Alicia
12/Ene/2014
bloody hand
23

Querida Mama,

Me desperté sin saber quién era, ni dónde estaba. Me dolía mucho la cabeza y no veía nada. Olía mal, hacía un frío húmedo de esos que te entran en los huesos. Se oía a lo lejos el ladrido de un perro. Poco a poco mi vista se fue acostumbrando a la oscuridad imperante y empecé a distinguir el contorno de los objetos que me rodeaban: un armario empotrado a mi derecha, una ventana con persianas desvencijadas a través de la cual se asomaban un único tímido rayos de sol, una mesita de noche a mi izquierda… por un momento pensé que estaba en mi habitación.

—¿Mamá? ¿Papá? ¿Sara? —os fui llamando uno a uno.

Al poco, la triste realidad me golpeó como un mazo y me puse a llorar estúpidamente. ¿Cómo había podido olvidar que tú te habías ido de viaje a la India, que papá y Sara ya no eran los mismos… y que el pueblo se había convertido en el escenario de una terrible pesadilla de la que era imposible despertar?

Volví a mirar a mi alrededor y definitivamente aquella era mi habitación, pero no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí.

—¿Sergio? ¿Lucas?

¿Dónde estaban? ¿Por qué me habían dejado sola? ¿Qué había pasado? No lograba recordar y esta vez lloré con una mezcla de frustración e impotencia.

Intenté levantarme de la cama, la cabeza me daba vueltas, el cuerpo me pesaba, no fui capaz de incorporarme y caí como una piedra sobre aquel amasijo de mantas malolientes. Decidí esperar un poco antes de hacer un nuevo esfuerzo y aproveché para tratar de ordenar mis pensamientos.

Recordé a Lucas al frente de su ejército de zombis, radiante a su manera, convencido de que aquellos seres pútridos podrían ser la llave de su libertad. Marchábamos lentos, camino del pueblo, engrosando nuestras filas cada kilómetro que recorríamos. Aquello daba miedo. Teníamos que beber y comer a escondidas lo poco que encontrábamos a nuestro paso, mientras los zombis se abalanzaban sobre los cadáveres que nos topábamos por el camino. A veces también atacaban a perros o gatos callejeros. Pero como eran muchos y la comida cada vez más escasa, surgían a menudo terribles disputas que acababan en batallas sangrientas de las que procurábamos mantenernos al margen.

Al principio creíamos que estábamos a salvo, pero pronto el hambre debió de aguzar sus sentidos, haciendo que se fijaran en nosotros. Igual despedíamos un olor diferente, vaya una a saber, pero empecé a pensar que un par de ellos nos tenían vigilados. Aún así pudimos mantenerles a raya, sobre todo por el respeto que le tenían a Lucas, aunque eso no parecía que fuera a durar mucho.

Todo se vino al garete cuando nos cruzamos con una familia, los primeros seres humanos que veíamos en semanas. Era una pareja de mediana edad con dos hijos pequeños. Se habían escondido en un supermercado y alguno de los zombis debió de descubrirles porque lanzó un terrible grito que me dejó helada. Vi a los cuatro durante apenas un segundo, al otro lado del cristal de aquel establecimiento, con sus caras lívidas. Al segundo siguiente ya no estaban, pues debieron de salir corriendo hacia el interior de la tienda. Tras ellos un tropel enorme de zombis que en un momento tenían todo el edificio rodeado y entraban por todas partes, dispuestos a darles caza a cualquier precio.

Miré a Lucas como esperando a que hiciera algo, pero, lógicamente, no lo hizo. ¿Qué iba a hacer? El ataque ya no podía contenerse y una sola palabra les habría puesto en guardia contra nosotros.

Lo peor fue oír los gritos de la madre, ¿sabes? No pude más, simplemente salí corriendo despavorida sin mirar hacia atrás. Creo que oí a Sergio dar unas voces, luego un rugido, un par de disparos, un caos de golpes y pasos. Seguí corriendo sin saber a dónde iba. Me crucé con un par de zombis que ya no tuvieron dudas de que era humana, de modo que comenzaron a perseguirme.

No sé cuánto tiempo estuve corriendo, sólo sé que estaba al límite de mis fuerzas. Debía de haber entrado ya en el pueblo, pero no reconocía las calles, ni los edificios. Doblaba esquinas sin nombre, me tropezaba con escombros, me acabé golpeando la rodilla derecha, luego debí de perder el equilibrio y creo que fue entonces cuando perdí el conocimiento. Esto es todo lo que sé.

—¿Sergio?

Me había parecido oír unos pasos fuera de la habitación. Tenía que ser él, me habría encontrado en la calle y me habría traído en brazos a casa para refugiarnos hasta que me encontrara mejor. Quizás había salido un rato para buscar comida y venía a ver cómo estaba.

La puerta se abrió con un leve chirrido, dejando entrever el pasillo que había al otro lado. Primero vi los dedos sucios y torcidos que empujaban la puerta, luego una melena despeinada y finalmente un rostro pálido y desfigurado que me clavaba sus ojos inyectados en sangre.

—¿Sara?

Mama, la versión zombi de tu hija pequeña me tiene atrapada en mi propio cuarto. El suplicio dura ya más de dos horas. Sara me observa desde el umbral de la puerta, inmóvil, mientras respira entrecortadamente, soltando un pequeño gruñido cada vez que intento incorporarme. Pero es inútil, mi cuerpo no responde. Me temo que esto sea el fin, hubiese deseado algo más rápido, pero quizás no lo merezca, quizás esto sea un castigo por todas las cosas malas que he hecho o pensado durante mi corta vida. No sé dónde están Sergio ni Lucas, pero no puedo confiar en que vengan a rescatarme. Espero que hayan tenido más suerte que yo.

Quizás esta sea mi última carta.

Te quiere, Alicia.