Querida hermana;
Estamos encerrados en los toriles. Llevamos aquí cuatro días, apestando a vaca podrida y a mierda. Y todo por culpa de Tamara. Encima, Álvaro no para de defenderle cada vez que nos pone en una situación peligrosa. Estoy segura de que estos dos hacen manitas cuando yo no les veo. NADIE me quitará a Álvaro, mi salvador. Esa llorona tiene los días contados.
Parches del demonio, creo que no me hacen ningún efecto, empiezo a tener ansiedad.
Salimos del ambulatorio armados y preparados para lo que nos pudiésemos encontrar. Nada más atravesar la puerta de entrada, nos asaltó una de esas criaturas y tuvimos que actuar rápido. Álvaro me dio un empujón y me tambaleé hacia esa cosa, ayudándome de mi pequeña ruedecita. Iba con un par de tijeras en cada mano, así que cuando pasé por su lado me agaché para cortarle los tendones y que se cayera al suelo. Mientras Tamara me ayudaba a levantarme, Álvaro terminaba con él.
Tardamos una eternidad en llegar al otro lado de la acera, no paraban de salir más criaturas a intentar comernos. Vimos como el hombre calvo de la camisa roja también se levantaba, con el cráneo abierto y su cerebro colgando. Era asqueroso, hermana, pero ya me encargué personalmente de darle su muerte definitiva.
Al llegar a una de las entradas de la plaza, vimos que estaba bloqueada por unas tablas de madera enormes, así que dimos la vuelta hasta que logramos encontrar un hueco lo suficientemente ancho como para que cupiésemos por él. Mi pierna mala se quedó enganchada y Álvaro tuvo que serrar un poco las maderas. Lo dejamos abierto y pintamos un círculo con un pintalabios que encontramos en el ambulatorio. A partir de ahora lo dejaremos en todos los lugares que hayamos pasado, para que los demás sepan que esa entrada está despejada.
Dentro estaba todo demasiado oscuro como para ver nada, pero no queríamos encender la linterna para no llamar la atención. Estuvimos un buen rato andando a ciegas, pisando lo que creo que eran restos de cuerpos inmóviles de los pobres desgraciados que se quedaron ahí encerrados (como estamos ahora nosotros…). A medida que nos acercábamos a la plaza, íbamos más sigilosos, hasta que Tamara dijo que tenía frío y nos hizo parar para que Álvaro le sacara una chaqueta de su mochila. Como no veía, encendió la linterna y, aunque yo lo desaprobaba, Tamara no paraba de decir que no quería morir congelada como su hermano mayor, en una expedición que hizo a no sé qué montaña. ¿Es que no hay nadie de su familia que no haya muerto de manera normal?
En ese momento fue cuando escuché un rugido y algo… alguien, levantarse y venir hacia nosotros.
Pasó demasiado rápido. Estábamos corriendo, Álvaro y Tamara cogidos de la mano, y yo intentando agarrarme a lo que podía para saltar por los cadáveres y seguirles el ritmo. Al entrar en la plaza, la visión fue espectacularmente horrenda: decenas de cuerpos amontonados, toros desmenuzados, sangre por todas partes y un montón de criaturas agachadas buscando un trozo de carne que no estuviese podrida. El único camino libre que encontramos, era un pasillo al otro lado de la plaza. Llegamos como pudimos y atrancamos la puerta con todo lo que había alrededor. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que eso era un camino sin salida.
Estamos pensando una manera de salir, no creo que la puerta aguante muchos días más. Lo que sí estoy segura es que Tamara no debe salir con vida de ésta plaza. Lo juro por mi tabaco.
Le quiere,
Aurora.