Carta 01

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A quien quiera leerlo:

Tenía las manos manchadas de sangre cuando entré en casa. Por suerte mi hermano estaba durmiendo ya.

Fui con todo el silencio posible hasta el baño. Intenté lavarme con agua y jabón y, al cabo de unos minutos, conseguí por fin eliminar hasta los pequeños restos de sangre que se me habían quedado incrustados entre las uñas. Aliviado, me miré en el espejo. Tenía toda la cara perlada por el sudor del esfuerzo y de los nervios, por suerte, lo peor ya había pasado.

De repente, un ruido en la puerta del baño me sobresaltó. Me llevé enseguida la mano al bolsillo en donde guardaba la navaja. Me quedé paralizado cuando vi a mi hermano:

—Hermanito, ¿te queda mucho para terminar? —me dijo con voz adormilada mientras se restregaba los ojos.

Noté cómo el aire volvía a mis pulmones, al parecer no había visto la sangre.

—No, Abel —respondí—, me voy ya a la cama y tu deberías hacer lo mismo…

—Pero quiero hacer pis.

—Vale, pero date prisa. Te espero fuera.

—Hermanito, ¿mañana me llevarás al parque de atracciones como me prometiste, verdad? —me preguntó mientras le tapaba con la manta.

—Si claro, ya sabes que yo nunca falto a una promesa.

—Alex también vendrá, ¿verdad?

Me giré antes de que pudiera ver la expresión que se cruzó por mi rostro.

—Si, Abel. Duérmete ya.

Cuando cerré la puerta me senté en el suelo y me eché las manos a la cara, intentando frenar la sensación de ahogo que acudía a mi pecho. No he sido capaz de decirle que Alex está muerto. ¿Cómo se le cuenta a un niño de 7 años que su hermano mayor ha tenido que matar a su mejor amigo?

Yo no tuve la culpa, él se abalanzó sobre mí como un loco, era su vida o la mía…

No puedo seguir escribiendo más, el recuerdo del día de hoy me está atormentando. Ojalá me despierte mañana y resulte que sólo haya sido un mal sueño.

Ojalá…

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Carta 01

Hola primita:

Las viejas del pueblo han empezado a llamar a mi puerta. ¿Te imaginas? Las mismas que días antes se inventaban historias sobre mi vida, ahora necesitan que las ayude. Algunos de sus familiares tienen fiebre y les da pereza tener que mover sus orondos traseros hasta el centro de salud. Me han pedido una decoción de hierbas y compresas frías para bajar la fiebre.

Por aquí las cotillas han realizado su reunión diaria al lado de mi casa; escuché como culpaban a la agrícola; esta mañana vieron pasar una de las avionetas fumigadoras sobre el pueblo. Seguro que se presentan allí a gritos.

La madre de Elisa también cayó enferma. Cogí el coche para ir a su casa y me sorprendió ver tantos comercios cerrados, desde droguerías hasta los estancos; todos tenían el cartel de “Cerrado por enfermedad”. Pasé por delante del centro de salud, en ese momento entendí por que las cotillas habían ido a mi puerta; el centro estaba atestado de gente y no paraban de llegar enfermos.

No te preocupes por la madre de Elisa, ya la conoces, es fuerte y dura. Tiene la misma fiebre que los demás pero se recuperará pronto, no hay quien la mantenga en la cama más de dos horas.

De vuelta a casa me encontré con unos militares que me hicieron parar el vehículo. Se acercó uno de esos chicos uniformados con los que hubieras coqueteado. Me dijo que teníamos que permanecer en casa. Le pregunté el porqué, pero sólo movió la cabeza de un lado para otro. No es la primera vez que hacen prácticas en el bosque, pero sí es la primera vez que nos dicen que nos encerramos en nuestras casas. Intenté sonsacarle información sonriéndole y poniéndole ojitos de cordero degollado, pero no hubo manera.

Vuelvo a estar sin cobertura, el móvil no funciona e internet, como siempre, se cuelga. Ahora es cuando me arrepiento de no tener teléfono fijo, no puedo gritarle a nadie por dejarme tanto tiempo incomunicada. Espero que mañana por la mañana lo hayan solucionado, sino a ver que hago.

¿Podrías hacerme un favor? Me estoy quedando sin valeriana y verbena, ya sabes que en mi huerto no duran ni dos días. ¿Me podías mandar un poco? Y de paso, si sabes de alguna planta medicinal que haga bajar la fiebre rápidamente, mándamela también; ya sabes que le tengo mucho aprecio a la madre de Elisa y es la primera vez, desde que éramos pequeñas, que me pide un favor y no quería fallarles.

 

Un beso

Iria

P.D.: Me acaba de llamar  Elisa.  Su madre se encuentra mejor aunque no para de devorar todo lo que hay por casa, parece que mis remedios le abrieron el apetito.

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Carta 01

Querida Cristina;

Después de tanto tiempo supongo que se preguntará por qué diablos le escribo. Sé que en el pasado tuvimos nuestras diferencias, pero bien sabe que no tendría ésta carta en sus manos si no fuera realmente importante. Al fin y al cabo somos hermanas, y por muy lejos que estemos la una de la otra y nos hayamos dejado de hablar, las dos sabemos que en el fondo nos echamos de menos. Lo que le voy a contar es algo que me preocupa teniendo en cuenta nuestra edad.

Supongo que estará al corriente de que mi marido, Víctor, falleció hace escasos meses. Ni siquiera celebré su funeral. El muy cabrón dejó toda su fortuna, incluyendo la casa, a nuestros dos hijos, que como bien sabe son tan hijos de puta como su padre, así que no pasó ni una semana de su muerte que me enviaron al geriátrico del pueblo, donde lo único que hacemos es jugar al dominó y comer papillas. Debí haberle hecho caso hermana,  y no venir a vivir aquí. Él y su estúpido sueño de morir en el campo.

Éste lugar es deprimente. Ahora estoy encerrada en mi cuarto porque el doctor ha declarado que soy “potencialmente peligrosa”. ¿Por qué? Supongo que porque soy la única que les dice a la cara lo sinvergüenzas que son. Ni siquiera puedo salir al jardín; lo cierto es que estoy empezando a echar de menos el olor a mierda de vaca, pues lo único que huelo es a hospital de viejos.

Por si no fuera suficiente, varios ancianos han caído enfermos. Supongo que se imaginará lo preocupada que estoy con respecto a eso, y de que ya no somos tan jovenzuelas como antes. He decidido empezar a escribirle ya que veo que es lo único que me queda hasta mi muerte, que bien podría ser mañana como de aquí unos años.

Deseo que usted esté bien y que siga viva, que eso es lo importante. Yo creo que me pudriré en éste sitio.

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Carta 01

Querida Teresa.

Hace mucho que no te escribo. Sé que debes estar preocupada, rezando por mi alma, cuando tendría que ser yo el que orase por vosotros.

Me avergüenza confesar que he pasado todo este tiempo tirado en la capilla, borracho como en los viejos tiempos. Desde el escándalo, la gente dejó de venir y volví a caer en el vicio. No sé cuánto tiempo llevo así, solo recuerdo que se me acabó el vino, no tenía ni un cuscurro de pan para comer. Me retorcía en mi propia inmundicia como un pobre pecador, esperando una señal del Señor que pusiera a prueba mi ya caducada fe. Creo que al final lo hizo.

Vas a pensar que estoy loco o bebido, pero lo que te voy a contar es cierto y sucedió así.

La otra noche, alguien entró en la iglesia, era Rocío, la hija de la estanquera. Llevaba la ropa rasgada y se acercaba como pidiendo ayuda, no podía hablar, solo jadeaba. Al principio pensé que habían abusado de ella, pero cuando me acerqué le vi la cara, estaba corroída, sus ojos no tenían vida y apestaba a muerte. Creí que estaba poseída y decidí hacerle un exorcismo.

En el seminario no nos enseñan esas cosas. Estaba desesperado, con la cruz plateada del día del Corpus en la mano, empecé a recitar versos de la Biblia y a hacer cruces con agua bendita, pero a aquella joven endemoniada no parecía afectarle y se me echó encima. Quería matarme, quería comerme.

El miedo me pudo y la golpeé con el crucifijo, una y otra vez, ella no moría y aún así, parecía estar muerta. Cada vez la pegaba con más rabia. Ya no le decía “vade retro, Satanás”, sino “muere, maldita, muere”.

Que Dios me perdone.

Al final la maté, su cuerpo putrefacto yace ante el altar.

Llevo días escuchando ruidos en la calle, estoy aterrado, no sé qué hacer.

He decidido escribirte esta carta, para saber de ti. Desde que murió nuestra madre eres lo único que me queda. No sé qué me encontraré fuera, pero de aquí a la oficina de correos pueden pasar muchas cosas y necesito pedirte perdón y decirte que te quiero y tengo miedo.

 

Tu hermano Tomas.

 

P.D: A veces pienso que él no me escucha. Si tan solo tuviera una botella.

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Carta 01

Querida mamá:

¿Dónde estás? ¿Cuándo vas a volver a casa? ¿No puedes adelantar unas semanas tu vuelo de regreso? No te quiero fastidiar el viaje, sé que la India te hacía ilusión, que cualquier amante del yoga y la meditación tiene que vivir esta experiencia por lo menos una vez en la vida. Tenías razón cuando decías que somos unos egoístas, que por una vez teníamos que dejar que hicieras algo sólo para ti, algo más que ocuparte de papá, de Sara y de mí. Pero, mamá, tú elegiste ser madre trabajadora, yo no elegí esto. Yo sólo sé que tengo diecisiete años y que nunca voy a casarme, ni tener hijas como Sara. Esto es un desastre desde que te fuiste y necesito que vuelvas ya, lo antes que puedas, por favor.

No sé por dónde empezar. Un día notamos que faltaban compañeros en clase. Incluso hubo profesores que no venían, lo cual nos pareció muy divertido. Papá me contó que en su trabajo también había mucha gente que había pedido la baja por enfermedad. Pensamos que sería una gripe, o algo así. Luego vino el ejército y nos dijeron que nos quedáramos en casa. Lo de las vacaciones improvisadas no me hubiese importado si al menos tuviera mi Facebook y mi Tuenty para comunicarme con las amigas, pero se ha caído Internet, tampoco funcionan los móviles, ni el teléfono fijo. En la tele no dicen nada, ni en la radio… Sara está todo el día enganchada a no sé qué juego de zombis de la Play y como es habitual ni recoge sus cosas, ni ayuda en nada. Yo contaba con que papá pusiera un poco de orden en casa, pero no se encuentra bien. Creemos que fueron las lentejas. Se empeñó en hacernos la comida ayer, ¿sabes? Y nosotras no quisimos decirle que no, pero esas lentejas tenían un aspecto horrible. Cuando Sara las vio, se levantó de la mesa sin más y volvió a sus zombis sin decirnos nada. Yo le dije que no tenía hambre y me quedé en la mesa viendo como papá se comía esa sopa, no por gusto, sino por orgullo, porque él las había hecho con toda su buena intención y no veía ningún apoyo por parte de sus hijas, que éramos unas desagradecidas. En fin, que algo debían de tener esas dichosas lentejas porque poco después se puso pálido y está en cama desde ayer. No quiere más lentejas ni nada… Pese a la prohibición, he bajado a la farmacia y de paso he ido a ver a Loli que vive al lado. Ella me contó que Luisa está montando una fiesta en su casa para esta noche, a la que vamos a ir porque esto del toque de queda es un auténtico rollo. A las fiestas de Luisa sólo van chicas, pero mira, mejor eso que estar en casa con dos zombis. La farmacia estaba cerrada, pero la madre de Loli me dio unas pastillas rosas que dice que valen para todo. Papá ya se ha tomado tres y me ha hecho prometerle que no voy a volver a salir de casa. Le puse mi cara de santa y le mentí vilmente, tras lo cual se quedó dormido. No sé, mamá. Han pasado apenas 16 horas desde las lentejas y tiene un aspecto bastante malo. Está muy pálido y creo que tiene fiebre. Quizás debería ir a buscar a un médico, o avisar a alguno de esos soldados que están tan buenos… o quizás le pregunte esta noche a Luisa porque su padre es veterinario y seguro que sabe más de estas cosas. Por cierto, que tendré que estar al loro cuando vaya a la fiesta esta noche porque hoy al ir hacia la farmacia me pareció ver a lo lejos a un grupo de vagabundos muy raros haciendo una concentración en la calle… Ya sé que dices que no hay que juzgar a la gente por su aspecto, pero la verdad es que me dieron bastante mal rollo.

Bueno y, ¿qué tal en la India? ¿Está valiendo la pena? ¿No nos echas de menos? Vuelve pronto, ¿vale? Papá dice que el acceso al pueblo está bloqueado por los militares, pero puedes explicar a los soldados que esto es una emergencia. Porque lo es.

Un beso,

Alicia.

P.D.: Al volver de casa de Loli, pasé junto a Correos y se me ocurrió escribirte esta carta que espero que te llegue, allá donde estés.

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Carta 02

A quien quiera leerlo:

Al día siguiente fui con Abel al parque de atracciones, tal y como le prometí.

No pude dormir en toda la noche y cuando Abel se levantó, yo ya tenía todo preparado.

―¿Y Alex? ―me pregunta mi hermano nada más salir de casa.

―Me ha llamado y me ha dicho que no puede venir.

―¿Y por qué?

―Está malito.

―Pero él prometió que vendría pasara lo que pasara ―dijo con tono suplicante sin subir al coche.

―Pues esta vez no va a poder ser, lo siento.

―Pero…

―Ni peros ni peras, ¿quieres ir al parque de atracciones, sí o no? ―le interrumpí perdiendo la paciencia.

Agachó la cabeza y no respondió. Empezó a hacer pucheros.

―Venga, anda, sube, que nos lo pasaremos muy bien los dos juntos, ya verás.

Subió al coche en silencio. Mientras nos alejábamos del pueblo no podía dejar de mirar por el espejo retrovisor, como si esperara encontrar el cadáver de Alex persiguiéndonos por la carretera. Aceleré aún más.

Fuimos todo el trayecto sin hablar. Cuando llegamos, el rostro de Abel cambió:

­―¡El Parque, el Parque! ­―gritaba y saltaba dentro del coche en cuanto empezaron a vislumbrarse las primeras atracciones.

Sonreí, contento de que mi hermano hubiera recuperado su humor habitual. Me prometí a mí mismo que haría que éste día fuera inolvidable para Abel.

Nos lo pasamos en grande con los loopings de las montañas rusas, con  la caída libre desde 80 metros en la lanzadera espacial y, sobre todo, con las atracciones acuáticas.

Lo único malo fue en el caserón del terror, hasta ahora nuestra atracción favorita. Salí gritando, empujando a todo el mundo cuando apareció un actor disfrazado de zombi. Siempre pensé que los que salían por la puerta de los arrepentidos eran unos cobardes sin huevos y me reía de ellos, y ahora era yo quien estaba cruzando esa puerta, algo impensable para mí.

―Hermanito, ¿estás bien? ¡Estás blanco! ―dijo Abel mientras nos alejábamos del caserón, en dirección a la salida del parque.

No pude responderle. Me repetía a mí mismo, como un mantra:

―Alex está muerto, Alex está muerto.

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Carta 02

Querida Cristina;

Ya ha pasado una semana desde la última vez que le escribí. Parece ser que usted no tiene intención de responderme, pero yo seguiré insistiendo.

Las cosas aquí han cambiado bastante. Vino a visitarnos lo que creo que es el Ejército, vaya usted a saber por qué, así que ahora sólo dejan salir a la gente que tiene suficiente dinero como para sobornar a los médicos. Resulta que ha habido más ancianos que han caído enfermos, por lo que es probable que sólo sea por nuestra seguridad. Yo creo que es por las pastillas que nos dan, que cada día tienen un color distinto. Seguro que en la mierda por puré que nos dan nos echan algún tipo de medicamento raro. Hay días que sabe como a puerro quemado y otros como a gusanos podridos. Empiezo a pensar que esos cabrones intentan hacer algún experimento con nosotros.

No me extraña que la sra. Paquita haya querido morderles, desde luego yo también lo hubiera hecho. Y para colmo a la srta. Carla, mi enfermera, hace dos días que no me visita. Nadie me quiere decir dónde está, pero tengo sospechas de que también haya caído enferma. Es una auténtica pena, ya que era la única que me daba un soplo de vida en ésta prisión. Me han asignado otra enfermera pero es muy ruda y estúpida. Con la srta. Carla si quería, podía dejar de tomarme alguna pastillita, sobretodo unas ovaladas de color rojo que no me daban buena espina, pero con ésta han llegado incluso a atarme a la silla y obligar a tragarmelas. Tengo un ligero escozor en la garganta de tanto vomitar.

Lamento no poder estar ahí con ustedes ahora que ha empezado el verano. Seguro que mis sobrinos ya están hechos unos buenos mozos. Aquí ya sólo me quedan mis cigarrillos , pero esos mal nacidos me han quitado la boquilla. Juro que la recuperaré.

Un beso hermana.

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Carta 02

Querida Teresa:

Imagino que estás sorprendida con mi carta, pensarás que el borracho de tu hermano ha perdido la cabeza. Yo también lo creí.

Fue la necesidad de hablarte lo que me dio fuerzas para abandonar la capilla, eso y el miedo a permanecer dentro con el cadáver de Rocío. A pesar del hedor a muerte, parecía que se iba a levantar en cualquier momento para atacarme.

La calle estaba desierta y las casas tenían las persianas bajadas, solo se escuchaba el aullido del viento.

Antes de partir, tuve que mirar dentro para ver si ella seguía ahí y comprobar que todo era real. Ya no contemplaba las consecuencias ni la culpa de mi crimen, solo quería tomar un trago, pero el bar de Martín estaba cerrado, tenía las ventanas tapadas y había un papel en la puerta que decía: «Cerrado por enfermedad».

Pensé en ir al supermercado a por una botella, pero allí no me fiaban.

Empecé a arrepentirme, tenía que haberte llamado por teléfono, pero no recordaba tu número, solo me queda tu dirección, la de nuestros padres.

Cuando llegué a la oficina de correos, me la encontré cerrada a cal y canto, con puertas y ventanas apuntaladas. Golpeé la puerta, llamé a gritos, pero nadie me atendió. Tenía miedo y estaba anocheciendo, lo único que pude hacer fue echar la carta al buzón.

Ya ni siquiera quería beber, solo volver a la iglesia.

Por la esquina, apareció un soldado.

—¡Alto ahí! —gritó, apuntándome con la pistola.

Me asusté y salí corriendo. Recordé a la chica que había asesinado y volví a la parroquia. Cerré las puertas con todos sus cerrojos e intenté atrancarlas con la pila bautismal.

El Señor me estaba poniendo a prueba, otra vez.

Cuando quise arrodillarme ante el altar, el terror se apoderó de mi, el cuerpo de Rocío ya no estaba allí.

Intenté llamar a la policía y el teléfono no daba señal. Pensé en mirar las noticias, pero hacía mucho tiempo que empeñé el televisor.

No sé cuantos días llevo acurrucado en el despacho, sin comida ni bebida. Oigo los pasos de la joven endemoniada por todos los rincones. Estoy desesperado y no comprendo qué esta pasando, solo sé que te necesito, eres lo único que me queda en el mundo y por eso te escribo esta carta. Mañana volveré a correos para enviarla, con la esperanza de que te llegue. Eso si ella no me ha matado antes.

 

Tu hermano que te quiere.

 

P.D: Padre, no me abandones, necesito un trago.

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Carta 02

Hola prima:

Al día siguiente de enviarte la carta, el cielo se tornó gris. No sé cual es el motivo, pero los perros del vecindario comenzaron a aullar con desesperación. Mi pequeño Zeus escondió su cola entre las patas y se metió en un agujero debajo de la caseta, donde esconde todos sus huesos.

No fueron los aullidos de los perros los que me despertaron, tampoco el olor a podredumbre que intoxicaba el aire. Lo que me despertó fueron los gritos y el silencio. Pensé que provenían de un extraño, sin embargo, cuando el silencio se hizo, una gota fría recorrió mi espalda.

Abrí la ventana y me asomé. Mis vecinas no habían abierto las persianas, las viejas no habían formado su corro matutino y el coche del panadero estaba parado a escasos metros. El coche esperaba a un conductor que no llegaba.

No funciona el teléfono, ni el móvil. Por un segundo mi corazón dejó de palpitar y el aire bloqueó mi garganta. Casi caigo presa del pánico. Hasta que me acordé de ti y de Elisa. Me concentré en ir a buscar a Elisa, sentí que estaba en peligro. Estaba furiosa por haber caído en un temor auto-infundado.

Cogí el coche y recorrí el camino de tierra y fango que separaba mi casa de la de ella. Vi al Sr. Tomás parado al borde del camino. Llevaba una zapatilla en el pie derecho y en el izquierdo un calcetín lamido por el barro. Paré el coche para ofrecerle mi ayuda, pero había algo peligroso en él. Llevaba su camisa de cuadros, esa de la que tanto nos habíamos reído; estaba manchada de lo que parecía ser sangre. Tuve miedo del viejo, borracho y gordo Sr. Tomás.

Arranqué el coche mientras lo observaba desde el retrovisor; su cara blanca y su boca descompuesta me aterraron. Levantó sus manos y empezó a andar torpemente intentando alcanzarme. Sus ojos inyectados en sangre me observaban a través del espejo.

Prima, en mi vida vi nada tan asqueroso. Cuando abrió su boca, empezó a babear una pasta negruzca; se escurría por su barbilla y caía en su enorme barriga, la cual estaba al descubierto. Su camisa era incapaz de esconderla, en ella se entrelazaban oscuras venas verdes.

Me eché la mano a la boca para evitar el vómito. Intenté centrarme en el camino y llegar junto a Elisa antes que el Sr. Tomás.

Pude divisar a Elisa desde el camino, estaba en la puerta. Su vista estaba perdida entre los árboles de su jardín. Tenía una mano sobre el antebrazo. Al principio creí que vendría a saludarme, pero no fue así; se quedo parada, perdida en la nada. La llamé a gritos aunque no respondió.

No podrías ni reconocerla si la vieras así. Estaba en estado de shock, no respondía ningún estímulo. No hablaba, no se movía. La cogí del brazo y me dí cuenta de que estaba herida.

Prima, aquella herida en su brazo era el mordisco de algún animal, le había arrancado un trozo de carne y el pus empezaba a segregarse en los bordes.

Quise entrar en su casa, para hacerle las curas, pero estaba cerrada a cal y canto. Había una sombra en el interior, que se deslizó lentamente hacia la ventana. Cogí a Elisa y la empujé al interior del coche. Este es uno de esos momentos en que necesitas a un policía cerca y no lo encuentras. Me pregunté si había sido el ladrón quien había herido a Elisa.

Querida prima, no te angusties por Elisa. La traje a casa, el lugar más seguro que conozco. Le puse un cataplasma sobre la herida. Sigue sin hablar y sin hacer caso a mis llamadas y preguntas, pero sus ojos y su rostro empiezan a moverse, como si quisiera contarme algo tan doloroso que temiera decirlo en voz alta.

Te enviaré esta carta de camino al hospital. Voy a asear a nuestra querida Elisa. Espero poder enviarte una carta más agradable la próxima vez.

Un abrazo.

Iria

P.D. Elisa empieza a mover los labios y a emitir sonidos. Pronto se recuperará.

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Carta 02

Querida mamá:

¿Qué tal estás? ¿Recibiste mi primera carta? Si es así, no entiendo por qué no estás ya de vuelta en casa. Aunque tu labor humanitaria en la India sea importante, lo primero es tu familia y creo que he dejado claro que en estos momentos te necesitamos mucho más que nadie en el mundo.

Papá sigue en cama: las pastillas rosas no le han servido de nada. Yo le hubiese llevado a un hospital, pero Sara dice que no, que si lo hacemos no le volveremos a ver nunca más y que a ver cómo te lo íbamos a explicar a tu regreso. Lo único que es seguro, mamá, es que lo de papá no tiene nada que ver con las lentejas. Papá tiene esa gripe rara por la que nos han puesto en cuarentena. Eso me asusta un poco. Sobre todo por si nos pudiera contagiar a nosotras. Cuando entro en su habitación para llevarle agua, o lo que sea, procuro no respirar, ni tocarle, ni nada. Está muy pálido, ya no me habla, tose de vez en cuando y hace un ruido raro al respirar.

Hace unos días fui a la fiesta de Luisa de la que te había hablado, ¿recuerdas? Ya sé que no debería haber ido, pero te juro que fui corriendo todo el camino. Sólo paré unos segundos a la ida para echar mi primera carta en el buzón de Correos, que pilla de camino a casa de Luisa, que vive al lado de la iglesia. A su madre le viene bien porque está todo el día en misa, así que sólo tiene que cruzar la calle para ponerse a rezar. Loli cree que no es que sea muy religiosa, sino que le mola el cura. La cuestión es que, para mí sorpresa, en la fiesta de Luisa sí que había tíos. Pero pocos, ¿eh? Que éramos ocho chicas y sólo dos chicos. Por lo demás, fue un poco rollo porque los padres de Luisa, que no nos habían puesto ni una Coca-Cola, no nos dejaban hacer el más mínimo ruido, así que nada de música y hablando en susurros todo el rato. Encima, de vez en cuando se oía a algún vecino gritar a lo lejos, como si le doliera mucho el estómago… y eso te daba escalofríos. A uno de los chicos, el más gordito, no se le ocurrió otra cosa que ponerse a contarnos historias de miedo, hasta que al final Luisa se cabreó y le dijo que hiciera el favor de largarse. Su amigo, Miguel, dijo que entonces él también se iba porque aquello era un aburrimiento. Antes de marcharse nos dijeron que si queríamos una fiesta de verdad, que fuéramos a no sé qué discoteca los miércoles porque se reúnen allí con los colegas. Loli se lo apuntó en un papel y me ha dicho que vayamos la semana que viene a ver qué tal. Antes de irme a casa, le comenté al padre de Luisa lo de papá y no sé para qué lo hice, porque evidentemente me aconsejó que lo llevara de inmediato al hospital, cosa que no vamos a hacer. Mientras volvía a casa, me tropecé con varios vagabundos en grupos de dos o tres, apenas algo iluminados por la luz de la luna, porque ya no encienden nunca las farolas cuando oscurece. Creo que alguno me vio e hizo ademán de acercarse para pedirme algo, probablemente una limosna, pero yo no paraba de correr, con las historias del gordito aún rondando por mi cabeza. Cuando llegué a casa eran más de las doce y… entonces le vi. A papá, zampándose medio pollo crudo que habíamos dejado descongelándose en la nevera de la cocina.

—Pero, ¿qué haces? —le dije.

Y sólo me respondió con un sonido gutural que no parecía suyo. Me dio miedo, mamá, te lo juro. Entonces corrí hacia la habitación de Sara y cerré la puerta tras de mí, echando el pestillo. Cuando me volví, la descubrí en la cama, abrazada a Miguel, el de la fiesta.

—Pero, ¿qué coño hacéis?

No sé si me fastidió más que Sara no me hubiese contado nada al respecto, o el hecho de constatar que mi hermana menor se había echado novio antes que yo. En fin, puedes estar orgullosa de mí porque me tumbé entre los dos y al menos esa noche no pasó nada.

Mamá, normalmente no te contaría todas estas cosas, ya lo sabes. Pero esto se está descontrolando mucho y necesito que vuelvas cuanto antes. ¿Qué hacemos con papá? Cualquier noche se encuentra con que no hay carne cruda en la nevera y viene a por nosotras. Ya sé que es una locura, pero estoy empezando a pensar cosas muy raras.

Un beso,

Alicia.

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