Gabriel
19/Nov/2011
bloody hand
08

A quien quiera leerlo:

—¡Abel! —grité nada más entrar en casa.

No recibí respuesta, por lo que volví a insistir.

—Abel, deja la consola y vístete, nos vamos.

De nuevo el silencio me dio la bienvenida. Fui derecho al salón. La video consola emitía la musiquita del Super Mario Bros mientras en la televisión aparecían las palabras de game over. No había ni rastro de Abel.

—Abel, no estoy para jueguecitos, sal ya —grité a pleno pulmón.

Me quedé en silencio, esperando oír, como en las otras ocasiones que jugaba al escondite, su risilla detrás del armario. Empecé a ponerme muy nervioso y dando grandes zancadas recorrí toda la casa buscándole, dispuesto a soltarle una buena regañina en cuanto le encontrara. Regresé al salón casi sin aliento. Me apoyé contra el marco de la puerta que daba hacia la calle, intentando pensar con claridad. Sentía como si mi cabeza fuera un volcán a punto de estallar. Me pareció distinguir algo blanco tirado en el suelo. Cuando me acerqué tuve que reprimir un grito y di un puñetazo al suelo. Era Minchi. Me temblaban las manos cuando lo recogí y noté como algo viscoso estaba adherido al peluche, era sangre. Lo abracé contra mi pecho mientras sofocaba las lágrimas que pugnaban por salir. La imagen de la niña sonriente de ojos amarillos inundaba mi mente.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que pudiera respirar con normalidad. Sólo recuerdo que fui directo a mi habitación. Cogí mi bate de beisbol, la navaja que usé contra Alex y mi puño americano. Lo metí todo en una mochila, junto con Minchi, que asomaba su cabecita por fuera de la cremallera.

Salí de casa e investigué los alrededores en busca de huellas o de alguna pista sobre el paradero de Abel. Cerca del portón vi pisadas que no reconocí en un principio. Al fijarme con más detalle, me di cuenta de que procedían de botas militares. Recordé al soldado de las gafas de sol y me volví a estremecer como aquella vez. Si ese cabrón le ha tocado un solo pelo a mi hermano va a saber quién soy yo.

Ya era noche cerrada cuando cogí el coche, camino del puesto militar.

Mientras quemaba el motor del coche por la carretera ya no tenía ninguna duda, lo de Alex no fue fruto de la casualidad, algo muy gordo está pasando.