Querida Teresa:
El whisky de los militares era bueno de verdad. Sí, ya sé que la situación no está para esas tonterías, pero hacía mucho que no disfrutaba de una borrachera tan buena.
No sé cuanto duró, ni tampoco me importa. El ambiente en el zulo era muy tenso. Ana intentaba cortar la hemorragia de José Antonio con los utensilios que había en un botiquín, pero sus conocimientos de primeros auxilios no eran suficientes y la herida no dejaba de sangrar. Gabriel discutía con ella sobre no sé que cosa. Ambos gritaban sin parar. Por un momento, me pareció oír a Lucía exclamar “joder, joder, joder”, seguramente fue por los efectos de el alcohol. Yo estaba ajeno a todo aquello, acurrucado en mi rincón, observando como Nataly hurgaba en el ordenador y Abel tonteaba con los mapas. Nada de eso me importaba, me sentía tranquilo y feliz, pero la radio volvió a sonar.
—¡Atención, Lobo Blanco, atención!
Nos quedamos mudos, aquella voz me había sacado de mi ensoñación.
—¡Atención, Lobo Blanco, atención!
La radio reclamaba con insistencia la respuesta del soldado cuyo cadáver yacía como trofeo a la entrada del refugio.
Ana miraba al aparato con preocupación.
—¡Repito, Lobo Blanco! ¿Está ahí? ¡Maldita sea, soldado, responda!
—Se anula Operación Lobo Blanco —sonó la voz del jefe militar—. Procedemos a la siguiente fase.
—Operación Exterminio —susurró Ana.
—¿Cómo? —exclamó Gabriel sorprendido— ¿Operación Exterminio?
Ana intentó explicar que su hermana había leído los planes del ejército en el ordenador, pero Gabriel entró en cólera y empezó a despotricar contra ella, hasta que se desmayó debido al cansancio. Ana se puso histérica, me zarandeó y me gritó que teníamos que salir de ahí. Lucía se agachó junto a Gabriel, agitaba los brazos como una posesa, intentando explicar algo, yo entendí perfectamente que quería que cogiéramos las armas y acabáramos con los soldados. Las dos chicas se enzarzaron en una extraña discusión, en la que la una chillaba y la otra gesticulaba. Parecía que más que discutir por su supervivencia, lo hacían por Gabriel.
Entonces reaccioné.
—¡Se acabó! ¡Nos vamos de aquí! —ordené— ¡Ya no podemos hacer nada por la gente del pueblo! ¡Seguimos con el plan y nos vamos al convento!
No me reconocía a mí mismo. A los niños les encargué de llevar los alimentos, cargando a los pobres con dos mochilones. Las chicas se ocuparon de las armas. Yo llevaría a Gabriel sobre mis hombros. Lucía me recordó que José Antonio seguía ahí.
—No os preocupéis —el maestro agonizaba—, ya no podéis hacer nada por mí. Tarde o temprano los militares llegarán, o los zombies olerán el cadáver que hay fuera, y yo moriré.
Quise darle la extremaunción, pero no me dejó.
—No hay tiempo, Padre, tenéis que marcharos ya. Dejarme un arma y explosivos para que cuando lleguen los unos o los otros, les haga reventar.
Bendito maestro, Dios lo tenga en su gloria.
Está anocheciendo. Ha sido una larga marcha por el monte y la espalda me duele horrores. El pesado de Abel ha estado todo el camino a mi lado, preguntándome si su hermano se iba a morir. Me caía mejor cuando se pasaba el día pegado a su estúpida maquinita, sin decir nada.
Hemos parado en un claro del bosque a descansar. Gabriel se encuentra mejor y se ha ofrecido a vigilar, creo que está enfadado con Ana. La jodía Nataly se burla de mí porque no sé cómo sujetar un arma, pero no me importa, tengo mi mochila llena de botellas de whisky y pienso pasar la noche en paz.
Si no salimos de esta… Bueno, creo que ya te he dicho que te quiero y todo eso. Empiezo a pensar que a lo mejor podemos salvarnos.
Tu hermano Tomás.
P.D.: Las chicas están intranquilas, Ana afirma haber escuchado extrañas pisadas. Dice que no son de soldados ni de zombis.