Alicia
26/May/2015
bloody hand
29

Querido Lucas,

Han pasado varios días desde que te fuiste y no sé nada de ti. No te culpo si has decidido no volver. Sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero has sido un buen amigo y te deseo toda la suerte del mundo. Estoy convencida de que si alguien puede salir de esta, ése eres tú.

No hay que ser médico para saber que lo mío no tiene remedio. Para empezar, mi herida dejó de sangrar hace unas cuarenta y ocho horas. A eso súmale el aspecto enfermizo de mi brazo: lo que al principio era un pequeño halo verde por encima de las vendas, se ha ido extendiendo lenta e inexorablemente hasta llegar al mismísimo hombro. No sólo es desagradable a la vista, sino que también huele mal. Además, ya no puedo comer ni beber sin ponerme a vomitar como una descosida, lo que no impide que tenga una sensación de hambre desconocida hasta ahora, un apetito voraz de algo que no se parece nada a la dieta mediterránea. Para colmo de males, ando algo mareada y, lo que es peor, he empezado a experimentar unos blancos muy inquietantes. Me refiero a estar sentada frente a la ventana de la cocina y un pestañeo más tarde, encontrarme en el dormitorio de arriba sin saber cómo he llegado hasta allí. No lo puedo jurar, pero creo que estos blancos son cada vez más frecuentes y largos. Todo es muy confuso. Siento como si me estuviera diluyendo.

Mi primera reacción ante todo este proceso, fue ponerme a llorar como una loca. Cuando no quedaron más lágrimas, me puse a maldecir a mis padres por haberme engendrado; a mi hermana y mis amigos por abandonarme; a ti por ser un gay tan guapo; al mundo entero por habernos dado la espalda y al mismísimo Dios por poner a los zombis en lo alto de la escala evolutiva. Más tarde, vino una etapa muy breve en la que pensé en el suicidio, pero como siempre he sido una cobarde, pronto descarté esa opción refugiándome en la pura y simple resignación. Seguiría en esa fase, si no hubiese ocurrido un pequeño milagro del que quiero que tengas constancia.

Hace unas horas, al despertar de uno de mis blancos, me encontré de pie junto a la ventana del salón, mirando hacia la calle desolada. Cuando iba a irme de allí para comprobar la hora en el reloj de la cocina, me percaté de que había alguien entre los cubos de basura derribados y el coche quemado de enfrente. Era una sombra algo encorvada que observaba en silencio y a la que no podía distinguir con claridad debido al juego de luces y sombras típico del atardecer.

Tras el susto inicial, seguido de un impulso que me empujaba a alejarme de la ventana lo antes posible, se impuso la curiosidad, la cual me invitaba a quedarme allí al menos hasta que oscureciera. Después de todo, no tenía nada mejor que hacer. Los minutos pasaban sin que nada ocurriese, mis piernas empezaban a entucemerse y las tripas rugían pidiendo carne cruda, pero yo seguía inmóvil en mi sitio, observando al observador que se negaba a dejarse ver. La oscuridad no tardó en pintarlo todo de negro y me retiré de la ventana, entre aburrida y desilusionada.

Me acosté, pero no pude pegar ojo por el hambre, el brazo palpitante y los sonidos de la noche que parecían llegarme amplificados. De repente, tras uno de esos blancos que ya te he descrito, volví a encontrarme junto a la ventana del salón como por arte de magia. Aunque hubiera jurado que seguía siendo de noche, me sorprendí viendo con tanta claridad como si se tratara de pleno día. La sombra de última hora de la tarde era ahora más grande porque se había acercado hasta la verja de mi casa, desde donde me observaba igualmente inmóvil, pero ahora ya del todo reconocible. Lucas, ¡aquel era mi padre!

No me preguntes cómo ni por qué, pero estoy segura de que ha venido hasta aquí para buscarme. Sabe que tengo miedo y quiere que me prepare para partir con él muy pronto. Te aseguro que esto no es obra del vodka, pues hace más de veinticuatro horas que no lo pruebo. Igual estoy alucinando, pero necesito esta alucinación para seguir adelante, ¿lo entiendes? Me tranquiliza enormemente saber que no voy a emprender el viaje sola, me da igual que mi acompañante sea la versión zombi de mi padre, sobre todo porque pronto sólo quedará la versión zombi de mí misma.

El estómago me dice que me queda muy poco tiempo, Lucas, pero te aseguro que ya no me importa.

Un abrazo, Alicia.