Querida mamá,
Hace unos días pasó algo horrible. El padre de Luisa se presentó en casa por la mañana sin previo aviso y entró directamente en la habitación de papá para echarle un vistazo. Sara y yo nos quedamos sentadas en el salón, esperando a que saliera para darnos el veredicto.
—Se lo van a llevar, Alicia —me dijo ella entre sollozos—. Se lo van a llevar y no le volveremos a ver nunca más, como le ha pasado a Miguel con sus padres.
Esperamos cinco largos minutos sin que pasara aparentemente nada. Sara empezó a comerse las uñas y yo me puse a releer una de tus revistas del corazón, deteniéndome en cada foto varias veces, tratando de decidir si me gustaba o no el modelito que lucían las famosas retratadas. De repente, oímos un grito de dolor y los pasos del padre de Luisa, precipitándose hacia el salón. Le vimos emerger de la habitación de papá con el rostro sudoroso y desencajado, presionando su mano sangrienta contra el pecho.
—¡Me ha mordido! —nos dijo—. ¡El muy capullo me ha mordido!
Sin darnos tiempo a reaccionar, el hombre nos ordenó que le ayudáramos a colocar un mueble delante de la puerta de la habitación para asegurarnos de que “aquel salvaje no saliera de allí”. Sara le dio el mantel de la abuela para que envolviera la mano, le ofrecí un vaso de agua… y al poco se fue diciéndonos que si no llamábamos al ejército que lo haría él mismo porque estaba claro que papá necesitaba tratamiento médico inmediato. Cuando la puerta se cerró tras él, Sara se puso a llorar como una loca, mientras papá aporreaba la puerta de su habitación al tiempo que emitía unos gruñidos extraños que le asemejaban más a un león que a una persona.
—No lo entiendo —me dijo Sara—. ¿Qué le pasa a papá? Normalmente nunca habría mordido a nadie…
Esa misma noche Miguel se instaló en casa con nosotras. En circunstancias normales yo habría opuesto resistencia, mamá, pero estando papá así, ¿qué otra cosa podíamos hacer? Después de cenar nos sentamos en el salón para ver la peli de vaqueros que estaban poniendo en la tele, pero ninguno de nosotros prestaba mucha atención a la historia porque esperábamos que el ejército irrumpiera en casa de un momento a otro para llevarse a papá, que de vez en cuando dejaba escapar un alarido que me recordaba a los que habíamos oído en casa de Luisa el día de la fiesta. Debía de tener hambre, mamá, pero ninguno de los tres nos atrevíamos a apartar el mueble para entrar en su habitación. Nos quedamos dormidos frente a la tele, donde la vida parecía seguir su curso, dando la espalda a este pueblo y a todos nosotros, aislados del mundo por esta enfermedad que te convierte en un vampiro, o lo que sea. A la mañana siguiente, nos despertamos sobresaltados cuando alguien llamó al timbre de casa a eso de las nueve. Los tres nos pusimos en pie de un salto, alarmados, temiendo lo peor. Volvieron a llamar dos veces antes de que nos diera tiempo a abrir la puerta. Pero allí no estaban ni el ejército, ni el FBI, ni la CIA, ni Scotland Yard, mamá. Eran sólo Luisa y su madre, que traían cara de descompuestas.
—Hola —nos dijo la madre con voz temblorosa—. ¿No habréis visto a Jose? Ayer nos dijo que pasaría por aquí para…
No fue capaz de acabar la frase, simplemente se puso a llorar. Fue Luisa quien nos explicó que su padre había salido de casa a primera hora de la mañana y que no había vuelto desde entonces. Recuerdo que Miguel, Sara y yo nos miramos en silencio y nos encogimos de hombros. Finalmente, les confirmé que el veterinario había pasado por casa, pero que se había marchado sin decir a dónde se iba, lo que era cierto. Pero no les dije nada de la mordedura, mamá, no me atreví.
—Por cierto —nos dijo Luisa señalando a Miguel—. ¿Qué hace éste aquí?
¿Tú crees que hemos hecho mal, mamá? ¿Crees que deberíamos haberles dicho lo de papá? Pero, ¿por qué se comporta así? ¿Qué le habrá pasado al padre de Luisa?
Me gustaría mucho que estuvieras aquí.
Besos,
Alicia.