A quien quiera leerlo:
Volví a escuchar un disparo. En mi mente se empezaron a formar escenas escabrosas. En ellas, el jefe militar no apretaba el cañón de su pistola contra aquel joven, sino contra mi propio hermano. A sus pies estaban los cuerpos inertes de Ana y Nataly. Yo veía todo en la distancia, inmóvil y sin poder siquiera gritar. El fuego me rodeaba, pero no sentía calor.
Unos gritos me sacaron de mi ensimismamiento, me pareció reconocer en ellos a mi Ana. Corrí, esperando lo peor. Entonces los vi, como en mi pesadilla, solo que en éste caso era Mateo quien apuntaba con su pistola a Nataly.
Antes de que me pudieran ver, salté sobre el militar.
Caímos los tres al suelo. El sonido de un disparo retumbó en mis oídos, dejándome sordo.
―Maldito gilipollas ―pensé para mis adentros. Como se me había ocurrido lanzarme sobre alguien que tenía un arma apuntando a otra persona.
Miré a mi derecha, rezando para que la cabeza de Nataly no hubiera volado en pedazos. Antes de que pudiera enfocar mi vista, un tremendo puñetazo me volvió la cara del revés. Un fuerte sabor amargo inundó mi boca.
Me repuse enseguida, con toda la adrenalina aun inundando mis venas. Vi como Mateo intentaba recuperar su pistola, pero no le di tiempo. Lancé un puñetazo contra su abdomen y le estampé mi codo contra su cara. Sentí un crujir de huesos con el impacto.
No fue suficiente. Él estaba entrenado para matar y se repuso enseguida. Aplastó su rodilla contra mi brazo, dejándome inmovilizado. Sacó un gran cuchillo de su cinturón. Intenté agarrar su brazo cuando me atacó, pero la hoja atravesó mi mano. El dolor fue tan grande que empecé a temblar sudor frío. Mateo empezó a empujar con fuerza. Tenía el cuchillo a escasos centímetros de mi cara. Las fuerzas empezaron a fallarme.
―Así que aquí acaba todo ―pensé―. Os he fallado, una vez más no he podido protegerte, Abel. Soy un fracaso como hermano.
Todo sucedió tan rápido, que a mí se me antojó una eternidad.
Un chorro de sangre con trozos de carne me salpicó la cara. ¿Ya se había acabado todo? No podía abrir los ojos, pero noté como la presión del militar cedió por completo. Lo empujé a un lado y me limpié la cara. Entonces le vi, tirado en el suelo y con un gran agujero en medio de su frente. Me pareció oír un grito. ¿Lucía?
No lo llegué a saber, todo se volvió blanco.
Lo último que pasó por mi cabeza es si la niña estaba viva… ¿Y Abel?