Querida Cristina;
Lo he conseguido. Por fin me he vengado de esa canalla. Ahora ya puedo irme de esta cárcel. Creo que el servicio de autobuses ha sido cancelado, pero no importa. Aunque sea andando yo saldré de este pozo de depravados. Ya me veo con mis sobrinitos, ¡qué alegría!
Tampoco es que quede mucho aquí, mis compañeros se han alzado contra esos sinvergüenzas y les han sacado las castañas del fuego. Yo no era la única que sufría maltrato. Me han contado que, en la hora de la comida, los pocos que estaban reunidos en el comedor cogieron el hilo dental y lo ataron entre las sillas, colocándolo a modo de trampa. Me hubiera gustado estar ahí para ver cómo caían uno a uno al suelo. Luego cogieron sus bastones, o lo que tuvieran en mano, y empezaron a golpearles hasta dejarles inconscientes. Incluso el sr. Roberto, que corría el rumor que estaba muy enfermo, también se unió, y cuando le desataron de la silla se abalanzó contra uno de los médicos que yacía en el suelo. Pobrecito, debió sufrir tanto que no me sorprende que intentara matarlo.
Ahora el geriátrico es nuestro.
En el pueblo tampoco ha habido mucha actividad. Se supone que por esta época hacen una fiesta de inicio de curso donde organizan bailes, pero no tenemos constancia de que este año se haya celebrado. En fin, las cosas están cambiando mucho. Ya deseo poder volver a comer un chuletón bien grande, aunque se me caigan los pocos dientes que me quedan.
¡Oh! Pero me olvido de contarle cómo me he vengado de la fresca esa. Se sentirá orgullosa de mí, hermana.
Como el resto de ancianos se rebelaron y yo no pude estar con ellos, quise contribuir de alguna manera. Para colmo, últimamente la zorra esa ni siquiera salía de mi cuarto, así que imagínese lo que he tenido que aguantar.
Aprovechando que se fue al baño me liberé. Me ató tantas veces que ya conozco su técnica; un nudo en ocho. El desgaste de las sábanas me ayudó mucho. Cogí mi bastón y le aticé con tal fuerza que le abrí una pequeña brecha en la cabeza. Se lo tenía bien merecido. Luego até cada extremo de su cuerpo a una pata de la cama, con un nudo de aferrar, y le eché toda la papilla del día encima después de obligarle a tragarse cuatro pastillas de golpe. Ojalá las hormigas vengan y se la coman viva.
Por cierto, a partir de ahora las cartas las enviará un joven enfermero (uno de los pocos trabajadores gentiles que hay), así que espero que no lleguen con retraso ni abiertas, que según parece hay mucho golfo suelto. Como le agarre va a saber quién soy yo.
Me siento feliz. Por fin soy libre.
Aurora.