Aurora
20/Nov/2011
bloody hand
08

Querida Cristina;

La situación se nos escapa de las manos. Ni siquiera el dulce sabor del tabaco puede ya tranquilizarme. El duro invierno se acerca y casi no nos queda comida. No podemos salir porque seguimos sin encontrar la llave de la puerta principal, y ninguno de nosotros tiene la suficiente fuerza para saltar por la ventana. Los pocos enfermeros que quedan se dedican a cambiar pañales y dar falsas esperanzas a los ancianos. El poder nos cegó y ahora el Señor nos está castigando por ello.

Creo que nadie vendrá a por nosotros. Ya no se oyen gritos ni coches en el pueblo, y hace meses que dejó de venir el transportista con comida y material nuevo. Las mantas no son suficientes para resguardarnos del frío, y tuvimos que atar al sr. Roberto, el hermano enfermo del sr. Julián, a una silla, porque del hambre que tenía se abalanzó hacia su propio hermano. No le mordió de milagro. Lo extraño es que cuando le intentamos dar de comer puré ni siquiera tragaba, sólo balbuceaba e intentaba alcanzar al enfermero. Ahora mismo lo están trasladando a la enfermería, a ver si le pueden dar algo para calmarse. Empiezo a sospechar que hay algo oculto, pues cuando le preguntas al sr. Julián por su hermano, éste siempre evita el tema y arguye que sólo está enfermo.

En cuanto le envié la anterior carta subí a ver a la sta. Carla. Lo cogí como rutina desde que le rescatamos de aquel infierno. Le limpié la cara con un trapo húmedo y junto a dos compañeros intentamos cambiarle la ropa y ponerle una manta encima para que no pasara frío. Aún no hemos podido quitarle las cadenas puesto que no encontramos la llave. La semana pasada por fin se despertó. Levantó lentamente la cabeza y abrió su ojo izquierdo; el otro lo tenía desgarrado, pobrecita mía. Durante un segundo pude ver un brillo y una leve sonrisa, pero no pudo articular una sola palabra. No importa el tiempo que pase antes de que pueda volver a hablar, es mi ángel y voy a protegerlo. Eso sí, cada vez que me acerco me da un vuelco el corazón cuando escucho los gritos provenientes de la puerta de metal.

Toda mi rabia y tristeza acumulada la estoy liberando contra la pendón que tengo atada a la cama. Como suponí, la mezcla de puré con pastillas y laxante surgió efecto, pero la muy asquerosa aún no se digna a soltar prenda. Y eso que desde entonces ni siquiera le he cambiado las sábanas. Ahora le estoy haciendo heridas en los pies con mis tijeras y echándole sal. Que sufra, se lo merece.

P.D.: Para colmo me ha empezado a doler la pierna horrores y ya casi no puedo andar; esas pastillas que nos daban deben de tener algún efecto secundario. Estuve toda la tarde del lunes rebuscando entre los cajones del despacho del director por si había algún prospecto que nos indicara de qué estaban hechas.

Hermana, necesitamos ayuda urgente.