Aurora
25/Abr/2012
bloody hand
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Querida Cristina;

Estoy terminando el último cigarrillo que me queda. Con ésta última bocanada de humo se terminará lo único que me da vida en éste pueblo fantasma. Víctor nunca me dejó plantar un brote. Hace una semana visité su tumba, en el jardín, y estuve rezando porque en el Infierno le estuviesen castigando como se merece.

Estamos todos refugiados en mi casa. No pudimos acercarnos ni a la iglesia ni a la comisaría puesto que por la calle deambulan más bestias poseídas, como las del geriátrico. Cuando divisamos la iglesia tuvimos que volver a toda prisa, con tan mala suerte de que se me rompió el bastón, así que el enfermero tuvo que ayudarme para saltar la valla de mi casa para resguardarnos. Se me cayeron las llaves por el camino.

Visitaremos la iglesia el próximo domingo con toda la colección de espadas de Víctor (por lo menos tenía una afición bonita; aunque sabe que nunca aprobé su otra afición: la caza). María dice que tiene que ir a confesarse. Creo que ya no le hará falta, pues Dios hace meses que dejó de escuchar nuestras plegarias. Éste pueblo ha muerto y nosotros no tardaremos en hacerlo, estoy convencida.

En otro orden de cosas, cuando llegamos, los desagradecidos que tengo por hijos no estaban, y mi preciosa casa estaba sucia y destrozada, como si hubiera pasado un huracán. Puede que se hayan escondido, huido o les haya alcanzado alguna de esas criaturas. Si por un casual estuvieran con usted, hermana, hágamelo saber, por favor. Así sabré dónde mi alma deberá ir a buscarlos una vez yo haya muerto, para atormentarles de por vida. Y yo sin tabaco, ¿qué voy a hacer? Cuando me lo quitaron en el geriátrico, me fumé hasta los informes médicos; me produce ansiedad pensar que deberé volver a pasar por ello. Tampoco hay comida; sólo unos garbanzos en lata y poco más. El manzano que tengo en el jardín tampoco parece que esté de nuestra parte, así que estamos alimentándonos a base de zumo de limón y pan pasado. Ni siquiera el enfermero tiene fuerzas para andar.

Espero que nuestra visita a la iglesia sirva para algo. De momento, yo me guardo en la alcoba unas vitaminas que cogí del geriátrico y unas sardinas en lata que he apartado de la despensa. Ni por un momento piense que compartiré lo bueno que tengo con ellos, y más sabiendo que puedo morir en cualquier momento.