supongo que ahora les tocará abofetear a una anciana.
Mi pobre niño, cuando le dejaron en la celda le acurruqué en mi pecho y le canté una canción para que se durmiese. La estúpida de Tamara estaba temblando en un rincón, balbuceando cosas incomprensibles. Cuando mi niño vea cómo se comporta su “amada”, seguro que la manda al infierno. Álvaro merece algo mejor que una pelandusca de esa calaña.
Lo peor de todo es que mientras interrogaban a Álvaro, Tamara me contó unas vacaciones que tuvo con uno de sus amantes en unas cuevas subterráneas, y cómo ella se perdió y la encontraron al día siguiente casi deshidratada. Encima de fresca, estúpida. Ahora estará reviviendo ese momento una y otra vez en su cabeza.
A lo que le quería contar. Álvaro nos dijo que los que nos han secuestrado son un grupo de supervivientes, entre los que se encuentra gente del pueblo y turistas, que buscan salir de aquí (como si yo no hubiese pensado ya en ello) y, eso es lo que más miedo me da, buscan a los más fuertes para ello, y a los débiles les encierran o los utilizan como cebo para esos infectados. Por lo visto hay un médico o veterinario que está estudiándolos y necesitan capturar a alguno. No pude acabar con Tamara en los toriles, así que idearé un plan para dejarla en ridículo y que se la lleven a ella antes que a mí.
Ayer intenté hablar con el hombre que nos vigila. Le dije que necesitábamos agua y que limpiaran un poco la celda. Llevábamos tres días haciéndonos nuestras necesidades encima, y encima ya no tengo más parches para el tabaco, se lo llevaron todo. Siento que debo arrancarle la cabeza a alguien, tengo ansiedad y necesito salir de aquí. El hombre sólo decía que nos callásemos, pero ya sé cómo hacer que nos saque de aquí. He visto que lleva encima un colgante, de esos en los que puedes poner un par de fotos pequeñas. Seguro que son su mujer e hijos, y estoy convencida que ya no están vivos. Su mirada irradiaba soledad y desconsuelo.
Qué fácil es, hermana, manipular a la gente jugando con sus seres queridos. Estoy ya muy mayor, pero mi cabeza sigue en su sitio. Y voy a aprovecharla al máximo.
Le quiere;
Aurora.