Gabriel
04/Abr/2012
bloody hand
13

A quien quiera leerlo:

El sonido de un repiqueteo contra el cristal me sobresaltó. Era de noche. La luna se filtraba a través de la ventana del salón. Una sombra oscura se colaba a través de ella.

Cogí mi bate de la mochila y me acerqué sin hacer ruido. De repente, la sombra se extendió, adquiriendo la forma de unas alas. Un graznido puso mis músculos en alerta. Me relajé enseguida, no era más que un estúpido cuervo apoyado sobre el balcón. Abrí la ventana para ahuyentarle.

―Fsss, fsss ―le chisté. Pero no se movió.

Fui a empujarle con el bate, pero el cuervo le dio un fuerte picotazo. Después, clavó sus ojos en los míos. Sentí frío bajo la piel.

El cuervo graznó una vez más, batiendo las alas antes de salir volando hacia el bosque. No sé por qué lo hice, pero le seguí. Todo parecía sacado de una pesadilla: la densa niebla, los árboles deformados como si me fueran a agarrar en cualquier momento, e incluso los ojos amarillos mirándome a través de la espesura.

Vi como el cuervo se posaba sobre un tronco calcinado. Parpadeé, y al volver a abrir los ojos, en el lugar donde antes descansaba el cuervo, ahora se distinguía la silueta de un hombre. Un destello de la luna se reflejó en sus enormes y oscuras gafas. Cogí una piedra del suelo, dispuesto a arrojársela a la cabeza, pero un gesto de su brazo me detuvo: señalaba con el dedo extendido hacia el árbol que tenía al lado. Una sonrisa blanca se dibujó en su rostro. Miré y antes de que terminara de fijar mi vista, sabía que había cometido el peor error de mi vida. Sobre unas cuerdas colgaban boca abajo los cuerpos inertes de mis amigos: el Sebas, el Suko, el Rule, y el gordo del Paji. Sus caras estaban deformadas en un gesto de horror silencioso. Apreté con fuerza la piedra antes de  girarme hacia la silueta del jefe militar, pero él seguía sonriendo y señalando con el dedo. Dirigí mi vista de nuevo en esa dirección.

Mi mano dejó caer la piedra. Había dos cuerdas pequeñitas. De la primera de ellas colgaba Minchi, totalmente ensangrentado y de la segunda… de la segunda… no… no podía ser.

Me desperté desgarrándome la garganta, gritando tu nombre, Abel. Otra vez un puto sueño, pero ahora no te tenía a mi lado para asegurarme de que estabas bien.

Abracé con fuerza a Minchi antes de meterlo en la mochila. La visión de mis amigos me desconcertaba, al igual que me pasó cuando soñé con Alex.

Iré al bosque, al lugar del sueño.

¿Estarás allí, Abel?