Padre Tomás
13/Jun/2012
bloody hand
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Querida Teresa:

Tengo un terrible dolor de cabeza.

Podría haberme pasado días enteros tirado en la cama, con mi botella de anís, pero a veces las cosas pasan muy deprisa.

Aquella joven de carácter agrio me puso de los nervios. Pretendía juzgarme, pretendía llevarse a Miguel.

¡Por Dios! Ese niño es lo único que tengo en el mundo, a él y a ti, pero tú no estás aquí.

Cada día estoy más convencido de que Dios me lo mandó para poder enmendar el agravio que le hice.

Esa mujer quería darme lecciones de moralidad.

¡A mí! ¡En mi propia iglesia!

Y lo peor de todo es que, seguramente tenía razón. Ni siquiera recuerdo lo que dijo. Supongo que debí acogerla como un buen cristiano, pero en este pueblo, las puertas de la casa del Señor no están abiertas.

 

Las horas siguientes quedan un tanto borrosas. Yo solo quería terminarme el santo licor. Unos gritos me despertaron. Me levanté como pude. Todavía llevaba la botella en la mano. Estaba tan ido, que la idea de que un monstruo de esos hubiera entrado no me asustó. Los chillidos me condujeron a la parroquia. Allí me encontré una escena horrorosa.

Una vieja loca golpeaba a otra con un crucifijo. El mismo con el que maté a Rocío. Me quedé helado. Ella se percató de mi presencia y se giró, blasfemando, con intención de atacar. No me preguntes por qué, pero le ofrecí un trago. Eso le hizo recuperar la compostura. No se disculpó, ni siquiera habló, yo tampoco. Los dos nos sentamos en un banco, a terminarnos la botella, observando a su amiga muerta, bajo el enorme Cristo decepcionado.

Miguel apareció, alertado, con la escopeta en la mano.

—¡Vuelve a la cama! —le ordené.

¡Bastante enfadado estaba ya el niño conmigo como para implicarle en este embrollo!

Al final, saqué la pala y ayudé a la mujer a enterrar a la difunta anciana, en el patio. No hubo misa, ni palabras de consuelo. Al principio pensé que estaba infectada, y por eso la mató, pero luego vi que no. Ella no es de fiar. No me gustó como miró a Miguel.

Por el momento le hemos hecho un hueco en el despacho. Espero que no le vuelva la locura y nos mate, al igual que espero que al niño se le pase el enfado. Iba a leerles algún pasaje de la Biblia, pero no creo que a ella le haga gracia.

 

No sé que será de ti, ni por qué pasan estas cosas. Tampoco sé que habrá sido de aquella joven a la que, prácticamente, eché de mi iglesia. Solo sé que estoy cansado, apenas he disfrutado del anís y todavía me duele la cabeza. Si al menos tuviera un buen vino.

Gracias a Dios, la señora Aurora, que así dice llamarse, me ha dado unas aspirinas. Supongo que para compensar lo del anís.

Espero que el Señor guíe tus pasos mejor que a mí. Si es que sigues con vida.

 

Tu hermano Tomás.