Padre Tomás
19/Jul/2011
bloody hand
02

Querida Teresa:

Imagino que estás sorprendida con mi carta, pensarás que el borracho de tu hermano ha perdido la cabeza. Yo también lo creí.

Fue la necesidad de hablarte lo que me dio fuerzas para abandonar la capilla, eso y el miedo a permanecer dentro con el cadáver de Rocío. A pesar del hedor a muerte, parecía que se iba a levantar en cualquier momento para atacarme.

La calle estaba desierta y las casas tenían las persianas bajadas, solo se escuchaba el aullido del viento.

Antes de partir, tuve que mirar dentro para ver si ella seguía ahí y comprobar que todo era real. Ya no contemplaba las consecuencias ni la culpa de mi crimen, solo quería tomar un trago, pero el bar de Martín estaba cerrado, tenía las ventanas tapadas y había un papel en la puerta que decía: «Cerrado por enfermedad».

Pensé en ir al supermercado a por una botella, pero allí no me fiaban.

Empecé a arrepentirme, tenía que haberte llamado por teléfono, pero no recordaba tu número, solo me queda tu dirección, la de nuestros padres.

Cuando llegué a la oficina de correos, me la encontré cerrada a cal y canto, con puertas y ventanas apuntaladas. Golpeé la puerta, llamé a gritos, pero nadie me atendió. Tenía miedo y estaba anocheciendo, lo único que pude hacer fue echar la carta al buzón.

Ya ni siquiera quería beber, solo volver a la iglesia.

Por la esquina, apareció un soldado.

—¡Alto ahí! —gritó, apuntándome con la pistola.

Me asusté y salí corriendo. Recordé a la chica que había asesinado y volví a la parroquia. Cerré las puertas con todos sus cerrojos e intenté atrancarlas con la pila bautismal.

El Señor me estaba poniendo a prueba, otra vez.

Cuando quise arrodillarme ante el altar, el terror se apoderó de mi, el cuerpo de Rocío ya no estaba allí.

Intenté llamar a la policía y el teléfono no daba señal. Pensé en mirar las noticias, pero hacía mucho tiempo que empeñé el televisor.

No sé cuantos días llevo acurrucado en el despacho, sin comida ni bebida. Oigo los pasos de la joven endemoniada por todos los rincones. Estoy desesperado y no comprendo qué esta pasando, solo sé que te necesito, eres lo único que me queda en el mundo y por eso te escribo esta carta. Mañana volveré a correos para enviarla, con la esperanza de que te llegue. Eso si ella no me ha matado antes.

 

Tu hermano que te quiere.

 

P.D: Padre, no me abandones, necesito un trago.