¡Esto es demasiado! ¡No lo puedo soportar! ¡El maldito cabezón me la ha vuelto a liar!
Perdona que empiece así, hermana, y déjame que te cuente:
Como ya te dije en la carta anterior, estábamos decididos a salir de la casa. Nos levantamos temprano para no despertar a la vieja. Ya nos había dejado claro que se iba a quedar allí, rodeada de sus recuerdos y sus provisiones. Lucía, llorando, llenaba su mochila de latas. Yo aproveché la que me dio y metí todas las botellas de vino que pude. En cualquier momento ella se levantaría y empezaría a cantar zarzuelas.
Pobre señora Remigia. La habíamos dejado sola y sin comida.
La calle parecía tranquila, pero ni me di cuenta. Iba apretando el paso, pensando solamente en Miguel y los demás. No sabía si habían llegado al ambulatorio o si los zombis-infectados les habían matado. La muchacha iba tras de mí, mirando sin parar a todas partes. Daba la impresión de que en cualquier momento gritaría “Cuidado”. Me habría gustado oir su voz.
No tardamos en llegar a la zona del ambulatorio, y la imagen que vimos nos paralizó. Una horda de monstruos tenía sitiada la entrada del lugar. Dentro había gente atrincherada, se les oía gritar. Pensé que era Miguelín y quise correr a ayudarle, pero antes de que reaccionara, se escucharon disparos al otro lado de la calle. Era el maldito cabezón, armado con su escopeta. Disparaba y gritaba sabe Dios qué cosas, para llamar la atención de los zombis. Por un momento, quise decirle que vocalizara, pero su plan funcionó y la mayoría de ellos corrieron a por él.
—¡No, Miguel, no! —grité desesperado.
Las piernas me temblaban, creía que me iba a desmayar, pero Lucía me sujetaba. De otro lado de la calle, apareció una extraña chica armada con un enorme cuchillo. Arremetió contra los demonios que quedaban allí. La seguía otro chico, portando un bate de beisbol, pero ella no le dejó nadie a quien matar. Parecía surgida del infierno, con aquel pelo verde. Del ambulatorio salió otro chico y se pusieron a hablar. Parecían amigos. Entonce vi allí a la tal Iria, iba con un tipo muy raro. Quise odiarla, pero solo pude suplicar que salvaran al niño. La joven del cuchillo me miró muy seria y me dijo algo de que era muy arriesgado. No quería escuchar, solo vomitar. Hablaban de cosas que no entendía y todo me daba vueltas. Cuando oí algo sobre un sitio seguro, reaccioné. Les dije de ir a la iglesia, era el único lugar seguro del pueblo. Iria rechazó mi oferta, aunque me la agradeció, tenía otros planes. Por un momento la miré a la cara, ya no la odiaba, ella también se había encariñado con el pequeño. De hecho, solo pensaba en que si él seguía vivo, volvería a la parroquia.
Es un niño muy listo, yo sé que logrará escapar.
No sé como llegamos, supongo que alguien me empujó. Ramona estaba esperando en la puerta, muy nerviosa. Cuando vio a Lucía, se puso muy contenta y casi la abraza. Le preguntó si sabía algo de Rocío. La chica del pelo verde y el del bate cerraron la puerta empujándonos, y se pusieron a registrar el lugar. Llevaban a dos niños con ellos, me hacían pensar en el pequeño tontito. No lo soporté, saqué una botella de vino y me subí al campanario.
Ya es de noche, en la calle no se ve nada y he bajado al despacho. Parece ser que todos han cenado y ya se han ido ha dormir. Creo que hay alguien haciendo guardia. No sé si es real, pero estoy demasiado borracho como para que me importe. Por el momento, solo quiero escribirte esta carta que ni siquiera sé si te la podré mandar. Necesito dormir unas horas, para proseguir mañana con la búsqueda de Miguel.
Te deseo buenas noches, allá donde estés, si es que estás viva.
Tu hermano Tomás.
P.D.: Padre, si me devuelves al niño, sano y salvo, soy capáz de dejar de beber. Y aunque no lo fuera, por favor, devuélvemelo.