Querida hermana;
Pensé que era mi fin. Gracias a Álvaro (que Dios le bendiga), ahora puedo seguir escribiéndole, la única esperanza que me queda de salir de éste pueblo infernal.
A decir verdad, hace tiempo que sé y acepté mi destino: pudrirme en éste pueblo infecto y sin que el mundo exterior sepa ni haga nada al respecto. Pero no quiero hacerlo como la mayoría. Mi último golpe, mi último aliento, mis últimas palabras… quiero que sean de alguien que, a pesar de las circunstancias, luchó hasta el final y no se dejó llevar ni por el pánico ni por la desesperación.
Ahora sólo estamos Álvaro y yo. Nos encontramos en el ambulatorio, tercer piso, habitación 302. Tenemos las ventanas tapiadas y sólo disponemos de una pequeña brecha para pasar al exterior, situada en lo alto del montón de muebles que hemos apilado en las puertas. Los armarios están repletos de medicamentos y las últimas provisiones que Álvaro ha ido encontrando. Aún nos falta por registrar el último piso, que espero hacerlo yo misma cuando me cicatrice la herida de la pierna. La he perdido. Álvaro tuvo que cortármela para poder salvarme la vida. Estuve llorando mucho tiempo, me veía una vejestoria inútil, pero Álvaro me animó y hemos podido seguir adelante, aunque no lo tuvimos fácil.
Cuando me estaba debatiendo entre la vida y la muerte, Álvaro no se dio cuenta de que en la habitación había una de esas criaturas arrastrándose por el suelo, sólo con la mitad superior de su cuerpo y los intestinos dejando un rastro de sangre a su paso. Intentaba por todas sus fuerzas llegar hasta nosotros. No hacía ruido porque tenía una parte del cuello arrancada. Ni siquiera emitía un gemido. Sólo cuando este alcanzó su pie derecho se percató de lo que sucedía y se puso a chillar mientras intentaba deshacerse de él a patadas. Las demás criaturas que estaban en el mismo piso debieron escucharle, porque empezaron a sentirse pasos que me decían que se estaban dirigiendo hacia nuestra habitación. Álvaro empujó un escritorio para atrancar la puerta. Se las arregló para mantenerlos a raya, pero tuvo que sacrificar casi tres días de sueño para protegerme de ellas, puesto que yo no podía ni moverme.
En esos tres días juré que había oído a alguien chillar por los pasillos, alguien vivo. Una mujer, creo. Hemos acordado salir de nuestro escondite por turnos para buscar supervivientes y alimento. Ahora llevo muletas aunque me he atado a la espalda mi preciado bastón, pero tengo un par de jeringuillas llenas de ácido que voy utilizando contra esas bestias. Deberías ver cómo se retuercen.
Ahora mismo Álvaro está de inspección. Rezo por que encontremos a alguien más, porque yo sola no puedo salir de aquí, pero si somos muchos los que les plantamos cara, lo lograremos.
Si la carta no puede llegar si quiera a la oficina de correos, quien la lea, por favor, que sepa que aquí hay dos supervivientes.