Alicia
11/Sep/2014
bloody hand
27

Querida Mama,

Lucas y yo seguimos a pocos metros del parque en que nos encontramos hace apenas unos días. Nos hemos refugiado en un adosado, donde hay un buen arsenal de latas escondidas bajo el hueco de la escalera. Los dueños eran unos fanáticos de las fabadas, las sardinas al limón y los berberechos. Sabes que siempre he sido muy exquisita con la comida, pero eso ya es historia. Hace tiempo que todo me sabe a gloria.

Me siento cansada y vieja, como si cada día añadiera un año más en mi vida. Según Lucas, hagamos lo que hagamos, todo pasa por volver a la valla exterior arrastrando a un grupo de zombis, bien sea para usarlos como rampa de escapatoria, o bien para que nos sirvan de cebo para dar caza al señor del bigote, que además no tiene por qué presentarse. Pero ahora me faltan fuerzas y ganas para volver a hacerme pasar por zombi y moverme entre ellos como si nada. Simplemente no puedo.

Esta mañana, durante el desayuno, Lucas y yo tuvimos una pequeña discusión, ni siquiera recuerdo el motivo. Me dijo que se estaba hartando de mí y que cualquier día iba a darme esquinazo, que de hecho podría estar muy lejos de aquí, pero que había vuelto por mí. Por lo visto, el día en que  mataron a Sergio, había logrado pasar al otro lado, e incluso había puesto al menos dos kilómetros de por medio antes de decidir volverse. Evidentemente, no era por mí, sino porque en algún momento Sergio le habría hecho prometer que me cuidaría. Le grité que a mí no me debía nada y  que podía volver a marcharse cuando quisiera: le liberaba de sus obligaciones.  Luego nos callamos de repente, inundando la cocina de un silencio que se prolongó varios minutos.

En esas estábamos cuando oímos un ruido proveniente del patio de los vecinos de al lado. Nos miramos un segundo y sin mediar palabra, subimos a la planta superior para asomarnos a las ventanas de los dormitorios que miraban en esa dirección. Desde la habitación de Lucas no se veía nada, pero desde la mía si que pudimos distinguir una figura humana que caminaba en círculos, estúpidamente, como sólo un zombi podría hacerlo. El corazón se me encogió al ver el abrigo fucsia que llevaba puesto aquel esperpento, pues era igual al que habías traído de uno de tus viajes a Londres, ¿recuerdas?

Sin decir nada, bajé corriendo al patio de nuestra casa, seguida de cerca por Lucas, que no sabía qué me pasaba y empezaba a preocuparse. Nos acercamos a la valla que separaba los dos terrenos procurando hacer el mínimo ruido posible, pero, evidentemente el zombi al otro lado de las arizónicas se percató de nuestra presencia. Emitió varios gruñidos y se abalanzó contra los arbustos, dejando asomar sus brazos entre las ramas.

—¡Ay! —exclamé con un hilo de voz.

No sólo llevaba tu abrigo, sino que también lucía tu anillo de casada en uno de sus dedos sucios.

Hice un hueco entre las arizónicas para poder examinar el rostro del zombi. La cara desfigurada por el mordisco en la mejilla, la piel blanquecina surcada de venas azuladas y los ojos inyectados en sangre, no impidieron que te reconociera. Me derrumbé literalmente. No entendía nada.

Me habría gustado pensar que habías vuelto de la India para rescatarnos, que te habías transformado en un bicho de esos tras un acto heroico, digno de una lección del libro de historia. Pero hemos estado en la casa de al lado, ¿sabes? Te he visto en las fotos con un señor que no conozco de nada y al que debías de querer más que a papá y a nosotras. Pero, ¿por qué? ¿Qué te habíamos hecho para que nos hicieras esto? Un par de minutos han bastado para que pasaras de ser la abnegada madre y esposa, a una mujer con doble vida que se iba al supermercado para hacer la compra y volvía cinco horas después con una caja de leche, o que iba a clases de yoga tres veces por semana, pero no sabía lo que era algo tan básico como el “Saludo al Sol”. Las piezas siempre han encajado, pero no lo he visto hasta ahora. Definitivamente, eres peor que un zombi, Mamá.

Me siento como una imbécil por haberte escrito tantas cartas. No sólo no te las mereces, sino que ni siquiera serías capaz de leerlas.

Hasta pronto,

Alicia.