Alicia
13/Feb/2012
bloody hand
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Querida Luisa,

Tras tu trágica muerte a manos de Sergio, de repente todos parecíamos sentir la imperiosa necesidad de salir de casa a todo correr, como si no nos fuera posible pasar ni un segundo más bajo el mismo techo que tu cuerpo descabezado. Además, el número de zombis “okupas” del edificio de enfrente aumentaba por momentos, así que muy pronto sería imposible salir de casa sin que una horda de bestias inmundas se arrojara sobre nosotros para devorarnos. Había que irse ya.

Mientras recogía las cosas y bajaba las escaleras de casa, cargada como una mula, seguía como en estado de shock, incapaz de salir de la escena del garaje, donde la luz se seguía apagando y encendiendo en mi cabeza. Dios, un momento estabas allí, despidiendo ese olor nauseabundo, mientras tratabas de devorarme a mordiscos… y al siguiente oía el grito de júbilo del imbécil de Sergio, al tiempo que tu cara desfigurada rodaba en dirección al sitio en que papá solía guardar las herramientas. ¡Mierda!

Al entrar en la ambulancia, aparcada justo delante de la puerta principal, me percaté de que Sergio y Miguel habían invitado a un zombi a que se sentara en el asiento del copiloto. No, no podía ser un zombi porque de haberlo sido, Sergio le habría matado ipso facto, tras lo cual le habríamos oído gritar un “¡y ya van tres!”. Al muy capullo se la suda todo. Sí, claro, me había salvado la vida y todo eso. Pero, tía, ¡te había matado a ti!

Miguel puso en marcha la ambulancia y mi hermana y yo dedicamos una última mirada a nuestra casa, mientras Sergio se acomodaba frente a nosotras con cara de perro muerto. Miguel se puso a hablar con el tipo de delante, que no sé de qué superhéroe iría disfrazado, pero debía de ser de uno muy chungo. Creo que se llamaba Gabriel.

—Oye…  —empezó a decirme Sergio—. Yo no sabía que era ella… Y de todos modos, ¿se puede saber en qué estabáis pensando? ¿Cómo es posible que no nos contaráis lo de Luisa? ¡Podría habernos matado a todos!

—Sí, claro, ¡ahora nos vienes con esas! —le grité—. ¡Tú lo que eres es… eres un puto asesino!!

Cuando me quise dar cuenta, la ambulancia se había detenido frente a un supermercado del que salió el chico más guapo que había visto en toda mi vida. ¿Era posible que aquel fuera Lucas, el amigo de Sergio y Miguel, y que estuviera a punto de subirse a nuestra ambulancia para unirse a nosotros? Pues iba a ser que sí.

De repente, el mundo pareció detenerse. Lucas no corría hacia la ambulancia, sino que volaba. Era alto, muy alto, delgado, rubio, con unos hermosos ojos grises… Y el resto de mis compañeros se había desvanecido como por arte de magia porque allí sólo había sitio para mí, para Lucas… y para esos diez o quince zombis, que habían salido en tropel del supermercado y corrían como descosidos, pisándole los talones.

—¡Corre, corre! —gritó Sara.

Sergio abrió las puertas de la ambulancia de par en par, Lucas lanzó su mochila hacia el interior y yo le tendí mis brazos para ayudarle a subir lo más rápidamente posible. Así con cara de susto y todo, ¡qué guapo que era, pero que poco que corría el hombre! Faltó un pelo para que le pillaran los zombis que habían tomado la delantera, en cuyas narices cerramos las puertas de la ambulancia, mientras Miguel arrrancaba derrapando… No sé de qué madera estaban hechos aquellos zombis, pues tardamos un buen rato en dejarles atrás. De hecho, Lucas, que se había tumbado entre Sara y yo, nos dijo que creía haber reconocido al capitán del equipo de atletismo entre nuestros perseguidores implacables. Tardamos al menos cinco minutos más en perderles de vista y eso que Miguel puso todo su empeño en saltarse todas las normas de seguridad vial. Tras un volantazo bastante bestial que me arrojó a los brazos de Sergio (y no se me ocurre nada peor), conseguimos dejar atrás a los dichosos zombis. Diez minutos más tarde también nos quitamos de encima al superhéroe sentado junto a Miguel, que no sé qué misión tendría, pero cuanto más lejos mejor porque tenía aires de jefecillo y a nosotros ya nos sobraba con el nuestro.

Luego nos dirigimos al pueblo de al lado, donde los tíos de Sergio tenían una casa con jardín, para veranear. El resto del año permanecía cerrada a cal y canto, por lo que era difícil que nadie hubiera entrado, pese a lo cual hicimos las comprobaciones pertinentes antes de instalarnos.

Así que aquí estamos, Luisa. Es una casa de dos plantas con cinco dormitorios y una despensa más grande que el salón de mi casa. Aunque esté medio vacía, es posible que podamos quedarnos aquí un par de semanas comiendo a base de fabadas y similares. Peor es nada.

Dice Sara que no pierda tiempo con Lucas, que no le gustan las chicas. Es más, por lo visto está por Sergio. ¿Por Sergio? ¿Quién puede estar por Sergio? Quizás Sara se equivoque, o quizás sólo lo haya dicho porque es una envidiosa. Lástima que Loli y tú ya no estéis por aquí para darme vuestra opinión. Sí, definitivamente todo sería mucho más divertido con vosotras.

Un beso muy grande,

Alicia.